Si hay un
hecho que angustia hoy a muchos franceses es realmente la sustitución
progresiva, étnica, cultural y civilizacional de la nación francesa.
Francia se
está "desfrancesizando". ¿Quién tiene la culpa? ¿Alguien piensa que
el francés de a pie se hace la pregunta? Lo dudo. Los cándidos dicen que
algunos nos imaginamos un Atila inexistente a nuestras puertas. Esos
"algunos" somos cada día más. Decir Atila es decir violencia, pillaje,
violación, en resumen: todas las barbaries que llegan con las invasiones. Pero
estas violencias pudieran incluso no existir y la cosa no sería mejor. Existen,
claro está, pero sin ellas, las zonas fuera de la ley (barrios en poder de los
inmigrantes que imponen su ley al margen de las del Estado francés) son
territorios de predominio demográfico de personas que no consideran a la
cultura francesa como la suya. Y esas zonas son cada día más grandes. Si dentro
de 50 años, el conjunto del territorio francés se parece a lo que se ha
convertido Marsella, Lille o Roubaix, creo que podemos poner un punto final en
nuestros libros de Historia.
"Permanezcamos
cartesianos, el miedo es contraproductivo", se oye decir aquí y allá. Sin
embargo, ¿cuándo el miedo será sinónimo de instinto de supervivencia? Frente a
lo multicultural encantador, utopista, casi innovador, frente a una
multiculturalidad cada vez más invivible, hay personas que piensan que es el
idioma francés lo que salvará nuestra identidad. Se trata, para ellos, de un
denominador común que resistirá cualquier contingencia.
Si creemos
que no nos queda en nuestro arsenal más que el francés para definirnos en el
plano identitario, podemos preocuparnos sobre el estado en que nos encontramos.
¿Olvidamos acaso que el latín murió como lengua vernácula entre los siglos VII
y X, es decir entre 200-400 años después de la caída del Imperio Romano de
Occidente? Esa muerte no llegó enseguida, pero llegó al final. Luego, no, la
francofonía no es una solución a considerar.
La Gran
Sustitución no es un concepto, lamentablemente. Es mucho peor que un concepto,
es una realidad cotidiana, es algo que las personas pueden observar cada vez
que caminan por la calle. Es simplemente el cambio de pueblo. Hay un pueblo en
un país determinado. Mediante un movimiento extremadamente rápido, y que además
se va acelerando, hay otro pueblo, lo que implica necesariamente otra
civilización, ya que es un concepto muy despreciativo de los pueblos, de los
individuos, pensar que con otra población que tiene su propia cultura, su
propia civilización, se puede seguir teniendo el mismo pueblo. La Gran
Sustitución es simplemente la sustitución de un pueblo por otro: en las calles,
en el metro, en las universidades, en las escuelas, sobre todo en las cárceles,
ya que es ahí donde el reemplazo está más avanzado que en otras partes.
Yo digo que
la crisis económica representa un fenómeno secundario frente a la crisis
identitaria. La inmigración masiva y la hegemonía financiera de las oligarquías
supranacionales son dos realidades unidas entre sí. Esta situación nos lleva a
preguntarnos: ¿A quiénes beneficia la Gran Sustitución? Todo está estrechamente
interconectado. La crisis (el cambio de pueblo y de civilización) es para
Francia una crisis más importante que la Guerra de los Cien Años o la derrota
de 1940, y por lo tanto, más importante que la crisis económica es esta masiva
y devastadora inmigración, ya que con otro pueblo, tendremos otra historia. No
niego la gravedad de la crisis económica, pero hemos tenido otras crisis
económicas y muy graves, dos o tres por siglo de promedio... ¡Pero se sale de
ellas! En cambio, si tenemos otro pueblo, salimos de la Historia. En cuanto al
hecho de que la crisis económica tiene repercusiones sobre el cambio de pueblo
(y viceversa, por cierto), eso es evidente, pero es cierto también para la
escuela, para la situación cultural en general.
En cuanto a
quién beneficia el cambio de pueblo, siempre podemos acusar a unos y a otros,
por ejemplo, a la gran finanza internacional, los intereses nacionales que por
supuesto ganan mucho en disponer lo que yo llamo el "hombre
reemplazable", es decir una ficha en un tablero, que se puede deslocalizar
incondicionalmente, lo que es evidentemente el concepto más despreciativo y más
bajo que se puede tener del individuo. Podemos incriminar a los Estados Unidos,
podemos incriminar a Europa, que es como un país salido de la Historia, éste es
el drama. Es el hecho de que probablemente las catástrofes de la mitad del
siglo XX han conducido finalmente a esta salida de la Historia que constatamos
a diario. Todo eso pone al descubierto la abdicación de toda dignidad, un
rechazo a participar en la Historia, es decir, considerarse como un actor de la
situación histórica.
¿Qué soluciones
aplicar al gran mal que sufrimos? No creo que sea demasiado tarde, ya que en la
medida de mis medios trato de actuar, de movilizar a la mayor cantidad de gente
posible. No dejo de lanzar llamadas a lo que llamo el "NO al cambio de
pueblo y de civilización" y convoco a todos a unirse alrededor de este
rechazo, que implica ciertamente un cambio de gobierno. Hay que deshacerse de
lo que llamo los "reemplacistas", que se benefician de la Gran
Sustitución. Por ejemplo, los partidos con poder ya cuentan electoralmente con
los reemplazantes, su clientela electoral. Creen tener en esos reemplazantes la
garantía de su permanencia eterna en el poder.
Tenemos que
unirnos todos los que estamos horrorizados por esta especie de desvanecimiento
de una civilización que fue grande, prestigiosa, hermosa y que carece de
motivos para ser abandonada en favor de otras que no valen tanto, en todo caso,
no en el territorio que fue el lugar de sus méritos.
Reagrupación
Nacional (antes, FN) es parte de la solución a este problema. No soy enemigo
del FN. He pedido el voto para Marine Le Pen... Dicho esto, no todo el mundo se
unirá al FN. Hay en este partido aspectos que mucha gente no está dispuesta a
aceptar y, por lo tanto, tiene que estar al lado del FN el conjunto de los que
están decididos a decir NO a este desastre, a este cambio de pueblo. Es posible
que haya una reacción en las poblaciones de Francia y Europa para formar una
verdadera fuerza que se manifieste de todas las formas posibles. Por eso creé el
NCPC ("No al Cambio de Pueblo y de Civilización") e invito a mis
compatriotas a unirse a este movimiento. Y no solamente a los franceses, ya que
el problema no es sólo de Francia, hay que pensar a escala europea, en esta
Europa que se ha declarado ciudad abierta y que consiente esta clase de
suicido, la colonización por sus antiguos colonizados.
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Durante mucho
tiempo me he reprimido con las palabras. Incluso pensaba que podían resultar
demasiado fuertes cuando las oía pronunciar a otros, pues consideraba que el
uso de las mismas ponía en peligro nuestra propia causa si elegíamos términos
demasiado enérgicos y rotundos, los cuales asustarían a todo el mundo en
nuestro entorno y los medios podrían tratarnos como a energúmenos. Pero hoy
estoy convencido de que no debemos retroceder, ni ante los hombres, ni ante los
hechos, ni ante las palabras.
Por ejemplo, colonización. Lo he dicho mil veces y lo
repito, estamos siendo mil veces más colonizados, y más dura y profundamente de
lo que nosotros mismos hemos colonizado nunca. La esencia de la colonización,
desde la antigua Grecia, los asentamientos helénicos en Italia del Sur y en
Sicilia, es el traslado de población. Sin duda, las colonizaciones militares,
administrativas, políticas, imperialistas, resultan penosas para los
colonizados, pero no son nada al lado de las colonizaciones demográficas, que
alcanzan al mismo “ser” de los territorios conquistados, que transforman su
alma y su cuerpo; y amenazan con ser eternas o, por lo menos, irreversibles.
Nos han dicho
que no hay colonización porque no hay conquista militar, ni tropas victoriosas,
ni soldados desfilando en nuestras calles. Nos engañan. Las tropas victoriosas
son la multitud, la chusma. La herramienta de la conquista es lo que llamé la “nocencia”. No digan que no saben lo que
es la nocencia, pues usan frecuentemente el término contrario, la inocencia. La
nocencia (del latín nocens) es lo
contrario de la inocencia. La nocencia, es el hecho de perjudicar, de hacer
daño, perjudicar poco o perjudicar mucho, desde los actos demasiado famosos de
gamberrismo hasta el terrorismo, pasando por los tirones del bolso de las ancianas
o la delincuencia organizada a gran escala. Cabe destacar, de paso, que la
tradicional delincuencia francesa ha desaparecido prácticamente. No han sabido
subirse al tren de la globalización, como se dice. Han sido sustituidos.
Subrayemos
también que, entre la delincuencia común y el terrorismo, no hay solución de
continuidad. La progresión es ininterrumpida. Existe una diferencia de grado,
no de naturaleza. Todos los terroristas, sin excepción alguna, se iniciaron por
la vía de la delincuencia común. Se trata de la misma carrera. No hay
terroristas, por lo demás. Lo que hay son tropas de ocupación, y sus comandos
más temibles ejecutan rehenes a intervalos regulares, como siempre hicieron
todas las tropas de ocupación.
Es absurdo
pretender luchar contra el terrorismo sin ocuparse de la conquista. Es como si
en otra época se hubiera querido librarse de la Gestapo y aceptar a la vez la
Ocupación alemana. La primera es la emanación natural de la segunda. No debemos
luchar contra el terrorismo, debemos liberar el territorio, y ello gracias a la
remigración. Tratar el terrorismo como un epifenómeno es repetir el error de
los franceses durante los llamados “sucesos de Argelia” (hoy en día vivimos los
“sucesos de Francia”). Los franceses creían entonces, o fingían creer, que los “felagas” eran un epifenómeno, una espuma
superficial de odio y terror, en definitiva, y que por debajo de tan deplorable
espuma se encontraba la adoración que los argelinos sentían por ellos. No, los
argelinos no los adoraban en absoluto. Los adoraban tan poco que, nada más
liberados –e incluso antes– impusieron a unos colonos, establecidos en el país
desde mucho antes que los nuestros de hoy, una de las remigraciones más
abruptas de la historia. Acuérdense: la
maleta o la tumba. Si bien es cierto que no recomiendo imitar sus formas, creo
sin embargo que el fondo es inevitable. No se acaba con una colonización sin la
salida de los colonizadores. No se acaba con una ocupación sin la salida del
ocupante.
Ocupación, he
aquí otra palabra ante la cual retrocedí durante mucho tiempo y que ahora asumo
plenamente. Nos dicen que no deberíamos establecer ninguna comparación entre la
Primera y la Segunda Ocupación. En primer lugar, todo se puede comparar, aunque
solo sea para establecer una distinción. Comparar no significa asimilar.
Evidentemente, no se trata de reducir ni un ápice el horror de la Primera
Ocupación, la alemana; ni ahora, ni nunca. Pero son muchos los aspectos en los
que la segunda, la africana, nada tiene que envidiarle. Es cierto que no se
tortura en sus sótanos, que se sepa, aunque nos acordamos del espeluznante
suceso del martirio de Ilan Halimi; sin olvidar las violaciones colectivas,
cuyas víctimas son casi siempre jovencitas autóctonas, por no decir francesas
de origen. En segundo lugar, el número de víctimas masacradas ya está
alcanzando la misma magnitud que en la última ocasión. Es probable que esta vez
sea más alto el grado de nocencia inmediata, de nocividad, de molestia y de
humillación para los apacibles ciudadanos que no desean otra cosa –muy
equivocadamente– que mantenerse al margen de todo esto. Hay que decir que hoy
en día los Ocupantes son diez veces más, qué digo, cien veces más que hace tres
cuartos de siglo. Como sus predecesores, visten cada vez más el uniforme, sobre
todo las auxiliares femeninas, que con razón cuentan con los pañuelos, los
boubous, las chilabas, los turbantes, los niqabs y las babuchas, por no
mencionar sus incontables triquiñuelas para marcar el territorio, hacer gala de
su fuerza y de su tamaño y deprimir a los Ocupados.
¿Quiénes son
los Ocupantes? Los que se consideran como tales o que actúan como tales, a
través de sus discursos o de sus comportamientos: reconozco que son muchos.
La
Colaboración actual se preocupa todavía más que su hermana mayor en adelantarse
al menor de los deseos de estos ocupantes. Las diferencias entre ambas
Ocupaciones son innegables, pero las dos Colaboraciones se asemejan como dos
mellizas. Como mínimo, podemos considerar que esta palabra, Colaboración, lejos
de ser exagerada, es insuficiente. No colaboran ni nuestros medios ni nuestro
gobierno: son cómplices, autores, agitadores. Son ellos los que quieren el horror
que venimos viviendo y los que lo promueven continuamente. No son sus únicos
partidarios, por supuesto.
Lo que me
lleva a otra palabra muy fuerte que rechacé durante tiempo y que hoy, por
fuerza, me veo obligado a tomar en consideración. Se trata del genocidio. La he
rechazado durante años por respeto a las víctimas del genocidio hitleriano, y
por el carácter único de su exterminio industrial. El genocidio de los Hutus
careció de este mismo carácter científico. Sin embargo, también éste se
constituyó con las matanzas en masa, de las cuales parecemos escapar… por
ahora. ¿Podemos hablar de genocidio cuando no hay ni cámaras de gas, ni holocausto
por disparos, ni golpe sistemático del machete, como en el momento actual? Creo
que es necesario si queremos despertar a unos pueblos adormecidos y llamar la
atención sobre la enormidad de lo que ocurre. El genocidio, hoy en día, cuida
más su imagen: no quiere ni alarmar a sus víctimas, que podrían debatirse, ni
llevar a sus oponentes a que pongan el grito en el cielo; por muy pocos y
marginados que sean. No mata ya, sumerge. No masacra, sustituye. Según la
oportuna declaración de Aimé Césaire, que no se imaginaba cuánta razón tenía,
es el genocidio por sustitución. Todos los países de lo que antaño fue el mundo
occidental y –pronunciemos la palabra– de la raza blanca; Europa, América del
Norte, Australia, Nueva Zelanda, son objeto de un mismo hundimiento, sumersión
bajo el otro, bajo todo lo que no son ellos, bajo todas las razas, etnias,
culturas, civilizaciones, religiones, tradiciones e “intradiciones” del
Planeta. Se hace más evidente este fenómeno en Canadá, aunque también lo es en
Suecia y, muy a nuestro pesar, en Francia.
El
antirracismo se cimentó en los campos de la muerte, y en el unánime “¡nunca
más!”, que generaron en la conciencia universal, después de su liberación, una
indiscutible legitimidad, su autoridad moral, su prestigio, su formidable
potencia política. Ahora bien, por un giro completo de la espiral del sentido,
o del destino, este antirracismo nacido o renacido del Holocausto, ha llegado a
construir, en el tiempo que dura la vida de un hombre, una sociedad, la
nuestra, donde en muchas escuelas ya no se puede enseñar el Holocausto porque
los alumnos no quieren oír hablar de él y alegan que se trata de propaganda
sionista; al mismo tiempo, miles de judíos huyen de Francia o de Suecia porque
allí ya no se sienten seguros.
El primer
negacionismo negaba criminalmente el genocidio. El segundo es todavía más
criminal, si cabe, puesto que niega la existencia de las razas. Niega su
existencia mientras proclama que son iguales, lo cual demuestra su grado de incoherencia
lógica. Su inexistencia teórica, muy teórica, es la condición de su
desaparición práctica, efectiva. El dogma de la inexistencia de las razas, este
credo quia absurdum –“creo porque es
absurdo”, como con la Trinidad o la Inmaculada Concepción–, propio de nuestra
sociedad, es en realidad su principal fundamento. Es lo único que se enseña
todavía, en el hundimiento de nuestro sistema escolar. Es lo único que se
transmite todavía, en el fracaso total de la transmisión. Cuando las personas
solo saben una cosa, y ello se da cada vez más en el letargo que nos invade, es
que no hay razas. En cuanto a mí, estoy cada vez más convencido de que la
proclamación solemne y amenazante de este dogma, a mediados de los años 70 del
siglo pasado, es el punto nodal a partir del cual todo se volvía posible,
incluso el peor horror, la sustitución étnica generalizada, la Gran
Sustitución, el mestizaje global, la producción industrial del hombre
sustituible y de la Materia Humana Indiferenciada (MHI).
¿Qué son la
raza, el pueblo, la nación encarnada en nosotros? Son “un vago y encantador
recuerdo, un sueño, un profundo murmullo”. Y es por este motivo que Francia, a
lo largo de su historia, integró siempre perfectamente a aquellos que querían
entrar en su sueño, escuchar con ella el profundo murmullo de su lengua, su
literatura, su música, sus paisajes, sus sabores, sus cielos y sus gestos
ancestrales. Francia puede integrar a hombres, puede integrar a mujeres, puede
integrar a familias que lo desean ardientemente: no puede integrar a pueblos, y
menos a pueblos que no lo desean en absoluto.
El trágico
error –y es un eufemismo– del antirracismo fue entender la palabra raza en el
mismo sentido increíblemente estrecho en el que lo hizo el racismo, limitándose
a invertir los valores término a término. Es fácil afirmar que las razas no
existen, si uno se limita –como los racistas– a entender la palabra según sus
connotaciones científicas o seudocientíficas, que representan apenas una ínfima
parte de su significado en nuestra lengua, como en la mayoría de los idiomas
europeos. Afirmar que las razas no existen puede ser una verdad a nivel
científico –aunque tengo mis dudas–, pero es, antes que nada, una artimaña
semántica; una suerte de estafa lingüística. Es más cierto, o menos falso,
decir que los eruditos no necesitan este concepto, un poco como Lamarck decía a
Napoleón que Dios era una hipótesis innecesaria. Decir que las razas no existen
es igual de estúpido que decir que Dios no existe, ni las clases sociales, ni
los mitos: puede que no existan, no puedo juzgarlo, pero son una realidad de
este mundo y uno de los principales motores de sus movimientos de masas. Por lo
demás, resulta algo placentero subrayar que nunca los seres humanos habían
hablado tanto de su propia raza como desde que las razas dejaron de existir “oficialmente”.
Todo el mundo se ha puesto a cantar sobre su árbol genealógico.
El hombre
blanco es demasiado caro, demasiado blando, demasiado civilizado, demasiado
titulado y, además, ya lo tiene todo. El “sustitucionismo” (o, literalmente, “reemplacismo”) global
no trae a trabajadores, sino a consumidores, que necesitarán muy rápidamente
alojamiento, comida, ropa, escuela, cobertura médica, objetos electrónicos,
artilugios. Son ineludibles para el rescate de la burbuja económica. Ustedes
dirán que no tienen ni un céntimo. Se equivocan: tienen o tendrán su dinero.
Hace una eternidad que los supuestos traslados sociales son esencialmente
traslados raciales; perdón: étnicos. Si no basta con estos traslados
organizados para que las poblaciones de sustitución tomen posesión de nuestras
economías y de nuestros bienes, lo harán por la fuerza, gracias a los
delincuentes y los terroristas que hacen las veces de sus soldados. La nocencia
es la herramienta del cambio del pueblo. Yo lo sé bien, que me lo digan a mí,
que por decirlo fui condenado varias veces por los tribunales. No me
sorprendió. Confío en la injusticia de mi país.
No podemos
entender nada de la Gran Sustitución si no vemos que, por muy gigantesca que
sea, no es más que una parte de un conjunto infinitamente más amplio, al que he
llamado “sustitucionismo” global. En mi opinión, el “sustitucionismo” global es uno de
los dos principales totalitarismos que se reparten el mundo –el otro es,
evidentemente, el islam. Serán, por supuesto, necesariamente rivales, puesto
que todo los opone. Pero, actualmente, lo que vemos es una suerte de pacto
germano-soviético, el cual dura más tiempo que el auténtico. Es un tratado
provisional de no-agresión entre los conquistadores: el “sustitucionismo” necesita al
islam para que aporte los contingentes de sus grandes sustituciones; el islam
necesita el “sustitucionismo” para colocar sus soldados en todas partes. No
obstante, la causa de la caída final del Némesis del “sustitucionismo” global, que acarreará
su pérdida, es que sustituye a terneras por hienas. Se lo comerán a él primero.
Triste consuelo para los sustituidos.
Sustituir,
este es el gesto clave de las sociedades posmodernas y pronto tal vez
poshumanas, transhumanas. Todo es sustituible y sustituido: Venecia por su
copia en Las Vegas, París por su copia en Pekín, Versalles por EuroDisney, el
granito por el silistone, las tejas por las chapas, la madera por el plástico,
la ciudad y el campo por el suburbio universal, la tierra por el cemento y el
asfalto, las orillas del mar por el hormigón, la montaña por las estaciones de
esquí, los caminos por las rutas de senderismo, la naturaleza por las obras de
urbanización, con vistas a un beneficio económico, el ejercicio por el deporte,
el deporte por los Juegos Olímpicos, los Juegos Olímpicos por los negocios, los
negocios por la corrupción, la competición por el dopaje, la literatura por el
periodismo, el periodismo por la información, lo verdadero por lo falso, el
original por la copia, el usted por el tú, el apellido por el nombre, el
apellido y el nombre por el apodo, el corazón por el corazón artificial, todas
las partes del cuerpo humano por piezas de repuesto, la historia por la
ideología, el destino de las naciones por la política, la política por la
economía, la economía por las finanzas, la mirada por la sociología, las penas
por las estadísticas, el mundo real por el centro turístico, los habitantes por
los turistas, los indígenas por las poblaciones alógenas, los europeos por los
africanos, las madres por los vientres de alquiler, los hombres por las
mujeres, las mujeres por las muñecas hinchables, los hombres y las mujeres por
robots, los pueblos por otros pueblos, la humanidad por la poshumanidad, el
humanismo por el transhumanismo, el hombre por la Materia Humana Indiferenciada.
Es un gran
misterio que los ecologistas, tan apegados a la biodiversidad –y con razón–
parecen excluir de ella a la especie humana. Sin duda consideran,
acertadamente, que el hombre blanco le cuesta demasiado caro al planeta. Pero
existen otras soluciones antes que su eliminación, aunque sólo sea mediante el
decrecimiento demográfico y económico, sin el cual todas las políticas
ecológicas son vanas. Si hubiera una superioridad de la raza blanca, ésta sería
que es de menor número que las demás. Expresiones incomprensibles: gestación
subrogada, madres de alquiler, reproducción asistida, gran sustitución de
población, no son otra cosa que las mismas manipulaciones genéticas, la
estandarización aplicada al ser vivo. El hombre debe ser artificializado, como
la naturaleza, estandarizado, normalizado, “sustituido”, con el fin de costar
menos caro y de obtener mayores ganancias.
Para no
alargarme más voy a recurrir a algo fácil, un ejemplo que la actualidad me
brinda para explicar lo que entiendo por “sustitucionismo” global. Podemos
definirlo en una sola palabra, más bien en un solo nombre: Macron. El
macronismo es la SFSG, Sección Francesa del Sustitucionismo Global, es la más pura
de sus encarnaciones. En él convergen las dos genealogías principales del
“sustitucionismo”: por un lado, la banca, las finanzas extraterritoriales, la
superclase postindustrial; por otro, el neoantirracismo, ese que niega la
existencia de las razas. Macron ni siquiera es antirracista, se sitúa más allá
de todo esto; las razas, los pueblos, las identidades, los orígenes, nada de
esto existe para él y, como sabemos, tampoco existe la cultura francesa.
En el
territorio de nuestra patria hay por lo menos dos pueblos, los invasores y los
invadidos, los ocupantes y los ocupados, los colonizadores y los colonizados.
Querer confundirlos es de locos.
Los mismos
que afirman que, de ahora en adelante, la humanidad entera será migrante, y los
mismos que contemplan con la consciencia tranquila que vayan a venir cincuenta
millones de inmigrantes a Europa, o doscientos millones, son también lo que
afirman que la remigración es imposible. En verdad, no se entiende bien por qué
lo que, a su juicio, es posible y deseable en un sentido, no puede serlo en el
sentido contrario, en proporciones mucho menores, por lo demás, y en
condiciones mucho mejores ‒de esto estamos seguros y velaremos por ello.
Y que no nos
vengan con la guerra civil. No es una guerra civil, nunca lo fue. Una guerra de
liberación nacional o colonial nunca fue una guerra civil, independientemente
del número de traidores, colaboradores, compañeros de viaje y transportadores
de maletas. Hace falta un solo y único pueblo para que exista una guerra civil,
y nosotros tenemos dos, como mínimo, o cincuenta. Fuera civil y fuera guerra
también, eso espero, porque si deseo que la “unión” sirva para que se
constituya una fuerza capaz de influir directamente sobre el curso de la
historia e invertir su dirección, en Francia y en todos los países de Europa,
es porque mantengo la débil, pero obstinada esperanza de que esta fuerza de
rechazo sea lo suficientemente fuerte como para que no se necesite recurrir a
ella.
Hago un
llamamiento a la rebelión, no a la violencia.
La (in)nocencia es una no-violencia. Ante lo innombrable –y el genocidio
por sustitución lo es– tenemos el derecho a rebelarnos. Incluso tenemos el
deber de hacerlo. ¡Rebélense! ¡Salvemos a nuestro país! Y déjenme añadir: ¡salvemos,
con nuestros hermanos europeos, a nuestro continente y a nuestra civilización! ■ Fuente: renaud-camus.net