Hace
unas décadas la Unión europea constituía, en esencia, la esperanza para muchos
europeos de ver cómo una Europa concebida sobre sus antiguas naciones podía
convertirse en una potencia política, económica y militar sin parangón en la
historia. Hoy, esos mismos europeos comprueban como esa ingenua esperanza se ha
convertido en un monstruo tecnoburocrático, vector principal de la
globalización neoliberal, que sustrae la soberanía de sus pueblos para
devolvérsela, no en forma de beneficios, sino de precariedad, desempleo,
conflicto social, desindustrialización, déficit democrático y pérdida de
identidad. Esos europeos desencantados no han dejado de ser europeístas, por
más que los medios los califiquen de “euroescépticos” o incluso de “eurófobos”,
simplemente ya no creen en el futuro del monstruo europeo de Bruselas, y desean
volver a su identidad como pueblo y a su nación soberana.