Filósofa,
fundadora y miembro del comité de redacción de la revista de ecología integral Limite. Afirma la necesidad de un
“feminismo integral” y una relación igualitaria en la pareja, habiendo
manifestado fuertes reservas contra la píldora anticonceptiva. Marianne Durano
denuncia en su primer ensayo, Mi cuerpo
no os pertenece, la conversión de la feminidad y del cuerpo femenino en una
patología.
Entre testimonio y demostración filosófica, esta obra manda de un
golpe al pasado a las feministas institucionales.
El subtítulo de su libro puede llevar a
confusión. “Contra la dictadura de la medicina sobre el cuerpo de las mujeres”
no corresponde con el contenido de su ensayo...
No he escogido yo
ese subtítulo. El inicial era “Ensayo sobre la alienación técnica del sexo
femenino”. Pero, según el editor, era demasiado complicado, así que la palabra
“alienación” fue transformada en “dominación”, “técnica” en “medicina” y “sexo
femenino” por las “mujeres”. Todo es falso en esos cambios. Primero, yo hago la
distinción entre alienación y dictadura. La dictadura se ejerce desde el
exterior, mientras que la alienación es una presión que nos imponemos. Estamos
tan alienados que ni siquiera nos damos cuenta. Segundo, critico justamente que
la medicina ya no sea una curación sino una técnica. Tercero, no me intereso
por las mujeres como una categoría abstracta sino al sexo femenino: es decir, a
la vez como categoría sexuada y para insistir en la noción del cuerpo femenino.
He querido
mostrar que las mujeres pagan su liberación con una alienación, es decir, con
una dependencia no de la medicina, sino de todos los dispositivos técnicos
vendidos como procedimientos emancipadores y que las convierten en dependientes
del sistema médico.
“Soy una de las vuestras”, dice usted
hablando de las feministas, de las que toma una parte del vocabulario. ¿No
reproduce usted el esquema progresista de las feministas institucionales?
Cierto discurso
feminista tendería a decir: cuando las mujeres lleguen a liberarse de su
feminidad, les irá mejor. Por mi parte, yo digo: cuando las mujeres se liberen
de su dependencia de la técnica, podrán reconquistar su feminidad, el
conocimiento de su cuerpo, su autonomía y su libertad. Vengo del feminismo, ese
vocabulario es natural para mí. Además, he bebido muy pronto de Foucault y de
Marx. Hablaré más fácilmente de alienación que de dominación. La alienación es
volverse extranjera para una misma. Es una noción crucial para entender la
condición femenina de hoy en día. Las mujeres no están dominadas por los
hombres, como unos dueños que las encadenan desde el exterior, sino que ellas
deben dominar sus cuerpos para plegarse a sus propios deseos moldeados por una
sociedad tecnomercantilizada.
Las luchas
cambian con los nuevos retos de nuestro mundo. La lucha por la píldora
anticonceptiva y el aborto son combates superados. Las mujeres europeas no
están amenazadas hoy por los embarazos repetidos o sus maridos, sino por la
sumisión a unos dispositivos técnicos cada vez más invasivos. Porque son el
mercado de trabajo y el mercado de la técnica los que constituyen un horizonte
alienante para las mujeres.
¿No está usted reciclando el esquema
marxista dominante-dominado?
Reducir el
marxismo a la lucha de clases es reducir El
Capital al Manifiesto del Partido comunista,
folleto divulgador escrito por Engels mucho más simplificador de lo que son las
ideas marxistas. En El Capital, Marx
explica que el capitalista está tan alienado como el proletario en el sistema
de producción capitalista, él mismo obligado a conseguir una productividad
máxima y a conformarse con la lucha por la plusvalía. La alienación es la vida
que se me escapa, ya se esté a un lado u otro de la máquina. La alienación en
el trabajo nos concierne a todos.
Yo no digo que
hay una lucha entre las mujeres y los hombres. Intento demostrar que el mal no
está en las personas sino en un sistema técnico. El principio de un sistema es
que no hay una figura que hace de dominante. Las mujeres son a la vez víctimas
y culpables de un sistema que ellas ayudan a mantener.
Tenemos el
ejemplo de la anticoncepción. Se podría decir que son las mujeres las que piden
tomar la píldora para poder retrasar la edad de tener el primer hijo. Pero esta
demanda es inducida por un mercado de trabajo que se basa en la anticoncepción.
No se puede ser productiva hoy en el mercado de trabajo corriendo el riesgo de
tener hijos siendo joven, a menos de ser excluida de la esfera de la
productividad. La demanda de píldora es inducida por la disponibilidad de la
misma. La alienación es un sistema que se mantiene a sí mismo. Los hombres
están también desposeídos de su propia fecundidad y la elección reposa íntegramente
sobre las mujeres para lo mejor y lo peor. Insisto en mi introducción sobre la
noción de sistema: “Llamo sistema a un conjunto de fenómenos interdependientes
que estructuran una organización social de tal forma que el individuo no tiene
otra elección que diferentes opciones de ese modelo único”. Píldora o no
píldora, la píldora sigue siendo el único horizonte.
Su feminismo se inscribe sobre todo en la
línea del feminismo diferencialista. Ser diferencialista, ¿pasa forzosamente
por una revalorización del potencial de maternidad en cada mujer?
¿Qué distingue
concretamente a los hombres de las mujeres? El hecho de que la mujer engendra
dentro de sí, y el hombre fuera de sí. El embarazo es la única diferencia
válida que explica las demás: diferencias hormonales, cíclicas, de relación con
la sexualidad, con el tiempo… Si no ponemos en el centro la diferencia entre
los sexos y, por tanto, en el centro de nuestras relaciones humanas ese
potencial de la maternidad, no podremos entender qué es una mujer. Hay que
subrayar que hablo de la maternidad como potencial, y no como destino. Eso no
quiere decir que las mujeres con menos hijos o con ninguno no son mujeres. Toda
mujer se posiciona en relación a este potencial de la maternidad; no se trata
de un riesgo, sino el fundamento de un nuevo empoderamiento. Si no se toma en
consideración este poder, el cuerpo femenino no es más que un lastre. Si no se
valora que es una gran dignidad poder dar la vida, entonces el ciclo menstrual,
el reloj biológico y el embarazo son unas enormes injusticias. Por el hecho de
haber desvalorizado la maternidad es por lo que las mujeres jóvenes no ven en
sus cuerpos más que un conjunto de riesgos, patologías y peligros.
¿Cómo imaginar una visión del mundo que
tenga en cuenta las diferencias entre hombres y mujeres?
Las mujeres,
por el hecho de llevar a los hijos, tienen una fecundidad limitada en el
tiempo, al contrario que los hombres. Tener en cuenta el reloj biológico
significa organizar el mundo del trabajo de forma que las mujeres puedan
procrear cuando son biológicamente fecundas en lugar de hacer lo imposible por
retrasar los límites de la fecundidad por medio de congelaciones de ovocitos o
de PMA (procreación médica asistida), artificiales y muy brutales, para alinear
la fecundidad femenina sobre la fecundidad masculina, que es ilimitada.
Doce años después de la publicación de El primer sexo, de Eric Zemmour, donde
denunciaba la feminización de la sociedad, ¿haría usted la apuesta inversa?
No entiendo lo
que dice Eric Zemmour cuando habla de feminización de la sociedad. Estamos en
una sociedad competitiva, productivista, individualista y absolutamente
antinómica con las realidades femeninas. ¿Qué es un cuerpo femenino? Es un
cuerpo que puede acoger a otro. La mujer no puede ser individualista. Una mujer
en el mercado de trabajo es menos competitiva que otro individuo, ya que el
embarazo es aceptar ser menos productivo –en todo caso, para los valores
mercantiles y capitalistas– para entrar en otra forma de fecundidad invendible
e inconmensurable. Cuando una mujer cuida a un niño está en una relación que no
es mercantil, que no puede contar en el PIB. La visión productivista e
individualista es todo menos femenina.
¿Qué quiere decir cuando afirma que la
técnica no es neutra?
Cuando se es una
joven de 16 años y no se toma la píldora, supone tener una vida sexual y
sentimental fuera del modelo “normal”. Lo mismo sucede en el mercado de
trabajo: elegir ser madre joven y cuando se es biológicamente fecunda supone
pensar en su carrera completamente al revés de los modelos que se nos venden.
Si pensamos en los procesos de PMA y de congelación de ovocitos, haciendo creer
que se puede retrasar la edad del primer hijo, las jóvenes piensan en sus
carreras retrasando más y más la maternidad, y se empuja a las empresas y a los
hombres a no cuestionarse la cronología impuesta a las mujeres. Por esa razón
es por la que la píldora estructura nuestro mundo.
Esto no significa
que toda la técnica es mala por sí misma. Es un medio, una herramienta, una
mediación entre el individuo y el mundo. Hay que distinguir entre las técnicas
autónomas y heterónomas. Las autónomas permiten al individuo aumentar su poder
sobre el mundo y sobre sí mismo. Por seguir con el ejemplo anterior, las
técnicas de regulación de nacimientos (Billings, método sintotérmico…) son
técnicas autónomas, ya que son herramientas basadas en un conocimiento de sí
misma que aumentan la autonomía. Sin embargo, las técnicas heterónomas no
sirven para hacer de enlace con el mundo, pues hacen de pantalla. El individuo
no comprende su funcionamiento y es dependiente de ellas. La píldora es técnica
heterónoma, como el DIU o los implantes. No entiendo cómo funciona, me
desconecta de mi cuerpo, y dependo de ello porque no sé cómo hacer de otra
manera. Y si tengo un DIU o un implante, necesito a la medicina para ponerlos o
quitarlos.
¿Cómo explica que las mujeres acepten el
dispositivo técnico que las acompaña durante los diferentes períodos de su
fecundidad?
Las mujeres
jóvenes están educadas para ponerse en manos de la medicina y para no poder
evitarlo. Se vacuna a las jóvenes contra el papiloma a los 12 años, metiéndoles
en la cabeza que deben vacunarse para hacer el amor y sobreentendiendo que
hacer el amor puede traer el cáncer. Después, un representante del Estado les
distribuye un prospecto sobre los diferentes tipos de anticoncepción. Hay una
educación en la dependencia de la tecnología desde la infancia. De forma más
profunda, se ha acostumbrado a las mujeres a considerar su cuerpo como
deficitario respecto al del hombre, como algo mal hecho, potencialmente
patógeno, algo sucio… Es lo que explica por qué nos echamos en manos de la
medicina, para liberarnos de ese cuerpo tan mal pensado.
¿Cuál es la relación entre ecología y
feminismo?
Si tomamos la
etimología misma de la palabra naturaleza, quiere decir “la que ha nacido”. Lo
que define a la naturaleza es el nacimiento: el conjunto de cosas que el ser
humano no ha fabricado. Hay en la fecundidad de las mujeres, como en la fecundidad
de la naturaleza, algo que escapa a la dominación del individuo, porque la vida
nace cuando quiere, es imprevisible. El dominio de la técnica es el mismo para
el medio ambiente que para las mujeres. El último símbolo de esta alianza es la
compra de Monsanto por Bayer: Monsanto, primer productor mundial de pesticidas
ha sido comprado por el primer productor mundial de píldoras anticonceptivas.
Es la misma lógica entre la que consiste en patentar e instrumentalizar lo
viviente y la que lleva a dominar la fecundidad femenina, para hacer un mercado
como los demás, a golpe de sustancias químicas. No hay sorpresas: los
pesticidas y la píldora son perturbadores endocrinos y, por lo tanto,
contaminantes.
Limite, de la que es
cofundadora, es una revista de ecología integral, de inspiración cristiana. ¿No
está el cristianismo en el origen de esa separación del cuerpo y del espíritu
que usted tanto lamenta?
El cristianismo,
en origen, no es en absoluto culpable de esta distinción entre cuerpo y
espíritu. Al contrario, en la imaginería medieval, donde existe una tradición
de la Virgen amamantando, vemos a María con los senos al aire y dando pecho a
los santos. Con la Modernidad, desde el siglo XVII, las Vírgenes se convierten
en seres pálidos, delgados, blancos y azules, sujetando púdicamente a un niño
sobre las rodillas, que no es un recién nacido, sino que tiene cierta edad. El
velo oculta por completo el cuerpo de María. En esta negación del cuerpo de la
Virgen interviene esa gran separación del espíritu y el cuerpo que va pareja
con un puritanismo moral del que el catolicismo no ha conseguido deshacerse.
Con la teología del cuerpo de Juan Pablo II las cosas empiezan a cambiar. Pero
eso no es una innovación en el discurso de la Iglesia; solo una vuelta a sus fundamentos.
Finalmente, los ritos iniciáticos de
nuestra sociedad se han alejado de los grandes ciclos de la vida y la muerte.
Los ritos de paso actuales son la Selectividad, el carnet de conducir… muy por
delante del parto o la paternidad.
Todos los ritos
actuales están completamente desencarnados, mientras que tradicionalmente los
ritos que rodeaban a las grandes etapas de la vida y la muerte estaban ligados
a la sexualidad: la pubertad, el matrimonio, el nacimiento… Esto ya no es así,
sino que prima la competitividad social. Sufrimos hoy de los ritos
desencarnados, ya que somos unos seres de símbolos, tenemos necesidad de dar un
sentido a todo lo que vivimos. Todo lo que no es simbólico se convierte en algo
que no tiene ni valor ni sentido. Así es como la sexualidad no tiene ni una
cosa ni la otra. Encontramos en algunos ámbitos New Age la voluntad de encontrar ritos: la primera luna, el séptimo
mes… El problema es que son unos ritos completamente extraños a nosotros,
creados de la nada mientras que un rito se inscribe siempre en una tradición,
es legado por unos ancestros y permite dar un sentido a lo que vivimos. No hay
que inventar nuevos ritos; simplemente, basta con encontrar los que ya
teníamos. ■ Fuente: Éléments
pour la civilisation européenne