1. Transhumanismo y humanismo
Muy a menudo olvidamos que, en el término
transhumanismo, está la palabra “humanismo”. ¿Cuáles son los vínculos entre
humanismo y transhumanismo? Para empezar, hay que recordar que existen varias
formas de humanismo, las más célebres son los humanismos del Renacimiento y del
Siglo de las Luces. ¿En qué consistían esos humanismos? Se centraban en la idea
de un hombre que sería el centro del universo; un hombre que sería la medida de
todas las cosas. Ya no se veía al hombre como un ser subordinado a un cosmos
(como en el pensamiento griego) o a un Dios omnipotente (como en la Edad Media
cristiana); a partir de entonces, el hombre estaba en primer lugar. El Siglo de
las Luces se caracteriza también por la emancipación del individuo. No es solo
la humanidad en su conjunto la que está en el centro del universo, es más bien
el individuo el que es sujeto de derechos inalienables. Una de las ideas
importantes del Siglo de las Luces es que el individuo puede ser mejorado,
puede y debe ser llevado al máximo en sus capacidades. Y es por la educación y
la cultura que semejante mejora del individuo es posible. A través de las
facultades intelectuales es como se puede llegar a ello, en oposición al
transhumanismo moderno que parece trabajar en prioridad sobre el cuerpo y su
perfeccionamiento (aunque el transhumanismo se propone también aumentar
nuestras facultades cognitivas).
El humanismo clásico parece tener una fe
total en el hombre. Pero ¿en qué se basa esta fe? Se podría decir que se basa
en tres pilares: la razón, la ciencia y el conocimiento. En tanto que ser
racional es como el hombre podrá mejorar sus condiciones de vida y, más
concretamente, es a través de la acumulación de conocimientos y el progreso de
las ciencias como se hará esta mejora. El humanismo clásico se basa en la idea
moderna de progreso. Durante mucho tiempo, los hombres han vivido con la idea
de que el mundo, los hombres y las sociedades eran inmutables. Pero en el Siglo
de las Luces tomamos conciencia de la importancia de la historia. Con el
tiempo, las cosas pueden mejorar, un cierto progreso es posible. Y se podría
decir, en cierto sentido, que el progreso se ha convertido en la religión de la
modernidad. El progreso parecía posible en todos los ámbitos y en todas las
direcciones: progreso económico, progreso social y político, progreso moral,
progreso científico,... Así, parece que el transhumanismo sería el último
eslabón de esta religión del progreso.
Después de las utopías sociales del siglo
XX, hacía falta una nueva ideología que justificara el progreso, y el
transhumanismo parece ser esta ideología. La idea de un posible mejoramiento
del hombre no es, pues, una invención del transhumanismo. Ya estaba presente en
el humanismo clásico de las Luces. Esta idea tuvo también un gran éxito en las
utopías del siglo XX, a través de la figura del hombre nuevo o del hombre
superior, que encontramos tanto en el nazismo como en la utopía comunista de la
URSS. Y parece que sería esta idea del amejoramiento del hombre la que haga del
transhumanismo un humanismo en el primer sentido del término. Así como en el
humanismo de las Luces, el transhumanismo se basa en la ciencia y el
conocimiento. Mediante el aumento de nuestros conocimientos y el progreso de
las ciencias es como el hombre podrá mejorarse y aumentarse.
En la ideología transhumanista, el hombre
está en el centro del universo, debe ser aumentado y mejorado para convertirse
en una especie de Dios. ¿En qué sentido? El transhumanismo parece ser un
antropocentrismo e, incluso, más que eso, una religión del hombre y de su
ciencia (lo que no hubiera disgustado a Augusto Compte). El transhumanismo
sería, entonces, la liberación final del hombre, liberación de todo lo que
siempre le ha oprimido, sobre todo la naturaleza y la evolución biológica que
parece ser incontrolable. El transhumanismo conseguiría así el sueño de
Descartes, considerando al hombre como dueño y poseedor de la naturaleza. Pero,
simultáneamente, el transhumanismo parece negar al hombre, incluso consiguiendo
casi hacerle desaparecer. ¿Por qué? Porque ya no es el hombre el que es
central, lo son más bien la ciencia, la técnica y la máquina las que ocupan el
primer lugar. El hombre será reemplazado por un posthumano. La inteligencia
humana misma estará pronto en quiebra frente a la inteligencia artificial que
será muy superior a ella. La vida misma no tendrá pronto necesidad de un
soporte biológico, los cuerpos vivientes puede que sean pronto totalmente
reemplazados por máquinas y ordenadores. Parece haber una paradoja en el
corazón mismo del transhumanismo: el hombre es visto como la medida de todas
las cosas, es el dueño de su destino y del universo; pero, simultáneamente, el
hombre se convierte en secundario, está subordinado a la técnica. Así, no se
sabe ya muy bien si el transhumanismo es un humanismo o si es lo que podríamos
llamar un “tecnocentrismo”. Lo cual nos lleva a la pregunta siguiente: ¿Está la
técnica al servicio del hombre, o es el hombre el que está al servicio de la
técnica, que se desarrollaría como una entidad autónoma? Puede ser que entremos
en una era de la muerte del hombre (retomando la célebre expresión de Michel
Foucault). Ha habido una era del Cosmos, una era de Dios, una era del hombre
(que está llegando a su fin) y habrá pronto una era del posthumano y de la
máquina. Queriendo escapar del determinismo de la naturaleza gracias a la
técnica, el hombre ha caído en otro determinismo, el de la técnica. Así, más
que liberarnos, puede ser que hayamos pasado, en realidad, de una alienación a
otra.
Podemos legítimamente dudar del hecho de
que el transhumanismo sea un humanismo, en el sentido en que parece una
superación del hombre más que una culminación del ser humano. El transhumanismo
parece, en realidad, proceder de una fe en el hombre y, simultáneamente, de una
falta de fe en el ser humano. En efecto, por un lado, está la idea de que el
hombre puede tener en su mano su destino y su evolución y, por otro lado,
parece estar la idea de que el hombre debe ser acogido por algo que le supera, es
decir, la máquina y la inteligencia artificial. La fe en el hombre es una
herencia del humanismo de las Luces pero la pérdida de fe en la humanidad que
le acompaña se debe, sin duda, a la historia sangrienta del siglo XX. Después
de los acontecimientos trágicos de este siglo, se ha producido un
cuestionamiento de la razón de las Luces y se ha parado de creer en que el
hombre podía salvarse a sí mismo. El hombre aparecía como un ser irresponsable
y, si ya no se podía creer en Dios, se podía desde entonces creer en la
máquina. ¿No hemos reemplazado, simplemente, una fe por otra? ¿No hemos pasado
de una teodicea a una “tecnodicea”, después de un breve periodo durante el cual
el hombre ha creído poder salvarse a sí mismo?
Hay otra razón que podría llevarnos a
cuestionar la idea de que el transhumanismo sería un humanismo. Es el hecho de
que el humanismo (en todo caso, el humanismo clásico del Renacimiento y de las
Luces) se apoya en la noción de naturaleza humana. Hay una naturaleza humana
universal, naturaleza a la que están adheridos unos derechos inalienables. El
humanismo clásico proponía cumplir y realizar esta naturaleza humana, es decir,
revelarla y llevarla al máximo de sus capacidades. Pero el transhumanismo
parece querer superar la naturaleza humana. No se propone cumplir lo que ya
estaría latente en el hombre, quiere superar las capacidades humanas normales.
En realidad, la ideología transhumanista parece olvidar la idea de naturaleza
humana. El hombre es visto como una materia prima totalmente maleable, ya no
hay nada que sea sagrado o inalienable en el hombre, todo puede ser
transformado como queramos. Esto es particularmente visible en el caso de las
manipulaciones genéticas, donde se juega a ser aprendices de brujo, y donde la
ética tiene dificultades para hacerse escuchar. La cuestión sería, entonces,
saber si un humanismo es posible sin referirse a una naturaleza humana. Y eso
es algo que Jean-Paul Sartre había intentado pensar a través de su
existencialismo. En efecto, para el filósofo francés, ausencia de naturaleza
humana y humanismo no son contradictorios, al contrario, como el hombre no
tiene una naturaleza predefinida es por lo que puede ser libre y por lo que
tiene un valor. Pero Sartre no tenía conocimiento de las técnicas modernas y de
la ideología del hombre aumentado. Es por ello que, en el contexto del
transhumanismo, la cuestión de saber si podemos pensar un humanismo sin
naturaleza humana está abierta todavía.
El transhumanismo vuelve a traer al día
de hoy la antigua cuestión filosófica que consiste en preguntarse qué es lo que
define al hombre propiamente (“¿Qué es el hombre?” era una de las cuatro
grandes cuestiones de la filosofía según Kant). ¿Qué es lo que hace que seamos
seres humanos? ¿Es nuestra biología y nuestro cuerpo, el hecho de que seamos homo-sapiens? ¿O es más bien nuestra
conciencia, nuestra individualidad y nuestra libertad? Segunda cuestión, ¿está
nuestra humanidad amenazada por la técnica? Si modificamos nuestro ADN o
nuestras facultades cognitivas, ¿no nos arriesgamos a perder nuestra humanidad?
Última cuestión, el transhumanismo ¿nos encamina hacia un hombre aumentado y
mejorado (pero que seguiría siendo un hombre) o más bien va a conducirnos a una
superación del hombre y a la aparición de una nueva especie posthumana? En
otros términos, el transhumanismo ¿es un humanismo que mejora al hombre o, más
bien, es literalmente un transhumanismo, algo que trasciende y supera al
hombre? A esta pregunta, no se puede ofrecer una respuesta única ya que hay
desacuerdos entre los mismos transhumanistas (de hecho, es abusivo hablar de
transhumanismo en singular; hay en realidad una pluralidad de transhumanismos).
En realidad, encontraríamos transhumanistas que están apegados al hombre tal y
como es, y que simplemente querrían perfeccionar su cuerpo. En el extremo
opuesto, otros transhumanistas quieren simplemente olvidarse del cuerpo
(asumiendo, por ejemplo, la posibilidad de descargar su conciencia en un
ordenador).
Apuntemos, finalmente, que lo que parece
distinguir al humanismo de las Luces del transhumanismo es la forma en la que
entienden actuar sobre el hombre para transformarlo. El humanismo de las Luces
busca actuar sobre el hombre desde el exterior, a través de las instituciones,
la cultura y la educación. Sin embargo, el transhumanismo quiere modificar al
hombre desde el interior, trabaja sobre su sustancia misma, intentando
modificar su cuerpo y su cerebro.
2. La ideología y los fines del transhumanismo
Un gran número de sectores resultan de
interés para el transhumanismo, ya sea el ámbito de la medicina y la industria
farmacéutica, el ejército (con la idea del soldado aumentado), la industria del
entretenimiento y la telecomunicación, o incluso la NASA (para adaptar al
hombre a las necesidades de la conquista del espacio). Pero ¿cuáles son los
verdaderos objetivos del transhumanismo? Mejorar al hombre y sus capacidades
físicas y cognitivas, reducir el sufrimiento, vencer las enfermedades, retrasar
el envejecimiento y, por qué no, suprimir la muerte. Estos son los fines
conocidos del transhumanismo. Pero, ¿no podríamos ser más precisos intentando
mostrar cuáles son los desafíos y objetivos económicos, sociales, políticos (e
incluso religiosos) del transhumanismo?
La ideología transhumanista del hombre
aumentado nació en Estados Unidos en los años 60. El transhumanismo es, pues,
un invento del liberalismo económico. Todavía hoy, Silicon Valley y sus grandes
empresas son las que están en la vanguardia del transhumanismo. Es innegable
que uno de los fines es el lucro, la productividad y el crecimiento económico
ilimitado.
En realidad, no se puede desconectar la
ideología transhumanista de un cierto productivismo. En origen, el hombre
aumentado fue concebido como un trabajador más productivo. Más precisamente,
debido a que las máquinas habían aumentado considerablemente la producción
humana, el hombre tenía que aumentar sus capacidades si quería ser competitivo
frente a la máquina. El transhumanismo es, entonces, un producto del
capitalismo. Pero no está solo vinculado a las ideas de trabajo y producción,
también al consumo. El hombre aumentado será aquel que produzca más, pero será
también aquel que consuma más. En realidad, el transhumanismo está ligado a lo
que podríamos llamar el hedonismo moderno. Según esta ideología, el objetivo de
la vida es cumplir todos los deseos y acumular los placeres. Y es a eso a lo
que parece tender el transhumanismo: la realización de todos nuestros deseos
sean los que sean, sin que haya ninguna medida ni límite. Nos encontramos en la
fase que los griegos llamaban la desmesura. Y hay ahí un punto que podría
permitirnos distinguir de nuevo el transhumanismo del humanismo clásico de las
Luces. En efecto, los filósofos de la Ilustración pensaban una oposición entre
la razón y las pasiones, y el objetivo del hombre era vivir según su razón
dominando sus pasiones. El deseo debía ser, pues, dominado y limitado, como es
conforme a la naturaleza humana, que es una naturaleza racional. Pero la
ideología transhumanista parece ir en el sentido opuesto de semejante
concepción, va en el sentido del deseo irrefrenable más que del deseo medido.
Así, ahí donde los filósofos de las Luces querían construir una civilización de
la razón, el transhumanismo avanza en el sentido de una civilización del deseo
y, en ello, podemos ver cuál es el vínculo con el capitalismo y con la
ideología consumista.
Aunque sea una ideología productivista y
consumista, el transhumanismo parece tener en cuenta a la ecología, promete
importantes ahorros en energía, y el desarrollo de técnicas que serán menos
contaminantes (impresoras 3D, gestión óptima de la producción agrícola a través
de sensores colocados en los cultivos…). Pero podemos preguntarnos
legítimamente si no hay una fe excesiva en la técnica y en nuestras capacidades
humanas. La técnica es responsable de la crisis ecológica que vivimos en la
actualidad. Pero ¿de verdad arreglaremos el problema con más técnica todavía?
¿Se puede curar el mal mediante el mal? Por ejemplo, si miramos los medios de
comunicación a distancia, vemos que el paso de las letras a los correos
electrónicos ha permitido reducir el consumo de papel. Pero el correo
electrónico consume también, puesto que uno de ellos con un archivo adjunto
consume alrededor de veinte kg de carbón. Así, vemos que las técnicas que se
supone son más económicas, consumen también energía procedente de materias
primas. Sea como sea, los transhumanistas piensan que se puede conciliar el
crecimiento económico ilimitado y la ecología, que no habría en ello ninguna
contradicción.
La ideología transhumanista no se para en
una finalidad económica, tiene también un objetivo político. Si el
transhumanismo está vinculado al liberalismo económico, lo está también al
liberalismo político, e incluso a las ideas libertarias. La idea está en que el
individuo es totalmente libre y que debe tener un derecho absoluto a
autodeterminarse. El individuo es, en cierta forma, un individuo rey, y nada ni
nadie puede decirle lo que tiene que hacer, ni siquiera el Estado que es visto
muchas veces como una limitación. Desde ese punto de vista, se podría decir que
el transhumanismo va en el sentido de la emancipación del individuo del siglo
de las Luces, e incluso que la lleva al paroxismo. Mediante la técnica y el
aumento de sus capacidades, todos los individuos tendrán la posibilidad de ser
autónomos y de autodeterminarse. El transhumanismo es un individualismo, en el
sentido en el que apunta ante todo al bienestar individual, y no directamente a
la transformación de la especie o de la sociedad. Pero ¿qué pasará entonces con
la sociedad? La ideología transhumanista, a fuerza de centrarse en el
individuo, ¿no se olvida de la sociedad en su conjunto? ¿No hay ningún proyecto
de reforma social? En cierto sentido, sí. El transhumanismo pregona un
acercamiento de los individuos y las culturas, mediante el aumento de los
intercambios, de la información y la comunicación. Se ve eso, por ejemplo, con
Internet, que se piensa que es la herramienta que permite acercar a los
individuos y que, por eso, sería un vector de paz. De manera utópica, se podría
incluso imaginar que el aumento de los intercambios y de la comunicación podría
permitir, por fin, una paz mundial.
El transhumanismo promete mucho,
entonces, incluso en el ámbito de la política. Pero ¿qué hay de ello en realidad?
¿No hay peligros a evitar? En primer lugar, el aumento de las técnicas y de la
información podría llevar a una alienación del individuo más que a su
liberación. Podríamos muy bien imaginar unas sociedades totalitarias en las que
la técnica permita tener un control total sobre el pueblo. Hace años que las
distopías de la ciencia-ficción intentan imaginar sociedades semejantes.
Además, el transhumanismo podría llevar a una uniformización de los individuos.
Más que permitir a cada uno afirmar su personalidad y originalidad, podemos muy
bien pensar que el desarrollo de la técnica conducirá a una sociedad hecha de
individuos todos idénticos unos a otros, individuos fabricados en cadena como
lo son los productos manufacturados en nuestras fábricas. Finalmente, anotemos
que, más que traernos la paz, el transhumanismo podría muy bien traernos
conflictos sociales y guerras. Primero, está el riesgo de la aparición de
fuertes desigualdades entre aquellos que estarán aumentados por la técnica y
los que no lo estarán, o entre los que tendrán los medios para acceder a
ciertas tecnologías (muy costosas, claro) y los que no los tendrán. Podemos
imaginar muy bien una nueva forma de lucha de clases, que tendría lugar no
entre los que tienen o no tienen los medios de producción, sino entre los que
tienen los medios de ser aumentados por la técnica y los que se quedarán en un
estado humano normal. Habrá sin duda una acentuación de las desigualdades y
nuevas formas de dominación. Esta idea de desigualdades acentuadas por las
tecnologías fue evocada en el comienzo del documental de Philippe Borrel
titulado Un monde sans humain (Un mundo
sin humanos).
Finalmente, podríamos muy bien imaginar
guerras terribles debidas a los progresos técnicos: guerra entre la raza humana
y el posthumano o, incluso, guerra entre las inteligencias artificiales y los
hombres. Sin llegar hasta hablar de guerras, hay que tener en cuenta el hecho
de que los problemas de cohabitación entre inteligencias artificiales y humanos
van a plantearse, y que las relaciones sociales van a ser totalmente alteradas,
lo que obligará a la sociología a elaborar nuevos marcos.
Los fines últimos del transhumanismo
parecen ser religiosos y escatológicos. El transhumanismo es, en cierta manera,
una nueva religión. Por lo menos, se apropia de la mayor parte de las promesas
religiosas clásicas, reemplazando los milagros divinos por los milagros
técnicos. Encontramos en el transhumanismo, en efecto, la mayor parte de las
esperanzas clásicas de las religiones, como la idea de un final del sufrimiento
y de una victoria sobre la muerte. Los
transhumanistas mismos no dudan, a menudo, en emplear una terminología
religiosa (como, por ejemplo, el filósofo británico David Pearse, que habla de
una ingeniería del paraíso). Encontramos también en ciertos transhumanistas
gran número de ideas que están asociadas tradicionalmente a la metafísica más
que a la ciencia, como por ejemplo la idea de un alma que podría existir
independientemente del cuerpo (encontramos esto, por ejemplo, en la idea de una
posible descarga de la conciencia en el ordenador, lo que implicaría que
podríamos continuar nuestra existencia sin nuestro cuerpo).
En el otro extremo, podríamos tener la
impresión de que las ideas transhumanistas son una simple laicización de las
ideas religiosas. Lo vemos en el físico americano Frank Tipler quien, en su
libro Physique de l´immortalité,
desarrolla toda una escatología, que nos enseña hasta qué extremos pueden
llegar las ideas transhumanistas. Para este físico, el hombre aumentado
(ayudado por la inteligencia artificial) tendrá, en el futuro, la posibilidad
de conquistar el conjunto del cosmos. En los próximos millones de años, la vida
podrá entonces controlar el conjunto del universo y sus leyes. Siempre según
este físico, al término de un cierto tiempo de evolución, los posthumanos que
habrán colonizado todas las galaxias podrán transformar el universo en un
superordenador, ordenador que Frank Tipler identifica explícitamente con Dios.
Finalmente, para cerrar esta escatología, Tipler imagina que ese superordenador
podrá simular, en una especie de realidad virtual, el conjunto de los hombres
que han existido en el universo. Así, al final de los tiempos, todos los
muertos serán resucitados por el superordenador, y vivirán para la eternidad en
un paraíso digital. Si nos hemos detenido en el pensamiento de este físico es
para mostrar hasta dónde pueden llegar los sueños y las esperanzas de los
adeptos al transhumanismo, y para subrayar bien el aspecto religioso que está
en el centro de esta ideología.
3. Los medios del transhumanismo: la convergencia
¿Sobre qué trabajan verdaderamente los
transhumanistas? ¿Qué tratan de modificar y transformar? Para comprenderlo, hay
que detenerse brevemente sobre la visión del mundo asociada al transhumanismo.
Visión que es, de alguna manera, su ontología. Para empezar, el transhumanismo
supera ciertas dualidades que nos vienen espontáneamente a la mente. He aquí
las tres principales oposiciones que el transhumanismo busca superar.
- Oposición entre el hombre y la máquina: El transhumanismo supera
esta oposición ya que piensa que una fusión entre el hombre y la máquina
es posible. Esto se ve, por ejemplo, con la idea del “cyborg” (cybernetic organism), un ser medio
humano, medio máquina. Señalemos que el cyborg ya está llegando, lo vemos
particularmente con el desarrollo de las prótesis, pero también con los
marcapasos, que reflejan ya, de hecho, un acoplamiento hombre/máquina. Sin
embargo, se plantea una cuestión. ¿Hasta qué momento podemos hablar de ser
humano? ¿Cuál es el límite? ¿Hay que limitarse al cuerpo? Un ser que no
tuviera ya cuerpo biológico pero que tuviera una conciencia… ¿sería un ser
humano?
- Oposición entre lo orgánico y lo inorgánico. El transhumanismo
supera también esta oposición ya que imagina una fusión entre lo vivo y lo
no-vivo. Esto se ve en la idea de un posible acoplamiento entre el hombre
y el ordenador (y, más precisamente, entre neuronas y procesadores), lo
que da una idea de ordenador biológico. En un sentido más amplio, la idea
de inteligencia artificial borra la frontera entre el ser vivo y el
no-vivo, ya que una máquina inteligente sería un ser viviente que no tiene
un soporte biológico.
- Oposición entre lo natural y lo artificial. La ideología
transhumanista supera esta oposición ya que piensa que lo natural y lo
tecnológico son indisociables. Algunos transhumanistas llegan incluso a
pensar que no hay ruptura entre la naturaleza y la técnica, y que la
técnica es un producto de la naturaleza que permite acompañar, prolongar y
acelerar el trabajo de la naturaleza. Desde este punto de vista, podríamos
pensar entonces al posthumano en la continuidad de la evolución natural
del ser vivo. La evolución de las especies (en el sentido darwiniano)
dirige al hombre, y después el hombre toma en su mano esta evolución, y da
nacimiento al post-humano. Pero este post-humano no supone una ruptura con
el orden de la naturaleza y de la evolución, al contrario, es la cumbre de
la evolución del ser vivo.
En realidad, en la ideología
transhumanista, es toda la concepción del hombre la que cambia. El cuerpo
humano mismo es visto como una máquina, y el cerebro como un ordenador. El
mundo en su conjunto es imaginado también con los marcos y el vocabulario de la
técnica. Por ejemplo, en su obra
Informatique céleste, el filósofo francés Mark Alizart dice que el universo
mismo es como un inmenso ordenador o un inmenso programa informático, ya que no
todo es información. Así, para comprender cómo funciona el mundo, habría que
comprender cómo funciona la informática.
La visión del mundo que está ligada al
transhumanismo es una visión de lo infinitamente pequeño. Es, pues, una visión
que viene de abajo y que descompone los sistemas complejos en sus partículas
elementales. Y es sobre esas piezas elementales que se va a intentar actuar
para aumentar nuestros poderes y para transformar la condición humana. ¿Cuáles
son esos pequeños elementos primeros sobre los que trabajan los adeptos al
transhumanismo? Se trata del bit, el átomo, la neurona y el gen (que se puede
resumir con la sigla siguiente: el BANG). Y hay una convergencia entre los
trabajos que tratan sobre esos diferentes elementos básicos. Hablamos, de
hecho, de la convergencia de las NBIC, es decir, las nanotecnologías, la
biología, la informática y las ciencias cognitivas. Y es en la convergencia
entre todas esas disciplinas donde reside la esperanza de un hombre aumentado y
de un poder ilimitado sobre la naturaleza. Veamos brevemente cuáles son los
diferentes trabajos en cada uno de los ámbitos de la convergencia:
- Nanotecnologías y átomo. Desde la invención del microscopio de
efecto túnel, los avances en la manipulación de la materia elemental no
han parado. Lo que se busca es recombinar la materia para fabricar nuevas
moléculas. La mecánica cuántica abre también numerosas perspectivas como,
por ejemplo, la posibilidad de ordenadores cuánticos que utilizarían la
superposición de estados cuánticos. Así, vemos en qué se materializa la
convergencia entre la física de las partículas y la informática. Las
nanotecnologías podrían permitir solucionar los problemas ecológicos, por
ejemplo, suprimiríamos los desechos recombinando la materia y
produciríamos sintéticamente materias primas y energía. También está el
proyecto de construir unas nanomáquinas que podrían realizar ciertas
funciones de nuestro organismo, y que podrían curar algunas enfermedades
(por qué no el cáncer). Subrayemos finalmente que el transhumanismo no
busca transformar al hombre, busca también modificar el mundo exterior. La
ciencia no busca ya solamente conocer la naturaleza y sus leyes, busca
transformarla.
- Biotecnologías y genes. En el ámbito de la biología, aparece la
idea de transformar y enriquecer el código genético. Se trabaja también
con la célula, intentando modificarla y mejorarla. De esos trabajos es de
donde vienen los OGM y, en el futuro, puede que se modifique el genoma
humano. Se practica también la biología de síntesis que consiste en crear
artificialmente nuevas formas de vida (ya se ha creado un nuevo virus en
laboratorio). Es seguramente este ámbito el que ofrece más problemas
éticos ya que se toca la estructura de lo que hace de nosotros unos seres
humanos. ¿Hasta dónde podemos llegar con las manipulaciones genéticas? ¿No
hay riesgos de eugenismo o de creación artificial de especies peligrosas o
monstruosas?
- Informática y bits. En el ámbito de la informática, se busca
crear ordenadores cada vez más potentes. Pero llegaremos pronto al máximo
de las capacidades de nuestros ordenadores actuales, que están hechos con
silicio. Si queremos llegar más lejos, vamos a tener que encontrar nuevos
soportes para almacenar la información. Podríamos, por ejemplo, guardarla
en partículas elementales como los fotones, o podríamos fabricar
ordenadores biológicos, utilizando directamente el cerebro humano como un
ordenador (esa es la idea de la bio-computación). Vemos aquí la
convergencia entre informática, biología, nanotecnologías, ciencias
cognitivas y física de lo infinitamente pequeño. Los trabajos en
informática tienen también el objetivo de extender ese conocimiento al
conjunto de nuestra vida y nuestra experiencia. Se ve en la idea de la
informática ubicuitaria, según
la cual cada objeto construido por el hombre estaría conectado a una red,
y así recibiría y transmitiría la información. La informática estaría
entonces por todas partes, podría incluso extenderse al resto de seres
vivos (con los chips en nuestros cuerpos, sensores en las plantas…). Todos
los seres, vivos o no, intercambiarían información. Frente a esta
informática ubicuitaria, el
internet mundial que conocemos parece poca cosa.
Observamos que el
progreso de la informática y la cantidad de informaciones intercambiadas no ha
cesado nunca de aumentar. Antes, la NASA tenía ordenadores con la potencia de
lo que tienen ahora nuestros teléfonos. La próxima etapa será la 5G prevista
para 2020, con una velocidad mil veces superior a lo que conocemos hoy. Por el
momento, solo los ordenadores y ciertos objetos similares (como los móviles)
están conectados a la red informática pero, en el futuro, podría ser que todo
esté directamente conectado a una red, nosotros incluidos, lo cual plantea
muchas cuestiones en cuanto a los peligros que representaría una sociedad del
control total. El objetivo de los transhumanistas es el de conectar el cuerpo
humano, por ejemplo, con chips que controlarán los órganos del cuerpo. Esto
puede tener muchos aspectos positivos ya que permitirá luchar contra numerosos
problemas de salud. Sin embargo, aparece una dificultad, la de la libertad
frente a los datos recogidos sobre el individuo. Ya solo con las tecnologías
actuales nuestra vida privada está amenazada, puesto que todos nuestros datos
son grabados y tratados. Incluso puede suceder que nuestros datos sean
pirateados (por ejemplo, los datos bancarios). Esto puede tener efectos
devastadores ya que toda la vida privada de una persona puede ser desvelada y
utilizada contra ella. A pesar de estos peligros, vemos que esta recogida de
informaciones individuales y privadas está lejos de haber terminado.
- Ciencias cognitivas y neuronas. El transhumanismo no busca solo
mejorar nuestras capacidades físicas. Al contrario, uno de los principales
desafíos es el cerebro y las facultades cognitivas. Con las ciencias
cognitivas, buscamos conocer mejor el cerebro ya que una buena parte de su
funcionamiento todavía se nos escapa. Nos gustaría también poder actuar
sobre el cerebro y modificarlo, con el objetivo de multiplicar nuestras
facultades intelectuales (memoria, inteligencia, rapidez de pensamiento…)
o para transformar nuestras emociones y nuestras pasiones (supresión del
sufrimiento, del mal moral y de la violencia…). El cerebro mismo es visto
como una máquina que trata información, es decir, como un ordenador, lo
que permite comprender el vínculo tan fuerte que hay entre informática y
ciencias cognitivas.
Observemos que todas estas investigaciones
están financiadas por el sector privado (con empresas que, muchas veces, hacen lobbying), pero también por inversiones
colosales de los Estados. Además de una convergencia entre ciencia y técnica
hay también una convergencia entre el mercado, los Estados y las esferas
científicas. Podemos, entonces, preguntarnos legítimamente si los promotores
del transhumanismo (por lo menos, aquellos que lo financian) tienen a la vista
el bienestar humano, o si su objetivo no es más que el lucro únicamente (ya que
la transformación del ser humano y el ser vivo se han convertido en mercados
muy rentables).
Conclusión
El transhumanismo parece ser la nueva
religión del mundo moderno o, por lo menos, la nueva ideología que viene a
reemplazar las utopías del siglo XX, que han fracasado todas. Pero debemos
plantearnos la pregunta siguiente: ¿a dónde lleva el transhumanismo? Si esta
ideología no fuera más que una filosofía más, fruto de algunos espíritus
iluminados y aislados, no habría problema. Pero, al contrario, el
transhumanismo es algo muy concreto, en el cual se invierte mucho dinero. No
podemos permitirnos el ignorarlo o tratarlo a la ligera. El post-humano va a
llegar, eso es inevitable.
Como hemos visto, el transhumanismo
presenta varios peligros. Para resumirlos todos en una frase, se podría decir
que el hombre juega a aprendiz de brujo y avanza a ciegas. Intentamos modificar
y transformarlo todo sin saber verdaderamente lo que hacemos y a dónde vamos.
Los medios pasan antes que los fines y, muy a menudo, las cuestiones éticas,
morales y existenciales quedan en segundo plano. Con el transhumanismo, el
hombre parece querer sustituir a Dios (o, por lo menos, terminar la creación
divina ya que podemos encontrar precursores cristianos del transhumanismo como,
por ejemplo, el padre Pierre Teilhard de Chardin). El hombre quiere ser, no ya
un Dios creador que crea un mundo de la nada, sino una especie de demiurgo que
reorganiza el mundo. Para los transhumanistas, la naturaleza y el hombre son
imperfectos, son una especie de caos. Nos corresponde perfeccionarlos y
ponerlos en orden. Debemos suprimir nuestra debilidad, finitud, imperfección,
nuestros límites físicos y mentales, e incluso nuestra mortalidad. Pero
haciendo todo eso, ¿no nos arriesgamos a perder nuestra humanidad? ¿No es
nuestra finitud y nuestra imperfección lo que hacen de nosotros unos seres
humanos? ¿No es el transhumanismo un sueño orgulloso de omnipotencia? ¿No es el
último sobresalto de un mundo nihilista, que no encuentra ya sentido a la vida
y que no sabe lo que tiene que hacer?
Pero, en el otro extremo, se podría decir
que el miedo al transhumanismo es algo reaccionario que se asemeja a una
tecnofobia. ¿Y si los adeptos al transhumanismo tuvieran razón? ¿Y si nuestra
finalidad fuera tomar las riendas de nuestra evolución, la evolución del ser
vivo, y el destino del universo? Para los transhumanistas, el hombre está
todavía en su estado primitivo, debe evolucionar. Darwin nos lo enseñó: la vida
se define mediante la evolución. El universo mismo evoluciona sin cesar hacia
estados cada vez más complejos. Hay un aumento de conciencia en el universo (de
la materia inanimada al animal, del animal al ser humano). ¿No debemos llevar
más lejos esta evolución, añadiendo más complejidad, más técnica, mas dominio
de la naturaleza y más conciencia e inteligencia? Se puede pensar incluso en la
inteligencia artificial como una inteligencia superior. Nos podríamos preguntar
en nombre de qué tendríamos que estancarnos e impedir progresar y caminar hacia
adelante.
No emitiremos aquí ningún juicio
axiológico sobre el transhumanismo. Todo lo que podemos decir es que el
posthumano llega. Estamos al comienzo de uno de los más grandes cambios de la
historia de la humanidad (la famosa singularidad de Ray Kurzweil). Puede ser
incluso que hayamos llegado al final de la historia y que vamos a entrar en una
posthistoria. Esta última no será ya la historia del hombre sino la historia
del posthumano, de la técnica y la inteligencia artificial. El hombre tal y
como lo conocemos está a punto de desaparecer. ■
Fuente: Hipotheses.org