El liberalismo es la matriz original de nuestra modernidad
política, nacida del espectáculo de la división de los hombres sobre el tema de
la verdad. «Agotadas, devastadas por las guerras civiles de religión que habían
sido provocadas por el cisma protestante, las sociedades europeas se
percataron, poco a poco, de que tenían que aceptar el desacuerdo sobre las
finalidades últimas de la existencia para sobrevivir y formar incluso un mundo
común», recuerda Alain Finkielkraut en "La
identidad desdichada".
Desacuerdo sobre Dios y después
sobre el hombre. Constatando la imposibilidad de unirse en torno a la misma
antropología, el liberalismo evacua la cuestión de la verdad para exigir un
acuerdo fundamental de todos los ciudadanos en el marco de un contrato social
que organiza la vida social pese a los desacuerdos existenciales. Hoy, se les
llama valores democráticos (o republicanos, en el caso francés), «es decir, las
disposiciones que permiten vivir juntos sin tener nada en común», precisa
Pierre Manent, lo que entraña un considerable retroceso del bien común.
A la inversa, en una sociedad
liberal, el bien común es únicamente de orden procedimental: es el conjunto de
condiciones que garantiza el libre ejercicio de sus derechos individuales y «el
disfrute pacífico de la independencia privada» (Benjamin Constant). Es, por
tanto, el reino del derecho y la economía que sustituye al de la filosofía y la
metafísica, en un paradigma totalmente individualista.
“Indiferentismo” por principio
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El liberalismo filosófico se ve muy tolerante dentro del
marco que él mismo ha instituido, pero muy intolerante cuando queremos salirnos
de ese marco. Usted tiene, teóricamente, el derecho a oponerse al aborto o al
matrimonio homosexual, pero a condición de que sea una opinión personal que no
se imponga al resto de la sociedad ‒la única verdad de una sociedad liberal
consiste, precisamente, en no difundir la luz de la verdad sobre la realidad
humana del embrión o del matrimonio, para refugiarse en un “indiferentismo” por
principio que autoriza a cada cual a pensar y actuar como considere oportuno,
siempre que su vecino haga lo mismo.
«La libertad consiste en poder
hacer todo lo que no perjudique a los demás», proclama la Declaración de los
derechos del hombre y del ciudadano. Lo que explica por qué es tan difícil
hacerse entender sobre estos temas y por qué todas las luchas sociales se han
perdido en el curso de los últimos cincuenta años. Pero, ¿debemos rechazar el
liberalismo en bloque?
Sí, en el plano filosófico,
porque sus fundamentos se basan en una abstracción que ignora la naturaleza
social del hombre y aboga por una libertad desligada de toda búsqueda de la
verdad. En el plano político, la respuesta es más compleja. «Hay una gran
diferencia entre la praxis liberal y los fundamentos teóricos del liberalismo»,
señala Jean-Michel Garrigues en "La
política de lo mejor posible".
De hecho, un régimen liberal, a
pesar de su vicio original, permite la expresión de un cierto pluralismo
político y la existencia de libertades públicas que sería un error ignorar,
sobre todo cuando sabemos lo que han sido ‒y siguen siendo‒ los regímenes
comunistas, las dictaduras africanas y sudamericanas, y los regímenes
islamistas de Oriente Medio. Los disidentes de estos países saben hasta qué
punto un régimen de libertades es precioso para el hombre.
¿Un mal menor?
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Por lo tanto, es posible no ser liberal a nivel de la
finalidad buscada ‒es decir, de creer en la existencia de una verdad ante la
que estructurar las sociedades‒ incluso reconociéndose liberal en cuanto a los
medios empleados para hacer triunfar esta verdad: rechazo de la prohibición al
servicio de la verdad, reconocimiento de grandes libertades públicas,
pluralismo político…
Son, por otra parte, libertades
que haríamos bien en reivindicar para cuestionar los postulados de la ideología
liberal. Pero la experiencia también muestra que, a fuerza de situarse en un
paradigma liberal ‒incluso a nivel de los medios‒, se acaba siendo totalmente
liberal, incluso a nivel filosófico. Además, es imposible, por principio,
cuestionar por medios liberales los fundamentos de la ideología liberal, puesto
que no soportan, precisamente, ninguna discusión o debate.
La solución no puede, en
consecuencia, venir de ahí, si el régimen liberal continúa siendo, en muchos
aspectos, el “mal menor” aceptado por todos. Pero éste no es el caso del
liberalismo económico, el cual es objeto de una rigurosa puesta en causa por
parte de la derecha conservadora.
Acusado de ser responsable de la
desaparición de los cuerpos intermedios que han atomizado al individuo frente
al Estado, el liberalismo económico es también contestado por todos aquellos
que denuncian la pauperización de las clases medias y populares, abandonadas
ante el poder del dinero de los grandes accionariados que ignoran cualquier
noción de frontera nacional y deslocalizan sus negocios allí donde la mano de
obra es más barata, contribuyendo a la desindustrialización de Europa.
Al mismo tiempo, para una parte
de la derecha, sigue siendo el mejor medio para recuperar la prosperidad
económica combatiendo la omnipotencia del Estado mediante la autolimitación del
dominio regaliano que permite reducir el gasto público, disminuir los impuestos
y liberalizar el mercado de trabajo. De hecho, las críticas que dirigen los liberales
al modelo del Estado-providencia son, con frecuencia, pertinentes, ya se trate
del sistema educativo, totalmente sovietizado por la educación nacional, del
récord del nivel impositivo o incluso del peso desmesurado de los servicios
públicos.
El
liberalismo, en consecuencia, fractura permanentemente la derecha y tenemos,
por tanto, el derecho a preguntar si no nos dirigimos, a medio plazo, hacia un
retorno a la unidad original del liberalismo que fue abanderado por la
izquierda, en sus dimensiones filosófica, política y económica, a lo largo de
todo el siglo XIX. En una época en la que la mayor parte de la derecha era
legitimista, contrarrevolucionaria y antiliberal. Por eso es necesario este
debate, entre todas las sensibilidades de la derecha, al menos de todos
aquellos que rechazan el vértigo de disolución de una sociedad librada a la
omnipotencia del liberalismo filosófico, pero están divididos sobre la cuestión
del liberalismo político y económico. ◼ Fuente: L´Incorrect