La batalla de Noáin: gudaris, napartarras y panvasquistas… todos ellos, fuera de lugar, por Fernando José Vaquero Oroquieta


Desde 1996, los panvasquistas conmemoran en Salinas de Pamplona la derrota de los franceses y sus aliados navarros sufrida el 30 de junio de 1521. Para ellos, Navarra habría perdido, entonces, su independencia. Este año, el próximo sábado 26 de junio, sorpresivamente, VOX concurre en el lugar con su propia agenda, siendo tildado de revisionista, provocador, ultraderechista, unionista, etc., por los propagandistas mediáticos nacionalistas. La polémica está servida.

Antecedentes

Hace casi 500 años, un 30 de junio de 1521, tuvo lugar un hecho decisivo  para la consolidación de la Monarquía Hispánica: la batalla de Noáin; una batalla campal en la que los ejércitos imperiales derrotaron a los invasores franceses, sus lansquenetes y aliados navarros. Este potente ejército, tras tomar Navarra, que se encontraba desguarnecida a causa de la guerra de las Comunidades, se plantó ante Logroño, desvelando sus verdaderos objetivos. No; por muy amigos que fueran Francisco I de Francia y Enrique II de Albret, el primero, en la estela de su antecesor Luis XII y conforme los designios geopolíticos de la época, lo que pretendía no era reintegrar en el trono navarro a su amigo y súbdito, sino debilitar a Carlos I, atacándolo también en Italia y Cataluña.

Esta batalla, no obstante su enorme trascendencia, nunca ha sido suficientemente conmemorada ni explicada: ni en Navarra, ni en el resto de España… Por el contrario, desde 1996, los abertzales panvasquistas de todas sus facciones –“moderados”, “radicales” o los vergonzantes “napartarras” o nacionalistas navarros-, vienen movilizándose masivamente. Para todos ellos, Noáin, y la resistencia ulterior en el castillo de Maya de Baztán, serían los últimos rescoldos del “Estado Navarro”, quintaesencia y antecedente exacto y lineal del moderno nacionalismo vasco. Casi nada.

Agramonteses y beamonteses

Veamos los antecedentes de tan trascendental evento.

En 1441 muere la reina Blanca I de Navarra, desatándose la guerra civil entre las poderosas facciones Gramont y Peralta (agramonteses) y Beaumont y Luxa (beamonteses). En 1479 muere Juan II de Aragón -rey consorte de Navarra por su matrimonio con la reina Blanca I y padre del príncipe de Viana y de Fernando el Católico-. El trono de Navarra es ocupado por su hija, Leonor I, quien al morir unos días más tarde deja por heredero a su hijo, Francisco I de Foix -llamado Febo-, que fallece a los cuatro años de reinado y tan sólo catorce de edad. A Francisco I le sucede su hermana Catalina de Foix, quien contrae matrimonio con Juan de Albret. 

Las facciones agramontesas y beamontesas, en guerra civil durante 60 años, eran bandos cambiantes, movidos por intereses aristocráticos particulares, arruinando en sus luchas a un pueblo llano, harto de guerras, muerte y pobreza.

A pesar de tales designios y divisiones, ya en 1521, numerosos navarros participaron en el ejército imperial, entre otros, Lanzarot de Gorráiz; junto a otros de procedencia agramontesa y beamontesa. Así, un buen grupo de caballeros agramonteses lucharon en Villalar por Carlos I de España, IV de Navarra y V del Sacro Imperio Romano Germánico.

Finalmente, la inmensa mayoría de agramonteses, caso de los hermanos de San Francisco de Javier y el de Martín de Azpilicueta -el célebre “Doctor Navarro”-, se adhirieron al emperador Carlos. No en vano, el 24 de febrero de 1524 se decretó una amnistía general, recuperando los bienes confiscados en 1516 y 1521; incluidos, los mal llamados “resistentes” de Maya.

La clarividencia de Fernando el Católico

Las Cortes navarras optaron por el rey Luis XII de Francia en su enfrentamiento con el Papa Julio II. El primero apoyó a un grupo de cardenales franceses que había pretendido destituir a Julio II en el Conciliábulo de Pisa. Por su parte, el Papa Julio II tenía el apoyo de Inglaterra, de los contingentes suizos, Venecia y Fernando el Católico; quien exigió a sus sobrinos, es decir, los entonces reyes de Navarra, que permanecieran neutrales. Sin embargo, éstos optaron por defender sus intereses patrimoniales en Francia, el señorío de Bearn, diversos territorios de los Foix y Albret, etc., al proceder de éstos la mayor parte de sus rentas, alineándose con el francés. 

Por el tratado “secreto” de Blois, Navarra se orienta al lado francés. Inmediatamente supo de ello, el rey católico ordena a Fadrique Álvarez de Toledo, segundo Duque de Alba,  invadir Navarra. Simultáneamente, las tropas inglesas intentaron tomar los territorios franceses de la Guyana, en la actual Aquitania, que un día poseyeron.

El Duque de Alba toma Navarra en apenas quince días, Navarra, gracias al apoyo mayoritario de los navarros. La razón de esta intervención, según vemos, fue legítima conforme los títulos y el Derecho de la época.

¿Y los vascos de Castilla?

Los vascongados, vascos de Castilla, ya habían optado por el gran reino peninsular siglos antes, participando entusiastas en la anexión de Navarra de 1512. También, en el otoño de aquel año, cuando Luis XII envió un ejército de 30.000 hombres liderado por el delfín de Francia, Francisco de Angulema, para “reconquistar” Navarra, lucharán decisivamente contra los invasores. Será entonces cuando las milicias guipuzcoanas tomaron una docena de cañones. Por ello, la reina Juana otorgó a Guipúzcoa el privilegio de incorporar a su escudo de armas los famosos cañones, permaneciendo en él hasta 1979. Un segundo intento francés tuvo lugar en 1516, fracasando de nuevo.

Por último, en 1521, las milicias guipuzcoanas y vizcaínas, unos 5.000 hombres, participarían en la batalla de Noáin envolviendo a los franceses desde el puerto del Perdón. Bien puede decirse que Navarra reafirmó su destino hispánico merced a los hermanos vascongados.

La batalla de Noáin

A modo de tercer intento, y en el marco de la lucha continental entre las dos mayores potencias de la época, España y Francia, el rey francés, Francisco I, envió en 1521 un gran ejército de 20.000 hombres, en el que figuraba Enrique II de Albret, para conquistar Navarra y penetrar en Castilla, aprovechando que las tropas de Carlos I se encontraban luchando contra las Comunidades de Castilla. Navarra, desguarnecida, fue tomada en apenas dos semanas.

El corregente de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, IV conde de Haro, una vez derrotados los comuneros en abril, organizó un ejército castellano y navarro de unos 20.000 soldados, uniéndose también contingentes aragoneses. Entre todos ellos destacaban las milicias –ya mencionadas- de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, aportando más de 5.000 hombres. Se sumaron, igualmente, más de 4.000 navarros beamonteses liderados por don Francés de Beaumont. Los franceses, perseguidos desde su derrota en Logroño, acamparon en las cercanías de Pamplona, a la espera de unos presuntos refuerzos navarros que nunca llegaron.

A las 16 horas del 30 de junio, las tropas francesas, que disfrutaban de una superioridad estratégica,  rompieron el frente español, tras bombardear las primeras filas de la infantería imperial. Inmediatamente atacó la caballería pesada francesa, pero las coronelías castellanas (antecedente de los Tercios), mucho más versátiles y modernas que sus rivales, resistieron y contraatacaron; sumándoseles la caballería ligera imperial, que atacó por el flanco, y los contingentes vascongados, quienes envolvieron a los franceses desde los accesos del Perdón.

Fue la mayor batalla campal perpetrada en la península hasta la Guerra de Sucesión. El número de muertos osciló entre 600 y 800, en su mayoría franceses. El total de bajas del combinado francés alcanzó las 5.000, entre muertos, heridos y prisioneros. Sin embargo, los historiadores nacionalistas y sus propagandistas han atribuido a los navarros partidarios de los Albret el total de bajas como muertes: de haber sido cierto, tamaña sangría habría sido una catástrofe demográfica de largo impacto; circunstancia desmentida por el crecimiento económico de las décadas posteriores de una Navarra, finalmente, en paz.

A tan brutal enfrentamiento armado le sucedieron trescientos años de  prosperidad, librándose Navarra, entre otros, de los efectos de las guerras de religión que golpearon, entre otros muchos, a los navarros de ultrapuertos; particularmente agraviados por las correrías de los hugonotes. Las guerras entre agramonteses y beamonteses quedaron definitivamente atrás. Sustancialmente, las instituciones propiamente navarras, como eran las Cortes y la Diputación del Reino, así como los fueros en plenitud, continuaron siendo un freno ante los posibles excesos o la vulneración de los Fueros perpetrados por los virreyes.

Desde tales bases jurídicas, económicas y mentales, los navarros participaron muy notablemente en las empresas comunes de la Monarquía hispánica, combatiendo en Flandes, Italia, el Mediterráneo o las Indias. Su presencia en universidades, en la burocracia imperial y eclesiástica, fue muy relevante. Navarra proporcionó virreyes para las Indias.

Por todo ello, los siglos XVI, XVII y XVII fueron considerados los “siglos de oro de Navarra”. 

Conclusiones

La “guerra de Navarra” fue un frente más en el enfrentamiento entre Carlos I de España y Francisco I de Francia por la hegemonía en Europa. Debemos traer a colación que, en este marco histórico, en 1525, tanto Francisco I de Francia, como Enrique II de Albret, todavía pretendiente nominal de Navarra, y mero satélite de Francia, cayeron prisioneros de las fuerzas de Carlos I, en la decisiva batalla de Pavía.

En Noáin no desapareció el “Estado Navarro”. Tampoco existía un sentimiento nacional navarro. Sí se consolidó definitivamente la adscripción de Navarra a la monarquía española. Bien puede afirmarse que lo que realmente acaeció fue un recambio de dinastía: los Foix-Albret, vasallos del rey de Francia por sus grandes posesiones ultrapirenáicas, fueron relevados por la casa de Austria.

Panvasquistas y napartarras, en su falsificación de la Historia, vienen reasignando a esta Batalla, así como a la “resistencia de Maya”, una significación victimista y protonacionalista; fruto de su imaginación y los delirios ideológicos derivados de sus concepciones políticas propias del siglo XIX y XX: romanticismo, racialismo, ultracatolicismo, marxismo, identitarismo, radical-progresismo finalmente...

Cuando Joxe Ulibarrena habló del “gudari” al exponer el sentido y desarrollo de su obra escultórica de Noáin, era tributario de la ideología totalitaria marxista-leninista en boga por entonces. Gudari, o soldado vasco, cuyo origen es el Euzko Gudarostea de los años 1936 y 1937, fue un concepto instrumentalizado por ETA y sus satélites, atribuyéndole el valor simbólico y movilizador comprensible en aquella década, pero totalmente incompatible con los parámetros mentales de los combatientes de 1521. Así, gudari sería el “soldado político”; el militante entregado y sacrificado que aseguraban encarnar los terroristas de ETA. De tal manera, al guerrero navarro protagonista del monumento, se le deformó en su mentalidad y naturaleza por medio de una significación moderna y totalitaria. Todo lo contrario a un ejercicio de memoria y respeto históricos.