Un nuevo telón de acero ideológico divide la Unión europea. El duelo europeo Macron-Orbán, por Aymeric Chauprade


Apenas se han constituido las listas de los candidatos a las elecciones europeas y la batalla ya ha empezado. Y es el Presidente de la República francesa quien encendió la mecha declarando el año pasado, durante un viaje a Dinamarca, que Viktor Orbán y Matteo Salvini tienen razón de verlo como su principal oponente. “No cederé ante los nacionalistas ni ante los que predican discursos de odio”.

Amenazas sobre la civilización europea
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Diciendo esto, Emmanuel Macron hace como que no comprende y deja sin explicar a su opinión pública lo que está en juego actualmente en Europa y en el mundo. Si los populismos suben en todas partes, y no solamente en Europa del este, si los soberanistas están de moda, progresan fuertemente y con frecuencia ganan elección tras elección, es porque el diagnóstico, cuya certitud explica que yo mismo haya podido, durante un tiempo, ser compañero de ruta del soberanismo, es claro: nuestra vieja civilización está amenazada a la vez por la africanización (hecho demográfico) y por la islamización (hecho cultural). Mientras esta verdad, que explota cada día un poco más en la cara de los europeos, no tenga enfrente más que un desdeñoso rechazo de la realidad, entonces los soberanistas pueden estar seguros de tener su peso en el espacio político europeo, hasta el punto de amenazar la supervivencia misma de la Unión europea.

Vemos bien el interés electoralista del presidente Macron cuando polariza así la vida política francesa (su partido contra el de Marine Le Pen) y europea: privar el mayor tiempo posible de espacio político a la derecha debería permitirle conservar su ventaja con vistas a las presidenciales de 2022.

Negar el problema migratorio produce fisuras en Europa
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Pero, actuando así, el presidente Macron juega con fuego: la reducción de las elecciones europeas de mayo de 2019 a un duelo Macron-Orbán no es solo peligrosa para los países implicados. ¡Lo es también para Europa!                 

A fuerza de negar el problema migratorio sucede que, en efecto, es toda la Unión europea la que va a resquebrajarse hasta su posible muerte. ¿Hace falta recordar que fue a causa de minorar la gravedad de la crisis identitaria cuando las élites políticas británicas hicieron posible la victoria de los partidarios del Brexit?

Los franceses no están en contra de Europa: esperan simplemente que ésta sea por fin una herramienta de poder de nuestra civilización. La adhesión al soberanismo no expresa el rechazo a Europa, es el grito de desesperación de una civilización que no quiere morir.

En Austria, país que tuvo hasta diciembre de 2018 la Presidencia rotatoria de la Unión, la coalición entre la derecha liberal proeuropea y la derecha identitaria garantiza a la vez el arraigo de Austria en la Unión y la lucha contra la inmigración-invasión. En Italia, la coalición Liga/Movimiento Cinco Estrellas expresa el mismo deseo popular: los italianos no han votado contra Europa, ¡la han rechazado por haberles abandonado frente a la ola migratoria en el Mediterráneo! En lugar de demonizar sin tregua a Matteo Salvini, nuestros dirigentes deberían recordar que, tanto el primer ministro como el ministro italiano de Asuntos extranjeros en la actualidad, son progresistas.

Demonizar a Europa Central es un callejón sin salida
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¿Y qué decir de Europa central? Por favor, ¡dejemos fuera nuestra arrogancia! El grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia) cuenta con sesenta y cinco millones de habitantes, el peso demográfico de Francia, y representa el 13% de los votos en el Consejo europeo, es decir, más que Francia. Si Visegrado fuera un país, sería la quinta potencia europea, y la duodécima potencia mundial. Es decir, como francés, ¡me gustaría tanto que pudiéramos tener un crecimiento del 4% y un desempleo tan bajo como allí! 

Tenemos que entender que los pueblos de Europa central soportaban todavía hace menos de treinta años la utopía del homo sovieticus. Hoy, Bruselas, París y Berlín querrían imponer el multiculturalismo y el islam radical. ¡Escuchad a los húngaros y a los polacos en la calle! Os dirán que Europa no tiene la vocación ni de ser poblada por afroeuropeos ni de ser islamizada. Su elección es soberana y debe ser respetada.

En consecuencia, si la Unión europea sigue sin querer escuchar a los gobiernos de Europa central que son los portavoces, no solo de sus pueblos sino también, cada vez más, de las opiniones públicas de toda Europa, será barrida del mapa dentro de unos pocos años.

Pero hay una segunda razón por la cual Emmanuel Macron haría bien en no jugar con el fuego del Este: demonizar los gobiernos de Europa central tiene como efecto consolidar tanto el atlantismo (en el caso de Polonia y los países eslavos) como la inclinación hacia Moscú (en el caso de Hungría). Un juego tan inteligente como el que consiste en empujar a Rusia a los brazos de China mediante la política de sanciones occidentales…

Reconciliar a los pueblos con Europa
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Nuestros aliados norteamericanos que quieren impedir la aparición de una Europa como potencia independiente en beneficio de un bloque transatlántico otanizado pueden, pues, frotarse las manos. Por un lado, Steve Bannon hace su gira para financiar a los soberanistas de cara a las elecciones europeas de mayo de 2019, con el único objetivo de reventar la Unión europea; por otro lado, los “progresistas europeos” sirven al mismo objetivo levantando un nuevo “telón de acero” ideológico entre el Este y el Oeste.

Es pues urgente que una derecha de gobierno refundada se haga escuchar con un discurso claro: la Unión europea respeta a las naciones europeas, a todas las naciones con todas sus diferencias, al mismo tiempo que consolida la fuerza y la independencia de la civilización europea. Nuestra Europa es la heredera de Grecia, de Roma, del Cristianismo, de la Ilustración, herencia, en ocasiones, acurrucada en lo más profundo de su identidad histórica, pero que hay que defender porque también está amenazada por el aumento del totalitarismo islámico.

La reconciliación de los pueblos europeos con la Unión europea pasa por este discurso a la vez alto y claro, al mismo tiempo que por la mano tendida a nuestros hermanos del centro y del este del continente. Los verdaderos proeuropeos, a los que yo pertenezco, deben trabajar por la unidad europea y no por la construcción de un nuevo telón de acero ideológico. Fuente: Causeur