El liberalismo y el conservadurismo parecen ser hoy amantes
malditos, una pareja que nadie quiere, ni los liberales, ni los conservadores,
reproduciendo ideológicamente la pieza de Shakespeare sobre Romeo y Julieta. Y,
sin embargo, mientras que los conservadores actuales venden su alianza con el
liberalismo como la muerte, está en la esencia misma de estas dos familias de
pensamiento ser compatibles, una tendencia que hemos visto en la historia desde
el conde de Montalembert hasta los paleolibertarianos americanos en la estela
de LewRockwell, pasando por los más conocidos Edmund Burke y Lord Acton. El
mismo Burke ponía sobre el mismo plano al liberalismo político y al
conservadurismo: “Un Estado sin los medios para el cambio se priva de los
medios para conservarse”.
La idea no es afirmar que el
liberalismo y el conservadurismo pueden fundirse en uno solo, sino que las dos
corrientes de pensamiento son conciliables. Cuando releemos a los liberales
Bastiat y Tocqueville, Hayek y Von Mises, comprendemos bien que la mejor
protección de la tradición es la libertad individual. Si los conservadores
continúan su locura estatista, ellos caerán en la misma trampa que el
progresismo, en una dictadura de la moral impuesta por un Estado omnipotente.
Si los cambios deben producirse, no deben venir de lo alto, sino de la parte
baja de la sociedad.
Sería
oportuno ver, por fin, surgir un conservadurismo no-estatalista, como el de Roger
Scruton o Thomas Sowell, que favorece la iniciativa privada, contrariamente al
jacobinismo reaccionario hacia el que hoy tienden algunos conservadores que
piensan, erróneamente, que el Estado tiene respuesta para todo. Si hay un
político que lo ha comprendido, este es el canciller austríaco Sebastian Kurz.
La derecha, en sentido amplio, debería inspirarse en él. ◼ Fuente: L´Incorrect