No se puede comprender nada del liberalismo sino exponiendo –y oponiendo entre ellas– sus formas principales (económica, política, cultural, filosófica), del mismo modo que no puede comprenderse nada del capitalismo viendo en él solamente un sistema económico y no un “hecho social total” (Marcel Mauss). La profunda unidad del liberalismo reside en su antropología –una antropología cuyos fundamentos son, indisociablemente, el individualismo y el economicismo.
Sin remontarnos demasiado lejos, recordemos que el individualismo es el heredero del nominalismo, que plantea, en principio, que no existe ningún ser más allá del ser singular (esto es también propio de la escolástica española que deriva de la teoría subjetiva del valor). El individualismo es la filosofía que considera al individuo como la única realidad y lo toma como principio de toda evaluación. El liberalismo concibe al individuo y a su libertad supuestamente “natural” como las únicas instancias normativas de la vida en sociedad, lo que viene a decir que hace del individuo la sola y única fuente de los valores y de las finalidades que él elige.
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"El liberalismo concibe al individuo y a su libertad supuestamente “natural” como las únicas instancias normativas de la vida en sociedad"
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Este individuo es considerado en sí mismo, con abstracción hecha e todo contexto social o cultural. Esta es la razón por la que el individualismo liberal no reconoce ningún estatuto de existencia autónoma a las comunidades, a los pueblos, a las culturas o a las naciones. El individuo es censado como el primero en llegar, ya sea suponiendo que es anterior a lo social en una representación mítica de la “prehistoria” (anterior al estado de naturaleza), ya sea atribuyéndole un simple primado normativo (el individuo es lo que más vale). Tanto en uno como en el otro caso, el hombre puede aprehenderse como individuo autónomo sin tener que pensar en su relación con otros hombres en el seno de una socialidad primaria o secundaria. La sociedad es también aprehendida por medio del individualismo metodológico, es decir, como simple agregado de átomos individuales.
Paralelamente, el hombre es concebido como un ser productor y consumidor, egoísta y calculador, que mira siempre y únicamente hacia la maximización racional de su utilidad, es decir, a su mejor interés material y a su beneficio particular. Esta tesis, a la vez descriptiva y normativa, hace del hombre un ser de cálculo y de interés, un “homo economicus”. Y como estamos en una perspectiva individualista, también en concebido como preexistente a la sociedad. De ahí la teoría del contrato social: el hombre no “entra en sociedad” sino porque él encontró algún interés en ello. El hombre no es un ser naturalmente político y social, su sociabilidad no es más que resultado de su elección. Se comporta como un ser social, no porque ello esté en su naturaleza, sino porque está abocado a encontrar su ventaja, lo que significa que no tiene ninguna relación ética consigo mismo. La vida social no es, desde ese momento, sino asunto de las decisiones individuales y de elecciones interesadas.
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"El individualismo liberal no reconoce ningún estatuto de existencia autónoma a las comunidades, a los pueblos, a las culturas o a las naciones"
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La libertad de la que se reclama el liberalismo es una abstracción, ligada a un “derecho” inherente a la persona humana –estamos aquí bajo el horizonte de la teoría de los derechos subjetivos, de la que Michel Villey ha demostrado que se opone en todos los puntos al derecho natural de los Antiguos–, que concibe que el individuo está apoderado para hacer (y exigir poder hacer) lo que quiera con su tiempo, su cuerpo o su dinero. El hombre está además legitimado para no efectuar más que las elecciones que se deriven de su interés, sin estar jamás condicionado por modelos basados en su herencia o en sus pertenencias. La libertad liberal supone también que los individuos puedan hacer abstracción de sus orígenes, de su entorno, del contexto social en el que viven o de la cultura en la que ejercen sus elecciones, es decir, de todo lo que hace que sea como es y no otro distinto. Ello supone, como escribe John Rawls, que el individuo sea siempre anterior a sus fines. Tanto más libre cuando se desvincule de sus pertenencias, lo que implica que esté censado a construir sus preferencias como él se construye a sí mismo: a partir de nada. La libertad de los liberales es, ante todo, libertad para poseer. No reside en el ser, sino en el tener. El hombre es propietario de sí mismo, la fetichización de la propiedad privada individual no representa sino una extensión. El advenimiento del mercado, precisamente, consagró el establecimiento de una sociedad donde cada cual tiene el libre derecho para actuar independientemente de su comunidad de origen.
Sólo hace falta que la libertad individual no sea una carga onerosa para los demás, es decir, que no sea ejercida en detrimento de los otros. La libertad liberal “consiste en poder hacer todo lo que no perjudique a los otros” (artículo 4 de la Declaración de derechos de agosto de 1789). Todo deseo es también considerado como legítimo en tanto no sea antagonista del deseo de otro. Con esta única condición, todo lo que es posible está permitido. Entendida de esta forma, la libertad liberal se define, de forma puramente negativa, como el derecho de secesión, rechazo de toda injerencia externa (“libertad de” y no “libertad para”). Además, y sobre todo, no debería implicar ninguna obligación de actuar por su propio bien, ni siquiera de actuar en aras del bien. Es el abandono radical de la idea de “telos”, o de la búsqueda de la excelencia. Como bien ha dicho Pierre Manent, el liberalismo es, en primer lugar, la renuncia a pensar la vida humana según su “bien” o según su “fin”.
El reconocimiento del derecho inalienable del individuo a su libertad de elección implica automáticamente la misma aceptación social y jurídica de todas las maneras de vivir concebibles. Como ha escrito Charles Robin, “en tal contexto, cualquier referencia a cualquier noción de “moral común” o de “valores compartidos” no puede aparecer sino como fundamentalmente autoritaria y liberticida, en la medida en que ella remite, más allá del individuo, a un sentido y una legitimidad filosóficos”.
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"La libertad de la que se reclama el liberalismo es una abstracción, ligada a un “derecho” inherente a la persona humana que concibe que el individuo está apoderado para hacer (y exigir poder hacer) lo que quiera"
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Desde el punto de vista moral, es una revolución. Desde sus primeras formulaciones, el liberalismo hace reposar la prosperidad de todos sobre el egoísmo de cada uno, recomendando a los individuos, no respetar el sentido de las proporciones, sino abandonarse a la pleonexia*, la ilimitada sed por tener. El egoísmo deviene así en la mejor forma de servir a los demás: “Buscando su interés personal, decía Adam Smith, el hombre trabaja de una forma bastante más eficaz por el interés de la sociedad que si realmente sólo tuviera por objetivo trabajar”. Este es el punto de vista desarrollado por Bernard de Mandeville en su célebre “Fábula de las abejas” (1705): vicios privados, virtudes públicas. (Remarquemos, sin embargo, que esta idea mandevilleana, según la cual los vicios privados son causas de bienestar público, viene a decir que la acción pública de los individuos es equivalente a su acción privada, deriva en la negación de la distinción entre lo público y lo privado que el liberalismo pretende siempre plantear). Lo que se denomina la “axiomática del interés” no es otra cosa que la traducción en términos filosóficos de esta disposición natural del ser humano al egoísmo. Es también el fundamento de la “metafísica de la subjetividad” (Heidegger). Sistema doblemente negador del bien común, puesto que encuentra rechazable la noción de “bien” tanto como la de “común”, para no hablar del vínculo existente entre estas dos palabras.
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"El liberalismo hace reposar la prosperidad de todos sobre el egoísmo de cada uno, recomendando a los individuos, no respetar el sentido de las proporciones, sino abandonarse a la ilimitada sed por tener"
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El liberalismo es, por otra parte, una doctrina económica, que tiende a hacer del modelo de mercado autorregulador el paradigma de todos los hechos sociales. Los liberales desarrollan la idea según la cual, desde el punto de vista económico, el mercado es, a la vez, el lugar real donde se intercambian las mercancías y la entidad virtual donde se forman de manera óptima las condiciones del intercambio, es decir, el ajuste de la oferta y de la demanda y el nivel de los precios. Representando la forma “natural” del intercambio, el mercado sería entonces autorregulador y autorregulado. La utilidad global no sería más que la simple agregación de las utilidades individuales, postulando al mismo tiempo la armonización natural y espontánea de los intereses bajo el efecto de una “mano invisible”, que no es sino una reformulación profana de la noción de “providencia”.
En cuanto al funcionamiento óptimo del mercado, implica que nada obstaculiza la libre circulación de bienes y servicios, de personas y mercancías, es decir, que las fronteras serían tenidas por inexistentes. De ahí el cosmopolitismo inherente al capitalismo liberal, que es también el principio del librecambismo. “Un comerciante, escribía Adam Smith en un pasaje bien conocido, no es necesariamente ciudadano de ningún país concreto. Es, mayoritariamente, indiferente en qué lugar tiene su comercio, y no tiene el menor disgusto para decidir llevar su capital de un país a otro, y con él toda la industria que ese capital ponía en funcionamiento”. Laissez faire, laissez passer! (Dejad hacer, dejad pasar). Es por esto que la patronal es siempre la más ardiente defensora de una inmigración que permite ejercer una presión a la baja sobre los salarios.
El resultado es que, con el advenimiento del mercado, como escribía Karl Polanyi, “la sociedad es gestionada en tanto que auxiliar del mercado. En lugar de que la economía sea incrustada o encastrada (embedded) en las relaciones sociales, son las relaciones sociales las que son encastradas en las relaciones económicas”. El intercambio mercantil, que no es sino una modalidad (por otra parte, poco valorada) de la actividad humana, se convierte en el fundamento y en la regla general de la sociedad civil.
El “homo economicus” está al servicio de la economía, y no a la inversa, la cantidad se superpone sobre la calidad (“somos lo que tenemos”).
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"En cuanto a la doctrina del mercado, implica que nada obstaculiza la libre circulación de bienes y servicios, de personas y mercancías, es decir, que las fronteras serían tenidas por inexistentes. De ahí el cosmopolitismo inherente al capitalismo liberal"
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Carl Schmitt negó que pudiera haber una política liberal, pues el liberalismo se caracteriza, en su opinión, además de por la afirmación de la primacía de lo económico sobre lo político (y de lo privado sobre lo público), por una invencible tendencia a “neutralizar” los problemas políticos mediante su despolitización. El liberalismo político se funda, en efecto, sobre los derechos de los individuos. Los gobiernos deben garantizar esos derechos, pero no tendrían que fundamentarlos, puesto que son anteriores a toda existencia social. Por la misma razón, no son inmediatamente seguidos de deberes, porque los deberes implican precisamente que hay un indicio de vida social: no puede haber deberes hacia los otros si no existen los otros. La sociedad no existe sino para satisfacer los deseos individuales transformados en “necesidades” y en “derechos” que sustraerían cualquier sentido a la noción de “bien común”.
El Estado, desde esta óptica, debe ponerse al servicio del individuo y de su “libertad de elección”, comenzando por su derecho de actuar libremente según el cálculo de sus intereses particulares. El único rol que la mayoría de los liberales consienten en atribuirle, además del respeto de las leyes y de los derechos individuales, es el garantizar las condiciones necesarias para la libertad de los intercambios, es decir, el libre juego de la racionalidad económica que opera sobre el mercado.
Gendarme, gestor o árbitro de intereses privados, el Estado liberal no puede, por tanto, tener finalidad propia. Debiendo abstenerse de toda intervención en los asuntos económicos y comerciales, debe también prohibirse dar a los ciudadanos cualquier modelo de “vida buena” (Aristóteles), porque ello implicaría favorecer las concepciones de algunos en detrimento de las de otros. La sociedad debe estar regida por principios que no supongan la superioridad de ninguna concepción particular del bien común, estando cada individuo concebido como libre de vivir según su definición privada de la “felicidad”. (En el contexto histórico de emergencia del liberalismo, este principio fue considerado como un medio de poner fin a las guerras de religión).
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"El Estado y la sociedad deben estar regidos por principios que no supongan la superioridad de ninguna concepción particular del bien común"
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Lo que se denomina liberalismo político no es, entonces, sino una forma de aplicar a la vida política los principios deducidos de una doctrina económica e individualista que tiende, en efecto, a limitar lo más posible la parte de la política, a destituirla de sus prerrogativas, oponiendo la soberanía de los mercados a la concepción estrictamente política de la soberanía. El ideal de “neutralidad axiológica” implica, por sí mismo, la destitución de la política, en la medida en que ésta consiste siempre en elegir entre los posibles para alcanzar los objetivos modelados según ciertos valores –al mismo tiempo que favorece el aumento de la expertocracia, por la cual no hay más que una sola solución posible a los problemas, la cual estaría reducida a las cuestiones “técnicas”. El resultado es calcar el gobierno de los hombres sobre la administración de las cosas (o de reemplazar el primero por la segunda). En último análisis, las relaciones entre los hombres serían semejantes a las relaciones entre las cosas. Es el tema de la “reificación” (Verdinglichung) de las relaciones sociales tan bien estudiada por el joven Lukács.
“El advenimiento del individuo hace obsoleta a la ciudadanía”, dice con razón Hervé Juvin. Él desvincula, en efecto, al hombre de lo que le ligaba con sus semejantes. Exclusivamente reglado por los anónimos e impersonales mecanismos del mercado y del derecho, el vínculo social se reduce al contrato jurídico y al intercambio mercantil. En una perspectiva antiholista (el todo no es otra cosa que la suma de sus partes), donde la sociedad no es sino una adición de individuos –“la sociedad no existe”, decía Margaret Thatcher–, no debería haber ni valores ni horizontes de significados compartidos.
Si queremos conservar la expresión de “política liberal”, habremos de decir que ella consiste en situar la reproducción de la sociedad y la reproducción del capital mediante la puesta en marcha de las condiciones sociopolíticas de prolongación indefinida de la acumulación del capital. Es la definición misma de la “mercantilización del mundo”.
Es esta dimensión económica de las sociedades liberales de querer “siempre más”, “cada vez más”, en la medida en que toda cantidad es siempre susceptible de incrementarse con una unidad suplementaria. El “siempre más” es entonces planteado como un nuevo régimen de verdad: más deviene en sinónimo de mejor, y siempre más en siempre mejor (esta es también una de las bases de la ideología del progreso). El crecimiento económico es percibido como, a la vez, natural y siempre deseable, lo que significa que toda forma de producción merece ser fomentada, por perjudicial o inútil que pueda ser. La humanidad vive así “a crédito” sobre una naturaleza que no de deja de empobrecerse y degradarse. Estimulado por la aspiración individual a la satisfacción de no importa qué deseo, el “siempre más” conduce, a fin de cuentas, a una frustración generalizada, contribuyendo también a la “pauperización psicológica” de una sociedad compuesta de narcisistas inmaduros –esta sociedad vacía deviene “líquida” (Zygmunt Bauman) a base de liquidarlo todo.
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"El ideal de “neutralidad axiológica” liberal implica, por sí mismo, la destitución de la política. Se define por la mercantilización del mundo"
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Marx hablaba con razón del “rol eminentemente revolucionario” jugado en el curso de la historia por la burguesía. Había visto también que el capitalismo, lejos de ser un sistema económico “conservador” y “patriarcal” –como se obstina en describirlo una izquierda arcaica que se equivoca totalmente sobre su naturaleza– constituye, en realidad, una fuerza revolucionaria permanente, hasta el punto de que “jamás en la historia de la humanidad un sistema económico y social no había transformado hasta tal extremo, ni tan rápido, la faz entera del mundo y la sustancia misma del alma humana” (Jean-Claude Michéa). Para la lógica del capital, todo lo que sea obstáculo a la extensión indefinida del intercambio mercantil es un cerrojo que hay que hacer saltar, un límite que suprimir, ya se trate de la decisión política, de la frontera territorial, del juicio moral incitando a la mesura o de la tradición cultural escéptica frente a la novedad. “Desde el punto de vista antropológico, escribía Pasolini, la revolución capitalista exige a los hombres que se desprendan de sus vínculos con el pasado”. De ahí la inconsecuencia trágica de esos conservadores o “nacional-liberales” que quieren, a la vez, defender el sistema de mercado y los “valores tradicionales” que ese sistema no deja de laminar constantemente.
Jean-Claude Michéa, seguido por Charles Robin, ha demostrado perfectamente que el liberalismo económico “de derecha” y el liberalismo societal “de izquierda” están destinados a conjuntarse, porque los dos proceden de los mismos postulados fundadores. “El liberalismo económico integral (oficialmente defendido por la derecha) lleva en sí mismo la revolución permanente de las costumbres (oficialmente defendida por la izquierda), igual que esta última exige, a su vez, la liberación total del mercado” (Jean-Claude Michéa). Inversamente, la transgresión sistemática de todas las normas sociales, morales o culturales, deviene en sinónimo de “emancipación”. Los eslóganes de «Mayo del 68», como “disfrutar sin trabas” y “prohibido prohibir”, son eslóganes típicamente liberales. La izquierda, actualmente, encaja todavía mejor en el liberalismo societal en cuanto que ella está totalmente convertida al liberalismo económico mundializado.
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"El liberalismo económico “de derecha” y el liberalismo societal “de izquierda” están destinados a conjuntarse, porque los dos proceden de los mismos postulados fundadores"
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No estoy en condiciones de saber si el liberalismo es una "estructura de pecado". Es suficiente saber que conduce tanto a lo que Engels llamaba la “atomización del mundo” como a la mutilación de la existencia humana por los dispositivos de la prostitución mercantil y las maquinarias del beneficio, para ver un sistema al que debemos oponernos. ◼ Fuente: La Nef