Charlotte d'Ornellas es una periodista
francesa, generalmente clasificada en el movimiento de la derecha radical. Para
el director de la redacción de la revista Valeurs Actuelles, Charlotte
d'Ornellas es la «candidata ideal para encarnar las posiciones conservadoras
frente al gran público». Streetpress
la describe como la «periodista preferida de la fachosfera» por sus
colaboraciones «en revistas francamente clasificadas en la extrema derecha como
Boulevard Voltaire o Présent, el periódico de los católicos
tradicionalistas». Para Le Figaro, forma
parte de «la generación que lucha por las ideas antimodernas». Ella se
considera una católica opuesta al aborto y una periodista de la “reinformación”.
Miembro del comité de redacción de la revista L´Incorrect, aparecida en 2017, esta revista representa la
prolongación de la “línea conservadora” de Marion Maréchal-Le Pen. Autora de Au secours des chrétiens d'Orient,
conversaciones con Charles de Meyer y Benjamin Blanchard.
Ayer, el combate se basaba en el derecho
al voto. Hoy en día, sobre el lenguaje inclusivo. Cronología de una desviación.
He aquí un ejemplo práctico de terrorismo
intelectual: existe una categoría de personas temerarias que todavía se atreven
a oponerse a los “avances societales” tan esenciales como la extensión de la
procreación médica asistida (PMA) a todas las mujeres, la adopción del lenguaje
inclusivo o la paridad impuesta con fórceps. A esas imprudentes, la cohorte de neofeministas
responde que, en el pasado, habrían combatido contra las sufragistas, y se
habrían opuesto a que las mujeres tuvieran cuenta en el banco. Feministas 1,
oscurantistas 0. Se ruega no frenar el progreso.
¿Qué es precisamente el “feminismo”? ¿El
estudio de lo que es la mujer? ¿Del lugar que debería ocupar en el espacio
público? ¿La justificación de combates actuales a través de una disección
perfectamente anacrónica de discursos o prácticas pasadas? Si el feminismo es
hoy difícil de acotar es porque ha evolucionado mucho con el tiempo. Al final
de los años 90, Sylviane Agacinski teorizaba la necesidad de la paridad en
política. Veinte años más tarde, la filósofa no se cansa de oponerse a la PMA
“para todas” y no se reconoce ya en ese feminismo que busca hacer desaparecer
la alteridad sexual en el ámbito de la procreación. Pero, antes que ella,
varias etapas habían marcado ya la evolución de este movimiento.
La primera fase la encarnó Olympe de
Gouges que firma en 1791 su Declaración de los derechos de la mujer y de la
ciudadana… Ella inicia entonces un movimiento que se desarrolla realmente desde
el final del siglo XIX hasta la Segunda Guerra mundial. El reto es claro: los
derechos humanos son demasiado masculinos; la mujer quiere participar también.
Derecho al voto, derecho a abrir una cuenta bancaria y a compartir la autoridad
parental. Se busca la igualdad de tratamiento por la sociedad y el
reconocimiento de una consideración política, pública o económica semejante.
A partir de los años 60, el movimiento
toma un tono profundamente marxista. La lucha feminista es otra lucha de
clases: el burgués capitalista es aquí el dominador masculino. El combate
feminista se transforma en revolución sexual con un objetivo: destruir
concienzudamente el “orden moral” imperante, juzgado patriarcal. Llega la hora
de la legalización de la píldora anticonceptiva y la despenalización del
aborto. La libertad de la mujer se basa en el dominio sobre su cuerpo y la
procreación, con la firme voluntad de satisfacer un deseo igualmente
despreocupado al del hombre, sin problemas ni consecuencias visibles. En
teoría… ya que la píldora y el aborto liberan a la mujer de las disposiciones
de ese cuerpo que se acuerda tan a menudo –y con tanta naturalidad– de ella, y que no la convierten en igual al
hombre que sigue disfrutando de una mujer siempre disponible a sus deseos. Para
él, sobre todo, el disfrute no tiene dificultades… Pero la mujer se ha liberado
de la naturaleza; el deseo de Simone de Beauvoir se ha cumplido.
La etapa de después, la de las
neofeministas combatidas hasta por sus mayores, llega en los años 80 desde
Estados Unidos, llenos de la deconstrucción de la que Michel Foucault y Jacques
Derrida habían soñado en su French Theory
y a la que Francia, diez años antes, no había hecho ningún caso. Las mujeres
son minoritarias, dominadas y, por lo tanto, víctimas.
Violaciones, violencia, insultos y
galantería comparten la misma diana. Denunciar lo que ya se considera un crimen
es insuficiente: hay que acabar con las tradiciones. Poner en el objetivo
cualquier huella del antiguo mundo antes que preguntarse por los cimientos del
nuevo –como la emancipación omnipotente del deseo, por ejemplo… Puesto que las
desigualdades del deseo, de fuerza y de pulsiones entre el hombre y la mujer
estaban antes más o menos equilibradas por la educación mientras que, hoy en
día, las “libertades” individuales se enfrentan delante de los tribunales
encargados de diferenciar los deseos culpables de los otros. “Denuncia a tu
cerdo” ha sustituido al amor cortés… Y esos conflictos, felizmente marginales,
se convierten en el fundamento de un discurso generalizado.
Poco importa que el lugar de la mujer
haya cambiado por victorias feministas sucesivas, la víctima seguirá siendo
víctima y puede valerse de ello en cualquier situación. El hombre y la mujer
deben ser, no ya iguales, sino parecidos. Toda diferenciación es vivida como
una opresión, salvo si se trata de aplastar al hombre todavía un poco más. Él
no es ni más fuerte ni diferente: es violento y dominador.
No teniendo la protesta revolucionaria
ninguna razón para parar su proceso de radicalización, la fase siguiente ya se
va perfilando. El hombre y la mujer son hoy categorías obsoletas en sí mismas:
es la mujer (tanto como el hombre) quien corre el riesgo de desaparecer bajo
los golpes ideológicos de los que pretenden defenderla. El binomio hombre-mujer
es el enemigo, construido por siglos de dominación. En lo biológico, se
prefiere decir “género”. O más bien, los “géneros”, ya que le pertenece a cada
uno imaginar el suyo propio… Las identidades son múltiples –calcadas de las
prácticas sexuales todas igual de legítimas– en nombre de la libertad, el
individualismo feminista las consagra como derechos por igualdad y “mujer” se
convierte en una identidad demasiado limitada. El periodista Daniel
Schneidermann recuerda que uno puede ser un revolucionario que se queda
rápidamente atrás en este terreno: mientras que él se indignaba de la ausencia
de paridad en su programa compuesto por cuatro hombres, uno de ellos se
ofuscaba más todavía: nada ni nadie podía decir que él era un hombre. Más de
dos siglos han pasado para llegar a decir estas cosas… ■Fuente: Valeurs Actuelles