Una entrevista que levantará ampollas entre los liberales y los
progresistas. Diego Fusaro es considerado como el teórico que inspiró la
campaña del Movimiento 5 Estrellas. Si bien esta definición exagera
probablemente su influencia, es bien cierto que el ensayista italiano aprovecha
con frecuencia el blog de Beppe Grillo ‒aunque también utiliza los sitios de
CasaPound‒ como una tribuna para difundir sus ideas contra el euro, la
dictadura financiera, la ideología de género o la inmigración masiva. Pero es,
sobre todo, la televisión la que ha dado a Fusaro una gran visibilidad, con su
atípico papel de joven filósofo que, con sus citas de Marx y su registro
lingüístico culto, a veces incluso pomposo, profesa opiniones que, en otros
países como Francia o España, serían suficientes para destruir su reputación.
Lo menos que puede decirse es que Fusaro ha logrado eficazmente llenar
un vacío en el campo ideológico, interceptando una real demanda política y
proponiendo soluciones a los antiguos problemas que atormentan a la opinión
pública italiana. Próximo de la Nueva Derecha francesa de Alain de Benoist,
Diego Fusaro es frecuentemente presentado por los medios italianos como un
“marxista”. Por su parte, él prefiere describirse como un “discípulo
independiente” del pensador alemán, y parece sinceramente convencido de que sus
ideas son de “izquierda”. En esta entrevista podremos comprender mejor las
ideas que hoy se están convirtiendo en hegemónicas por toda Europa.
¿Qué piensa
del gobierno italiano actual?
En las
últimas elecciones generales no fue la derecha ni la izquierda la que ganó,
sino el pueblo italiano único en su totalidad, que demostró, además, que las
categorías de derecha y de izquierda están superadas. Italia es un laboratorio
único en este momento, porque ha logrado lo que en otros pueblos es todavía una
quimera o bien ha fracasado: Italia se ha convertido en la vanguardia de los
pueblos europeos. La “masa nacional-popular”, según la expresión de Gramsci, de
los excluidos de la mundialización, se ha expresado en su contra. Este
resultado es positivo porque ha indignado a los maestros controladores de las
finanzas internacionales, como George Soros. La reacción de los mercados es el
signo de que Italia ha hecho algo revolucionario.
Habla frecuentemente de Soros, ¿por
qué?
La actividad de Soros es incesante. A través de su Open Society Foundation, él trató de derribar a la URSS, y no hace
tanto orquestó las privatizaciones del patrimonio nacional italiano.
Actualmente se ha desatado, porque el conflicto de clases se encuentra en su
apogeo. La élite financiera ataca a los Estados soberanos y a la ética de los
pueblos: es un momento decisivo. Precisamente, con motivo de las elecciones
italianas, Soros escribió en Twitter que estaba furioso contra Italia y el
populismo, y que habría que redoblar los esfuerzos actuando contra Italia.
¡Literalmente! He aquí la situación en la que nos encontramos y que prueba que
Italia está en el buen camino.
¿Aprueba, entonces, la campaña de
Orbán contra Soros?
Se dice con
frecuencia que se trata de una campaña antisemita, pero no se trata aquí de
combatir a George Soros porque sea judío: esto, evidentemente, no sería
aceptable. Se combate a Soros en cuanto que ultracapitalista que compra países
y desestabiliza gobiernos con sus “revoluciones de colores”. Además, Soros no
ha sido expulsado de Hungría, sino que se ha ido por el aumento de los
impuestos. He aquí la verdadera razón. Pienso que todo pueblo debe liberarse de
estos personajes cínicos y desarraigados que sostienen el sistema financiero.
La idea de desarraigo es presentada
con frecuencia en sus escritos e intervenciones. Para explicar la crisis, por
ejemplo, usted habla de una “aristocracia financiera desarraigada”.
En mis últimos ensayos propongo una nueva geografía del conflicto de
clase: hay, en lo alto, la clase financiera desarraigada de los grandes
“señores” de la especulación, como Soros precisamente, y, en lo bajo, los
nuevos “esclavos”, por citar a Hegel, las masas nacional-populares. En esta
clase oprimida convergen el antiguo proletariado descrito por Marx y la
burguesía. Hoy, el capitalismo es la aristocracia financiera, que vive de sus
rentas especulativas y de sus fraudes legalizados como el de las subprimes en los Estados Unidos.
¿Por qué dice usted que la división
entre derecha e izquierda está anticuada y superada?
El
capitalismo mundializado es un águila: su ala derecha es el dinero, que
destruye el Estado soberano, favorece la inmigración masiva y trabaja por la
destrucción de toda dimensión ética en el sentido hegeliano; la otra ala es la
izquierda de la moral, que en lugar de servir de obstáculo a estas tendencias,
las legitima a través de sus “superestructuras”, por retomar a Gramsci. Y
entonces la izquierda nos dice que el Estado debe ser abatido porque es fascista,
que la familia debe ser destruida porque es homófoba, que hay que importar cada
vez más migrantes. En suma, la izquierda moral legitima lo que la derecha del
dinero le demanda. Tenemos que reaccionar. Yo propongo una síntesis entre las
ideas de izquierda y los valores de la derecha en nombre del “interés
nacional”.
¿Cuáles son estas ideas de izquierda?
Trabajo, solidaridad, defensa de los más débiles y desprotegidos,
comunidad en el sentido de Costanzo Preve (que no se trata del “comunitarismo”
en el sentido francés, sino de una acepción comunitaria derivada de las teorías
de Ferdinand Tönnies).
¿Y los valores de derecha?
Familia,
Patria, Estado, Honor…
A propósito de estos valores de
derecha, usted denuncia, con frecuencia, la llamada “teoría de género”, ¿podría
hacer un análisis?
La ideología de
género encarna el proyecto del Nuevo Orden Mundial en el plano de las
costumbres sexuales. Su objetivo es destruir la familia, esa “célula genética”
sobre la cual, según Hegel, reposa la sociedad entera. Hegel nos dice que los
ciudadanos son una familia universal en el Estado. Por tanto, el proyecto de
los mundialistas es destruir la familia y el Estado, la familia como célula
genética y el Estado como “cumplimiento de la ética”.
Para ello, destruyen la base misma de la familia, es decir, la diferencia sexual,
a través de la ideología del posmodernismo sexual que anula las identidades. De
la misma forma que el liberal destruye el Estado, el libertario genderfluid ataca
a la familia. Así, sólo quedan átomos en un contexto de librecambio erótico sin
más vínculos. La familia es disuelta y ya no queda más que un sistema atomizado
de individuos complacientes y dispuestos al goce y al disfrute, sin ningún
valor ético ni vínculos estables.
Usted habla también de “feminización”
y de “desvirilización”. ¿Cómo le ha conducido la lectura de Marx y Hegel a
estas conclusiones?
¡Es que estos autores son, precisamente, el remedio contra la
desvirilización en curso! Porque la desvirilización se funda sobre una
destrucción del hombre, que como decía Aristóteles, es un animal político:
entonces, el hombre ya no existiría en tanto que un simple átomo, sino en su
relación con la comunidad. La desvirilización procede de la atomización de la
sociedad, es decir, de lo contrario de la “comunidad” de la que nos hablan
Aristóteles, Hegel y Marx. Hoy ya no existe más que el individuo omnipotente
atomizado, animado por una voluntad de poder consumista ilimitado cuya
consecuencia es la “fluidez de género”, esa idea según la cual todo el mundo
puede decidir si es un hombre, una mujer transgénero o vaya usted a saber… Se
nos presenta como una forma de emancipación pero, por el contrario, se trata
del clímax del capitalismo: convertirnos en puros consumidores asexuados y sin
identidad.
¿Cuáles son las fuerzas políticas
italianas que convergen en esta defensa de los valores tradicionales?
Yo evito utilizar esta expresión de “valores tradicionales”. Lo que
cuenta, ante todo para mí, son las raíces sólidas y comunitarias de la
sociedad, que Hegel llamaba “raíces éticas”: la familia, por supuesto, pero
también los sindicatos, la escuela, la sanidad y el Estado nacional soberano.
Por tanto, hay que denunciar al capitalismo como lo hacía Marx y reivindicar la
eticidad como Hegel. Estas temáticas han sido retomadas por la Liga y por el
M5E, que han comprendido que el capitalismo mundialista es un “mal” y que
tenemos que actuar contra él. Pero en Italia este campo todavía se encuentra
muy fragmentado: está el pueblo tradicional, los partidarios de la familia, los
soberanistas, los identitarios, pero todavía falta una visión unitaria para
guiar esta revuelta contra la sociedad mundializada. Hay que partir de Hegel y
defender a las comunidades.
Sus ideas,
que hace algunos años se hubieran considerado extremistas, ¿se han convertido
hoy en hegemónicas?
Son las ideas
que defendía mi maestro Costanzo Preve y que en Francia son defendidas por
Alain de Benoist: son ideas de izquierda con valores derecha, y en efecto, se
están convirtiendo en hegemónicas. Para mí se trata, según la técnica
gramsciana, de “hegemonizar” el debate público, es decir, de crear
pacientemente un horizonte compartido de lucha contra el capitalismo, haciendo
converger a los individuos que vienen de horizontes políticos muy diferentes
para dibujar una contracultura que progresivamente sería consensual, utilizando
los espacios periféricos de la televisión, la prensa y la edición a fin de
reinvertir este “pensamiento único” que nos domina. Estamos a punto de
lograrlo, recordemos si no a Di Maio y a Salvini: ellos han metabolizado bastantes
de nuestras ideas.
¿Por qué Di Maio y Salvini miran hacia
Rusia?
Porque la
Rusia de Putin es, hoy en día, la única resistencia contra el imperialismo del
dólar, es decir, contra la americanización del mundo, conocida bajo el nombre
de mundialización. Sería mejor un mundo multipolar en lugar de esa especie de
pesadilla de la “monarquía universal”, esto es, de una única potencia que
invade la totalidad del mundo. Italia debería salir de la OTAN, liberarse de
sus bases militares americanas y recuperar su soberanía monetaria, económica y
cultural, abriéndose a Rusia y a los Estados no alineados.
¿Usted
habla de “convergencias” con los intelectuales franceses?
Tengo en gran estima a Serge Latouche, con el que estoy en contacto, si
bien no estoy totalmente adherido a la causa del “decrecimiento”, pero aprecio
realmente la necesidad de poner límites al capitalismo triunfante. También
estoy en contacto con André Tosel. Y aprecio mucho la obra de Jean-Claude
Michéa. Pero el pensador que me resulta más cercano, sin ninguna duda, es Alain
de Benoist.
En algunos artículos recientes usted
ha denunciado un proyecto de “sustitución” de la población europea, que habría
sido concebido en 1953 por el conde Kalergi, una teoría del complot que ha
conocido cierto éxito en las páginas web italianas…
Yo no he dicho que exista un auténtico complot detrás de esta sustitución
de población. Pero el plan Kalergi puso blanco sobre negro, en su “idealismo
práctico”, en la lógica de los dominantes: hacer bajar el precio del trabajo a
través de las deslocalizaciones y de la inmigración masiva. La inmigración es,
por tanto y evidentemente, un arma en las manos de esta clase dominante: se
trata de una deportación masiva para hacer llegar a Europa a millones de
esclavos africanos.
También ha denunciado frecuentemente
el rol de las ONG que operan en el Mediterráneo…
Las ONG son
instrumentos de deportación de masas de migrantes: nos hacen creer que actúan
en nombre de la sociedad civil, pero, en verdad, están en nómina de los intereses
privados de los “señores” del mundialismo que siempre quieren más inmigración.
¿Cuál es su idea para resolver la
crisis migratoria?
Hay que ir a la raíz del problema. Estas migraciones son provocadas, por
ejemplo, por los bombardeos en Libia, por lo que, en primer lugar, deben cesar
todo este tipo de prácticas imperialistas. Hasta 2011 había en Libia un
gobierno legítimo, el de Gadafi, con muchos defectos por supuesto, pero que era
preferible a lo que ha venido después.
El hecho de que usted escriba en Il Primato Nazionale, órgano del
movimiento CasaPound, que se reivindica del “fascismo del tercer milenio”,
¿debe ser interpretado como una forma de adhesión a este movimiento?
También
escribo en diarios tales como La Stampa e Il Fatto, que
tienen posiciones políticas muy diferentes, mucho más centristas. Para mí, el
fascismo y el antifascismo están en el mismo plano: dos formas idiotas que el
capitalismo utiliza para distraer a las masas. Es una manera de alimentar los
conflictos y de impedir ver a los verdaderos enemigos. Pero, ¿de qué sirve hoy
el antifascismo cuando la amenaza fascista no es real? El antifascismo se ha
convertido hoy en un instrumento de la “izquierda glamour” y cosmopolita para
defender al capitalismo.
Y cuando el
fascismo aparece realmente, por ejemplo durante el golpe de estado en Ucrania
en 2014, nuestra izquierda eurocrática y atlantista ¡aplaude! Y el único que lo
combate gloriosamente, a saber, Vladimir Putin, ¡es tratado de fascista! ¡Es el
colmo! El antifascismo es un arma de legitimación del capitalismo, un artículo
salido del catálogo de lo políticamente correcto cosmopolita.
Después de sus estudios de filosofía,
no ha estado asociado a ninguna universidad, ¿cómo lo explica?
El “pensamiento único” expulsa todo lo que le es ajeno o extraño. En otro
tiempo, se me habría quemado en la hoguera como a Giordano Bruno, o asesinado
como a Sócrates. He sufrido el menosprecio y la desconfianza de la intelligentsia cosmopolita. Hoy, al
menos puedo impartir cursos en un “instituto de alta formación”, el IASSP, una
“escuela doctoral libre”. Queremos crear una escuela de formación en el
pensamiento no alineado, con profesores tales como Emanuele Severino y el
economista anti-Euro Alberto
Bagnai. También voy a dar cursos en la European
School of Economics de Florencia. Como se puede comprobar, nuevos espacios
son creados a fuerza de voluntad. Es lo que Gramsci llamaba “el optimismo de la
voluntad”.
¿Su visión económica se inspira en la
de Marx?
No me
interesa el Marx economista, sino el Marx filósofo: el Marx de la teoría de la
alienación, del hombre que se desnaturaliza frente al capitalismo, el que
piensa sobre las categorías hegelianas. El filósofo idealista, en suma. Mi
tesis, que era ya la de Costanzo Preve, es que el materialismo de Marx no es
más que una metáfora. En el fondo, es un hegeliano en su concepción de la
totalidad histórica y un fichtiano en lo que concierne a la praxis.
Defendía hace algún tiempo la
necesidad de crear un “Frente Nacional” italiano. ¿Se considera más un filósofo
o un militante?
Soy militante en el sentido de Fichte, porque soy un intelectual que
piensa en la sociedad y actúa en la sociedad. Pero no tengo ningún carné de
partido, estoy en diálogo permanente con casi todos los partidos, con aquellos
que están dispuestos a debatir, todo ello considerando también mi asociación
independiente para la defensa del “interés nacional”. Pienso que la relación
entre Italia y Europa debe ser reinvertida: ya vale de cesiones a Europa,
nuestra voz debe ser escuchada.
Yo concibo
una Europa de los pueblos, libres, cada uno con sus especificidades, es decir,
todo lo contrario de la Europa actual, que destruye las identidades para
reemplazarlas por un modelo único anglófono, consumidor de mercancías,
utilizando una moneda posmoderna que no apela para nada a la historia de sus
pueblos. Tomen nota: antes, en nuestras monedas nacionales eran grabados los
retratos de los grandes personajes de la historia italiana.
¿No le provocan temor las
consecuencias de una salida del euro?
Lo que
realmente temo son las consecuencias que sufrimos actualmente. Hay una
ideología europea, como Marx decía que había una “ideología alemana”: las dos
coinciden, puesto que la Unión europea sirve a los intereses de los alemanes.
La ideología europea nos dice que sufriremos un destino trágico si osamos salir
del euro. Y, sin embargo, mirad las tragedias que se están realizando con el
euro: pérdida de salarios, reducción de derechos sociales, tragedias como la
del pueblo griego…
La única
medida que puede garantizar los intereses de los trabajadores es el retorno a
la soberanía económica. Es necesario un soberanismo social, como propone
Jacques Sapir. Podemos incluso decir que un soberanismo social de izquierda, si
queremos utilizar esta categoría, que tampoco es la mía. Pero quiero precisar
que el soberanismo no tiene nada que ver con el fascismo.
Entonces, ¿por qué la Liga y el M5E ya
no hablan, desde las elecciones, de salir del euro?
Porque esto es lo más difícil, es preciso poner en discusión todo el
sistema de la Unión europea. Pero no pienso que este proyecto haya sido
definitivamente abandonado, al contrario, está oculto, como preconizaba el
economista Paolo Savona con su “plan B”.
Con frecuencia muestra su simpatía por
Vladimir Putin. ¿Cree, como muchos de sus compañeros de ruta, que el destino de
Europa es eurasiático?
Todo está por
ver, porque el objetivo es liberarse de la dominación atlantista. La Unión
europea es una americanización cultural, económica y social de nuestro antiguo
continente. Tenemos en Italia 115 bases militares americanas, por lo que si
Washington decidiera bombardear Belgrado, Roma debería plegarse como un zombi.
Pienso que la Rusia de Putin tiene hoy un rol fundamental para garantizar la
multipolaridad resistiendo al atlantismo imperialista. Obama decía: “Sí,
nosotros podemos”, y Putin le respondía: “No, tú no puedes”. Es la gran misión
histórica de la Rusia de Putin.
Lo cual explica, quizás, su proximidad
con Aleksandr Duguin… ¿hay que creer que más allá de las culturas nacionales
que usted defiende, existen convergencias políticas transnacionales?
Ciertamente. Mantengo
buenas relaciones en Francia, Alemania y Rusia, y con Duguin he participado en
alguna conferencia. Apoyo la solidaridad cultural de los pueblos para defender
sus naciones. Por tanto, una Europa compuesta de Estados soberanos, que es lo
opuesto de esta Europa que asesina a los pueblos y a las clases laboriosas.
Una última cuestión: ¿por qué habla en
un italiano tan grave y arcaico?
Es mi forma
de resistencia a la neolengua global de los mercados, el inglés mercantil con
sus austerity y spending
review. Respondo a esta pesadilla orwelliana con lo que yo llamo la
“vetero-lengua”: una lengua hecha de palabras anticuadas y en desuso, que no se
utilizan normalmente en Facebook o Twitter, una lengua que recuerda a la de
Dante y Maquiavelo, a Giovanni Gentile y Antonio Gramsci. Es una opción
reflexiva, una reacción cultural a la barbarie anglófona dominante. Creo que
cada pueblo, como bien lo decía Hegel, tiene el derecho a hablar su propia
lengua nacional, porque sin lengua nacional perderíamos nuestra relación con
las cosas y nos convertiríamos en extranjeros en nuestra propia patria. ■ Fuente: Le
Grand Continent
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A la derecha de Marx, a la izquierda del Capital, por Adriano Scianca, en Éléments pour la civilisation européenne
El soberanismo populista del Siervo contra el cosmopolistismo liberal del Señor, por Carlos X. Blanco Martín
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