¿Cómo se hace
que la Gran Sustitución, que aparece ciertamente como una evidencia
indiscutible, sea percibida por algunos como una ridícula ilusión, como una
aberrante fantasía? Muy sencillo, porque el deseo de arraigo es ininteligible
para el paradigma progresista.
Aunque puedan
ser avanzadas muchas explicaciones, nos preguntamos si no sería pertinente
traer aquí la famosa “teoría de los paradigmas” inventada por el filósofo de
las ciencias T.-S. Kuhn, según el cual el paradigma es una doctrina científica
universalmente reconocida que establece la visión del mundo en cuyo interior la
ciencia debe trabajar”, como diría Jacques Ellul. Con ello, se proporciona a
los investigadores los problemas a resolver, pero también el tipo de respuesta
admisible. El paradigma, determinando completamente el campo de la
investigación, se encuentra dotado de una doble función normativa y cognitiva,
que prohíbe tratar, e incluso impide percibir, los hechos “no-significativos”,
las “anomalías” que escapan al marco delimitado por el paradigma.
Podemos
preguntarnos si eta teoría, establecida a propósito de las ciencias “puras y
duras”, no podría ser extendida al conjunto de todo lo que puede ser objeto de
observación, de análisis y de conocimiento, es decir, a las “ciencias humanas y
sociales”. Y, en particular, a un fenómeno (real o no) como la “gran
sustitución”.
Si
consideramos la época actual, el paradigma cultural dominante sigue siendo,
incontestablemente, el del progresismo. Dicho de otra forma, de un sistema
organizado en torno a la idea según la cual todo lo que tiene relación con el
hombre tiende a mejorar de forma ineluctable e ilimitada: en torno a la idea de
Progreso, que constituye, por sí mismo, el fundamento de la modernidad. Sin
duda, este paradigma, establecido como tal en el siglo XIX, ha experimentado
posteriormente gravísimos contratiempos. Kuhn señala, al respecto, que a fuerza
de conocer los fracasos y de encontrar hechos inexplicables, así como datos que
no entran en el marco explicativo delimitado, el paradigma termina por
debilitarse, y después por desaparecer. Sin embargo, el paradigma progresista
subsiste, alimentándose, entre otras, de las conquistas tecnológicas y de las
transformaciones societales contemporáneas, permaneciendo como dominante: es
decir, definiendo el marco “normal” de comprensión del mundo ‒por plagiar a
Kuhn, que hablaba de ciencia “normal”, se acaba describiendo lo que corresponde
al paradigma. Normal, pero no único: el paradigma progresista es ahora
desafiado por un paradigma contrario, que bien podría calificarse de “conservador”
y que se funda sobre el reconocimiento de la imperfección del hombre y de sus
obras, de la fragilidad de las cosas, del valor de la naturaleza y de una
cierta desconfianza hacia el cambio.
Si, ahora,
volvemos sobre la cuestión de la “gran sustitución”, comprenderemos mejor que
(contrariamente al paradigma conservador), el paradigma progresista prohíbe
reconocer su existencia, de la misma forma que durante mucho tiempo ha impedido
tomar en serio los cataclismos ecológicos que preparan la feliz mundialización
y la religión del crecimiento infinito e ilimitado. La catástrofe y el desastre
no entran en el campo de visión de un sistema construido sobre la idea de que
todo se perfecciona con el paso del tiempo. Contemplado desde el paradigma
progresista, la “gran sustitución” se presenta, entonces, como una ilusión, sea
como un problema temporal, sea como una oportunidad.
En realidad,
se explica desde el progresismo, el desarrollo de la humanidad siempre ha
estado acompañado de mezclas, mestizajes, desde el mismo encuentro entre los
hombres de Neandertal y de Cromañón. Este flujo irregular ha conocido
ralentizaciones y aceleraciones, por lo alto y por lo bajo, sin cesar nunca, y
no podría hablarse, en consecuencia, de “gran sustitución” (grand remplacement), ya sea en un plano
étnico o en un plano cultural, desde el momento en que jamás ha existido un
“emplazamiento” (emplacement) fijo e
inmutable. Nunca han existido poblaciones autóctonas, sólo viajeros. No existe,
pues, ningún “remplazo de población”, todo lo más una aceleración de los flujos
que se han hecho más visibles gracias a los medios de comunicación, los
transportes y las estadísticas más perfeccionadas. ■
Fuente: L´Incorrect