Con sus promesas de omnipotencia, esta
corriente futurista empieza a seducir más allá de los tecnófilos entusiastas.
Para el biólogo Jacques Testart, padre científico del primer bebé-probeta, se
trata de una creencia peligrosa y hay que cuestionar con urgencia la noción
misma de progreso científico. En 2045, la inteligencia artificial va a
sobrepasar brutalmente la inteligencia humana. Capaces de automejorarse hasta
el infinito, unos programas ultraperfeccionados sabrán resolver todos los
problemas de la humanidad, empezando por la muerte. Entonces, por fin, el
posthumano, genéticamente mejorado y tecnológicamente aumentado, podrá
considerarse conseguido. Es la promesa del transhumanismo, corriente juzgada
durante mucho tiempo como iluminada, pero cuyo discurso seduce hoy cada vez
más. Jacques Testart se alarma por las consecuencias irreversibles sobre el
mundo que una tecnología tal podría engendrar.
¿Por qué el transhumanismo va ganando
influencias?
Es una ideología que prospera sobre las
innovaciones extraordinarias de la tecnociencia, ya sea alrededor de la
genética, del cerebro, de la inteligencia artificial. Hay quien considera que
todos los mitos antiguos, que arrastramos desde el comienzo de los tiempos, la
inmortalidad, la inteligencia superior o el héroe invencible, se van a
convertir en reales. No son nada más que sueños infantiles y una ideología del
mismo tipo.
Entre esos mitos, está el de vencer a la muerte.
¿No es un poco complicado posicionarse en contra?
Se puede uno posicionar racionalmente,
mostrando que no es posible. Y también se puede uno posicionar filosóficamente
mostrando que no es deseable. ¿Qué quiere decir ser inmortal? ¡Tiene que ser un
aburrimiento! Es la inmovilidad, la espera, el aburrimiento, seguramente. Pero,
eso lo han dicho ya otros mejor que yo. En cuanto a la viabilidad, hay muchos
elementos que muestran que es imposible. Se nos dice que es inminente, que los
niños que vivirán trescientos años ya han nacido. Pero esos predicadores ¿han
creado ya un ratón inmortal? ¿Una mosca inmortal?
Además, hay que darse cuenta de que la
esperanza de vida en buena salud está disminuyendo, en Estados Unidos, Reino
Unido y en Francia. Y es en este momento cuando se nos propone la inmortalidad.
¡Para que veamos que esto no funciona! Tenemos nuevas enfermedades,
perturbadores endocrinos, nuevos virus, y todas las enfermedades crónicas que
se desarrollan. Es, pues, cuando nuestra civilización conoce una regresión
debida directamente a los excesos del capitalismo cuando se nos dice que,
gracias a las nuevas tecnologías producidas por ese mismo capitalismo, vamos a
superarlo todo.
Es la vieja tragedia cientista. ¿El clima
se desregula? No importa, vamos a inventar unas máquinas que corrijan eso. Se
hace creer que el sistema que ha provocado los problemas es capaz de
repararlos. No es creíble. Efectivamente, es como una religión. En Francia, no
está todavía implantado del todo, incluso si va ganando cada vez más adeptos.
Hace cinco años, todo el mundo se reía ante la mención del transhumanismo. Hoy
preguntan cómo apuntarse. Y hay que creerlo, porque no hay ninguna prueba de
nada.
Usted es conocido por estar en los comienzos del
primer bebé-probeta. ¿No es contradictorio oponerse a esos “progresos”?
Se imaginará que estoy acostumbrado a
estas cuestiones. La fecundación in vitro es una intervención para las personas
que no pueden tener hijos. Se trataba, en 1982, de restituir un estado de
normalidad como es la posibilidad de fundar una familia. No sobrepasaba ese
marco; no se hacían niños a medida. Cuando me di cuenta, cuatro años más tarde,
que esta técnica podía permitir hacer niños de “mejor calidad”, escribí L´Œuf transparent. Explicaba que se iba
a poder seleccionar entre los embriones para escoger el que convendría mejor.
Finalmente, esto fue inventado por unos ingleses y se llama el “diagnóstico
genético preimplantación”. He luchado contra ello y continúo la lucha. Claro
que me pueden decir que lo que había que hacer es dejar que la gente fuera
estéril porque así es la naturaleza. Pero, con esas ideas, no se habría
inventado la medicina, ni los medicamentos, las vacunas… No es mi manera de
verlo. Lo que yo quiero es que las personas puedan tener una vida con buena
salud y que merezca la pena, que puedan ser creativos.
¿Cómo esta ideología transhumanista ha inspirado
las investigaciones actuales que tienden bastante a lo posthumano, ya sea en
informática, genética, robótica o biología?
Yo lo diría al revés. No creo que el
transhumanismo dirija nada. Son las investigaciones las que, por la continuidad
y el progreso de las ciencias, nos llevan a ese estado que se puede llamar
transhumanismo. Es decir, que la voluntad de la ciencia es la de dominar lo
humano. Y dominar lo humano, es el objetivo de los transhumanistas. Hace falta,
pues, que ese progreso científico sea razonado, pero no por los científicos
mismos. Se llega forzosamente a la democratización de la ciencia, que es el
objetivo de la asociación Ciencias ciudadanas en la que yo participo.
Pero, entonces, en el marco de esa
democratización de la ciencia que usted desea, ¿qué se busca? Si son los
ciudadanos los que deciden, ¿no pueden escoger el ir hacia lo posthumano?
No es imposible, pero no lo creo. Trabajo
sobre los procedimientos democráticos de las conferencias de ciudadanos desde
2002. Todos los estudios realizados en todo el mundo sobre ese tipo de
conferencias llegan a conclusiones sorprendentes. Son personas escogidas por
sorteo, de perfiles variados y también de procedencia, edades, sexos,
profesiones diferentes, y terminan por sentirse imbuidos de una misión a
condición de que tengan la certitud de que su opinión sea tenida en cuenta
políticamente. Se observa que, por un lado, es muy inteligente, encontramos
muchas ideas nuevas que los expertos y los políticos no habían tenido y que,
por otra parte, son ideas generosas y altruistas, que se ocupan del Tercer
Mundo, las generaciones futuras, etc. Van más allá. Hay una especie de mutación
temporal y positiva del humano cuando se le incluye en esas condiciones. Sucede
una especie de alquimia, una mezcla de inteligencia colectiva y empatía.
Entonces, es la democracia lo que aumenta al
humano…
¡Exactamente! La verdadera democracia permite
que el posthumano sea interesante.
A pesar de esta nota de esperanza, su libro es
bastante… pesimista, en incluso apocalíptico...
Sí, aunque eso no quiere decir que la
Tierra vaya a reventar. Hablo del mundo tal y como lo concebimos hoy, con la naturaleza
y sus relaciones con el ser humano. Ese mundo que podemos admirar todos los
días. Cuando observo un gato, por ejemplo. Para mí, el gato es la perfección.
Es un animal fabuloso. Un animal que tiene una gracia y al mismo tiempo una
distancia, una especie de desprecio… Si miro a una abeja, lo mismo. Me
maravilla la naturaleza. El fin del mundo significa que todo eso desaparece. Se
puede constatar ya. Se ve a nivel de la humanidad, con sus comportamientos
inducidos por la tecnología, o en cómo las personas han cambiado sus relaciones
con los demás. Estamos infantilizando a la población, quitándoles
responsabilidad, haciéndoles perder su autonomía y poniéndola a disposición de
“especialistas” que dictan el buen comportamiento.
Lo que señalo es que, las fechas que
cruzamos a menudo, 2045-2050, son indicadas al mismo tiempo por los
transhumanistas para la singularidad, ese momento en el que la máquina debería
ser más inteligente que el ser humano, y por otros como el GIEC (Grupo de
expertos intergubernamental sobre la evolución del clima), que hablan del mismo
periodo para situaciones de catástrofe ecológica donde la vida se convertirá en
insoportable. Nuestros descendientes van a vivir un periodo espantoso.
Queriendo “mejorar” la naturaleza, el transhumanismo
ataca de hecho el mecanismo mismo de la evolución que dura desde hace millones
de años...
Traeremos efectivamente la ruina de la
evolución y la de la civilización que vino a situarse encima. La naturaleza ha
creado seres que, en su mayoría, están perfectamente en su sitio. La diversidad
no es una palabra que se pueda tomar a la ligera, y su desaparición es muy
grave. Es dramático considerar que no es más que una crisis, la crisis del
siglo XXI. Y que habrá otra en el siglo XXII. Pero no es eso. El siglo XXI
rompe con todo lo que le precede, y con toda la evolución. ¡No controlamos
nada! En la genética, por ejemplo, somos capaces de destruir especies y de
poner genes asesinos, pero somos incapaces de dominar las especies que
modificamos genéticamente, es decir, de impedir los efectos indeseables de
nuestras manipulaciones.
Usted quiere poner al día las expresiones “jugar
con fuego” y “aprendices de brujo”.
Me impresiona ver la cantidad de
transhumanistas no declarados, sobre todo en biología, que trabajan en la
actualidad para modificar el ser vivo; para añadir una letra al ADN, por
ejemplo. Hoy en día hay cuatro, quieren poner una quinta. ¿Y para qué? ¡Para
ver qué pasa! Verdaderamente, es un juego de aprendices de brujo. Ya hemos
visto algo parecido con las nanotecnologías. Esta forma de actuar, de modificar
las cosas “para ver qué pasa” es nueva. Es un juego de brujos que había
desaparecido con la ciencia moderna, donde había que seguir un protocolo que
explicaba el objetivo, la metodología, el desarrollo del experimento. Y se
observaba el resultado en función de la hipótesis. Hoy es lo contrario, se hace
la manipulación y se comprueba qué sucede. Es un suicidio, porque nos exponemos
a unos resultados que no se han reflexionado antes.
Usted explica que nos falta un relato
alternativo para un futuro diferente que el propuesto por el transhumanismo,
muy popular en las obras de ciencia ficción. ¿Cuál podría ser ese nuevo relato?
No voy a escribirlo. Pero es
indispensable porque el relato transhumanista es del todo asumible, sobre todo
por parte de la juventud. Son muy receptivos. Se asimila a sus relaciones
sociales, su imaginación, incluso su forma de disfrutar… Me impresiona ver a
los jóvenes delante de una pantalla de ordenador quince horas al día, pero no
podemos hacer nada. No podemos prohibir este tipo de cuestiones. Hablo también
mucho del teléfono móvil. Hoy, no podríamos vivir sin este aparato. Es una
prótesis obligatoria y generalizada. Es un ejemplo bastante fuerte de algo que
se ha impuesto en quince o veinte años y que se ha convertido en indispensable
en el mundo entero, día y noche, para todas las actividades. Y están también
esos relojes conectados, los ayudantes domésticos, todos esos proyectos de
medicina predictiva y personalizada a partir del genoma. No se puede esperar
impedir eso de forma autoritaria. Hay que poder demostrar que no es así como
queremos vivir. Hay que dar otra cosa para soñar. ■ Fuente: Libération