La «gran sustitución» por millones de extraeuropeos. Entrevista a Jean-Yves Le Gallou, por Bruno Larebière


Durante más de 40 años, Jean-Yves Le Gallou, antiguo alto funcionario en el ministerio del interior francés, ha acumulado datos sobre la inmigración. Presidente de la Fundación Polémia ha publicado una obra de referencia: “Inmigración: la catástrofe. ¿Qué hacer?” Para él, la Gran Sustitución es un hecho… y una catástrofe.

Se habla de la Gran Sustitución, es decir, de la modificación de la composición étnica de la población europea, pero ¿en relación a qué? ¿A lo de hace treinta años, un siglo, un milenio?

Se habla de un cambio que, por el hecho de las migraciones extraeuropeas, afecta desde hace décadas a una población que era bastante estable desde hace 6.000 años. Porque desde la indoeuropeización no ha habido un cambio significativo de la población europea.

Las “grandes invasiones”, que los alemanes llaman Völkerwanderung, no modificaron, por ejemplo, la población francesa más que un pequeño porcentaje, además de que no se trataba sino de aportaciones indoeuropeas sobre una capa de origen indoeuropeo. En cuanto a las invasiones árabe-musulmanas, sólo se trataron de algunas razzias de minorías conquistadoras que no afectaron a la sustancia de la población mediterránea.

A partir del año 1850, en Francia las migraciones son todavía de carácter intraeuropeo (italianos, belgas, polacos) que se asimilan en una o dos generaciones. El fenómeno se reproduce con la llegada en las décadas de los 50 y los 60 del siglo pasado con los inmigrantes españoles y portugueses. Así, podemos afirmar que, hasta los años 1960, la sustancia de la población francesa ha permanecido idéntica a la que era, más o menos, hace cinco o seis milenios.

Es sólo recientemente que hemos comenzado a asistir a un cambio progresivo de la naturaleza de la inmigración, a la vez cuantitativo, porque el número de migrantes no deja de aumentar, y cualitativo, porque esta inmigración procede de civilizaciones diferentes a la europea.

Sin embargo, si creemos las estadísticas oficiales, la población inmigrada en la población francesa no ha cambiado…

Las estadísticas son una de las principales formas de travestir la realidad. Como decía Churchill: “Atención, la estadística es siempre la tercera forma de mentir”. Era una alusión a una frase de Mark Twain: “Hay tres tipos de mentira: las mentiras, las sagradas mentiras y las estadísticas”.

Si tenemos en cuenta la nacionalidad, el porcentaje de extranjeros se sitúa, en efecto, en torno al 6%. La cifra, sin embargo, debe tomarse con precaución, considerando la ausencia de un censo global desde 1999 y los fallos que tienen los censos realizados mediante sondeos. Pero, sobre todo, este 6% sólo indica una cosa: que por cada extranjero que se convierte en francés, llega otro extranjero, que se hará francés a continuación, y así sucesivamente. Más de 100.000 extranjeros adquieren la nacionalidad cada año por naturalización, por matrimonio, por aplicación del derecho de suelo, pero su porcentaje, en el seno de una población que aumenta, continúa estable. Aquí hay que buscar el error.

Las estadísticas de inmigrantes ‒aquellos nacidos en el extranjero de padres de nacionalidad extranjera‒ nos aclaran un poco las cosas: en 2011, Francia contaba con 5,6 millones de inmigrantes, o sea un 8,6% de su población total. Pero estas cifras continúan siendo insuficientes, porque no tienen en cuenta la segunda generación, las cuales, derivadas del mundo árabe-musulmán o del mundo africano en general, incluso del mundo asiático, no son asimiladas.

Michèle Tribalat ha definido otro criterio, los “franceses al cuadrado”, es decir, los franceses nacidos en Francia de padres también nacidos en Francia. Esto amplia, ciertamente, la parte de los “no franceses al cuadrado”, pero no es del todo completo, puesto que no tiene en cuenta la tercera generación, sobre la que los estudios sociológicos muestran que siempre efectúa un marcado retorno a su “cultura de origen”.

Si queremos medir la Gran Sustitución, hay que ver otros criterios. En primer lugar, las entradas censadas sobre territorio francés: en 2008 fueron 200.000 personas; en 2018, entraron 410.000, o sea, más del doble en diez años.

¿Cómo llega usted a estas cifras?

De manera muy simple: por una adición de las cifras oficiales. En 2018, hubo 240.0000 permisos de estancia librados a estudiantes, por reagrupación familiar, etc., así como 120.000 demandantes de asilo ‒muchos de ellos no lo obtienen, pero continúan en el territorio‒, lo que deja una cifra de 360.000. A ella deben añadirse los 50.000 menores, que no siempre son menores, ni siempre están solos, pero que constituyen una nueva forma de inmigración clandestina, lo que nos da la cifra de 410.000.

410.000 personas sobre 67,2 millones de habitantes supone un 0,6%, no parece una cifra enorme…

Presentado así, parece marginal. En realidad, es colosal. En primer lugar, estos 67,2 millones de habitantes incluyen a 4 millones de extranjeros oficialmente contabilizados. Se olvida con frecuencia que la “población francesa” es la población de Francia, no el número de franceses. A continuación, tomando los 63 millones restantes, tampoco son todos franceses de origen. El conjunto de inmigrantes y sus descendientes directos está integrado en esa cifra. Así que la población francesa de origen cae en una horquilla comprendida entre 50 y 55 millones de personas. Pero esto no es lo esencial.

Lo esencial es que estas 410.000 personas recién llegas son mayoritariamente gente joven. Hay que relacionar entonces esta cifra con la población francesa de origen de la misma franja de edad, y no con el conjunto de la población. Y vemos entonces la desproporción. Porque la proporción de jóvenes inmigrantes es de 2 a 1 o de 3 a 1 en relación con los jóvenes autóctonos, y naturalmente enseguida podrán acceder a la nacionalidad francesa, invirtiendo la pirámide poblacional en unos pocos años. Lo cual se agrava, además, por el número de estudiantes y trabajadores franceses de origen que salen al extranjero, entre 80.000 y 100.000 al año.

¿Hay otros indicadores?

Otro elemento de medida es el nombre dado a los recién nacidos. Jérome Fourquet ha confirmado que el 18,5% de los nombres masculinos puestos en Francia son nombres musulmanes, lo que seguramente es una cifra mínima, porque hay cierto número de nombres ambiguos, y otros que son franceses pero puestos a nacidos de padres musulmanes, así como nombres de raíz cristiana puestos por africanos no musulmanes, sino católicos o pentecostistas.

Al final, ¿cuál es su estimación de la población de origen extraeuropeo en Francia?

Por encima del 20%, incluyendo a los inmigrantes y a los descendientes directos de inmigrantes. Este porcentaje coincide con las cifras del Insee de 2008 y de 2011, que lo situaban en el 19% de la población. Esta cifra debe corregirse al alza, no sólo porque son estadísticas anticuadas, sino porque este estudio no tiene en cuenta a la tercera generación descendiente de inmigrantes y porque desde esos años el fenómeno migratorio se ha amplificado considerablemente.

20% significa 14 millones de extraeuropeos. ¿Cómo se ha llegado a esto?

Con motivo de un auténtico “golpe de Estado” de los jueces, apoyados por los medios. Contrariamente a lo que podría creerse, no son los gobiernos ni los parlamentarios los que fijan las reglas en materia de inmigración. De hecho, el 80-90% de la legislación en materia de inmigración procede de la interpretación de los Tribunales nacionales y del Tribunal europeo de Derechos humanos. Por ejemplo, en el tema de la reagrupación familiar, que se ha intentado detener en varias ocasiones, el Consejo de Estado estimó que cualquier medida para restringirlo era contraria a la interpretación de la Convención internacional de derechos del niño. Es un ejemplo entre otros muchos.

Esta situación en Francia, ¿es común al conjunto de países europeos?

Es bastante similar a otros países de Europa, en la medida en que opera la misma lógica de sustitución del poder político por el poder judicial. Por dar un solo ejemplo y sin entrar en la persecución judicial que sufrió Matteo Salvini por querer impedir la inmigración ilegal, pensemos en el debate, al más alto nivel, producido en Alemania sobre la cuestión de decidir, durante la crisis de refugiados de 2015, si había que cerrar o no las fronteras. Estuvieron a punto de cerrar las fronteras, pero no lo hicieron. ¿Quién se lo impidió? El miedo a los jueces y a los medios.

Cambia la población francesa, cambia la población europea, entonces, ¿cambia también nuestra civilización?

Si pensamos que los hombres son intercambiables, no cambia nada. Si creemos que los perros no son gatos y que, como lo demuestra toda la historia de la humanidad, existe una estrecha relación entre las características de un pueblo y su civilización, entonces lo cambia todo.

La sustitución de una población por otra implica también el remplazo una civilización por otra. Y entre todas las que coexisten será la más fuerte, la más joven, la más vigorosa, la más pujante física y demográficamente, la que imponga su ley: los africanos africanizan, los musulmanes islamizan. ■ Fuente: L´Incorrect