Una filosofía política de la ecología, por Robert Steuckers

 

Los buenos resultados de las formaciones políticas “verdes” en Europa obligan a todos los activistas políticos, sea cual sea su origen, a desarrollar un discurso ecológico coherente. En efecto, para las primeras décadas del siglo XXI, se perfila una nueva bipolaridad entre, por un lado, los nacional-identitarios, animados por una fuerte conciencia histórica, y, por otro, los ecologistas, preocupados por preservar lo más armoniosamente posible el entorno vital de nuestros pueblos. Esta bipolarización está destinada a marginar progresivamente las antiguas polarizaciones entre los partidarios del liberalismo del laissez-faire y los partidarios del Estado del bienestar. Esto es, al menos, lo que ha observado un profesor estadounidense, Peter Drucker, cuya voz expresa posiciones casi oficiales. Todas las formas de liberalismo, a pesar del llamativo auge de la época de Reagan, están destinadas a desaparecer, dejando solo las huellas de sus estragos morales y sociales; en efecto, los imperativos del momento son imperativos globales de conservación: preservar una conciencia histórica y preservar un marco de vida concreto frente a las fantasías del "borrón y cuenta nueva" y frente al mesianismo que promete, con una vulgar sonrisa comercial, un mañana esplendoroso. Estos imperativos exigen una movilización colectiva; a partir de entonces, muchos reflejos ya no serán apropiados, en particular el enamoramiento disolvente del individualismo metodológico, característico del liberalismo, con su sagrado horror a la estructuración de las obligaciones colectivas que, por su parte, apuestan por el muy largo plazo y no quieren dejarse distraer por las seducciones del momento (el "presentismo" de los sociólogos).

El liberalismo político y económico ha engendrado la mentalidad de mercado. Eso es un hecho. Aunque algunos, en clubes agitados por un agudo “hayekismo”, crean que pueden demostrar que las cosas podrían haber salido de otra manera. La historia muestra la lenta pero segura involución del liberalismo teórico de Adam Smith hasta la total decadencia social que vemos en los hooligans de Manchester o Liverpool, los adictos al crack del Bronx o la soleada decadencia inducida por el sida en San Francisco. La fantasía liberal de la perfectibilidad infinita, que leemos en su forma más pura en Condorcet, ha inducido a la gente a precipitarse hacia las promesas más frívolas, en una búsqueda frenética de placeres efímeros, de pequeños paraísos de inacción y desmovilización. El disfrute hedonista del momento se ha convertido así en el telos (objetivo) de las masas, mientras que los ganadores más puritanos contaban con la rentabilidad inmediata de sus inversiones. El disfrute inmediato y la rentabilidad implican dos víctimas: la historia (el tiempo), que se olvida y se reprime, y el entorno (el espacio), que se descuida y se saquea, a pesar de que se trata de dos categorías imprescindibles en cualquier sociedad de base sólida, dos categorías que se resisten a pies juntillas a las fantasías del "todo es posible, todo está permitido" y que siempre será imposible hacer desaparecer por completo.

Este penoso resultado del liberalismo práctico, de esta cosmovisión mecanicista (que tiene la extrema simplicidad de la mecánica) y de estos suplementos moralizantes del alma (parte de una moral autojustificativa, una máscara moral que esconde el inoportuno deseo de tenerlo todo y dominarlo todo), nos obliga a adoptar

1) una filosofía que tenga en cuenta el largo plazo, preservando al mismo tiempo: a) los recursos de la memoria histórica, que es un receptáculo de respuestas adquiridas y concretas a los desafíos del mundo, y b) el potencial del medio ambiente, una porción de espacio que debe mantenerse en buen estado de funcionamiento para las generaciones futuras;

2) una práctica política que excluya los discursos moralizantes y manipuladores, los discursos gratuitos y a fortiori desencarnados, la palabrería fática que distrae y amortigua las energías vitales.

Por último, el estado del mundo actual y la bipolarización que se está produciendo nos obligan a desplegar una estrategia precisa que impida: :

1) los supervivientes del burguesismo liberal para invertir en el campo de los "identitarios historizados";

y 2) los supervivientes del caricaturesco igualitarismo de las viejas izquierdas resentidas, para invertir en el campo de los "identitarios ecoconscientes". Esta estrategia puede parecer presuntuosa: ¿cómo puede lograrse concretamente ese doble esfuerzo y, sobre todo, cómo puede consolidarse una estrategia aparentemente tan desvinculada de las luchas cotidianas, tan regia por no ser partidista ni maniquea, y que concilie opuestos aparentemente irreconciliables? Las tradiciones gramscianas y la metapolítica nos han enseñado una cosa: a no temer a las teorías (sobre todo a las que apuntan a la coincidentia oppositorum), a estar atentos a los movimientos de las ideas, incluso las más anodinas, a ser pacientes y a tener en cuenta que una nueva idea puede tardar diez, veinte, treinta años o más en encontrar una traducción en la vida cotidiana. Organizar una falange inflexible de individuos hiperconscientes es la única receta para poder ofrecer a su pueblo, a largo plazo, un corpus coherente que sirva de base para una nueva ley y una nueva constitución, despojada de la escoria de un pasado reciente (250 años), donde se han multiplicado las fantasías y las anomalías.

La misión de una sociedad de pensamiento es explorar minuciosamente las bibliotecas y los corpus doctrinales, las obras de los filósofos y sociólogos, y las investigaciones de los historiadores, para forjar, al final, una ideología coherente y flexible, lista para ser comprendida por amplias capas de la población e incorporada a la práctica política cotidiana. Las ideologías que nos han dominado, y aún nos dominan, derivan todas de una matriz ideológica mecanicista, idealista y moralizante. El liberalismo deriva de las filosofías mecanicistas del siglo XVIII y del idealismo moralizante y hedonista de los utilitaristas ingleses. Este bricolaje ideológico liberal no dejaba espacio para la exploración fructífera del pasado: en su metodología no quedaba lugar para el comparatismo historicista, es decir, para la voluntad de referirse a las acciones pasadas de su pueblo para aprender a enfrentar los desafíos del presente, para la memoria como cemento de las comunidades (donde, en una sinergia holística, se entrelazan estrechamente los elementos económicos, psicológicos e históricos), hasta el punto de que Jacques Bude pudo demostrar que el liberalismo era un oscurantismo, hostil a toda investigación sociológica, a toda investigación de los agregados sociales (considerados como prejuicios sin valor).

Por otra parte, la filosofía lineal de la historia que ha adoptado el liberalismo en su afán de perfeccionar infinitamente al hombre y a la sociedad, ha conducido a una explotación ilimitada e irreflexiva de los recursos del planeta. Una práctica que nos ha llevado al borde de catástrofes que se pueden enumerar fácilmente: contaminación de Siberia y del mar del Norte, desertización creciente de las regiones mediterráneas, devastación de la selva amazónica, desarrollo anárquico de las grandes ciudades, no reciclaje de los residuos industriales, etc.

El marxismo ha sido un socialismo sin raíces, basado en los métodos de cálculo de una escuela liberal, la inglesa de Malthus y Ricardo. No ha explorado los reflejos heredados de los pueblos más que el liberalismo, ni ha puesto límites a la explotación cuantitativa de los recursos del mundo. Al final, es el fracaso de las prácticas mecanicistas de la izquierda y la derecha lo que vemos hoy con, como mejor ejemplo, los desastres ecológicos en los países que en su día estuvieron sometidos al duro gobierno del "socialismo real". Este mecanicismo global, que no es defendible desde el punto de vista filosófico desde hace un siglo, será sustituido progresivamente por un organicismo global. Las prácticas político-jurídicas y la ideología dominante de las instituciones permanecieron firmemente ancladas en el terreno mecanicista. La alternativa sugerida por el movimiento flamenco, apoyada por los sociólogos de la Politieke Akademie creada por Victor Leemans en Lovaina en los años 30, fue erradicada por la purga de 1944-51, o recuperada y anémica por la democracia cristiana, o reprimida por una inquisición obstinada que aún no se desarma. Ahora bien, esta alternativa, y cualquier otra viable, debe desplegarse desde una sólida conciencia de sus fundamentos. ¿Cuáles son estos fundamentos? Es una pregunta legítima que hay que hacerse si queremos tomar conciencia de la genealogía de nuestras posiciones actuales, al igual que los neoliberales exhumaron a Adam Smith, Mandeville, Condorcet, Paine, Constant, etc., en el momento en que estaban en el candelero, con la complacencia filistea de los medios de comunicación de la derecha. La arqueología de nuestro pensamiento, que combina la conciencia histórica y la ecológica, tiene sus propios yacimientos:

1) Los textos de finales del siglo XVIII, en los que se lee por primera vez la reticencia hacia la mecanización / destemporalización del mundo, llevada por los estados absolutistas / modernos, concebidos como máquinas mantenidas por relojeros. La ideología revolucionaria retomará el mecanicismo filosófico-político del absolutismo. La histeria de las masacres revolucionarias, percibida como un resultado negativo del mecanicismo ideológico, llevó a los filósofos a retemporalizar y revitalizar su visión de lo político y del Estado. En su Crítica de la facultad de juzgar (1790), Kant, hasta entonces exponente de la Ilustración, da un giro radical: las comunidades políticas no son sistemas de engranajes más o menos complejos, sino Naturprodukte (productos de la naturaleza) animados e impulsados por una fuerza interior difícil de identificar por la razón. El poeta Schiller tomó el relevo del filósofo de Königsberg, popularizando esta nueva atención a los hechos orgánicos del mundo. En este Kant tardío, el organicismo que defendemos toma vuelo. Intelectualmente, algunos liberales, cosmopolitas y universalistas que desde hace unos años baten el escenario parisino, pretenden ser de un Kant anterior a 1790; observemos, además, que Konrad Lorenz extrajo gran parte de sus ideas de la obra de Kant; sin embargo, no olvidemos que ataca simultáneamente dos males de nuestro tiempo:

a) el igualitarismo, esterilizando las innumerables y "diferenciadoras" virtualidades de los hombres;

b) el cuantitativismo, destructor de ecosistema.

Nuestro eje filosófico parte de la volte-face de Kant hasta las críticas organicistas muy actuales y pioneras de Konrad Lorenz y, desde su muerte, de la epistemología biológica de sus sucesores (Rupert Riedl, Franz Wuketits). De este modo, formulamos una doble respuesta a los retos de nuestro fin de siglo:

1) la necesidad de volver a sumergirse en la historia concreta y carnal de nuestros pueblos, para reorientar a las masas distraídas por el hedonismo y el narcisismo de la sociedad de consumo, y 2) la necesidad de tomar las medidas necesarias para salvaguardar el medio ambiente, es decir, la Tierra, la Matriz Telúrica de los románticos y los ecologistas...

2) La revolución epistemológica del Romanticismo constituye, para nosotros, la inmensa y fértil carrera de la que extraemos las innumerables facetas de nuestros planteamientos, tanto en la perspectiva identitaria / nacional como en la ecoconsciente. Fue un antiguo profesor de la Facultad de Letras de Estrasburgo, Georges Gusdorf, quien, en su colosal obra, reveló al público francófono las múltiples virtualidades del romanticismo científico. Para él, el Romanticismo, en su versión alemana, es un movilizador de las energías populares, mientras que el Romanticismo francés es desmovilizador, individualista y narcisista, como habían advertido Maurras, Lasserre y Carl Schmitt. En Alemania, el Romanticismo da lugar a una visión del hombre, en la que este se encarna necesariamente en un pueblo y en una tierra, visión que denomina, siguiendo a Carus, “antropocosmomorfismo”. Gusdorf destaca la importancia capital del Totalorganizismus de Steffens, Carus, Ritter y Oken. El hombre está imbricado en el cosmos y se trata de devolverle su sensibilidad cósmica, obliterada por el intelectualismo estéril del siglo XVIII. Nuestros cuerpos son miembros de la Tierra. Son inseparables de ella. Ahora bien, como existe una prioridad ontológica del todo sobre las partes, la Tierra, como fundamento y matriz, debe recibir nuestro respeto. La filosofía y la biosofía (la palabra proviene del filósofo suizo Troxler) se fusionan. El retorno del pensamiento a este “antropocosmomorfismo”, a esta nueva zambullida en lo esencial concreto y telúrico, debe ir acompañado de una revolución metapolítica y de una ofensiva política que depure el derecho y las prácticas jurídicas, políticas y administrativas de toda la escoria estéril dejada por las ideologías esquemáticas del mecanicismo del siglo XVIII

3) Tras la Revolución Conservadora, el hermano de Ernst Jünger, Friedrich Georg Jünger (1898-1977), publicó Die Perfektion der Technik (1939-1946), una severa crítica a la mecánica de la filosofía occidental desde Descartes. En 1970, fundó la revista Scheidewege con Max Himmelheber, que se publicó hasta 1982. Esta obra constituye también un arsenal considerable para criticar la fantasía occidental del progreso infinito y lineal y denunciar sus consecuencias concretas, cada vez más perceptibles en este fin de siglo.

4) Por último, en las filosofías posmodernas, críticas con los "grandes relatos" de la modernidad ideológica, la fantasía de un mundo mejor al final de la historia o de una perfectibilidad infinita queda definitivamente fuera de juego.

En la esfera metapolítica, que no está "en órbita", sino que constituye la antesala de la política, la tarea que le espera a esta falange inflexible de activistas hiperconscientes, de la que acabo de hablar, es la de explorar sistemáticamente los cuatro corpus enumerados anteriormente, con el fin de espigar los argumentos contra todas las posiciones retrógradas que correrían el riesgo de infiltrarse en los dos nuevos campos políticos en formación. Rastrear los restos del liberalismo y los esquemas de un fundamentalismo religioso estúpidamente agresivo −que es más una cuestión de psiquiatría que de política−, rastrear las ideologías desencarnadas que acaban debilitando al movimiento ecologista, rastrear la infiltración de reflejos derivados de la vulgata hasta ahora dominante: estas son las tareas que hay que perfeccionar, estas son las tareas que requieren una atención y una movilización constantes. Pero solo pueden ser perfectos si realmente hemos interiorizado otra visión del mundo, si estamos armados intelectualmente para ser los líderes del mañana. □ Traducción: Juan Luis Manteiga