George Soros, el millardario público nº 1. Un empresario de la injerencia global, por François Bousquet


La galaxia Soros tiene un presupuesto anual de un millardo de dólares (casi veinte millardos inyectados en cuarenta años). En una investigación plasmada en un libro, Pierre-Antoine Plaquevent (Soros y la sociedad abierta. Metapolítica del globalismo) describe los engranajes de esta red tentacular que es la Open Society Foundation. Una radiografía que refleja toda una genealogía de la sociedad abierta.

Hace un siglo, el novelista Georges Darien nos dejaba su demasiado ignorado Gottlieb Krumm, un prodigioso retrato de estos “tiburones apátridas” que, como George Soros, “no son realmente ciudadanos de ninguna patria, el universo es su patria, y hacer el mal su religión”. Soros os dirá que hace el bien. Pero no estamos obligados a creerlo. Para convencernos es suficiente leer el libro profusamente documentado que Pierre-Antoine Plaquevent le ha consagrado y que nos sumerge hasta el corazón mismo de la ideología liberal-libertaria, el otro nombre de la Open Society. Soros, nacido en 1930 cerca de Budapest, es su figura emblemática. A través de su persona, la filosofía de Karl Popper se reúne con la praxis de Trotski, la sociedad abierta se forja en la escuela de la revolución permanente. Su influencia es tal en el seno del Partido demócrata americano que ya se habla de “shadow democratic party” (el partido democrático en la sombra) para designar la nebulosa Soros en los Estados Unidos. Lo que él reprocha a Trump o a Bush, sus adversarios de cartón-piedra, es la brutalidad de los medios empleados, no los fines perseguidos: extender la influencia de la Pax americana, incluso en el Mediterráneo, convertido en su zona de influencia, la Mare Nostrum Society, donde su dinero financia las operaciones de salvamento de los “no border”.

No Society. Plaquevent revela todo un magma operativo, logístico, ideológico, gravitando en torno a la Open Society Foundation: las ONG, las fundaciones filantrópicas, los aparatos de inteligencia del complejo militar-industrial angloamericano, los círculos neoconservadores. Desfila todo el personal imperial: los militares y los humanitarios: El sistema de los “revolving doors”, las puertas giratorias, funciona a pleno rendimiento. Se pasa de la alta administración a las mastodónticas financieras, y recíprocamente. Una vez más, se verifica cómo lo humanitario no es más que la pantalla del imperialismo económico (Carl Schmitt).

Lejos del ser un hombre hecho a sí mismo (self-made-man) que Soros se jacta de ser, él aparece mayormente como uno de los pilares de las redes más influyentes del planeta, desde el Council on Foreign Relations (donde encontramos las cabezas pensantes del departamento de Estado norteamericano) hasta el fondo de inversión Carlyle (donde nos cruzamos con los antiguos inquilinos de la Casa Blanca y de Downing Street), y también la inevitable London School of Economies, auténtico caldo de cultivo de la élite mundialista, para la que Soros ha pasado, por supuesto, y donde pueden seguirse los cursos sobre Friedrich Hayek y Karl Popper.

¿Su lema? Inestabilidad. Lo que vale para los mercados financieros vale para las sociedades: ambos son regidos por el mismo principio de indeterminación. Es el principio de incertidumbre de Heisenberg aplicado a la ingeniería social, a pesar de que detrás de la élite mundialista opera la famosa “mano invisible”.

“Jefe de Estado sin Estado”, Soros se describe a sí mismo como una “especie de dios” con impulsos mesiánicos. ¿Su sueño? Ser el San Pablo de Karl Popper, apóstol de un nuevo milenio. Popper, sin embargo, no era más que una especie de Julien Benda pasado por la epistemología y la sociedad de Mont-Pèlerin. La pobreza conceptual de su libro-insignia, “La sociedad abierta y sus enemigos”, nos sigue sorprendiendo. Si salimos de su razonamiento tautológico (la sociedad abierta es abierta), el autor es incapaz de dar un sentido positivo a su concepto. No es más que un eslogan; y un medio de designar al enemigo, como lo demuestra Plaquevent. Las sociedades cerradas (mágicas y tribales, siguiendo la terminología popperiana) son muy precisas y son las sociedades (comunidades, diría Ferdinand Tönnies) que no solamente son orgánicas, sino organizadas, en oposición a las sociedades abiertas, las cuales no existen según las memorables palabras de Margaret Thatcher. La sociedad abierta es la aceleración de los procesos entrópicos, disipativos y caóticos. Ya no hay estados estacionarios. La única cosa estacionaria es la inestabilidad del sistema en riesgo de supervivencia. El peor de los mundos posibles. Fuente: Éléments pour la civilisation européenne