La negación de la «Gran Sustitución» es el negacionismo moderno. Entrevista a Renaud Camus, por Jacques de Guillebon


Renaud Camus goza ahora de una reputación mundial perfectamente inmerecida. Fue él quien esculpió la expresión “Gran Sustitución” ‒o “gran reemplazo”‒ (en francés, le Grand Remplacement), pero defiende su inocencia frente a la estupidez de los comentarios periodísticos que lo confunden todo. La creciente violencia está cumpliendo sus profecías. Nadie, desde Jean Raspail, se ha sentido tan decepcionado por tener razón.

¿Qué reflexión le inspira el hecho de que le hagan responsable del atentado de Christchurch en Nueva Zelanda? 

En primer lugar, me siento consternado por el acontecimiento en sí mismo, que es una catástrofe terrible, y estoy de corazón con todas las víctimas. Además de este gran desastre, hay también, para mí, una pequeña catástrofe personal: ver como la tragedia se repite. Todo esto es, evidentemente, lo contrario de lo que he podido escribir, puesto que el concepto central de mis reflexiones políticas es la inocencia, es decir, no-nocencia (innocentia), la no-molestia, la exigencia de no hacer daño y de evitar en lo posible la violencia, sobre todo contra los inocentes. Esta es, precisamente, una de las razones de mi feroz oposición a la Gran Sustitución: la convicción de que las sociedades multiculturales y pluriétnicas son fatalmente portadoras de violencia, de pequeña y gran “nocencia”, de desconfianza general. Por otro lado, encuentro, por supuesto, una gran deshonestidad en aquellos que hoy me colman de reproches, los mismos que ayer no tenían palabras tan fuertes para desechar la amalgama, como ellos decían, cuando se trataba de atentados perpetrados por los islamistas. Los atentados del Bataclán o de Niza no tuvieron, según ellos, nada que ver con el Corán, que sin embargo llama a matar a cristianos y judíos; por el contrario, el tiroteo de Christchurch, según ellos, tiene que ver conmigo, que no sólo jamás he hecho un llamamiento a la menor violencia, sino que la descarto expresamente en cada página.

Le Monde publicó un artículo donde se decía que la forma de proceder del terrorismo es muy similar a la suya, “excepto en la violencia”. ¿qué le inspira todo esto?

Asco y hastío ante estas vergonzosas asimilaciones. El asesino de Christchurch no me nombra en ninguna parte y, obviamente, no ha leído ninguna de mis obras. Estuvo en Francia, lo que le resultó suficiente para oír hablar de la Gran Sustitución; y los atentados en nuestro país fueron su fuente de inspiración y de réplica. Realmente, pocos son los que me han leído verdaderamente. Jean-Yves Camus, uno de ellos, da testimonio de mi no-violencia y ha intentado rectificar muchos errores que sobre mí se han vertido, aunque él mismo cometa un pequeño error, calificándome como “soberanista”, algo que nunca he sido.

¿Cómo se le ocurrió esta idea de la Gran Sustitución? 

Es un largo camino. Pero, en cualquier caso, sea lo que sea, no podemos dejar de sentir el cambio de población, simplemente con la mirada. Sin embargo, a finales del siglo pasado se produjo un impulso: escribía entonces un libro sobre el departamento de Hérault, un encargo de su consejo general; y las milenarias villas y ciudades que fui visitando en el litoral languedociano parecían haber cambiado totalmente de población. Veía mujeres con velo asomadas a las ventanas románicas, paseando alrededor de las fuentes góticas. Y, ciertamente, yo ya estaba acostumbrado, como todo el mundo, a la nueva población de los suburbios de las grandes ciudades, de los distritos periféricos. Pero encontrarme con esta situación, en el corazón de antiguas villas como Charlemagne, era una experiencia completamente diferente, bastante traumática.

Para poner fin, de una vez por todas, a todos los contrasentidos y a todas las mentiras sobre el tema, ¿qué es la Gran Sustitución?

En primer lugar, no es una teoría, pues yo no soy un intelectual. Ojalá fuera sólo una teoría, un eslogan intelectual, como dice Bardella. Es un sintagma, una simple expresión, como la Guerra de los Cien Años, la Fronda o la Revolución francesa, acuñadas para un período histórico y su fenómeno más reseñable. Del fenómeno en cuestión, no sabría dar una definición exacta, pero puedo ofrecer sinónimos, más o menos aproximativos como siempre son los sinónimos: inmigración masiva, inmersión migratoria, cambio de población y de civilización, islamización, africanización y, en fin, el menos moderado, que tomo prestado de Aimé Césaire ‒el cual lo utiliza en otro contexto, ciertamente‒ el de “genocidio por sustitución”.

¿En qué sería forzosamente malo este proceso?

En primer lugar, que todas las cohabitaciones culturales o de diferentes civilizaciones han acabado muy mal, ya sea en un baño de sangre, ya sea con la sumisión de una de las partes. Una de las ventajas de la edad es que siempre podemos decir que todo era mejor antes, y la gente no puede replicarnos porque no saben nada de ello: estábamos allí. Y yo os puedo asegurar que la vida era más dulce y civilizada hace cincuenta años, cuando éramos un pueblo con un territorio: había menos agresividad en el ambiente y menos violencia de esa que está a punto de explotar, había menos sensación de desconfianza hacia la gente, las mujeres eran más libres de ir dónde querían, las ciudades eran más bellas y más limpias, la “chabola global” todavía no había comenzado a expandirse, Pero sobre todo, sobre todo, el mundo del “remplacismo” global, esta gestación subrogada generalizada, refleja una desesperante concepción del hombre: desarraigado, desoriginado, desnaturalizado, deculturado, infinitamente reemplazable, condenado a un perpetuo presente, sustituible a voluntad, como un producto de autoconsumo que puede ser comprado y vendido indefinidamente. 

Al respecto, usted habla de “materia humana indiferenciada” (MHI). ¿Qué significa?

Significa que el hombre está reducido al triple estatuto de productor, consumidor y producto: una pasta estandarizada, normalizada, de composición química un poco dudosa, esparcible por no importa qué lugar (yo hablo de “nocilla humana”) Estoy horrorizado con lo que publican los periódicos: la teoría de la Gran Sustitución tendría un origen nazi o neonazi. Es la última invención de la Banda político-mediática. He consultado a mis abogados y los demandaremos por difamación. Pero la gente que vende estas atroces e imbéciles mentiras tienen más razón de la que ellos creen: porque si la pretendida teoría de la Gran Sustitución no tiene nada que ver con el nazismo ni con ningún totalitarismo, la Gran Sustitución, en sí misma, el hecho y, sobre todo, lo que llamo “sustitucionismo” o “reemplacismo” global, el principio, la ideología subyacente, me parece que derivan totalmente de la misma historia del nazismo: la de la deshumanización del hombre, de su industrialización postindustrial. No diría, sin embargo, que el “reemplacismo” global sea el hijo o el heredero del nazismo, sino que es más bien su sobrino. Sin querer cuestionar el carácter único de la Shoah, vemos perfectamente el mismo principio concentracionario, ya presumido y denunciado por Bernanos, el que se dirige hacia la “chabola global”. El nazismo y el “reemplacismo” global pertenecen a la misma genealogía, derivada de la Revolución Industrial, cuyas figuras clave fueron tanto Frederick Taylor, como Henry Ford y Adolf Hitler. El “sustitucionismo” global, cinematográficamente, es Metrópolis + Tiempos modernos + Sol verde.

Ha dicho que no es soberanista. ¿Es europeísta, y qué significa esto para usted?

En efecto, me siento muy europeo. Nuestra civilización es Europa, Schumann y Leopardi tanto como Berlioz y Marivaux, Titien tanto o más que Toussaint Dubreuil. Y si hay, en mi opinión, una frontera que defender, ésta es la de Europa. Traumatizada tanto por sus crímenes como por sus fechorías, Europa, después de la Segunda guerra mundial, ha querido pasar de la historia, eliminarla, poner su cabeza bajo el sable. Incluso ha llegado a delegar en otros la tarea de su defensa. ¿Cómo sorprenderse, en estas condiciones, de que ella se deje invadir, someter, humillar a diario? Ahora debe volver a entrar en la historia, es decir, asumirse como potencia entre las demás potencias.

Pero, ¿podemos decir que los Estados Unidos, por ejemplo, resisten mejor a la Gran Sustitución?

No. Los anglosajones que construyeron el país probablemente ya están en minoría, o lo estarán en el futuro. La gran potencia atlántica se está convirtiendo, sobre todo, en una potencia "pacífica", si se me permite decirlo, y el conductor del juego en el Occidente moderno, bien podría ser, si nadie lo remedio, el país más rico del Tercer mundo, o el menos pobre. Pero su historia es otra: el “sustitucionismo” es su pecado original, puesto que la nación fue edificada sobre la Gran Sustitución de los indios ‒por no decir genocidio. Es la venganza de Toro Sentado.

¿Existe una solución para este proceso de Gran Sustitución?

Sólo hay una, y es la que nosotros preconizamos en nuestra lista a las elecciones europeas, “La línea clara”. Esta solución única es la remigración. Ninguna ocupación ha terminado sin la salida del ocupante anterior. Ninguna colonización ha cesado nunca sin que el colono haya entrado. Europa está, hoy, cien veces más colonizada por África, más gravemente, más profundamente, más demográficamente, de lo que ella lo estuvo jamás.

Los desplazamientos de poblaciones en la actual colonización Sur-Norte son cien veces más importantes que los de la vieja colonización Norte-Sur. Sin embargo, esta colonización demográfica socava el propio ser de nuestra civilización. Hay que poner fin, de una vez por todas, con la era de las colonizaciones en la historia de la humanidad. Los argelinos son nuestros maestros: son ellos los que inventaron la remigración. La maleta o el ataúd, decían graciosamente. Por nuestra parte, y para mostrar mejor las diferencias de civilización, debemos practicar una remigración pacífica y serena: en el peor de los casos, la maleta o el carrito de viaje. Los mismos que pretenden que la remigración es imposible afirman sin pestañear que hacen falta cuarenta millones de nuevos inmigrantes, cuando no doscientos millones. ¿Por qué es posible en un sentido, mediante pateras y lanchas neumáticas, y no el sentido contrario, con los barcos y los aviones adecuados de nuestros Estados de derecho?

Paradójicamente, usted se ha convertido en un escritor condenado al ostracismo por parte del mundo editorial y mediático, por un lado, y en una “estrella” mundial, por el otro, por vuestras fórmulas sobre la Gran Sustitución. ¿Sorprendente, no?

Digamos que, a título personal, estar condenado al ostracismo me va menos mal que a otros, probablemente. No tengo necesidades sociales. Cuando no conviene “compartir lecho” con el mundo mediático y literario, ser desterrado a un hotel es menos humillante. El único aspecto desagradable de la situación es que no puedo ejercer mi derecho de réplica, puesto que se me prohíbe la palabra, mientras todo el mundo opina sobre mí. Además, nadie, o casi nadie, me ha leído, entre los comentaristas y profesionales del discurso, lo que provoca las genealogías más absurdas. A Barrès lo conocí cuando tenía quince años. A René Binet lo descubrí prácticamente ayer.

Pero su público ¿ha crecido en los últimos años?

No, en absoluto. Todo lo contrario. Ya no tengo editor y me han prohibido en todas las librerías. Soy el hombre invisible. La gente no recurre a Amazon para comprar mis libros, donde serían muy fáciles de obtener. Además, la mayoría de los lectores potenciales no saben ni siquiera que la Gran Sustitución es, en primer lugar, un libro. Entre los ataques de los que he sido objeto, uno de los más bajos, reveladores de la forma de pensar de quienes los formulan, es aquel según el cual el cambio de población sería algo así como mi “fondo de inversión” No le deseo a nadie un negocio así.

¿Tiene usted alguna esperanza política?

Hay una posibilidad entre un millón. El adversario está por todas partes… Sólo podemos salir de esta situación utilizando la fuerza como él lo hace, como en el judo. Miremos a Amazon, o Twitter, o Facebook. Cabalgar el dragón. Hay que intentarlo todo. No podemos dejar de intentarlo. Quizás suceda un milagro, quién sabe. Mantengo la esperanza, Tenemos cuatro modelos: la lucha de los pueblos por el derecho a disponer de sí mismos, Grecia, Hungría, Polonia, el Risorgimento en el siglo XIX, la Reconquista, por supuesto, más lejana en el tiempo, la Resistencia durante la Ocupación nazi, las luchas por la descolonización, Gandhi, Fanon, Ben Bella, así como la disidencia soviética. Estos son los que más se parecen a nosotros, y los que nos dan más esperanza. Estaban tan solos como nosotros, tan desarmados, tan indefensos, tan calumniados y tan arrastrados por el barro. Y aun así hicieron caer un enorme sistema opresivo como el soviético. El sistema al que nos enfrentamos está construido enteramente sobre la mentira. Todo es falso en el “sustitucionismo” global. La gran mentira fundacional, sobre la que descansan todas las demás, naturalmente, es la negación de la Gran Sustitución, que en mi opinión es el negacionismo moderno. Pero cuando todo es mentira, tales sistemas tienden a derrumbarse de un golpe, en algunos días o algunos meses, como sucedió con el universo soviético: basta con que un niño declare, en su inocencia, que el rey está desnudo. ■ Fuente: L´Incorrect