La «remigración» y otras medidas contra la «gran sustitución», por Fabrice Robert



Los «identitarios» franceses decidieron responder a la enorme provocación que suponía la “hoja de ruta por una política de igualdad republicana y de integración” proponiendo su “hoja de ruta por una política de identidad y de remigración”, a través de treinta medidas (que van de la cultura a la economía, pasando por la educación y las instituciones), dirigidas a poner término a la inmigración descontrolada y al (re)arraigo de los inmigrantes en sus países de origen.

Lejos de las fantasías de “reconciliación” o de “asimilación masiva”, nosotros pensamos que el único medio de evitar el caos en el que acaban fatalmente las sociedades multiculturales (y por ello multiconflictuales) es, actualmente, proyectar de manera pacífica y concertada, la remigración, es decir, el retorno a sus países de origen de una mayoría de los inmigrantes extraeuropeos presentes en nuestro territorio.

Detención de la inmigración, condena de aquellos que la fomentan, interrupción de la islamización, remigración concertada con los países de origen, etc.

Los identitarios reivindican simplemente para los franceses y el resto de pueblos europeos el derecho fundamental del que disponen todos los demás pueblos del mundo: el de vivir en paz, entre ellos, según su identidad, con todo aquellos que les reúne y les asemeja. Si estas medidas pueden parecer hoy “imposibles” o “radicales” a algunos, nosotros estamos convencidos de que los tiempos que están por venir se encargarán de hacerlas, al mismo tiempo, posibles y necesarias.

1. Derogación del derecho de suelo (ius soli), que atribuye la nacionalidad a una persona en razón de su nacimiento en un determinado territorio.

2. Abolición del reagrupamiento familiar para los inmigrantes.

3. Expulsión sistemática y prohibición de residencia en el territorio de todo extranjero que cometa un delito sobre territorio francés.

4. Privación retroactiva de la nacionalidad francesa para todo extranjero naturalizado que hubiese cometido un delito en los últimos diez años.

5. Privación automática de la nacionalidad francesa para toda persona con doble nacionalidad que cometa un delito.

6. Simplificación y efectividad de las medidas de expulsión de los clandestinos con prohibición de toda posibilidad de regularización.

7. Supresión total de la asistencia médica estatal con carácter universal.

8. Pena de prisión sistemática para los patronos y empresarios que contraten, con conocimiento de causa, asalariados inmigrantes clandestinos.

9. Suspensión de las subvenciones y prohibición de las asociaciones que sostienen y fomentan la inmigración clandestina. Restablecimiento en el Código penal del delito de “ayuda a la inmigración clandestina” con pena de prisión sistemática en caso de reincidencia.

10. Prohibición de toda propaganda en favor de la inmigración realizada con ayuda de fondos públicos: cadenas de televisión y radio, así como periódicos que se beneficias de las ayudas estatales.

11. Puesta en marcha de acuerdos con los países de origen para que las penas de prisión de sus responsables sean cumplidas en los mismos.

12. Creación de un “fondo de ayuda al retorno” asociado al lanzamiento de una campaña de sensibilización que incite a los inmigrantes a entrar en el mismo.

13. Establecimiento de acuerdos con los países ribereños del su mediterráneo condicionando las ayudas económicas y militares a un control de sus áreas de emigración y a campañas de sensibilización que inciten a los potenciales inmigrantes a continuar en sus países.

14. Rechazo de los conceptos de “inmigración selectiva” e “inmigración elegida” y puesta en marcha de auténticos acuerdos de cooperación con los países de emigración.

15. Establecimiento de una auténtica protección de las fronteras de la Unión Europea o salida inmediata del “espacio Schengen” en caso contrario.

16. Creación de un “Alto comisariado para la remigración”.

17. Interrupción de las naturalizaciones para los residentes ciudadanos de países extraeuropeos durante diez años.

18. Fin del acceso a la nacionalidad francesa facilitado por el matrimonio y lucha contra el matrimonio mixto.

19. Enseñanza de la historia y los fundamentos de la identidad francesa.

20. Exclusividad de las ayudas y de las viviendas sociales para los nacionales y residentes europeos.

21. Instauración de la “preferencia local, nacional y europea” para la totalidad de los empleos.

22. Derogación de las leyes antidiscriminación y retorno a la libertad de elección para los empleadores.

23. Prohibición de toda financiación pública o extranjera de las mezquitas, así como prohibición de los minaretes.

24. Prohibición de las prédicas árabes y prohibición de los sermones de imanes extranjeros.

25. Prohibición del velo islámico (y sus derivados) en el espacio público.

26. Prohibición de toda organización vinculada a las redes islamistas internacionales.

27. Prohibición de los sacrificios rituales y creación de una tasa suplementaria sobre todos los productos “halal” importados del extranjero cuya recaudación ingresará el “fondo de ayuda al retorno”.

28. No a la incorporación de las prohibiciones alimentarias islámica en los comercios, escuelas y centros hosteleros o restauradores públicos, al mismo tiempo que una protección de la identidad culinaria francesa.

29. Lucha contra la segregación urbana y el racismo que afecta a los franceses de origen en los barrios periféricos.

30. Creación de un “Ministerio de identidad y de arraigo”: institucionalizar el espíritu de “reconquista”.

Hay que insistir sobre dos puntos. En primer lugar, la remigración no es un concepto agresivo, sino que, por el contrario, es un concepto de protección útil para todos.

En segundo lugar, la remigración es un arma de paz, de concordia, que, si no se utiliza, nos abocará a una situación que, para simplificar, podríamos llamar “a la libanesa”, y en tal caso serán, por desgracia, otras armas las que vayan a hablar. Al decir lo anterior no estamos profiriendo ninguna amenaza: nos limitamos a constatar que la guerra de intensidad moderada que ahora estamos sufriendo cambiaría de naturaleza y de carácter si la remigración no pasara del ámbito conceptual al práctico.

No dejemos nunca de repetirlo en el futuro: remigrar significa la paz para todo el mundo. La inmigración es la guerra para todos.

Sentado lo anterior, ¿cómo poner en práctica esta remigración?

En primer lugar, haciéndolo de tal forma que resulte lo más natural posible, Con otras palabras, haciendo que parta de los propios migrantes. Nadie va a beber a una fuente que se ha quedado seca. Para alcanzar tal objetivo, se necesitan dos cosas: un marco legislativo y una voluntad política.

El marco legislativo sería lo más fácil de obtener una vez establecido un gobierno nacional. Pero ¿dónde fijar el cursor? ¿Hasta dónde ir y qué hilo de agua se debe dejar manar para mantenernos fieles a lo que se denomina la tradición de acogida de Francia? La cuestión no debe situarse en el ámbito de la moral sino en el de la práctica: ¿qué presupuesto puede Francia seguir consintiendo para albergar a poblaciones extranjeras? De este presupuesto se desprende todo lo demás, empezando por el marco legislativo. Lo que las leyes han hecho otras lo desharán.

La ley no es una moral: es la expresión de una voluntad, la del pueblo. No sólo en el sentido de 1789 y de una soberanía teórica dada como un sonajero a las masas, sino en el sentido de una entidad viva, consagrada por la historia, una entidad étnica y cultural. Pero hace falta que esta voluntad del pueblo encuentre también una salida política animada, a su vez, por una fuerza de carácter que esté a la altura de los retos históricos a los que nos enfrentamos.

La voluntad política es, pues, cosa distinta de la voluntad del legislativo, pues pertenece a un plano superior. Esta voluntad exigirá que aquél que presida o gobierne las naciones europeas en lo sucesivo no ceda ni ante la Europa de Bruselas ni ante los lobbies de izquierdas. Para ello, su mejor escudo será el apoyo popular. Con otras palabras, y conviene insistir al respecto: la cuestión de la remigración deberá figurar en el programa a fin de poder obtener la correspondiente legitimidad de acción.

Fin de la inmigración, condena de quienes la fomentan, derogación de la agrupación familiar, fin de la islamización, fin de la propaganda estatal en favor de la inmigración, del mestizaje, remigración concertada a los países de origen… No os voy a recordar ahora el conjunto de propuestas efectuadas por los identitarios para hacer que la remigración sea operativa. Digamos solamente que dichas medidas son casi exhaustivas y afectan tanto a los migrantes recientes como a los más antiguos y ya naturalizados. No es posible seguir aceptando esas oleadas masivas de naturalizaciones. Como lo dice Eric Zemmour, es muy fácil hacer que la población de Francia pase de 65 a 165 millones de habitantes… ¡Basta naturalizar a 100 millones de africanos!

Ni Francia ni Europa son estadísticas. No son seres intercambiables. Quien no cree en la personalidad de las naciones tampoco cree en la personalidad de los seres que las habitan. Quien no cree en las fronteras sólo cree en el individuo abstracto, intercambiable. En el individuo reducido a su mera dimensión consumista: un individuo tan universalmente humano que ya no se sabe si es una definición teórica o un código de barras.

En este contexto, la remigración no es sólo una medida política, es algo que se debe enfocar también desde una perspectiva ecológica. Lo digo muy en serio. Por lo demás, ¿qué se creen los Verdes? ¿Se imaginan que los centenares de millones de candidatos al éxodo de África o de Asia están preocupados por el decrecimiento o están ansiosos de comer alimentos biológicos?

¿Se imaginan los ecologistas que la agricultura razonable, es decir, menos llena de sinrazón, esa agricultura que defienden con toda la razón del mundo, va a bastar para alimentar a 50, 100, 200 millones de nuevos europeos? Los pantanos que rechazan, las granjas de 1.000 vacas que combaten, responden a las mismas causas que el tsunami migratorio que cae sobre nosotros.

La remigración es necesaria porque es ecológica, como ya dijimos, porque es garantía de paz, como también subrayamos. Podríamos añadir que disminuiría considerablemente nuestros gastos presupuestarios. Pero, en el fondo, todas estas razones, por excelentes que sean, no son en sí mismas suficientes.

La razón suficiente e imperativa es ésta:

La remigración es necesaria para preservar 40.000 años de identidad europea. La remigración es necesaria para el futuro de los niños europeos. La remigración, con otras palabras, no es un asunto que ataña ni a la moral, ni a la economía, ni a ningún ámbito de actividades. La remigración es un acto de vida, un acto identitario y, por tanto, intrínsecamente político, para los pueblos europeos. Esta remigración que puede parecer escandalosa para todos los fieles de la religión de los derechos humanos y que nos afecta a nosotros, los europeos, tenderá a hacerse universal a lo largo de este siglo.

El siglo XIX vio a Europa conquistar el mundo. El siglo XX fue el de las grandes guerras civiles entre conquistadores. El siglo que ha empezado hace poco debe ser el de la reconquista de Europa por Europa. La remigración es una de las condiciones para ello. No abordaremos ahora las demás, que deberán sin embargo realizarse simultáneamente, y entre las que figura, en particular, la reconquista de una vitalidad demográfica propiamente europea.

El término remigración tiene que ser introducido en el discurso político, inculcado en las reflexiones sociales, económicas, ecológicas. Este término hay que robustecerlo con hechos, regarlo de sentido. Tiene que convertirse en un concepto clave y ocupar el primer lugar en las soluciones para acabar con las desventuras de la época. Lo decimos con toda claridad. No disimulamos nuestros objetivos. La remigración no es ninguna utopía. Es una potencialidad, y una potencialidad necesaria para Francia y para Europa. Hagamos que esta potencialidad constituya una clara frontera entre quienes desean que perdure nuestro país, nuestro continente, nuestra civilización, y quienes pretenden obtenerlo vendiendo a sus electores los astros muertos de la integración y de la asimilación.

Una integración y una asimilación que no son simplemente posibles. Afirmarlo no es ni una hipótesis ni una predicción. Es una constatación: una constatación basada en miles de hechos, anecdóticos o relevantes pero registrados no desde hace un año o diez, sino desde hace más de treinta años.

Cuando el primer nombre atribuido en la provincia de Seine-Saint-Denis es el de Mohamed, ¿dónde está la integración? Cuando ciudades enteras del extrarradio están habitadas por no europeos, cuando trenes enteros de cercanías transportan únicamente a africanos, ¿dónde está la asimilación? Cuando en ciertos barrios uno se cree en Argel o en Bamako, ¿qué constatación hay que sacar?

Esta constatación es la de la Gran Sustitución. La Gran Sustitución no es simplemente la sustitución progresiva, pero en un plazo de tiempo muy rápido —unas décadas— de la población histórica de nuestros países por poblaciones procedentes de la inmigración, y muy mayoritariamente de origen extraeuropeo. La Gran Sustitución es un fenómeno cuyo incremento es continuo y se realiza mediante políticas inmigratorias cada vez más laxistas, pero que ya se ha completado casi del todo en zonas enteras de Francia, por ejemplo, donde los franceses de pura cepa se han hecho minoritarios y a veces hasta han desaparecido del todo, reemplazados por inmigrantes o por franceses administrativos procedentes de la inmigración.

¿Puede alguien imaginarse seriamente que vamos a “asimilar” a los más de diez de millones de musulmanes (cifra que se incrementa exponencialmente), cada vez más reivindicativos y radicales, actualmente presentes en nuestro territorio, o bien que vamos a “reconciliarnos” con los simpáticos hinchas del equipo de Argelia que han dado pruebas más que sobradas de cuál es el verdadero país que llevan en su sangre y en su corazón?

¿Se imagina alguien que quienes enarbolan los estandartes de la “yihad” o guerra santa, quienes sacan cada dos por tres sus banderas argelinas a la calle, o quienes cantan sin parar canciones en cada uno de cuyos estribillos se oye “jode a Francia” van a convertirse de la noche a la mañana en buenos franceses porque canten la Marsellesa y agiten la bandera tricolor?

Y ya no hablemos de los centenares de “europeos” que se fueron a hacer la “yihad” en Oriente Medio. Los numerosos vídeos que circulan por internet revelan las atrocidades (víctimas degolladas, cadáveres exhibidos en público, etc.) cometidas por estos musulmanes que bien podrían volver un día a nuestros países.

¿Y es con ellos con quienes deberíamos reconciliarnos? ¡Cuando están en guerra contra nuestro país, nuestra civilización, nuestra identidad!

En cualquier caso, no tenemos alternativa: o resistir o desaparecer.

¡Por Europa, por nuestra civilización, por el futuro de nuestros hijos!