Esos pueblos que se resisten a morir por Bruselas, por Charlotte d´Ornellas


Delante del Parlamento europeo, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, rechazó doblar el espinazo a pesar de la amenaza de sanciones: «Defenderemos nuestras fronteras, y nosotros solos decidiremos con quién tenemos que vivir». Trabajan desde hace años para mejorar la oferta política en orden a responder al malestar creciente de los pueblos europeos. Salvini y Orbán son sus nuevos héroes, mientras que sus resultados electorales preocupan en las altas instancias. Les llaman “populistas”…

Para esta ocasión, Viktor Orbán ha hecho el viaje. Reunido hasta la bandera, el Parlamento europeo quería dar a este momento una dimensión histórica y simbólica. Por primera vez, los eurodiputados se pronunciaban sobre la activación del artículo 7 del Tratado de la Unión europea contra un Estado miembro. Parece que Viktor Orbán habría violado el Estado de derecho y faltado a los “valores” de la Unión.

Acusado, levántese… Elegido en Hungría, vencedor por mayoría hace cinco meses en las elecciones legislativas, el dirigente del Fidesz es considerado en Estrasburgo como el mayor peligro para la democracia en Europa. En los pasillos del Parlamento, sus aliados y apoyos denuncian una falacia para condenar su estricta política de inmigración y su oposición frontal al trabajo de las ONG del "milmillonario" americano George Soros. Todo el mundo lo sabe: el voto no tendrá consecuencias; Polonia ha prometido utilizar su derecho de veto en el Consejo Europeo. Pero los responsables de las instituciones europeas ya han prometido que activarían las sanciones. Ahí donde sus jueces de circunstancias esperaban que doblara el espinazo, Orbán se mantiene firme: «Hungría no cederá al chantaje, Hungría defenderá sus fronteras, parará la inmigración ilegal y defenderá sus derechos y, si es necesario, también contra ustedes».

Europa se tambalea por todas partes y los diputados europeos lo saben. Si votaron en su mayoría las sanciones a Hungría es porque representa a la locomotora de un movimiento más amplio que aparece cada vez más como una amenaza para el orden establecido. Tres días antes de ese voto, los Demócratas de Suecia, que a duras penas llegaban al 2,93% de los votos en 2006, obtuvieron esta vez el 17,53% de los sufragios en las elecciones legislativas, mientras que los partidos tradicionales de derecha e izquierda continuaban su caída. Su caballo de batalla: la lucha contra la inmigración y la Unión europea. El “cordón sanitario” levantado unánimemente por los partidos tradicionales alrededor de los Demócratas de Suecia y de su jefe, el “paria” Jimmie Akesson, no sirvió para nada…Pánico a bordo.

No imaginaba que todo iría “tan rápido”
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También en Alemania, unas manifestaciones antiinmigración movilizan cada vez a más personas. A pesar de las condenas, las opiniones de “nazismo” y las denuncias de “caza a los inmigrantes” finalmente desmentidas, el movimiento no se debilita. E incluso la aliada alemana de Jean-Luc Mélenchon, Sahra Wagenknecht, se lanza también a la denuncia de la inmigración. En Italia, evidentemente, Matteo Salvini continúa dando motivos para que se hable de él, y ve su cota de popularidad aumentar a medida que mantiene su pulso contra la UE sobre la cuestión migratoria…

Lejos de las expresiones horrorizadas de los responsables europeos, que se pasean por los platós de televisión para hablar de su “miedo” frente a la subida de estos “populistas”, Mischaël Modrikamen se entusiasma. No se imaginaba que todo iría tan rápido. Hacía ya tiempo que este antiguo abogado belga contactaba regularmente con el equipo de Donald Trump, del que se enorgullece de ser “uno de los primeros apoyos”. En el momento en que el presidente del Partido popular belga ponía sus maletas en Londres, no tenía más que una idea en la cabeza: «Ha habido Brexit, ha llegado Trump, ahora el movimiento debe ser global». Ese día, el antiguo asesor de campaña de Trump, Steve Bannon, le esperaba en el hall de un lujoso hotel del barrio londinense de Mayfair.

Nigel Farage, el hacedor del Brexit, ha sido el intermediario. Modrikamen presenta su proyecto, preparado en su Valonia natal y ya titulado “El Movimiento”. Los dos hombres se entienden “de maravilla”, sus ideas son “similares” y sus conclusiones “muy parecidas”. Bannon sale convencido. Con Modrikamen continuará su ambición europea, explicada algunos meses antes durante una “conferencia a los populistas”. Crear un foro común, facilitar los encuentros y proponer unas herramientas para encuestas o para la estrategia digital. En suma, ayudar a los populistas a conquistar el poder o bien a mantenerse.

El primero en unirse es un elemento de primer orden. El excéntrico ministro italiano de interior, Matteo Salvini, que soñaba más bien con una “liga de Ligas” capaz de imponer su línea a Bruselas, se deja ver con su sonrisa al lado de los dos hombres. Modrikamen espera convencer rápidamente a otros dirigentes europeos, empezando por Orbán. Y se alegra de la conclusión pronunciada por este último en Estrasburgo: «Nosotros los húngaros, estamos ya preparados para las próximas elecciones europeas, donde por fin el pueblo podrá decidir el futuro de Europa y devolver la democracia a la política europea».

Devolver la democracia. Es porque se oye el término “pueblo” que todos han asumido el término “populista”, inicialmente peyorativo. Todos se refieren a la conclusión formulada por el diputado europeo del Rassemblement National, Nicolas Bay: «Hay algunas diferencias en el lado de los dirigentes, que son paradójicamente más fuertes que lo que es compartido. Pero, en el electorado, esta convergencia de ideas es muy fuerte y termina por acercarnos unos a otros». Que sean tecnocráticas, judiciales, mediáticas o asociativas, las élites se ven abucheadas por esta alianza cada vez más consolidada entre los pueblos y algunos de sus dirigentes iconoclastas. Continuamente comentado por la mediación de sus representantes, a veces difíciles de entender, el populismo finalmente es más fácil de atrapar por el lado de las aspiraciones de los electorados, que han terminado por apoyar estas ofertas políticas.

La inmigración masiva es el catalizador principal. En los arcanos de la Unión Europea, su regulación continúa siendo un proyecto sin definir. Mientras que el dúo Macron-Merkel usa y abusa del futuro para postergar las promesas de soluciones, Matteo Salvini agita la vieja estructura. Apenas instalado en el ministerio italiano del interior, el infatigable militante cerraba sus puertas a los barcos cargados de inmigrantes que las ONG tenían la costumbre de desembarcar en las costas de la “bota”. Fue objeto de indignación de las élites, pero de aprobación por los italianos, cada vez más numerosos en apoyar la coalición que Salvini ha formado con el M5S después de las últimas elecciones.

Los populistas pasan a la acción
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Admirativo, Modrikamen califica al italiano de “modelo para todos nosotros” y se precipita a Roma para decirle todo lo bueno que piensa de él. «Los populistas eran conocidos por sus denuncias; vosotros demostráis que también sabéis actuar. Habéis hecho lo que todos pensaban que era imposible cerrando los puertos», dice al ministro, mientras que a la Unión europea le cuesta obtener un acuerdo sobre la inmigración, sin novedad y… ¡sin unanimidad!

También en Alemania, laboratorio gigante de la acogida incondicional de refugiados, la inmigración cristaliza la oposición de opiniones. El portavoz de la Alternative für Deutschland (AfD), Jörg Meuthen, no ahorra elogios por los resultados de Salvini. Él sabe cuál es el rechazo popular creciente que provoca la inmigración de masas y que los dirigentes rechazan escuchar. Mientras que varias manifestaciones se organizan en el Este, se presenta como alternativa a la inacción: «Cuando preguntamos en su momento a Angela Merkel qué íbamos a hacer con tanto inmigrante, ella respondía que no teníamos otra opción. Cuando le preguntamos qué hacemos ahora, responde que ya están ahí y que habrá que asumirlo. Los alemanes quieren políticos que actúen, y no que se sometan».

Meuthen está seguro: “el instinto de conservación” de estos pueblos “abandonados” será a partir de ahora difícil de combatir. Su partido, la AfD, lo sabe mejor que ninguno ya que ha añadido, bastante después de su creación, el combate cultural a su tema inicial de la economía. De Suecia a Malta, pasando por Dinamarca o Austria, la inmigración parece ser el tema más importante de preocupación y lo conseguido por Salvini, la nueva línea de ruptura.

Desde ahora, los dirigentes deberán escoger entre la condena y el apoyo, bajo la mirada atenta de sus propios electorados. Algunos meses antes de las elecciones europeas, Macron proponía ser la muralla contra el populismo, envuelto en lo que él llama el “progresismo”. Acepta acoger a una parte de los clandestinos rechazados por Italia y promete defender la Unión europea. El otro fermento de las iras del pueblo.


Esta vez es el momento Orbán el que agrava la ruptura. Ya que, además de la cuestión migratoria (a menos que no sea también el motivo), es también la Unión europea la que se encuentra en el objetivo de los electorados populistas. Ha habido que escoger: votar las sanciones o apoyar al acusado. Ahí también, el electorado observa. Nicolas Bay cree acertar con las razones del rechazo: «instituciones situadas fuera del país, opacas en su funcionamiento, antidemocráticas y punitivas».

Viktor Orbán no deja de desafiar a la Unión europea y reivindica el “iliberalismo”. El año pasado, detallaba lo que quiere encarnar desde su vuelta al poder en 2010: «La democracia liberal apoya el multiculturalismo; la democracia cristiana da la prioridad a la cultura cristiana, lo cual significa un pensamiento iliberal; la democracia liberal apoya la inmigración, la democracia cristiana está en contra, lo que también es claramente iliberal; y la democracia liberal apoya los modelos de familia de geometría variable, mientras que la democracia cristiana apoya el modelo de familia tradicional, lo que también es un pensamiento iliberal».

Nada nuevo en el discurso del demócratacristiano húngaro, además de la reafirmación cuando se trata de enfrentarse a Bruselas. Jörg Meuthen comprende la firmeza del dirigente a pesar de las amenazas recurrentes: «Ha estabilizado espectacularmente su país y también su legitimidad mediante una política interior con unos resultados más que envidiables».

Queda la cuestión económica, sobre la cual algunos puntos de vista son divergentes. Para Nicolas Bay, la razón es simple: «Las situaciones económicas de los diferentes países son incomparables. No vamos a pedir a Alemania que trate este tema como Italia». El belga Modrikamen no se preocupa y cree detectar puntos de acuerdo importantes sobre la aspiración al proteccionismo. Todos están de acuerdo. En claro, la lucha contra la competencia desleal intraeuropea (los trabajadores desplazados a otro país) o mundial (los tratados de libre comercio). Es decir, los populistas quieren simplemente acabar con el “sinfronterismo” en cualquier campo del que se hable.

Saben también que las victorias nacionales no bastarán para contrarrestar la fuerte resistencia tecnocrática. De ahí su voluntad de “dar la vuelta a la situación para ser mayoritarios” en las próximas elecciones europeas. Quieren decir ¡basta! Pero… ¿algo más? De todos ellos, es sin duda Viktor Orbán quien ha llevado más lejos su reflexión, con la experiencia de sus más de ocho años de poder recompensados. No duda en hablar de un “combate espiritual”, puesto que lo es también de civilización. Y no oculta sus ambiciones: “Si la élite sesentayochista se marcha, no nos queda más que responder a una pregunta: ¿Quién viene? A esta pregunta, hay que responder modestamente: Nosotros. La generación anticomunista, comprometida con el cristianismo, de sensibilidad nacional, llega ahora a la política europea”.

El dirigente húngaro habla de la última oportunidad. Su admirador británico Nigel Farage llama a la “coherencia”, convencido de que la Unión europea no se podrá salvar: «Hay movimientos euroescépticos que desafían en todas partes a un establishment aterrorizado. Todo se acelera desde el Brexit, y estoy seguro de que Gran Bretaña no será el último país en marcharse de la Unión». Dentro de unos meses, la cuestión se presentará concretamente a los populistas. Es por eso que su determinación se iguala con la de sus adversarios. «Nunca estas elecciones europeas han interesado a nadie. Pero esta vez se han transformado en un referéndum sobre la inmigración, la identidad y la soberanía», resume Meuthen.

¿La vuelta de los pueblos al corazón de las políticas? El año pasado, Orbán lanzaba esta nueva cruzada sobre el viejo continente: «Hace treinta años, creíamos todavía que Europa era nuestro futuro. Hoy creemos que somos nosotros el futuro de Europa». Con temblores o con esperanzas, todos esperan con impaciencia las próximas elecciones europeas.  Fuente: Valeurs Actuelles