Llamamiento a la «rebelión» frente a la «gran sustitución», por Renaud Camus


Si hay un hecho que angustia hoy a muchos franceses es realmente la sustitución progresiva, étnica, cultural y civilizacional de la nación francesa. 

Francia se está "desfrancesizando". ¿Quién tiene la culpa? ¿Alguien piensa que el francés de a pie se hace la pregunta? Lo dudo. Los cándidos dicen que algunos nos imaginamos un Atila inexistente a nuestras puertas. Esos "algunos" somos cada día más. Decir Atila es decir violencia, pillaje, violación, en resumen: todas las barbaries que llegan con las invasiones. Pero estas violencias pudieran incluso no existir y la cosa no sería mejor. Existen, claro está, pero sin ellas, las zonas fuera de la ley (barrios en poder de los inmigrantes que imponen su ley al margen de las del Estado francés) son territorios de predominio demográfico de personas que no consideran a la cultura francesa como la suya. Y esas zonas son cada día más grandes. Si dentro de 50 años, el conjunto del territorio francés se parece a lo que se ha convertido Marsella, Lille o Roubaix, creo que podemos poner un punto final en nuestros libros de Historia.

"Permanezcamos cartesianos, el miedo es contraproductivo", se oye decir aquí y allá. Sin embargo, ¿cuándo el miedo será sinónimo de instinto de supervivencia? Frente a lo multicultural encantador, utopista, casi innovador, frente a una multiculturalidad cada vez más invivible, hay personas que piensan que es el idioma francés lo que salvará nuestra identidad. Se trata, para ellos, de un denominador común que resistirá cualquier contingencia.

Si creemos que no nos queda en nuestro arsenal más que el francés para definirnos en el plano identitario, podemos preocuparnos sobre el estado en que nos encontramos. ¿Olvidamos acaso que el latín murió como lengua vernácula entre los siglos VII y X, es decir entre 200-400 años después de la caída del Imperio Romano de Occidente? Esa muerte no llegó enseguida, pero llegó al final. Luego, no, la francofonía no es una solución a considerar.

La Gran Sustitución no es un concepto, lamentablemente. Es mucho peor que un concepto, es una realidad cotidiana, es algo que las personas pueden observar cada vez que caminan por la calle. Es simplemente el cambio de pueblo. Hay un pueblo en un país determinado. Mediante un movimiento extremadamente rápido, y que además se va acelerando, hay otro pueblo, lo que implica necesariamente otra civilización, ya que es un concepto muy despreciativo de los pueblos, de los individuos, pensar que con otra población que tiene su propia cultura, su propia civilización, se puede seguir teniendo el mismo pueblo. La Gran Sustitución es simplemente la sustitución de un pueblo por otro: en las calles, en el metro, en las universidades, en las escuelas, sobre todo en las cárceles, ya que es ahí donde el reemplazo está más avanzado que en otras partes.

Yo digo que la crisis económica representa un fenómeno secundario frente a la crisis identitaria. La inmigración masiva y la hegemonía financiera de las oligarquías supranacionales son dos realidades unidas entre sí. Esta situación nos lleva a preguntarnos: ¿A quiénes beneficia la Gran Sustitución? Todo está estrechamente interconectado. La crisis (el cambio de pueblo y de civilización) es para Francia una crisis más importante que la Guerra de los Cien Años o la derrota de 1940, y por lo tanto, más importante que la crisis económica es esta masiva y devastadora inmigración, ya que con otro pueblo, tendremos otra historia. No niego la gravedad de la crisis económica, pero hemos tenido otras crisis económicas y muy graves, dos o tres por siglo de promedio... ¡Pero se sale de ellas! En cambio, si tenemos otro pueblo, salimos de la Historia. En cuanto al hecho de que la crisis económica tiene repercusiones sobre el cambio de pueblo (y viceversa, por cierto), eso es evidente, pero es cierto también para la escuela, para la situación cultural en general.

En cuanto a quién beneficia el cambio de pueblo, siempre podemos acusar a unos y a otros, por ejemplo, a la gran finanza internacional, los intereses nacionales que por supuesto ganan mucho en disponer lo que yo llamo el "hombre reemplazable", es decir una ficha en un tablero, que se puede deslocalizar incondicionalmente, lo que es evidentemente el concepto más despreciativo y más bajo que se puede tener del individuo. Podemos incriminar a los Estados Unidos, podemos incriminar a Europa, que es como un país salido de la Historia, éste es el drama. Es el hecho de que probablemente las catástrofes de la mitad del siglo XX han conducido finalmente a esta salida de la Historia que constatamos a diario. Todo eso pone al descubierto la abdicación de toda dignidad, un rechazo a participar en la Historia, es decir, considerarse como un actor de la situación histórica.

¿Qué soluciones aplicar al gran mal que sufrimos? No creo que sea demasiado tarde, ya que en la medida de mis medios trato de actuar, de movilizar a la mayor cantidad de gente posible. No dejo de lanzar llamadas a lo que llamo el "NO al cambio de pueblo y de civilización" y convoco a todos a unirse alrededor de este rechazo, que implica ciertamente un cambio de gobierno. Hay que deshacerse de lo que llamo los "reemplacistas", que se benefician de la Gran Sustitución. Por ejemplo, los partidos con poder ya cuentan electoralmente con los reemplazantes, su clientela electoral. Creen tener en esos reemplazantes la garantía de su permanencia eterna en el poder.

Tenemos que unirnos todos los que estamos horrorizados por esta especie de desvanecimiento de una civilización que fue grande, prestigiosa, hermosa y que carece de motivos para ser abandonada en favor de otras que no valen tanto, en todo caso, no en el territorio que fue el lugar de sus méritos.

Reagrupación Nacional (antes, FN) es parte de la solución a este problema. No soy enemigo del FN. He pedido el voto para Marine Le Pen... Dicho esto, no todo el mundo se unirá al FN. Hay en este partido aspectos que mucha gente no está dispuesta a aceptar y, por lo tanto, tiene que estar al lado del FN el conjunto de los que están decididos a decir NO a este desastre, a este cambio de pueblo. Es posible que haya una reacción en las poblaciones de Francia y Europa para formar una verdadera fuerza que se manifieste de todas las formas posibles. Por eso creé el NCPC ("No al Cambio de Pueblo y de Civilización") e invito a mis compatriotas a unirse a este movimiento. Y no solamente a los franceses, ya que el problema no es sólo de Francia, hay que pensar a escala europea, en esta Europa que se ha declarado ciudad abierta y que consiente esta clase de suicido, la colonización por sus antiguos colonizados.
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Durante mucho tiempo me he reprimido con las palabras. Incluso pensaba que podían resultar demasiado fuertes cuando las oía pronunciar a otros, pues consideraba que el uso de las mismas ponía en peligro nuestra propia causa si elegíamos términos demasiado enérgicos y rotundos, los cuales asustarían a todo el mundo en nuestro entorno y los medios podrían tratarnos como a energúmenos. Pero hoy estoy convencido de que no debemos retroceder, ni ante los hombres, ni ante los hechos, ni ante las palabras.

Por ejemplo, colonización. Lo he dicho mil veces y lo repito, estamos siendo mil veces más colonizados, y más dura y profundamente de lo que nosotros mismos hemos colonizado nunca. La esencia de la colonización, desde la antigua Grecia, los asentamientos helénicos en Italia del Sur y en Sicilia, es el traslado de población. Sin duda, las colonizaciones militares, administrativas, políticas, imperialistas, resultan penosas para los colonizados, pero no son nada al lado de las colonizaciones demográficas, que alcanzan al mismo “ser” de los territorios conquistados, que transforman su alma y su cuerpo; y amenazan con ser eternas o, por lo menos, irreversibles.

Nos han dicho que no hay colonización porque no hay conquista militar, ni tropas victoriosas, ni soldados desfilando en nuestras calles. Nos engañan. Las tropas victoriosas son la multitud, la chusma. La herramienta de la conquista es lo que llamé la “nocencia”. No digan que no saben lo que es la nocencia, pues usan frecuentemente el término contrario, la inocencia. La nocencia (del latín nocens) es lo contrario de la inocencia. La nocencia, es el hecho de perjudicar, de hacer daño, perjudicar poco o perjudicar mucho, desde los actos demasiado famosos de gamberrismo hasta el terrorismo, pasando por los tirones del bolso de las ancianas o la delincuencia organizada a gran escala. Cabe destacar, de paso, que la tradicional delincuencia francesa ha desaparecido prácticamente. No han sabido subirse al tren de la globalización, como se dice. Han sido sustituidos.

Subrayemos también que, entre la delincuencia común y el terrorismo, no hay solución de continuidad. La progresión es ininterrumpida. Existe una diferencia de grado, no de naturaleza. Todos los terroristas, sin excepción alguna, se iniciaron por la vía de la delincuencia común. Se trata de la misma carrera. No hay terroristas, por lo demás. Lo que hay son tropas de ocupación, y sus comandos más temibles ejecutan rehenes a intervalos regulares, como siempre hicieron todas las tropas de ocupación.

Es absurdo pretender luchar contra el terrorismo sin ocuparse de la conquista. Es como si en otra época se hubiera querido librarse de la Gestapo y aceptar a la vez la Ocupación alemana. La primera es la emanación natural de la segunda. No debemos luchar contra el terrorismo, debemos liberar el territorio, y ello gracias a la remigración. Tratar el terrorismo como un epifenómeno es repetir el error de los franceses durante los llamados “sucesos de Argelia” (hoy en día vivimos los “sucesos de Francia”). Los franceses creían entonces, o fingían creer, que los “felagas” eran un epifenómeno, una espuma superficial de odio y terror, en definitiva, y que por debajo de tan deplorable espuma se encontraba la adoración que los argelinos sentían por ellos. No, los argelinos no los adoraban en absoluto. Los adoraban tan poco que, nada más liberados –e incluso antes– impusieron a unos colonos, establecidos en el país desde mucho antes que los nuestros de hoy, una de las remigraciones más abruptas de la historia.  Acuérdense: la maleta o la tumba. Si bien es cierto que no recomiendo imitar sus formas, creo sin embargo que el fondo es inevitable. No se acaba con una colonización sin la salida de los colonizadores. No se acaba con una ocupación sin la salida del ocupante.

Ocupación, he aquí otra palabra ante la cual retrocedí durante mucho tiempo y que ahora asumo plenamente. Nos dicen que no deberíamos establecer ninguna comparación entre la Primera y la Segunda Ocupación. En primer lugar, todo se puede comparar, aunque solo sea para establecer una distinción. Comparar no significa asimilar. Evidentemente, no se trata de reducir ni un ápice el horror de la Primera Ocupación, la alemana; ni ahora, ni nunca. Pero son muchos los aspectos en los que la segunda, la africana, nada tiene que envidiarle. Es cierto que no se tortura en sus sótanos, que se sepa, aunque nos acordamos del espeluznante suceso del martirio de Ilan Halimi; sin olvidar las violaciones colectivas, cuyas víctimas son casi siempre jovencitas autóctonas, por no decir francesas de origen. En segundo lugar, el número de víctimas masacradas ya está alcanzando la misma magnitud que en la última ocasión. Es probable que esta vez sea más alto el grado de nocencia inmediata, de nocividad, de molestia y de humillación para los apacibles ciudadanos que no desean otra cosa –muy equivocadamente– que mantenerse al margen de todo esto. Hay que decir que hoy en día los Ocupantes son diez veces más, qué digo, cien veces más que hace tres cuartos de siglo. Como sus predecesores, visten cada vez más el uniforme, sobre todo las auxiliares femeninas, que con razón cuentan con los pañuelos, los boubous, las chilabas, los turbantes, los niqabs y las babuchas, por no mencionar sus incontables triquiñuelas para marcar el territorio, hacer gala de su fuerza y de su tamaño y deprimir a los Ocupados.

¿Quiénes son los Ocupantes? Los que se consideran como tales o que actúan como tales, a través de sus discursos o de sus comportamientos: reconozco que son muchos.

La Colaboración actual se preocupa todavía más que su hermana mayor en adelantarse al menor de los deseos de estos ocupantes. Las diferencias entre ambas Ocupaciones son innegables, pero las dos Colaboraciones se asemejan como dos mellizas. Como mínimo, podemos considerar que esta palabra, Colaboración, lejos de ser exagerada, es insuficiente. No colaboran ni nuestros medios ni nuestro gobierno: son cómplices, autores, agitadores. Son ellos los que quieren el horror que venimos viviendo y los que lo promueven continuamente. No son sus únicos partidarios, por supuesto.

Lo que me lleva a otra palabra muy fuerte que rechacé durante tiempo y que hoy, por fuerza, me veo obligado a tomar en consideración. Se trata del genocidio. La he rechazado durante años por respeto a las víctimas del genocidio hitleriano, y por el carácter único de su exterminio industrial. El genocidio de los Hutus careció de este mismo carácter científico. Sin embargo, también éste se constituyó con las matanzas en masa, de las cuales parecemos escapar… por ahora. ¿Podemos hablar de genocidio cuando no hay ni cámaras de gas, ni holocausto por disparos, ni golpe sistemático del machete, como en el momento actual? Creo que es necesario si queremos despertar a unos pueblos adormecidos y llamar la atención sobre la enormidad de lo que ocurre. El genocidio, hoy en día, cuida más su imagen: no quiere ni alarmar a sus víctimas, que podrían debatirse, ni llevar a sus oponentes a que pongan el grito en el cielo; por muy pocos y marginados que sean. No mata ya, sumerge. No masacra, sustituye. Según la oportuna declaración de Aimé Césaire, que no se imaginaba cuánta razón tenía, es el genocidio por sustitución. Todos los países de lo que antaño fue el mundo occidental y –pronunciemos la palabra– de la raza blanca; Europa, América del Norte, Australia, Nueva Zelanda, son objeto de un mismo hundimiento, sumersión bajo el otro, bajo todo lo que no son ellos, bajo todas las razas, etnias, culturas, civilizaciones, religiones, tradiciones e “intradiciones” del Planeta. Se hace más evidente este fenómeno en Canadá, aunque también lo es en Suecia y, muy a nuestro pesar, en Francia.

El antirracismo se cimentó en los campos de la muerte, y en el unánime “¡nunca más!”, que generaron en la conciencia universal, después de su liberación, una indiscutible legitimidad, su autoridad moral, su prestigio, su formidable potencia política. Ahora bien, por un giro completo de la espiral del sentido, o del destino, este antirracismo nacido o renacido del Holocausto, ha llegado a construir, en el tiempo que dura la vida de un hombre, una sociedad, la nuestra, donde en muchas escuelas ya no se puede enseñar el Holocausto porque los alumnos no quieren oír hablar de él y alegan que se trata de propaganda sionista; al mismo tiempo, miles de judíos huyen de Francia o de Suecia porque allí ya no se sienten seguros.  

El primer negacionismo negaba criminalmente el genocidio. El segundo es todavía más criminal, si cabe, puesto que niega la existencia de las razas. Niega su existencia mientras proclama que son iguales, lo cual demuestra su grado de incoherencia lógica. Su inexistencia teórica, muy teórica, es la condición de su desaparición práctica, efectiva. El dogma de la inexistencia de las razas, este credo quia absurdum –“creo porque es absurdo”, como con la Trinidad o la Inmaculada Concepción–, propio de nuestra sociedad, es en realidad su principal fundamento. Es lo único que se enseña todavía, en el hundimiento de nuestro sistema escolar. Es lo único que se transmite todavía, en el fracaso total de la transmisión. Cuando las personas solo saben una cosa, y ello se da cada vez más en el letargo que nos invade, es que no hay razas. En cuanto a mí, estoy cada vez más convencido de que la proclamación solemne y amenazante de este dogma, a mediados de los años 70 del siglo pasado, es el punto nodal a partir del cual todo se volvía posible, incluso el peor horror, la sustitución étnica generalizada, la Gran Sustitución, el mestizaje global, la producción industrial del hombre sustituible y de la Materia Humana Indiferenciada (MHI).

¿Qué son la raza, el pueblo, la nación encarnada en nosotros? Son “un vago y encantador recuerdo, un sueño, un profundo murmullo”. Y es por este motivo que Francia, a lo largo de su historia, integró siempre perfectamente a aquellos que querían entrar en su sueño, escuchar con ella el profundo murmullo de su lengua, su literatura, su música, sus paisajes, sus sabores, sus cielos y sus gestos ancestrales. Francia puede integrar a hombres, puede integrar a mujeres, puede integrar a familias que lo desean ardientemente: no puede integrar a pueblos, y menos a pueblos que no lo desean en absoluto.

El trágico error –y es un eufemismo– del antirracismo fue entender la palabra raza en el mismo sentido increíblemente estrecho en el que lo hizo el racismo, limitándose a invertir los valores término a término. Es fácil afirmar que las razas no existen, si uno se limita –como los racistas– a entender la palabra según sus connotaciones científicas o seudocientíficas, que representan apenas una ínfima parte de su significado en nuestra lengua, como en la mayoría de los idiomas europeos. Afirmar que las razas no existen puede ser una verdad a nivel científico –aunque tengo mis dudas–, pero es, antes que nada, una artimaña semántica; una suerte de estafa lingüística. Es más cierto, o menos falso, decir que los eruditos no necesitan este concepto, un poco como Lamarck decía a Napoleón que Dios era una hipótesis innecesaria. Decir que las razas no existen es igual de estúpido que decir que Dios no existe, ni las clases sociales, ni los mitos: puede que no existan, no puedo juzgarlo, pero son una realidad de este mundo y uno de los principales motores de sus movimientos de masas. Por lo demás, resulta algo placentero subrayar que nunca los seres humanos habían hablado tanto de su propia raza como desde que las razas dejaron de existir “oficialmente”. Todo el mundo se ha puesto a cantar sobre su árbol genealógico.

El hombre blanco es demasiado caro, demasiado blando, demasiado civilizado, demasiado titulado y, además, ya lo tiene todo. El “sustitucionismo” (o, literalmente, “reemplacismo”) global no trae a trabajadores, sino a consumidores, que necesitarán muy rápidamente alojamiento, comida, ropa, escuela, cobertura médica, objetos electrónicos, artilugios. Son ineludibles para el rescate de la burbuja económica. Ustedes dirán que no tienen ni un céntimo. Se equivocan: tienen o tendrán su dinero. Hace una eternidad que los supuestos traslados sociales son esencialmente traslados raciales; perdón: étnicos. Si no basta con estos traslados organizados para que las poblaciones de sustitución tomen posesión de nuestras economías y de nuestros bienes, lo harán por la fuerza, gracias a los delincuentes y los terroristas que hacen las veces de sus soldados. La nocencia es la herramienta del cambio del pueblo. Yo lo sé bien, que me lo digan a mí, que por decirlo fui condenado varias veces por los tribunales. No me sorprendió. Confío en la injusticia de mi país.

No podemos entender nada de la Gran Sustitución si no vemos que, por muy gigantesca que sea, no es más que una parte de un conjunto infinitamente más amplio, al que he llamado “sustitucionismo” global. En mi opinión, el “sustitucionismo” global es uno de los dos principales totalitarismos que se reparten el mundo –el otro es, evidentemente, el islam. Serán, por supuesto, necesariamente rivales, puesto que todo los opone. Pero, actualmente, lo que vemos es una suerte de pacto germano-soviético, el cual dura más tiempo que el auténtico. Es un tratado provisional de no-agresión entre los conquistadores: el “sustitucionismo” necesita al islam para que aporte los contingentes de sus grandes sustituciones; el islam necesita el “sustitucionismo” para colocar sus soldados en todas partes. No obstante, la causa de la caída final del Némesis del “sustitucionismo” global, que acarreará su pérdida, es que sustituye a terneras por hienas. Se lo comerán a él primero. Triste consuelo para los sustituidos.

Sustituir, este es el gesto clave de las sociedades posmodernas y pronto tal vez poshumanas, transhumanas. Todo es sustituible y sustituido: Venecia por su copia en Las Vegas, París por su copia en Pekín, Versalles por EuroDisney, el granito por el silistone, las tejas por las chapas, la madera por el plástico, la ciudad y el campo por el suburbio universal, la tierra por el cemento y el asfalto, las orillas del mar por el hormigón, la montaña por las estaciones de esquí, los caminos por las rutas de senderismo, la naturaleza por las obras de urbanización, con vistas a un beneficio económico, el ejercicio por el deporte, el deporte por los Juegos Olímpicos, los Juegos Olímpicos por los negocios, los negocios por la corrupción, la competición por el dopaje, la literatura por el periodismo, el periodismo por la información, lo verdadero por lo falso, el original por la copia, el usted por el tú, el apellido por el nombre, el apellido y el nombre por el apodo, el corazón por el corazón artificial, todas las partes del cuerpo humano por piezas de repuesto, la historia por la ideología, el destino de las naciones por la política, la política por la economía, la economía por las finanzas, la mirada por la sociología, las penas por las estadísticas, el mundo real por el centro turístico, los habitantes por los turistas, los indígenas por las poblaciones alógenas, los europeos por los africanos, las madres por los vientres de alquiler, los hombres por las mujeres, las mujeres por las muñecas hinchables, los hombres y las mujeres por robots, los pueblos por otros pueblos, la humanidad por la poshumanidad, el humanismo por el transhumanismo, el hombre por la Materia Humana Indiferenciada.

Es un gran misterio que los ecologistas, tan apegados a la biodiversidad –y con razón– parecen excluir de ella a la especie humana. Sin duda consideran, acertadamente, que el hombre blanco le cuesta demasiado caro al planeta. Pero existen otras soluciones antes que su eliminación, aunque sólo sea mediante el decrecimiento demográfico y económico, sin el cual todas las políticas ecológicas son vanas. Si hubiera una superioridad de la raza blanca, ésta sería que es de menor número que las demás. Expresiones incomprensibles: gestación subrogada, madres de alquiler, reproducción asistida, gran sustitución de población, no son otra cosa que las mismas manipulaciones genéticas, la estandarización aplicada al ser vivo. El hombre debe ser artificializado, como la naturaleza, estandarizado, normalizado, “sustituido”, con el fin de costar menos caro y de obtener mayores ganancias.

Para no alargarme más voy a recurrir a algo fácil, un ejemplo que la actualidad me brinda para explicar lo que entiendo por “sustitucionismo” global. Podemos definirlo en una sola palabra, más bien en un solo nombre: Macron. El macronismo es la SFSG, Sección Francesa del Sustitucionismo Global, es la más pura de sus encarnaciones. En él convergen las dos genealogías principales del “sustitucionismo”: por un lado, la banca, las finanzas extraterritoriales, la superclase postindustrial; por otro, el neoantirracismo, ese que niega la existencia de las razas. Macron ni siquiera es antirracista, se sitúa más allá de todo esto; las razas, los pueblos, las identidades, los orígenes, nada de esto existe para él y, como sabemos, tampoco existe la cultura francesa.

En el territorio de nuestra patria hay por lo menos dos pueblos, los invasores y los invadidos, los ocupantes y los ocupados, los colonizadores y los colonizados. Querer confundirlos es de locos.

Los mismos que afirman que, de ahora en adelante, la humanidad entera será migrante, y los mismos que contemplan con la consciencia tranquila que vayan a venir cincuenta millones de inmigrantes a Europa, o doscientos millones, son también lo que afirman que la remigración es imposible. En verdad, no se entiende bien por qué lo que, a su juicio, es posible y deseable en un sentido, no puede serlo en el sentido contrario, en proporciones mucho menores, por lo demás, y en condiciones mucho mejores ‒de esto estamos seguros y velaremos por ello.

Y que no nos vengan con la guerra civil. No es una guerra civil, nunca lo fue. Una guerra de liberación nacional o colonial nunca fue una guerra civil, independientemente del número de traidores, colaboradores, compañeros de viaje y transportadores de maletas. Hace falta un solo y único pueblo para que exista una guerra civil, y nosotros tenemos dos, como mínimo, o cincuenta. Fuera civil y fuera guerra también, eso espero, porque si deseo que la “unión” sirva para que se constituya una fuerza capaz de influir directamente sobre el curso de la historia e invertir su dirección, en Francia y en todos los países de Europa, es porque mantengo la débil, pero obstinada esperanza de que esta fuerza de rechazo sea lo suficientemente fuerte como para que no se necesite recurrir a ella.

Hago un llamamiento a la rebelión, no a la violencia.  La (in)nocencia es una no-violencia. Ante lo innombrable –y el genocidio por sustitución lo es– tenemos el derecho a rebelarnos. Incluso tenemos el deber de hacerlo. ¡Rebélense! ¡Salvemos a nuestro país! Y déjenme añadir: ¡salvemos, con nuestros hermanos europeos, a nuestro continente y a nuestra civilización! ■ Fuente: renaud-camus.net