Eugénie Bastié forma
parte del equipo de Le Figaro y es
jefa de redacción de la revista de ecología integral de inspiración católica
Limite. Autora de un ensayo crítico del feminismo, Adiós señorita. La derrota de las mujeres. Conservadora,
antiabortista y contraria al mito del patriarcado, forma parte de una
generación de jóvenes intelectuales católicos frecuentemente calificados de
neorreaccionarios. Próxima al movimiento La Manif pour tous (contra el
matrimonio para todos), reivindica como mentores a Élisabeth Lévy y Natacha
Polony, así como a Éric Zemmour. Es autora del libro Le porc émissaire: terreur ou contre-révolution.
El feminismo, o más
bien lo que queda de él, parece creerse que las mujeres son martirizadas por un
poder “heteropatriarcal”. El movimiento ha ganado la partida. Pero no las
mujeres. De la ideología de género a los vientres de alquiler, Eugénie Bastié
cuenta en un libro sin concesiones, Adieu
Mademoiselle, las grandes etapas de esta derrota.
¿No es más fácil articular una crítica del
feminismo cuando se es una mujer joven y agraciada que cuando se es un hombre
mayor y feo?
Sí y no. Nada molesta
más a las militantes que escuchar a una mujer tomar posición en estos temas sin
sacrificarse al unanimismo feminista. Me he dado cuenta de que las críticas
negativas hacia mi libro venían exclusivamente de parte de mujeres. El
principio del feminismo es proclamar que existe un pueblo femenino único en el
cual cada una tiene los mismos intereses, lo cual es paradójico puesto que se
nos quiere hacer creer, al mismo tiempo, que la mujer no existe, que no hay un
ser femenino. Ese es el problema de la paridad: la pertenencia al sexo femenino
debería dar, si creemos a quienes lo pregonan, derecho a puentear la igualdad
republicana y meritocrática, pero al mismo tiempo se nos dice que las mujeres
no existen realmente: pertenecemos a una categoría que conviene deconstruir… La
paridad consigue la proeza de negar en la mujer lo universal y lo particular.
Usted piensa que hay una nueva ideología de
Estado en materia de política sexual. ¿Cómo la definiría? ¿Y por qué habla de
posfeminismo en lugar de neofeminismo?
Ese tipo de feminismo
es a la vez grupuscular e institucional, esa buena nueva muy pobre
intelectualmente y, a la vez, muy ideológico, que se extiende actualmente en
los ministerios, los periódicos y las asambleas. Hablo de posfeminismo ya que
me gusta diferenciarlo del feminismo histórico. Es cierto que hay una
continuidad entre Simone de Beauvoir y ese feminismo, pero es una continuidad
caricaturizada e incoherente como lo son todas las ideologías posmodernas.
Desde Pico della Mirandola, a comienzos del Renacimiento, hasta Judith Butler pasando
por la Ilustración, es el mismo ser humano como página en blanco, sin ataduras,
sin naturaleza real, que continúa radicalizándose hoy. El posfeminismo es
posmoderno en tanto que se refiere a varios sistemas de valores sin preocuparse
de establecer entre ellos una coherencia ideológica. Lo que le permite ser, en
mismo tiempo, libertario en materia de matrimonio para todos, igualitarista
cuando se trata de paridad, capitalista si hablamos del mercado de trabajo que
acapara a las mujeres, puritano en relación a la represión de la prostitución,
y así podríamos seguir. Cuando Simone de Beauvoir dice que no se nace mujer
sino que se llega a serlo… Judith Butler se pregunta: entonces, ¿por qué llegar
a ello? De la exhumación de la construcción social de los sexos hemos pasado,
con el feminismo de la tercera ola y la ideología de género, al imperativo de
la deconstrucción.
El enemigo de las mujeres de hoy habría que
buscarlo, según usted, en el bando de lo que llama el “doble puritanismo del
género y del islamismo”. ¿En qué términos se plantea el problema con el islam?
Las feministas
cayeron en un dilema trágico el día de las agresiones de Colonia en aquel fin
de año, puesto que no sabían a quién tenían que defender entre la mujer y ese
Otro siempre asociado a una figura de víctima. Ellas, que tienen tendencia a
ver en cualquier varón blanco un violador en potencia, tuvieron cierto retraso
en reaccionar y no hablaron, después de una larga reflexión, más que para
relativizar esas agresiones y recordar que las violencias sexuales eran
mayoritariamente resultado de relaciones cercanas y de orden doméstico. Esta
forma de acercar todas las pretendidas víctimas de una sociedad patriarcal y
sexista funda una ideología que llamamos interseccionalidad, que nos viene de
Estados Unidos y de la French Theory.
En las universidades
americanas, los estudios de género se desarrollan en paralelo con los estudios
poscoloniales, que ven en la sociedad occidental actual la expresión de un
viejo poder inconsciente (el poder colonial) que continuaría imponiendo una
forma de colonialismo cultural, tanto como el patriarcado continuaría
existiendo a pesar de la igualdad ante el derecho conseguida entre los sexos.
Es la idea muy de Foucault de un biopoder difuso, de una hidra con mil cabezas
que parece regir la sociedad. La interseccionalidad quiere que los “pobres de
la tierra”, ya sean mujeres, inmigrantes o explotados, formen todos una alianza
entre ellos contra el varón blanco heterosexual. Esta alianza ya fue
parcialmente realizada en los años 70 bajo la forma de un pacto de
circunstancias entre feministas y homosexuales, cuando el Movimiento de
Liberación de la Mujer y el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria
desfilaban juntos contra el ogro moral “burgués”. Hoy en día, hay una ruptura
entre una parte de las feministas y el movimiento LGTB alrededor de la cuestión
de los vientres de alquiler; algunos militantes han rechazado de hecho
participar en marchas por el orgullo gay que tengan como consigna pedir la
legalización de la maternidad subrogada. Esta toma de conciencia, aunque mínima
y tardía, explica que una parte de las feministas se descuelguen ahora de la
causa gay. En cuanto a las otras, continúan tristemente negando la
especificidad de lo femenino que es todavía, hasta prueba de lo contrario, la
posibilidad de engendrar en el propio cuerpo. Esta diferencia entre hombres y
mujeres no es anodina, no es solo instrumental, es el fundamento de una
relación con el mundo muy específica.
Usted intenta una comparación entre la imagen
de la mujer en Balzac y en Houellebecq. ¿Qué aprendemos con este ejercicio
comparativo?
Balzac y Houellebecq
son autores interesantes ya que describen cada uno la “comedia humana” de su
época, son unos novelistas-sociólogos; pienso, de hecho, que la literatura es
la verdadera sociología. En Balzac, la mujer está en el centro del juego
social, ya sea seductora, manipuladora, ya siga a su razón o a su corazón. En
Houellebecq, la mujer siempre queda reducida a una prostituta o a una pesada.
Al contrario que Éric Zemmour (que se confunde en este punto, en mi opinión),
Houellebecq ha comprendido que no vivimos en una fase de feminización de la
sociedad. La profesora desilusionada, la musulmana, la prostituta tailandesa,
la periodista, etc.: personajes diferentes que atestiguan en sus novelas una
reducción radical del imaginario femenino, síntoma de lo que ha provocado el
feminismo, es decir, una desvalorización de la mujer.
Usted opone el silencio o las vacilaciones de
las feministas alrededor de asuntos graves en los que las mujeres son atacadas
violentamente (como en las agresiones de Colonia) y sus intervenciones tan
espectaculares como anecdóticas como la lucha contra el impuesto sobre los
tampones o la exigencia de paridad en los concursos. ¿Esta desconexión con las
prioridades de la realidad no lleva a cierto feminismo de clase?
Es un problema que
viene de la hegemonía de las ciencias sociales, que consideran que la
dominación simbólica es equivalente a la explotación física y material. Una
alusión pesada de un periodista es colocada en el mismo plano que una violación
en Colonia o una agresión en el metro o la esclavitud sexual de una extranjera.
Se dice que existe una continuidad en la violencia entre la broma tonta, el
insulto sexista y la violación, y yo no creo que sea así en absoluto. De hecho,
las posfeministas no entienden que la diferencia entre los sexos pueda ser una
riqueza ya que piensan que se trata de una discriminación organizada
socialmente para debilitar a las mujeres. La mayor debilidad de las mujeres es
debida a la biología, a la necesidad que tiene de proteger a la criatura que
puede llevar dentro de ella, y esta vulnerabilidad ha llevado a la sociedad a
construirse, durante siglos, como protección de la mujer. Como esta debilidad biológica
es hoy menos visible que antes tenemos tendencia a negar la diferencia que se
encuentra detrás. Y como la sexualización tiende a desaparecer en el mundo de
los adultos existe la tendencia a querer consolidarla en la infancia, en la
sexualización de los juguetes, proceso en el cual el mercado se desarrolla.
Comercialmente, nunca los universos de niños y niñas han estado más separados.
Mientras que antes la diferencia de sexos estaba organizada por la cultura, hoy
se deja en manos del mercado y resurge de manera brutal y caricaturizada, ya
sea en los juegos para niños, en la pornografía, en la publicidad, en la
telebasura, etc. La mujer es más que nunca un objeto, rebajada a su única
dimensión sexual, en esta no-cultura mercantilizada.
¿Cómo se entiende su crítica del feminismo
con el elogio que hace de Simone de Beauvoir?
Siento admiración por
la intelectual que fue Simone de Beauvoir ya que he trabajado la idea de que se
puede admirar a alguien sin estar de acuerdo con esa persona. Aprecio su libertad
en la forma de hablar, su profundidad, su erudición: ella lo había leído todo,
mientras que sus herederas solo la han leído a ella. En su trabajo filosófico
hay algo de enciclopédico que me impresiona. Estimo su genio así como ese
existencialismo libertario que ella encarnaba y que hoy se ha transformado en
orden moral puritano. Mientras que ella tenía sed de libertad y le gustaba ir
contra la doxa de su época, sus
herederas se arman de estadísticas y apuntan a la más mínima broma sexista.
Otras cosas, sin embargo, me disgustan en Simone de Beauvoir.
Cuando se sentaba a
fumar en la terraza del Café de Flore acompañada por Sartre, decía que todas
las mujeres debían existir en la sociedad, que debían ser poetisas o artistas
(ya que consideraba que la mujer en el hogar “no produce nada”), pero estaba
viviendo lejos de la realidad concreta de lo que es el trabajo de las mujeres.
El primer oficio femenino en Francia es el del trabajo en el hogar, 85% de las
familias monoparentales están a cargo de mujeres y son las familias más
precarias. Las mujeres están siempre en el primer plano de la violencia social
debido, entre otras cuestiones, al divorcio y al aborto, que han beneficiado
sobre todo a los hombres. Como lo explican muy bien Clouscard y Houellebecq, el
feminismo se ha aliado con el liberalismo libertario surgido de mayo del 68,
cuyo objetivo ha sido destruir la última barrera que se oponía al mercado, es
decir, la familia. Consiguiendo este aliado, el feminismo ha permitido la
extensión de la lucha hasta el interior mismo del hogar familiar. ■Fuente: Éléments pour la civilisation européenne