Gabrielle Cluzel
es redactora-jefe de la revista digital Boulevard
Voltaire, cronista para otros medios y ha publicado un libro sobre el fin
del feminismo a la Beauvoir titulado Adieu
Simone! Les dernières heures du féminisme.
Ingrid Riocreux es profesora de Letras Modernas y especialista en gramática, retórica y estilística, también ha publicado un libro sobre el lenguaje de los medios de comunicación: La langue des médias. Destruction du langage et fabrication du consentement.
Cuando las brujas organizan la caza de brujos... El asunto Weinstein fue el prodigioso revelador de las tentaciones paranoicas que atraviesan al feminismo. Reducido al estatus de mamífero porcino, violador en serie patentado, acosador patológico, a la vez esencializado y animalizado, el hombre es una criatura en peligro. Dos insumisas han venido a socorrer al viudo y al huérfano.
Ingrid Riocreux es profesora de Letras Modernas y especialista en gramática, retórica y estilística, también ha publicado un libro sobre el lenguaje de los medios de comunicación: La langue des médias. Destruction du langage et fabrication du consentement.
Cuando las brujas organizan la caza de brujos... El asunto Weinstein fue el prodigioso revelador de las tentaciones paranoicas que atraviesan al feminismo. Reducido al estatus de mamífero porcino, violador en serie patentado, acosador patológico, a la vez esencializado y animalizado, el hombre es una criatura en peligro. Dos insumisas han venido a socorrer al viudo y al huérfano.
La opinión pública se ha quedado estupefacta
tras la cantidad de “revelaciones” surgidas desde el asunto Weinstein. ¿No ha
sido la primera operación mundial de denunciación ciudadana? ¿Y la fabricación
de un chivo expiatorio ideal, el varón heterosexual y blanco, a ser posible?
G.C. Hemos asistido
a una oleada de lapidación virtual, como en toda operación de linchamiento
colectivo. Añadiendo, además, el anonimato que proporciona las redes sociales.
En el montón, seguro que hay verdaderos culpables. Y ahí está uno de los
efectos perversos del asunto: Al meter en el mismo saco las ganas de ligar y la
voluntad de agredir, se criminaliza el ligue y se banaliza la agresión.
I.R. Esta oleada
de delación mundial ha sido aterradora. Los que han hecho el paralelismo con
las denuncias de los judíos durante el nazismo han sido llamados al orden:
cuidado, las mujeres que “denuncian a su cerdo” no son todas unas fabuladoras.
Y es cierto, por supuesto. ¡Por eso! El antisemitismo frenético y borreguil que condujo a una lógica de
exterminio se alimentó de sucesos reales que aparecían en prensa. El judío
violador, pedófilo o estafador fue un estereotipo construido a partir del ruido
mediático y el aprovechamiento político que rodeó a algunos asuntos en los que
el culpable era judío. Se ve hoy el mismo proceso a mayor escala: la
desconfianza generalizada y pretendidamente justificada por los hechos a
propósito de una categoría de personas y sobre la base de un criterio
biológico, en este caso, un cromosoma. Hay que leer ciertos textos feministas:
¡se designa al hombre como el enemigo! Y las sesiones de autocrítica de varones
arrepentidos se multiplican.
¿Parece como si el asunto Weinstein
hubiera llegado justo para eliminar la cuestión del estatus de la mujer en las
sociedades musulmanas? ¿No fue Caroline de Haas la que denunciaba las “mierdas
racistas” de quienes ligaban las agresiones de Colonia a la llegada de
inmigrantes a Alemania?
I.R. Recordemos
la tribuna aparecida en el diario Libération,
en la cual algunas feministas decían temer que la penalización del acoso en la
calle contribuyera a estigmatizar a los “individuos racializados”. El feminismo
está en crisis. Siempre ha estado atravesado por voces discordantes: a favor y
en contra de la prostitución, por ejemplo. Pero ahora el neofeminismo declara
la guerra al feminismo histórico. Mire lo que le sucede a Elisabeth Badinter,
acusada de ser la “encarnación del feminismo blanco”. La moda ahora es la
interseccionalidad de las luchas: se es, a la vez, feminista y antirracista. En
realidad, se quiere reemplazar el combate cultural, que es un combate de ideas,
por una guerra de sexos internacional y transcultural. Esta deriva está en su
inicio en el término de feminista mismo: antes, se decía las “hembristas”.
Ellas no luchan por la igualdad, luchan por las mujeres. Como dijo la ministra
francesa Schiappa, “el empoderamiento de las mujeres pasará por el
desempoderamiento de los hombres”. Es una deriva grave. No hay que olvidar que
el primer gran movimiento feminista no fue precisamente un feminismo, sino una
afirmación cultural frente a un modelo dominante: los primeros cristianos
defendían la igualdad hombre-mujer contra la sociedad pagana sin igualdad y
poco respetuosa con la dignidad de la mujer. No enfrentaban a los sexos, sino a
las ideologías.
G.C. Eliminar la
cuestión... o disolverla. Caroline de Haas hizo el ridículo con el tema de las
violaciones en Colonia. Después de esto, la estrategia ha cambiado: Ya no se
niega, ahora se disuelve el asunto. Es lo que hizo Schiappa, otra vez ella,
cuando declaró después de los sucesos de La Chapelle-Pajol (la dramática
situación de las mujeres en el barrio de mayoría musulmana de este barrio de
París): “El antirracismo no debe ser una barrera contra el feminismo”. ¡Bien!
Pero completó: “Pero no hay que olvidar que el acoso en la calle existe en
cualquier barrio y cualquier clase social. Incluso en la Asamblea Nacional” (a
propósito de algunos diputados acosadores). Francamente, pregúntele a una mujer
dónde se siente más segura por la noche..., ¿en los pasillos de la Asamblea o
en el barrio de la Chapelle-Pajol? Cuando escribí esta pregunta en Twitter,
Schiappa me enseñó el testimonio de mujeres jóvenes acosadas por diputados.
Pero ese es otro tema relacionado a su vez con nuestra sociedad ultralibertaria
y ultraliberal (estando ligadas las desregulaciones de los mercados y de los
sexos por la misma lógica) y la mirada consumista sobre la mujer que esa
sociedad produce. Como explicó Jacques Séguéla, algunos comportamientos están
ligados a un “lado un poco hippie descerebrado de los ecologistas, nacido del
amor libre”. Y subrayemos que muchas denuncias apuntan a personas de
izquierdas, esas mismas que caminan mano sobre mano con las feministas para
denunciar la sociedad heterosexual y patriarcal...
¿Qué contenido hay que dar al acoso? ¿No
se parece a la manera con la que se mide la temperatura del aire? Es decir,
¿habría un acoso real y un acoso percibido? ¿Qué sentido dar a esas
investigaciones que ponen en el mismo plano el acoso (silbar a una chica) y la
agresión (violación) para hacernos comprender al final que más de la mitad de
los hombres son depredadores sexuales?
I.R. Cierto, se
han perdido todos los matices. De la galantería a la agresión, pasando por las
groserías y frases soeces, todo vale. Y ahí también se trata de borrar las
diferencias culturales. Nuestras sociedades occidentales están marcadas por la
palabra bíblica: “El hombre se unirá a una mujer y juntos formarán una sola
carne”. El marido que pega a su mujer es reconocido como un ser indigno.
¡Choque cultural! Acogemos a inmigrantes impregnados de un discurso coránico
que dice, sobre todo: “La mujer de la que sospechas desobediencia, repréndela,
aléjate de ella en la cama y pégala”. Cuando se está cerca de mujeres víctimas
de violencia, una se da cuenta de que las musulmanas tienen muchas dificultades
para considerarse como mujeres maltratadas...
G.C. La palabra
“acoso” es un cajón de sastre que no diferencia entre el cumplido y la injuria.
Y se habrá dado usted cuenta de que cuando un hombre dice de una mujer que es
guapa, se le trata de sexista, pero cuando se dice lo mismo de un hombre, nadie
protesta. Pronto solo los hombres tendrán derecho a cumplidos sobre su físico.
Cuando el tono es educado con una mujer, basta con decir “gracias” y ya está,
asunto terminado. Antes se decía: “El hombre propone, la mujer dispone”. Los
cumplidos formaban parte del acercamiento, permitían tantear el terreno, y la
mujer, entendiendo con medias palabras, tenía mil maneras delicadas de
reconducir la situación y hacer saber si quería o no llegar más allá. Nadie se
sentía humillado ni insultado. Hay que volver a leer sobre la galantería
francesa. Hoy, parece que ya solo existen el hombre que se impone (el cerdo) y
la mujer que se opone (la que denuncia al cerdo). Como si fuera una guerra y ya
no supieran dialogar.
¿Cómo explicar que, en los asuntos de
acoso, ya no se hable de que no hay que meter todo en el mismo saco? ¿No hay
una esencialización de la depredación
masculina? Peor todavía: la esencialización
no se une a una animalización (denuncia a tu cerdo) con el riesgo de
encerrar a las mujeres en una postura de víctima?
G.C. Claro. Se
cae en todos los clichés sexistas: “mujer débil” se ha convertido en un
pleonasmo. La palabra de la mujer, como la de un niño, es sagrada, como si la
mujer, inocente o ¿simple? por naturaleza no fuera capaz de dobles sentidos,
cálculo, manipulación... Esta presunción de candidez es el colmo de la
misoginia. En cuanto al hombre... Simone de Beauvoir denunciaba, como usted
menciona, la “esencialización de la mujer”, y se indignaba en El segundo sexo de que se redujera a la
mujer a su útero y sus ovarios. ¿Y a qué reducimos al hombre ahora? No a su
cerebro, desde luego.
I.R. Eso de no
mezclar las cosas siempre ha sido variable. Fíjese en la cuestión de la
pedofilia en la Iglesia: todo sacerdote es un pedófilo en potencia. El
feminismo es un comunitarismo, como atestigua la sustitución progresiva del
término “misoginia” por el de “ginefobia”, calcado de islamofobia, homofobia,
etc. Sin embargo, un comunitarismo agresivo está abocado al fracaso ya que
suscita una reacción de rechazo epidérmica. Para ser potente y eficaz, todo
comunitarismo debe tener un discurso victimista. Así se asegura el conseguir
aprobación, compasión y culpabilidad autoacusadora.
¿Por qué razón se circunscribe el campo
de la denuncia a las relaciones heterosexuales nada más? No se dice nada de los
homosexuales. Ha habido casos, pero han sido acogidos con un silencio
ensordecedor. ¿Será porque el objetivo es el hombre heterosexual?
I.R. El feminismo
tiene la ceguera voluntaria y culpable de toda ideología. Si la mujer es
necesariamente víctima y el hombre necesariamente culpable, entonces los
hombres víctimas de violencia conyugal no están en ninguna categoría, ya estén
en pareja con un hombre o con una mujer, y la violencia conyugal en las parejas
de lesbianas es tabú igualmente.
La prensa femenina ha erigido a las
mujeres como iconos publicitarios y reinas de belleza con un poder de atracción
sexual irresistible. Todo lo contrario de las feministas que quieren acabar con
la mujer objeto. Es un caso perfecto de contradicción: “Ignore esta señal”;
“Deseen a las mujeres, pero sin tocarlas”... ¿No hay materia ahí para volver a
los hombres locos?
G.C. El hombre
está tenso porque la mujer está también dividida entre las influencias
liberal-libertarias (en la prensa femenina) que tienen necesidad de su poder de
atracción ultrasexuado para vender, y la mentira feminista de la
“indiferenciación” que encontramos también en esas mismas páginas. ¿Por qué las
feministas toleran la prensa femenina (frívola, infantilizante, hipersexuada),
que deberían detestar? Porque sirve para enseñar el pensamiento ya prefabricado
de temporada al mismo tiempo que la ropa de moda. Es muy práctico. Pero completamente
esquizofrénico.
“Si hay unos Weinstein, si nadie dijo
nada es porque hay mujeres a quienes no les molesta”. ¿Qué hay que entender en
esa frase?
I.R. He querido
testimoniar de lo que sucede sobre todo en el ámbito universitario, donde la
cooptación es lo que funciona. Algunas estudiantes consideran, y no lo
esconden, que es menos cansado acostarse con el director de un equipo de
investigación que multiplicar las publicaciones. En ese ámbito tan feminizado,
la promoción por esa vía concierne también a los jóvenes estudiantes
masculinos, cortejados por mayores intelectuales excéntricas… o por profesores
del sexo masculino aficionados a las costumbres griegas. Son situaciones en las
que todo es posible: se liga con el objetivo de obtener un trabajo, o bien se
cede por oportunismo. Por placer o por asco, o por los dos al mismo tiempo… De
hecho, en general, nuestras feministas no reconocen la complejidad del deseo:
quieren hacernos creer que se resume a una especie de pacto.
¿Qué les hace decir que asistimos a las
“últimas horas del feminismo”? A la vista de la ofensiva feminista, ¿no
habremos pecado por exceso de triunfalismo, al creer que la guerra cultural
estaba ganada y que asistíamos a los últimos estertores de un feminismo
reivindicativo?
G.C. Es el canto
del cisne. El feminismo inspirado en Simone de Beauvoir, calcado de la lucha de
clases, es ya antiguo. Por otra parte, sus contradicciones múltiples, sobre
todo en lo que concierne al islam, son muy claras. No se puede servir a dos
dueños: la mujer y la inmigración, a pesar de lo que digan algunas, es decir:
los musulmanes están estigmatizados, las mujeres también, por lo tanto los
musulmanes son feministas, y ¡Sócrates es un gato!. La izquierda, de la que el
feminismo ha sido siempre el acompañante dócil, le obliga a escoger. Y se
sacrifica a la mujer.
¿Cómo han llegado a pensar que el
feminismo es una amenaza para la condición de las mujeres?
G.C. Si al
perfeccionista le gusta la perfección y al intervencionista la intervención, al
feminismo no le gusta la mujer. O, más bien, la quiere como un perverso
narcisista que dice ayudar a su pareja denigrándola, buscando convencerla de
que sus cualidades propias no tienen ningún interés, y que debería adoptar las
del vecino, lo que la dejará infeliz ya que ella no podrá ser nunca un hombre
por entero. El feminismo les hace dudar de ellas mismas, les retira lo que
tenían conseguido y es inoperante frente al islam.
El feminismo
tiende hoy a reconocer que no defiende a la mujer en toda su acepción, sino
solo en tanto que “penetrada” (sic) y oprimida por los “penetrantes” (re-sic).
Si eso no supone reducir a la mujer a su vagina… De ahí la convergencia de las
luchas feministas con los movimientos LGTB… y el objetivo, en el horizonte, de
una indiferenciación. Una solución para erradicar la opresión sería que cada
persona sea “el uno y la otra”, como dice una canción. El libro de la filósofa
feminista Olivia Gazalé titulado El mito
de la virilidad es muy esclarecedor sobre el tema.
¿Qué opinión les merece el lenguaje
inclusivo?
I.R. Para
empezar, el nombre es incorrecto: es un separatismo lingüístico. El masculino
plural es un género que se considera “no marcado”, es decir, perfectamente
inclusivo. Por eso, la fórmula “ciudadanos y ciudadanas” es una yuxtaposición
innecesaria, eso es todo. En cuanto a las arrobas, barras y otros signos de
escritura la hacen a la vez fea y complicada. Aparte de personas muy
fanatizadas, nadie dominará nunca ese lenguaje artificial. En cuanto a la
feminización de los nombres de las profesiones, lo que nadie se digna en
recordar es que los primeros que lo sistematizaron fueron los cristianos, que
hicieron de ello incluso un marcador identitario. Todavía se seguía haciendo en
la Edad Media: filósofa, autora, etc.
G.C. ¿Y qué tal
si dejáramos de dar el espectáculo de un condensado de caricatura femenina?
Emotiva como Emma Bovary, ombliguista como Scarlett O´Hara, indiferentes al
mundo que se hunde a su alrededor, pero apegadas a las fruslerías como el
lenguaje inclusivo o el color de las carpetas. Como aquella protagonista de
Irene Nemirovsky que, en el momento de huir de los bombardeos, se acordaba de
coger la cubertería de plata, pero olvidaba llevarse a su abuelo.
Usted escribió su tesis sobre los
moralistas franceses. Un autor de los que estudió, La Rochefoucauld, acudía a
menudo a la sede de las mujeres seguidoras del Preciosismo (movimiento del
siglo XVII muy influente en la estilística de la literatura francesa refinada),
el Palacio de Rambouillet. Pero el Gran Siglo literario no ahorró críticas a
esta corriente. ¿No estamos otra vez en ello a través del lenguaje inclusivo?
I.R. ¡Todas las
Preciosas no eran ridículas! Para mí, las Preciosas eran sobre todo unas damas
románticas, que soñaban con vivir bellas historias de amor y que inventaban
palabras bonitas. El feminismo actual me hace pensar, más bien, en una obra más
antigua: Las asambleístas, del
comediógrafo griego Aristófanes. Las atenienses se levantan una mañana, se
ponen a escondidas las ropas de sus maridos y organizan una sesión de
deliberación política en la Asamblea, durante la cual decretan que las mujeres
feas o mayores tendrán derecho a una vida sexual y podrán escoger un amante. Me
imagino a las feministas actuales dictando este tipo de leyes, ¿usted no? ■Fuente: Éléments pour la civilisation européenne