La «gran sustitución» según el paradigma progresista, por Frédéric Rouvillois


¿Cómo se hace que la Gran Sustitución, que aparece ciertamente como una evidencia indiscutible, sea percibida por algunos como una ridícula ilusión, como una aberrante fantasía? Muy sencillo, porque el deseo de arraigo es ininteligible para el paradigma progresista.

Aunque puedan ser avanzadas muchas explicaciones, nos preguntamos si no sería pertinente traer aquí la famosa “teoría de los paradigmas” inventada por el filósofo de las ciencias T.-S. Kuhn, según el cual el paradigma es una doctrina científica universalmente reconocida que establece la visión del mundo en cuyo interior la ciencia debe trabajar”, como diría Jacques Ellul. Con ello, se proporciona a los investigadores los problemas a resolver, pero también el tipo de respuesta admisible. El paradigma, determinando completamente el campo de la investigación, se encuentra dotado de una doble función normativa y cognitiva, que prohíbe tratar, e incluso impide percibir, los hechos “no-significativos”, las “anomalías” que escapan al marco delimitado por el paradigma.

Podemos preguntarnos si eta teoría, establecida a propósito de las ciencias “puras y duras”, no podría ser extendida al conjunto de todo lo que puede ser objeto de observación, de análisis y de conocimiento, es decir, a las “ciencias humanas y sociales”. Y, en particular, a un fenómeno (real o no) como la “gran sustitución”.

Si consideramos la época actual, el paradigma cultural dominante sigue siendo, incontestablemente, el del progresismo. Dicho de otra forma, de un sistema organizado en torno a la idea según la cual todo lo que tiene relación con el hombre tiende a mejorar de forma ineluctable e ilimitada: en torno a la idea de Progreso, que constituye, por sí mismo, el fundamento de la modernidad. Sin duda, este paradigma, establecido como tal en el siglo XIX, ha experimentado posteriormente gravísimos contratiempos. Kuhn señala, al respecto, que a fuerza de conocer los fracasos y de encontrar hechos inexplicables, así como datos que no entran en el marco explicativo delimitado, el paradigma termina por debilitarse, y después por desaparecer. Sin embargo, el paradigma progresista subsiste, alimentándose, entre otras, de las conquistas tecnológicas y de las transformaciones societales contemporáneas, permaneciendo como dominante: es decir, definiendo el marco “normal” de comprensión del mundo ‒por plagiar a Kuhn, que hablaba de ciencia “normal”, se acaba describiendo lo que corresponde al paradigma. Normal, pero no único: el paradigma progresista es ahora desafiado por un paradigma contrario, que bien podría calificarse de “conservador” y que se funda sobre el reconocimiento de la imperfección del hombre y de sus obras, de la fragilidad de las cosas, del valor de la naturaleza y de una cierta desconfianza hacia el cambio.

Si, ahora, volvemos sobre la cuestión de la “gran sustitución”, comprenderemos mejor que (contrariamente al paradigma conservador), el paradigma progresista prohíbe reconocer su existencia, de la misma forma que durante mucho tiempo ha impedido tomar en serio los cataclismos ecológicos que preparan la feliz mundialización y la religión del crecimiento infinito e ilimitado. La catástrofe y el desastre no entran en el campo de visión de un sistema construido sobre la idea de que todo se perfecciona con el paso del tiempo. Contemplado desde el paradigma progresista, la “gran sustitución” se presenta, entonces, como una ilusión, sea como un problema temporal, sea como una oportunidad.

En realidad, se explica desde el progresismo, el desarrollo de la humanidad siempre ha estado acompañado de mezclas, mestizajes, desde el mismo encuentro entre los hombres de Neandertal y de Cromañón. Este flujo irregular ha conocido ralentizaciones y aceleraciones, por lo alto y por lo bajo, sin cesar nunca, y no podría hablarse, en consecuencia, de “gran sustitución” (grand remplacement), ya sea en un plano étnico o en un plano cultural, desde el momento en que jamás ha existido un “emplazamiento” (emplacement) fijo e inmutable. Nunca han existido poblaciones autóctonas, sólo viajeros. No existe, pues, ningún “remplazo de población”, todo lo más una aceleración de los flujos que se han hecho más visibles gracias a los medios de comunicación, los transportes y las estadísticas más perfeccionadas. Fuente: L´Incorrect