Existen dos formas de conservadurismo que no hay que
confundir: el primero interioriza el sentido progresista de la historia, pero
simplemente quiere ralentizar su marcha en nombre de una tradición que no debe
violentarse. No vayamos demasiado rápido, seamos prudentes. De ninguna manera
se trata de invertir el sentido progresista de la historia que continúa siendo
el horizonte insuperable de su pensamiento.
Esta visión del conservadurismo,
que da la razón a los progresistas ‒los cuales deberían considerar que los
conservadores son, simplemente, personas demasiado sensibles a las
brusquedades‒ fue magníficamente resumida por Chesterton: “El mundo se divide
entre conservadores y progresistas. La cuestión para los progresistas es
continuar cometiendo errores. La de los conservadores es evitar que esos
errores sean corregidos”. Quizás podríamos clasificar en esta categoría a
aquellos a los que llamamos liberal-conservadores, que se han integrado en el
paradigma filosófico de la modernidad liberal pero deseando aplicarla con menor
rapidez que los liberales puros.
A
la inversa, el conservador liberal se integra en la matriz antimoderna del
conservadurismo y se refiere a un orden trascendente presente tanto en la ley
natural como en lo que Hayek llamaba el “nomos”, es decir, la tradición, la
costumbre, la jurisprudencia, la herencia, así como las leyes no escritas que
preexisten a toda legislación humana. El mismo tipo de conservador liberal es
Edmundo Burke, bajo el patrocinio del cual me posiciono. Resueltamente
antimoderno, el conservador liberal se opone, sin embargo, a todo retorno hacia
atrás reaccionario, defendiendo las libertades públicas contra toda pretensión
totalitaria del Estado. Propone también la libre empresa, la subsidiariedad y
el espíritu emprendedor. Conservador en el dominio del “ser”, es más liberal en
el dominio del “tener”, pero este liberalismo continúa arraigado en un orden
trascendente que él desearía conservar a cualquier precio. ◼ Fuente: L´Incorrect