Por un Bruxit: sacar a Bruselas de Europa. La Europa de los ciudadanos frente a la de los tecnócratas, por Sébastien Laye


¿De qué Europa la Comisión Europea lleva el nombre? ¿De verdad es la Europa de Robert Schuman y de los padres fundadores la de los tecnócratas actuales, o la que defienden algunos políticos como Macron o Renzi cuando se dicen proeuropeos? Y la opinión popular, a lo largo del continente, ¿es tan euroescéptica como dicen algunos o simplemente es una revuelta abierta contra esa visión burocrática e ingenua del ideal europeo? 

Una Europa sin rostro
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Cuando Víctor Hugo, en el siglo XIX, imagina la futura construcción europea, la sitúa bajo las garantías de la libertad y la fraternidad: “Y de la unión de las libertades en la fraternidad de los pueblos nacerá el acercamiento de las almas, germen de ese inmenso futuro donde empezará para el género humano la vida universal y que llamaremos la paz de Europa”.

La construcción europea debería pertenecer a la ciudadanía de las naciones de Europa, pero ha sido confiscada por los policy-makers sin rostro, con el apoyo reforzado de la tecnocracia francesa.

Mientras que deberíamos ser los primeros actores de esta construcción, a través de los intercambios económicos y culturales, cada día que pasa nos encontramos más desposeídos por una casta que se entromete en nuestras libertades.

A la cabeza de la burocracia administrativa
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Desde el comienzo de la construcción comunitaria, el sueño de una Europa de los ciudadanos de Robert Schuman, el de una Confederación de naciones, ha tenido que ceder frente a la ambición de un super-Estado europeo centralizado y dominador en el que los epígonos de Jean Monnet se han convertido en servidores.

Francia, a través de su alta administración tentacular, fue la punta de lanza de esta visión, con algunos aliados belgas y luxemburgueses. Hoy todavía en Francia son los “enarcas” (personas formadas en la Escuela Nacional de Administración, ENA), es decir Macron, Moscovici o Koehler, los que tienen esta visión de un Estado europeo inevitable, sin tener en cuenta el principio de subsidiariedad, y exportando todos los fracasos franceses a escala europea.

Abandonando la verdadera cooperación entre los pueblos e intentando, después del Mercado común, imponer una montaña de normas y reglamentos a la ciudadanía, esta burocracia ha construido su propio poder y ha engendrado el mito de la inevitabilidad de una hidra bruselense centralizadora y orwelliana.

Alegato por un Bruxit
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Esta Europa burocrática, frente a las divergencias, en lugar de aceptar el diálogo, deja marcharse una nación tras otra, bien aceptando por ejemplo el Brexit, bien construyendo subrepticiamente unos núcleos duros dejando aparte a otros países. Sin embargo, el sentido común y la observación nos llevan a constatar la existencia de una unión europea natural y espontánea: 1) La proximidad geográfica que hace, por ejemplo, que trabajadores fronterizos pasen las fronteras cada día para ir a ganarse la vida en los países vecinos. 2) Las raíces históricas, religiosas y culturales que se han asentado con el tiempo. 3) Los intercambios económicos y los flujos comerciales. Todos estos factores naturales se oponen a la visión constructivista y dirigista de Bruselas.

Si debemos preguntarnos por la cuestión de la salida de algunos, debería ser más bien por los que han llevado la construcción europea hacia un callejón sin salida. En sentido figurado y simbólico, salir del monstruo tecnocrático en el que se ha convertido la administración bruselense debe ser la prioridad con el objetivo de relanzar el proyecto europeo: una salida de Bruselas o un Bruxit. Europa debe volver al proyecto inicial de Robert Schuman, eminentemente político, y parar de imponer sus normas a través de su aparato burocrático o de forzar la convergencia presupuestaria o fiscal.

Mediante la imposición desde arriba, de manera poco democrática, de la inevitabilidad de un Estado europeo (por sedimentación de las normas) o de la acogida masiva de inmigrantes no europeos, los dirigentes de la Unión han señalado el final de la verdadera idea europea pero, haciéndolo, han despertado también el furor de los pueblos; estos últimos, henchidos de libertad, orgullosos descendientes de los más antiguos demócratas del mundo, no aceptan más este Estado tentacular que esconde su verdadera naturaleza…

¡Vuelve, Europa de los ciudadanos!
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La cuestión de la identidad cultural y política es crucial, en cuanto que precede a la cuestión económica o a toda convergencia fiscal, presupuestaria u otra; no se construirá el amor entre los pueblos nombrando a un patético “ministro de finanzas” sin poder real, incapaz de conciliar diversas realidades fiscales, financieras y presupuestarias que, por muchos años, serán diferentes entre los Estados. Nadie se imagina, en efecto, a los alemanes convertirse en el infierno fiscal francés. Acercarse al peor alumno de la clase no tiene ningún sentido.           

Al debate estéril entre pro y antieuropeos debe suceder a partir de ahora el que opondrá la Europa tecnocrática de Bruselas a la Europa de los ciudadanos: del resultado de este combate dependerá en gran manera la futura refundación del modelo europeo que se está quedando sin fuerzas. Fuente: Causeur