Nadie ha descrito nunca
con tanta claridad y precisión la terrible situación de los cristianos de la
España musulmana (los mozárabes mediante la dhimma)
como el medievalista Rafael Sánchez Saus. Su excepcional Al-Ándalus y la Cruz [en francés: Les Chrétiens dans Al-ándalus. De la soumission à l’anéantissement (2019)]
supone un giro en la materia. Quien quiera conocer seriamente la realidad de la
historia de los cristianos en al-Ándalus deberá, a partir de ahora, referirse a
su síntesis magistral. Imaginamos fácilmente que, con la publicación de la
edición original de este libro en España, no habrá hecho muchos amigos. Pero su
valentía intelectual, rigor y probidad científicos han sido la mejor garantía
contra los ataques insidiosos de los que ha sido objeto y que trataremos más
adelante.
Al-Ándalus es uno de los
temas más representativos del interminable ajuste de cuentas que divide a la comunidad
intelectual y cultural españolas desde hace más de dos siglos. El estudio de la
conquista y la dominación musulmana en la Spania
cristiano-visigoda[1]
se ha convertido con el tiempo en un modelo casi perfecto de contaminación
ideológica de la Historia. “La ideologización extrema del actual debate sobre
la forma en que al-Ándalus puede y debe ser explicado en el conjunto de la
historia de España”, escribe Rafael Sánchez Saus, “no puede separarse, pues,
del hecho de que es ésta la que en estos momentos es discutida como nación,
como proyecto común y hasta como marco histórico e identitario en contra de la
evidencia que los siglos respaldan como expresión auténtica de la voluntad de
las sucesivas generaciones”[2].
Pero, para entender este espectáculo desconcertante, se impone una breve
explicación con perspectiva, sobre todo cuando el desconocimiento
mediático-cultural francés del mundo hispánico es notorio[3].
El debate sobre la identidad nacional a
comienzos del siglo XXI
A partir del final de
los años 70, y más todavía después de la caída del bloque comunista, todas las
grandes naciones europeas conocieron, en grados diferentes, una revisión
sistemática y obstinada de sus orígenes, raíces e identidades. La utopía de la
creación de un “ciudadano del mundo” reemplazó a la del advenimiento redentor
del proletariado y del “paraíso socialista”. La globalización debía permitir
superar los Estados-nación y para ello convenía crear un “ciudadano global”, un
individuo etéreo y desconectado de sus raíces culturales e históricas.
El ejemplo de la Francia
de comienzos del siglo XXI merece ser brevemente evocado aquí porque es, en
parte, similar al caso de España. Hemos podido ver en el “Hexágono” cómo, en
los últimos tres o cuatro decenios, la “nueva historia transnacional o
globalizada” ha acompañado el cambio societal y ha intentado imponerse. Esta
pretendida nueva historia, paradójicamente anacrónica y obsesiva, se ha
revelado rápidamente mucho menos neutra que la antigua. Estaba establecido y
aceptado, desde generaciones anteriores, que es ante todo a través de la
historia del propio país como los hombres comprenden el pasado y se encuentran
en posición de darle un sentido. Sabíamos que la Historia, tal y como se
enseña, es siempre el reflejo del estado del mundo en el momento y de la
relación de fuerzas que lo gobierna. Desde el final del siglo XIX, los
“progresistas”, republicanos, monoculturalistas y laicistas, tales como
Michelet, Renan, Lavisse y sus discípulos, contribuían intencionadamente a la
formación de una conciencia cívica y nacional. De ahí a renunciar al objetivo
de neutralidad, y a tomar partido, había una línea que ningún historiador
riguroso se había atrevido nunca a sobrepasar. La Historia seguía el rigor de
la Ciencia y solo conocía lo relativo; se distinguía en eso de la memoria
colectiva, fascinada por lo absoluto, exclusividad de los espíritus chequistas y gestapistas. Por desgracia, los turiferarios de la historia
transnacional o globalizada, indiferentes a la realidad como lo fueron los censores
totalitarios antes que ellos, han elegido negar la evidencia de los hechos, con
la secreta y vana esperanza de resolver la crisis actual de la vida en un medio
con gran diversidad social y cultural.
La Historia se ha visto
convocada por ellos como ciencia auxiliar del discurso ideológico. El pasado de
Francia, descrito y modelado por los historiadores republicanos, liberales,
nacionalistas y románticos de la Tercera República (1870-1940), la Cuarta
República (1946-1958) y del comienzo de la Quinta República (1958-1981), ha
sido brutalmente negado, rechazado, denunciado como “novela nacional”,
sospechoso más o menos insidiosamente de “patriotismo”, “nacionalismo” o
“fascismo” (siendo aquí la mezcla aceptable y recomendada) y, finalmente,
declarado obsoleto por toda una pléyade de periodistas y de seudohistoriadores
guardianes celosos de las nuevas Tablas de la Ley (globalización,
multiculturalismo y derechos humanos). Iniciado por la izquierda al final de
los años 70 y retomado por la derecha a finales de los años 80, el debate
público sobre la identidad se terminó rápido. Desde entonces, la policía del
pensamiento vigila y bloquea. Olivier Pétré-Grenouilleau y Sylvain Gouguenheim,
por no citar más que dos casos instructivos[4], han
pasado por esta amarga experiencia. Los “deconstruccionistas” han tomado la
costumbre de utilizar piruetas fáciles y el pretexto de la “complejidad
histórica” para evitar cualquier comienzo de debate: “Vivimos en un período
incierto”, dicen, “lo que vivimos no puede ser todavía calificado”, “Francia no
quiere decir nada preciso”, en definitiva, “no hay una cultura francesa”[5].
Los franceses se ven pues cada vez más conminados a dar la espalda a su
identidad pasada y obligados a inventar una nueva manera de ser francés,
diversa, plural, mestiza, centrada en las culturas minoritarias, en la
recepción indiscriminada de inmigrantes, en la apertura al Otro.
El “problema” de España
Este debate sobre la
identidad nacional divide en España tanto como en Francia, y tanto como en
cualquier otro gran país de Europa occidental. Pero en nuestro vecino
pirenaico, la controversia tiene dos caracteres específicos: la virulencia o el
extremismo de la expresión, y la antigüedad, la duración o la sorprendente
persistencia de un proceso, sobre todo, endógeno. España es el único país de
Europa donde una parte muy importante de las “élites” autoproclamadas niega,
con el mismo nivel de exaltación, la existencia misma del país y de la nación.
Mientras que los comienzos del debate sobre la identidad de Francia se sitúan
al final del siglo XIX (al menos como problema o cuestionamiento, no estando el
término evidentemente todavía extendido), los orígenes de la disputa son muy
anteriores en el caso de España. El debate intelectual sobre “El Ser de España”,
“El Problema de España”, o “La esencia de España”[6] no remonta
a la generación de 1898, como se oye a veces, sino al final del siglo XVIII, en
el crepúsculo de la potencia hispánica, al final de su rol de primer orden en
el mundo.
En nuestros días, legiones
de “intelectuales”, periodistas e historiadores de la Península repiten todos
los días que la nación es una construcción dudosa, una ficción novelesca, una
“ilusión esencialista” cuya defensa conduce sin remedio a lo peor, en otros
términos, a la xenofobia, al nacionalismo y al fascismo. Todos ponen en duda
con delectación la herencia histórica de España, la nación (comunidad) y la
patria (tierra de los padres) hasta el punto de hacer desaparecer el objeto
mismo de su estudio. Se puede leer, en los escritos más diversos, que no ha
habido nación ni estado españoles, no solamente en el siglo V o en el VII (la
España visigoda o la Spania de San
Isidoro de Sevilla), ni en el siglo VIII (la España perdida de la Crónica
Mozárabe), ni a comienzos del siglo X (la España cristiana de la Crónica de
Alfonso III que reivindicaba el derecho a la “restauración” del reino visigodo
en toda la península), pero tampoco en los siglos XVI, XVII ni incluso en el
XVIII. El nacimiento de España como nación se remontaría, según los adeptos de
la corrección política de comienzos de este siglo, no a la Casa de Austria (a
partir del siglo XVI), ni a la de los Borbones (a partir del siglo XVIII), sino
a las monarquías constitucionales del siglo XIX, a la Constitución de la
Segunda República (1931), o incluso a la actual monarquía parlamentaria (1978).
Para los espíritus más febriles, incluso nunca habría existido una nación
española, ni Imperio español, y el término “España” solo sería utilizado por
costumbre o comodidad[7].
Buen número de esos
“intelectuales” y artistas, muy mediáticos, se disputan el nivel nulo de
reflexión y debate intelectual. “La idea de España me la sopla, […] es una idea
para los semicuras y los fanáticos” afirma el filósofo Fernando Savater; “Odio
a España desde siempre” añade el novelista Rafael Sánchez Ferlosio (hijo del
teórico falangista y ministro Rafael Sánchez Mazas); “La marca España me trae
sin cuidado” afirma con la misma elegancia el escritor y académico Javier
Marías (hijo del muy orteguiano Julián Marías)[8].
Escuchándoles, la cuestión de la naturaleza histórica de España estaría
totalmente superada y no interesaría más que a algunos fanáticos o nostálgicos
del franquismo. Su furia intolerante entristece porque desdeña la obra inmensa
y diversa de las figuras intelectuales más emblemáticas
de la España de los últimos tres siglos. Y es que el tema de la esencia, del
ser, de las raíces, de la identidad y del futuro de España está presente en un
buen centenar de obras célebres publicadas desde el siglo XVIII. El “Problema
de España” no ha dejado nunca de preocupar a los principales filósofos e
historiadores españoles.
En el siglo de las
Luces, los intelectuales españoles se dividían entre “castizos” (puristas o
clásicos) y “afrancesados” (imitadores de lo francés). Después de la Revolución
francesa, la controversia sobre el hecho y la adhesión de un buen número de
españoles a sus ideales suscitaron un intenso debate sobre la nación. Las
querellas entre catolicismo y laicismo anticristiano, mezcladas a las que había
entre centralismo liberal y “foralismo” tradicionalista, y más tarde,
nacionalismo periférico, no cesarán de ser reanimadas. Primero lo serán después
de la ocupación francesa (1808-1813) y el final de las guerras de independencia
hispanoamericanas (1808-1825); más tarde, después de la aplastante derrota
sufrida frente a Estados Unidos en 1898; luego, bajo la Segunda República
(1931-1936) y bajo el régimen franquista (1939-1975); y, al final, una vez la
democracia “instaurada” con el resurgimiento y desarrollo de los movimientos
independentistas o separatistas en los años 90.
Sería aburrido nombrar
aquí todos los autores célebres que se distinguieron en el estudio y la
interpretación del fenómeno nacional. Completamente unidos al ser y a la
existencia de España, esos autores tenían en su mayoría convicciones
“progresistas” o de izquierdas. En el siglo XIX y a comienzos del XX, eran
monárquicos liberales, republicanos liberales y demócratas, incluso socialistas[9].
Al contrario que los estereotipos, solo una minoría de entre ellos defendía la
visión “católico-tradicional de España”, y apenas uno o dos de ellos decían
pertenecer al fascismo europeo, en su doble versión reaccionaria o
revolucionaria.
La España moderna,
democrática y multinacional del siglo XXI, la España desnacionalizada, agregado
de territorios, “patria común e
indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la
autonomía de las nacionalidades y regiones” según los términos de la
Constitución de 1978, se construyó sobre el rechazo absoluto de la dictadura
franquista. Este repudio tuvo sus consecuencias en las nuevas corrientes
historiográficas. Desde el final de la Transición (1975-1982), la ideología
dominante ha privilegiado la visibilidad de los interrogantes, de las rupturas
y discontinuidades históricas, y ha sacralizado la Constitución de 1978. La
“retórica esencialista”, los “estereotipos del pasado”, la larga memoria y la
importancia de la continuidad, han sido regularmente y masivamente denunciados
como reminiscencias o persistencias del nacional-catolicismo y del franquismo.
Los grandes medios españoles han adoptado la costumbre de divinizar la
pluralidad y la diversidad, y de anatemizar la unidad y la homogeneidad.
Políticos e intelectuales mediáticos han soñado o dado la imagen de creer en la
próxima globalización feliz, en la humanidad pacificada y sin fronteras. Frente
a ellos, unos historiadores más moderados y realistas –en su mayoría miembros
de la Real Academia de la Historia de España pero, también, autores no
conformistas muy seguidos por el gran público– se han levantado inscribiéndose
en el largo plazo y defendiendo la identidad histórico-cultural del pueblo
español. Para ellos, la nación no es solamente una unidad político-territorial
incierta que se confunde con el Estado, es también un grupo sociopolítico
definido por una cultura y una ascendencia comunes, nacido en el presente de un
consentimiento y de una voluntad también comunes, combinados a una herencia
histórica compartida. Para ellos, la historia de la nación española no ha sido
tan excepcional como algunos han querido enseñar, pero tiene sin embargo
algunas especificidades, unas características propias que conviene identificar.
No es una construcción retrospectiva imaginaria sino una realidad inteligible
con la condición de aclarar, cuestionar y encadenar correctamente sus
principales componentes.
Dicho esto, el “drama de la España moderna” (país
conocido como el más europeísta de Europa) ha tenido lugar de una forma
bastante parecida al de las otras grandes naciones europeas. Las “nuevas élites democráticas y europeístas”
no han conseguido generar un nuevo proyecto de vida en común, a suscitar un
sentimiento colectivo de pertenencia a una unidad de destino. En menos de
veinticinco años, la nueva Historia “global”, “postnacional” o “mundializada”
de España, presentada como un “enfoque científico” que debía permitir, de
acuerdo con el espíritu de los tiempos, contrarrestar los excesos de la “novela
nacional”, se ha revelado, como en Francia, una ficción simplificadora, una
cortina de humo ideológica, una enésima tentativa de “normalizar” o de
aculturar el país. Presentando capciosamente todos los grandes episodios que
jalonan la historia de la “Península Ibérica” (no se dice “España”) como marcados
por las peores calamidades [la Reconquista, un ejemplo de fanatismo religioso;
la presencia en América, un modelo de pillaje y genocidio; las guerras europeas
de la Contrarreforma, una manifestación de intolerancia; la defensa de la
monarquía tradicional frente a la monarquía absoluta (1700-1808) y luego
constitucional (1812), un arquetipo de reacción violenta e irracional contra la
Revolución y el Progreso; la Guerra Civil (1936-1939), una lucha de los
demócratas progresistas contra unos reaccionarios fascistas, siguiendo lo que
la propaganda del Komintern repetía ayer[10]], la
historia “postnacional, transnacional o globalizada de España” no ha servido,
en definitiva, más que para retomar y regenerar todos los cimientos de la vieja
leyenda negra antiespañola[11].
De la “españolización” a la “orientalización” de
los habitantes de al-Ándalus
El mito del carácter paradisíaco de
al-Ándalus, verdadero Edén terrestre, oasis de paz, modelo, sin igual en su
época, de tolerancia y de coexistencia pacífica entre las tres culturas (judía,
cristiana y musulmana), no data de ayer. Este territorio islámico, rico,
pacífico y tolerante habría –se dice– salvado el judaísmo en la Edad Media,
salvaguardado el saber clásico y sucumbido bajo los golpes violentos de los bárbaros
cristianos. Extendido en la literatura árabe desde 1492, el mito de al-Ándalus
fue adoptado en el siglo XIX por los arabistas y los historiadores liberales de
la península, y por un gran número de escritores románticos de Europa. Hoy está
más que nunca presente en España y en el mundo occidental debido a sus
supuestos enlaces con el modelo multiculturalista de las relaciones sociales y
políticas entre comunidades, culturas y civilizaciones predicado por la
ideología globalista. Esta construcción ficticia o mítica de un al-Ándalus
“paraíso de tolerancia y de multiculturalismo” se ha convertido de hecho en
España en un arma más en los debates generados por la crisis de conciencia
identitaria de las “élites” y de los pueblos, por el auge de los movimientos periféricos
independentistas y por el proceso correlativo de destrucción de la estructura
política.
Al-Ándalus decayó irremediablemente
en su poder después de la batalla decisiva de Las Navas de Tolosa (1212). A
comienzos del siglo XVI y más todavía a partir de la expulsión de los moriscos
entre 1609 y 1613, su legado cultural dejó de pertenecer a España. Desde hace
más de cuatro siglos, la imagen y el lugar que se les da en la Historia depende
bastante menos de los resultados de investigaciones y de la verdad histórica
que de los avatares de la conciencia y la coyuntura políticas en España.
En el siglo XIX y hasta comienzos
del XX, la escuela histórica liberal, “progresista” (la de Modesto Lafuente,
Rafael Altamira, Ramón Menéndez Pidal, etc.), se dedicó a reunir minuciosamente
el conjunto de elementos que permitiera configurar la historia y la identidad
colectiva de los españoles. Después de la desaparición de la “monarquía
universal hispánica” o del Imperio español, esos autores liberales, a menudo influenciados
por el modelo de Francia, buscaron afianzar el Estado-nación. Para conseguirlo,
insistieron en la importancia de las características o aspectos “occidentales”
de España, valorizaron el pasado romano y visigodo e, inversamente, minimizaron
los elementos de ruptura ligados a la presencia árabe-musulmana. Al-Ándalus fue
presentado por ellos no como un territorio árabe-musulmán, sino como la
continuación de las características o atributos de la idiosincrasia hispánica.
No hubo, para ellos, orientalización de España después de la conquista
árabe-musulmana sino, al contrario, los invasores habrían sido absorbidos y se
habrían convertido en “verdaderos españoles”. Los más prestigiosos arabistas de
la época, como Francisco Codera y sus discípulos, apodados con humor los Beni
Codera y, con ellos, buen número de hispanistas extranjeros (sobre todo los
franceses Henri Pérès y Henri Terrasse) se inscribieron en esta línea
interpretativa. Julián Ribera, Miguel Asín Palacios o Emilio García Gómez
insistieron en la importancia de la presencia “musulmana” en España y en
Europa. Desde el final del siglo XIX, los arabistas españoles desarrollaron la
interpretación según la cual los habitantes de al-Ándalus eran unos españoles
racialmente idénticos a los asturianos, leoneses, catalanes o navarros cuya
única diferencia sería la religión. La identidad común a los españoles
cristianos y a los españoles musulmanes había permitido, según esta teoría,
unas veces alianzas cambiantes entre ellos y, otras veces, luchas comunes contra
los invasores africanos almohades, almorávides y merinidas. Se hablaba así de
la “España islámica” o de la “España musulmana”, otros términos aceptados
entonces que fueron más tarde desterrados por los especialistas.
Después de la Guerra Civil, durante
el primer franquismo (1939-1959), polémicas virulentas enfrentaron a los medios
intelectuales. Así, en 1949, el neotradicionalista Rafael Calvo Serer escribió
“España sin problema” en respuesta al libro del falangista Pedro Laín Entralgo
“España como problema”, publicado algunos meses antes. Calvo Serer reclamaba la
vuelta sin equívocos a la Hispanidad católica tradicional, mientras que Laín
proponía una síntesis entre la tradición católica hispánica y la modernidad
“progresista” europea y buscaba así integrar el legado crítico de las
generaciones de 1898 (Unamuno), de 1914 (Ortega y Gasset) y de 1927 (Federico
García Lorca).
Una segunda controversia estalló
casi simultáneamente. Nacida en origen entre los exiliados antifranquistas,
marcó profundamente la vida cultural del primer franquismo. El debate, áspero y
abrupto, oponía inicialmente a dos hombres de izquierda hasta entonces amigos:
el filólogo, exembajador de la República en Berlín, Américo Castro, autor de “España en su historia. Cristianos, moros y
judíos” (Buenos Aires, 1948) y el historiador medievalista, antiguo
ministro de la República, y después Presidente del Gobierno en el exilio,
Claudio Sánchez Albornoz, autor de “España,
un enigma histórico” (Buenos Aires, 1956). Américo Castro sostenía que el
español nació de la mezcla judíos-cristianos-musulmanes e insistía en la
coexistencia pacífica entre las tres comunidades, mientras que Claudio Sánchez
Albornoz mostraba, a partir de un monumento de erudición, que el arquetipo del
español había nacido de la oposición y de la lucha entre el Islam y la
Cristiandad.
Para el franquismo, la teoría que
“nacionalizaba” o “españolizaba” a los habitantes de al-Ándalus tenía
consecuencias e intereses políticos. La supuesta identidad cultural justificaba
la amistad con los países árabes y legitimaba la presencia de España en el
norte de África. La “tradicional amistad hispano-árabe” permitía encontrar unos
aliados frente a los dos grandes bloques: las democracias populares comunistas
y las democracias liberales occidentales.
Otra obra que pasó
relativamente desapercibida después de su publicación al final de los años 60
merece ser mencionada debido a la influencia, soterrada pero patente, que tiene
hoy en día. Se trata del libro del paleontólogo vasco, Ignacio Olagüe, con el
provocador título de Les Arabes n’ont
jamais envahi l’Espagne[12], publicado significativamente fuera de
España, en París, en 1969. Olagüe había sido en su juventud miembro de las JONS
y amigo del teórico del nacional-sindicalismo Ramiro Ledesma Ramos[13].
Paradójicamente, a pesar de su pasado “sulfuroso” y del carácter delirante de
su tesis[14],
el autor tiene en nuestros días numerosos seguidores. Olagüe estimaba que era
imposible que los árabes hubieran podido cabalgar desde Arabia hasta España a
causa de una crisis climática o de una desertificación de África del norte.
También era imposible, decía, que hubieran podido atravesar el estrecho de
Gibraltar puesto que no tenían barcos y no conocían el arte de la navegación.
Por último, de todas maneras, afirmaba, era imposible que algunos millares de
guerreros hubieran podido someter un inmenso territorio poblado por millones de
habitantes en pocos años, mientras que los romanos habían empleado dos siglos
para conseguir lo mismo. La explicación del fenómeno era, según él, después de
todo, bastante simple: el “genio de Oriente” había arraigado en el pueblo
español a través del arrianismo aportado por los visigodos. El catolicismo
romano no era más que una superestructura que había sido impuesta por las
élites episcopales y góticas a un pueblo de religión arriana. La crisis
política y social del siglo VIII había traído el fin de un poder y de una
ideología casi “colonialistas” y la lenta conversión al Islam de la población
hispánica se había producido gracias a la acción pacífica de predicadores
musulmanes. En resumen, los cristianos unitarios (los arrianos) habrían
simplemente repudiado el cristianismo trinitario. Se habría producido entonces
un verdadero fenómeno de “seudomorfosis”, concepto que Olagüe tomó prestado de
Oswald Spengler. Convirtiéndose pacíficamente al Islam, los pueblos hispánicos
y góticos “unitarios” o “arrianos” habrían podido después construir una
civilización única y maravillosa. No habría habido invasión violenta a
comienzos del siglo VIII, ésta no se habría producido hasta mediados del siglo
XI, cuando desembarcaron los nómadas almorávides procedentes del Sáhara.
Esta tesis fantasiosa
según la cual los árabe-musulmanes no habrían invadido nunca España no tiene,
evidentemente, más credibilidad que aquélla que convierte a extraterrestres en
los constructores de las pirámides. En su tiempo, una pléyade de historiadores
especialistas había demostrado el desconocimiento del tema por parte del autor
y su burda manipulación de las fuentes. La sorprendente persistencia de esta
interpretación y su propagación se basan en el hecho de que se trataba desde el
primer momento de un ataque ideológico en toda regla contra el catolicismo como
fundamento de España y de la identidad española. Esta tesis buscaba
indirectamente mostrar que el catolicismo era una religión extranjera a España,
repudiada por los españoles, y que no había triunfado más que por la fuerza y
la violencia.
Su supervivencia y
difusión actual se explican en esencia por razones políticas. Fue primero
adoptada por los nacionalistas o independentistas andaluces que rechazan a
España y se declaran herederos de la cultura de al-Ándalus. Fue, sobre todo, el
caso del fundador del nacionalismo andaluz, Blas Infante (fusilado en 1936,
durante la Guerra Civil, por los “nacionales”) y de un buen número de españoles
recientemente convertidos al Islam[15]. Es
igualmente el caso de escritores de éxito, heraldos del “andalucismo”, como
Antonio Gala o Juan Goytisolo.
La negación de la invasión
islámica de la Península Ibérica en 711 también tiene sus partidarios en el
seno de la Universidad. El filólogo, profesor de la Universidad de Sevilla,
Emilio González Ferrín, autor de Historia
general de Al-Ándalus (2016) y de Cuando fuimos árabes (2018), es un
ejemplo sorprendente. El historiador de la Universidad de Huelva, Alejandro
García Sanjuán, ha dedicado todo un libro a demostrar la mentira
historiográfica que constituye esta reactualización de la vieja tesis de Olagüe
por González Ferrín y a denunciar la absurdidad de las reivindicaciones de sus
discípulos[16].
García Sanjuán critica violentamente este “negacionismo”, pero se opone con
igual vehemencia a los defensores de la tesis “catastrofista” que él califica
de “españolista”, de “nacional-católica” o de “franquista”[17]. Su
bestia negra son los historiadores que utilizan las nociones de “invasión”
árabe-musulmana y de Reconquista, porque han sido –según él– asociadas “a una ideología determinada”.
Mostrando casi abiertamente sus propios prejuicios y estereotipos, contribuye
así a preparar el terreno para otras negaciones de la realidad todavía más
radicales y descabelladas.
De hecho, una parte de
la Universidad española rechaza ya hablar de Reconquista[18].
La expresión “académicamente correcta” es “la expansión hacia el sur de los
reinos cristianos” (aunque algunos universitarios de extrema izquierda,
neomarxistas y retrógrados, se aferran todavía a la noción de “conquista
feudal”), pero evidentemente, a día de hoy, nadie ha encontrado un término
alternativo aceptado por todos los historiadores. Una situación perfectamente
surrealista pero que, a decir verdad, no ofrece ningún problema a los numerosos
periodistas que aborrecen la historia del catolicismo en España, y lo hacen
saber. Así, para el académico, exdirector del periódico El País, Juan Luis Cebrián, las causas de los males de España son
simples, prosaicas y triviales: “Sin las Cruzadas y la Inquisición, sin
la insidiosa Reconquista ibérica, podríamos -¿quién sabe?- escribe él, haber
asistido al florecimiento de una civilización mediterránea, ecuménica y no
sincretista, en la que convivieran diversos legados de la cultura grecolatina,
lo mismo que conviven hoy las dos Europas, la de la cerveza y el vino, la de la mantequilla y el aceite de oliva, en
una sola idea de democracia.”[19](¡sic!).
En el ámbito de la investigación y
del verdadero conocimiento histórico, los años 70 fueron una etapa fundamental.
Varios trabajos llegaron para renovar la imagen que se tenía de al-Ándalus,
resituando su historia en un contexto mucho más definido por elementos
magrebíes, orientales y árabes más que hispánicos[20]. El libro del francés
Pierre Guichard Structures sociales
“orientales” et “occidentales” dans l’Espagne musulmane (París, Mouton,
1977) tuvo, en este sentido, un papel fundamental. Esta obra, inmediatamente
traducida al español, muestra el orientalismo profundo de la civilización de
al-Ándalus. Desde entonces, ha sido mucho más difícil defender la idea de una
continuidad y de una permanencia entre la España preislámica y al-Ándalus. La
investigación histórica mostró así, en plena Transición a la democracia, que la
versión musulmana de un alma o de un genio español que había sobrevivido
durante siglos, como lo había explicado una personalidad tan prestigiosa como
Claudio Sánchez Albornoz, no se correspondía con la realidad. Al contrario,
al-Ándalus había sido una sociedad árabe e islámica y los musulmanes españoles
se consideraban como musulmanes viviendo en suelo ibérico y de ninguna manera
como unos españoles islamizados. Sí que había habido una discontinuidad
fundamental en el orden social y etnológico, y no solamente una ruptura
religiosa. La historia de al-Ándalus era, entonces, primero plenamente la
historia del Oriente musulmán y, después, del Magreb árabe-musulmán.
Sin embargo, resultado
inesperado, “la exclusión de al-Ándalus de la historia de España ha tenido como
consecuencia, impensable antes de 1980, […], escribe Sánchez
Saus, facilitar y justificar la reivindicación del viejo territorio de
al-Ándalus por los herederos culturales, sociológicos y étnicos de esta tierra
islámica”. “Las fisuras de la visión integradora, pero poco fiel a al-Ándalus,
comenzaron a ser percibidas en España a partir de los cambios historiográficos
y científicos de los años 70, pero no podemos ignorar su perfecta sincronía con
la mutación política e ideológica que se produjo en España en 1975. La
Transición tuvo un efecto decisivo en la percepción de la Historia a partir de
la implantación del régimen de las autonomías. En la nueva configuración
política, y en perfecta correspondencia con ella, la historia de al-Ándalus
tuvo que ser pensada de nuevo”[21].
Y esto es más cierto todavía cuando en 2007 la “Ley de Memoria Histórica” ha
venido, no solo a condenar totalmente el régimen político franquista, sino
también a reclamar indirectamente la reinterpretación de toda la Historia de
España que ha podido ser asociada de cerca o de lejos a la
justificación o a la legitimación del régimen aborrecido[22].
Al-Ándalus, la persistencia de un mito desmontado por los
historiadores
Repitámoslo, a pesar de la
abundancia de las pruebas y de los desmentidos de historiadores rigurosos, la
leyenda del paraíso perdido o de la edad de oro de al-Ándalus continúa haciendo
estragos por razones ideológicas y políticas. La pretendida maravillosa armonía
interreligiosa (entre judíos, cristianos y musulmanes), la valorización
exagerada de los éxitos culturales y científicos y la idealización generalizada
de los éxitos sociales y políticos de al-Ándalus, todavía tienen éxito.
Sobradamente desacreditado en los medios académicos y universitarios[23], el
mito sigue siendo la interpretación dominante en los medios, los discursos de
la clase política, los programas de enseñanza y las guías turísticas. Buen número
de arabistas contribuye indirectamente a ello, repitiendo a su antojo que la
influencia de al-Ándalus sobre el pensamiento europeo fue crucial,
incomparable, y que la deuda cultural de Europa hacia el Islam es exorbitante.
Para los más militantes entre ellos,
España o más bien “Iberia” o incluso “el suelo ibérico” (ya no sabemos muy bien
lo que hay que decir), habría cometido el crimen imperdonable de erradicar la
presencia del Islam en Europa occidental. Cegados por su sesgo árabe-musulmán o
víctimas de sus obsesiones ideológicas, escogen a menudo ignorar las fuentes
latinas, rechazan el noventa por ciento de su cultura, cierran los ojos sobre
los aspectos más atroces de al-Ándalus e incluso llegan a justificar el mito
como siendo “una necesidad”, “porque, en el mundo en el que vivimos, es sobre
todo portador de bienes más que de males”.
Algunos ejemplos de declaraciones
encendidas de personalidades políticas y literarias prestigiosas, rara vez
rebatidas por los arabistas, permiten tomar la medida de la persistencia de
esta impostura historiográfica. Tony Blair, Primer Ministro de Gran Bretaña,
afirmaba no hace mucho tiempo: “Los heraldos de la tolerancia a comienzos de la
Edad Media se encontraban generalmente en los territorios musulmanes más que en
los espacios controlados por los cristianos”[24]. Barack Obama, Presidente
de Estados Unidos, proclamaba de una manera igual de perentoria: “El Islam
tiene una orgullosa tradición de tolerancia. La vemos en la historia de
Andalucía y de Córdoba”[25]. Para
no quedarse atrás, el Presidente Emmanuel Macron declaraba con ocasión de la
inauguración del Louvre de Abu Dhabi: “Aquellos que quieren hacer creer, allá
donde sea en el mundo, que el Islam se construye destruyendo los otros
monoteísmos son unos mentirosos y os traicionan”[26]. Último ejemplo, que tiene
más de alucinación poético-cultural que de demagogia política[27], el
testimonio de un escritor de talento pero pésimo historiador, Michel del
Castillo, en el periódico Le Monde:
“Soy un europeo del sur, mitad andaluz, que es tanto como decir mitad musulmán.
Yo sé muy bien lo que nuestro viejo continente debe al Islam español, lo
primero la vuelta a la razón griega […]. Durante cerca de cinco siglos, los
califas y los emires representaron una escuela de tolerancia, defendieron a los
judíos, acogieron a los cristianos, en una cohabitación sin par en esos tiempos
de fanatismo. Esta herencia, la acepto con mucho gusto, y estoy orgulloso”[28]. ¡Fin
del bando!
A comienzos de los años 2000, dos
obras esenciales del arabista Serafín Fanjul se publicaron para desmontar
metódicamente la impostura que presenta una sociedad musulmana pacífica,
tolerante y cultivada, conquistada por unos cristianos salvajes y bárbaros: Al-Ándalus contra España (2000) y La quimera de Al-Ándalus (2004).
Publicados en Francia en un solo volumen bajo el título Al-Ándalus, l’invention d’un mythe (2017)[29], son, junto con la obra del
especialista americano de literatura romana e hispánica, Darío Fernández
Morera, The Myth of the Andalusian
Paradise (2016)[30] y el
libro de Rafael Sánchez Saus, Al-Ándalus
y la Cruz (2016) [versión francesa: Les
chrétiens dans al-Ándalus. De la soumission à l’anéantissement (2019)] unos hitos definitivos en la
desmitificación de la historia de al-Ándalus[31]. Diferentes en sus enfoques
y sus métodos pero también debido a las experiencias diferentes de sus autores,
estos tres libros se complementan perfectamente. Serafín Fanjul analiza
minuciosamente la idea del carácter paradisíaco o del Edén terrestre de
al-Ándalus y los restos “árabes” o musulmanes que habrían pasado de al-Ándalus
a España, y que habrían moldeado el carácter español. El segundo, Darío
Fernández Morera, examina las prácticas culturales concretas de las comunidades
musulmanas, cristianas y judías bajo la hegemonía islámica, comparándolas con
otras culturas mediterráneas, más particularmente con las del Imperio cristiano
grecorromano o “bizantino”. El tercero, por último, Rafael Sánchez Saus,
estudia en detalle, como nadie lo había hecho antes que él, el destino de los cristianos
de África del norte y de España : la irrupción del Islam y la constitución
del Imperio árabe, la conquista y el nacimiento de al-Ándalus, las primeras
reacciones de los cristianos, el régimen de opresión de la dhimma, la sumisión, la colaboración, la orientalización y la
arabización, el movimiento de los mártires, la resistencia, la revuelta, la
persecución y la erradicación final de los cristianos de al-Ándalus.
Miembro
de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras, de la cual
ha sido el Director, antiguo Rector de la Universidad San Pablo CEU de Madrid
(2009-2011), Rafael Sánchez Saus es actualmente Director de la Cátedra Alfonso
X El Sabio. Profesor en la Universidad de Cádiz, también ha sido el decano de
la Facultad de Filosofía y Letras de dicha Universidad (1999-2004). Autor de
una quincena de libros y de muy numerosos trabajos de investigación y de
artículos publicados en revistas académicas y en los principales medios de
comunicación, ha dedicado más de treinta años de estudio a temas relacionados y
es considerado como uno de los mejores especialistas de la España medieval. El
éxito editorial en España de la versión original de su excelente Al-Ándalus y la Cruz no le ha traído
naturalmente sólo amigos. No siendo el silencio aquí de recibo, algunos
universitarios de espíritu maniqueo han utilizado contra él todo el despliegue
de armas y estratagemas convencionales: el uso terrorista del argumento
pretendidamente “científico”, las calumnias y los insultos, los ataques contra sus
convicciones religiosas y sus supuestas opciones políticas, las acusaciones de
islamofobia, sin olvidar, por supuesto, la llamada a la represión o a la
exclusión de la comunidad académica.
Cada
uno es libre de manifestar su desacuerdo con las tesis del autor, pero el
historiador serio debe hacerlo después de una investigación y un análisis
rigurosos. No debería limitarse a la banal y sempiterna retórica ad hominem y ad personam, más propia de las costumbres de la Unión Soviética, de
la Alemania nacional-socialista o de las repúblicas bananeras que de los países
democráticos. Pero el problema con Rafael Sánchez Saus, es que su demostración
es siempre sólida y ponderada, y que sus fuentes son irrecusables.
Notas.
[1] En su Historia
de regibus Gothorum, Vandalorum et Suavorum (619), San Isidoro de Sevilla
se refiere expresamente a la Laus Spaniae
y al rey de “Totius Spaniae”, Suintila (621-631).
[2] Rafael Sánchez Saus, “Un lugar para Al-Ándalus en la
historia medieval de España”, eHumanista,
37 (2017), p. 185-205, p. 192.
[3] El hispanista Nicolas Klein escribe muy acertadamente
sobre el asunto: “Los medios franceses, a la vez reflejos y puntos de
influencia, proyectan sobre nuestro vecino pirenaico nuestras propias fantasías
de decadencia, exagerando todos los rasgos más sombríos, exhibiendo los efectos
de la crisis en lugar de explicarlos y de matizarlos. La ignorancia de la mayor
parte de los franceses sobre España era ya abismal; hoy se ha convertido en
insondable” (N. Klein, Rupture de ban.
L’Espagne face à la crise, Perspectives Libres, 2017).
[4] Conocemos los ataques vehementes, por no
decir histéricos, de un pequeño grupo de universitarios contra los
historiadores Olivier Pétré-Grenouilleau y Sylvain Gouguenheim con ocasión de
la publicación de sus obras: Les traites
négrières, París, Gallimard, 2004, y Aristote
au Mont-Saint-Michel, París, Seuil, 2008.
[5] Ver la entrevista en el periódico L’Humanité de Patrick Boucheron,
director de la obra colectiva, muy mediatizada, Histoire mondiale de la France (París, Seuil, 2017): “Reinventar
una manera de realizar la batalla de las ideas”, L’Humanité, 5 de enero de 2017. Voir aussi Emmanuel Macron: “De
hecho, no hay una cultura francesa. Hay una cultura en Francia, es diversa,
múltiple” (Discurso en Lyon, el 4 de febrero de 2017). Una declaración que
puede compararse con la de, mucho más matizada y sutil, Lionel Jospin, antiguo
trotskista, ministro con Mitterrand, y primer ministro con Chirac: “Estoy
profundamente ligado a la identidad nacional y yo creo incluso sentir y saber
en qué consiste [...] La identidad nacional es nuestro bien común ; es una
lengua, una historia, una memoria, lo cual no es exactamente lo mismo, es una
cultura, es decir, una literatura, las artes, las filosofías…y, además, es una
organización política con sus principios y sus leyes [...] también es una forma
de vivir [...] Lo que yo veo es que hay hoy en día una crisis de identidad,
crisis de la identidad a través, sobre todo, de las instituciones que la
expresaban, que la representaban. Puede ser porque hay una crisis de la
tradición hay una crisis de la transmisión. Hace falta que recordemos los
elementos esenciales de nuestra identidad nacional porque, si nosotros dudamos
de nuestra identidad nacional, tendremos muchas más dificultades para integrar”
(France-Culture, Emisión “Répliques”,
27 de octubre de 2007).
[6] Término utilizado, en 1923, por el
hispanista Marcel Bataillon, que había escogido precisamente el título L’essence de l’Espagne para su
traducción francesa de los cinco ensayos de Miguel de Unamuno, En torno al casticismo (1902).
[7] Ver sobre este tema el libro de Henri
Kamen, Del imperio a la decadencia. Los
mitos que forjaron la España moderna, Madrid, Temas de Hoy, 2006.
[8] F. Savater, EFE, 15 noviembre de 2005; R.
Sánchez Ferlosio, EFE, 30 de septiembre de 2008; Javier Marías, EFE, 30 de mayo
de 2012.
[9] Entre esas numerosas personalidades
intelectuales se pueden citar más particularmente: Feijoo, Cadalso y Ponz (en
el siglo XVIII), Balmes, Costa, Ganivet, Larra y Menéndez Pelayo (en el siglo
XIX), Gumersindo de Azcárate, Giner de los Ríos, Vázquez de Mella, Unamuno,
Ortega y Gasset, Maeztu, Baroja, Azorín, Menéndez Pidal, José María Salaverría,
los hermanos Machado, Valle Inclán, Zuloaga, Pérez de Ayala, Araquistain,
Marañón, D’Ors, Giménez Caballero, Américo Castro, Sánchez Albornoz, García
Morente, Laín Entralgo, Calvo Serer, Xavier Zubiri, Maravall, Francisco Ayala,
Elías de Tejada, Salvador de Madariaga, Luis Suárez Fernández, Rafael Gambra,
Caro Baroja y Julián Marías (en el siglo XX). Entre los historiadores y
filósofos que han contribuido más recientemente a este debate sobre la nación
podemos citar: Juan Pablo Fusi, Serafín Fanjul, Rafael Sánchez Saus, Fernando
García de Cortázar, Gustavo Bueno, Pío Moa, Javier Esparza o Fernando Sánchez
Dragó.
[10] Uno de los más grandes hispanistas
anglosajones, el historiador Stanley Payne, ha contribuido de manera decisiva a
destruir la interpretación mítica e idílica de la Guerra Civil española, según
la cual los “buenos” republicanos defendían la igualdad, la libertad, la
democracia, la emancipación de los trabajadores y la modernización de la
sociedad española, frente a los “malos”, nazi-fascistas, golpistas, violentos y
explotadores (Ver: Stanley Payne, La
Guerre d’Espagne. L’histoire face à la confusion mémorielle, prefacio de
Arnaud Imatz, París, Le Cerf, 2010). Payne ha criticado también severamente la
“Ley de Memoria Histórica”, que el Gobierno de Rodríguez Zapatero hizo votar
por el Parlamento a propuesta de los comunistas de Izquierda Unida, en 2007. De esta ley, que busca demostrar la idea
de que la democracia española es la heredera de la Segunda República, régimen
casi perfecto en el cual el conjunto de los partidos de izquierda habría tenido
una actitud irreprochable, Payne dijo sin ambigüedades: “Lo peor de la
pretendida ‘memoria histórica’ no es la falsificación de la Historia sino la
intención política que encierra, su pretensión de fomentar la agitación
social”. (Declaración en la inauguración del Tercer Congreso Universitario
Internacional sobre la “Memoria” organizado por la Universidad San Pablo CEU,
el 6 de noviembre de 2008). Conviene recordar aquí la declaración de una de las
grandes figuras del socialismo español, Felipe González (Presidente del
Gobierno de 1982 a 1996 y Secretario General del PSOE de 1974 a 1997), que es
particularmente representativo del espíritu de reconciliación que presidía en
la Transición democrática: “La historia hay que asumirla con todas las
consecuencias […] yo no he tenido nunca ni afán vindicativo ni rencores. Hay
gente que se ha propuesto intentar hacer desaparecer los rastros de 40 años de
historia de dictadura: a mí eso me parece inútil y estúpido. Algunos han
cometido el error de derribar una estatua de Franco; yo siempre he pensado que
si alguien hubiera creído que era un mérito tirar a Franco del caballo tenía
que haberlo hecho cuando estaba vivo”. Juan Luis
Cebrián, “Entrevista a Felipe González”, El
País, Madrid, 17 de noviembre de 1985.
[11] Sobre la leyenda negra antiespañola, ver las obras
clásicas de Julián Juderías, Rómulo D. Carbia o Philip W. Powell y, más
recientemente, los libros de Joseph Pérez, La
légende noire de l’Espagne, París, Fayard, 2009 y de María Elvira Roca
Barea, Imperiofobia y leyenda negra:
Roma, Rusia, Estados-Unidos y el Imperio español, Madrid, Siruela, 2017.
Ver también: “Permanence et actualité de la légende noire antiespagnole”,
prefacio de A. Imatz al libro de N. Klein, Rupture
de ban. L’Espagne face à la crise, París, Perspectives Libres, 2017. Entre
los periodistas y una minoría de historiadores, se ha convertido en algo de
buen gusto el negar la existencia de esta leyenda negra. Nunca hubo una crítica
negativa sistémica, intencional y unánime sobre España; ésta no sería más que
la consecuencia de la percepción falsa que tendrían los españoles de su imagen
en el extranjero. Pero esta negación de la realidad histórica, en nombre de una
supuesta paranoia colectiva, causada por un supuesto aislamiento del país, no
es más que un artificio en sí misma, un elemento más de la leyenda negra.
[12] Ignacio Olagüe, Les Arabes
n’ont jamais envahi l’Espagne, París, Flammarion, 1969. Este libro fue
publicado después en España, en su versión completa, bajo el título: La revolución islámica en Occidente,
Madrid, Fundación Juan March, 1974, y reeditado en 2017 por el Grupo de
ediciones Almuzara de Manuel Pimentel, ex ministro de Trabajo con José Mª
Aznar.
[13] Sobre las relaciones históricas y las
diferencias doctrinales entre las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista
(JONS) de Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo y la Falange Española, después
la Falange Española de las JONS de José Antonio Primo de Rivera, ver A. Imatz, José Antonio, la Phalange Espagnole et le
national-syndicalisme, París, Godefroy de Bouillon, 2000.
[14] Podemos relacionar los trabajos del nietzscheano Olagüe con los de la orientalista y teórica del
Universalismo unitario, Sigrid Hunke que había trabajado en su juventud para
las SS (Instituto de investigación Ahnenerbe). Partidaria del neopaganismo
nacional-socialista, apologista del Islam, “religión viril contra la religión
cristiana de esclavos afeminados”, consideraba que la herencia árabe-musulmana
de Occidente era más directa e incluso más importante que la herencia
grecorromana. Ver: Sigrid Hunke, Allahs
Sonne über dem Abendland – Unser arabisches Erbe, Stuttgart, Deutsche
Verlags-Anstalt, 1960; trad. fr., Le
soleil d’Allah brille sur l’Occident: notre héritage arabe, París, Albin
Michel, 1963.
[15] La conversión de Blas Infante al Islam es controvertida. Mientras que
Muhammed Ali Cherif Kettani la afirmó en su libro Inbia’t al Islam fi Al-Andalus, Université d’Islamabad, 1992, la
hija de Blas Infante la desmintió formalmente.
[16] Alejandro García Sanjuán, La conquista islámica de la península
ibérica y la tergiversación del pasado, Del
catastrofismo al negacionismo, Madrid,
Marcial Pons, 2013. García Sanjuán
critica la idea de “migración” del neomarxista Gónzalez Ferrín pero considera,
sin embargo, que la “conquista” fue “sobradamente pacífica”.
[17] Amante de polémicas, nostálgico de una Andalucía
supuestamente “comunitarista”, García Sanjuán deja vía libre a sus obsesiones y
sus fobias: el cristianismo, la Iglesia y la Nación. Acumulando clichés y
juicios de valor, incoherencias conceptuales y banalidades presentadas con
énfasis, se sitúa finalmente fuera del conocimiento histórico. Las naciones,
dice con elegancia, “nacen, como los hombres, cubiertas de sangre y de mierda”;
el “episodio” (¡sic!) de los mártires de Córdoba no tiene importancia porque no
se menciona en las fuentes árabes (¡sic!); la dhimma debe ser resituada en su contexto
para comprender “su verdadera naturaleza”, su carácter protector (¡sic!) que,
evidentemente, era “muy distinto” del “apartheid auténtico” practicado por
Estados Unidos en el siglo XIX y por el Estado de Israel todavía hoy. Haciendo
como que se sorprende de que no se hable de “invasión católica de al-Ándalus”,
García Sanjuán se hunde en una pueril y superficial defensa corporatista cuando
pretende hacer ver que la mistificación de la “tolerancia andaluza” habría sido
mínima en los arabizantes y que estos últimos habrían sido más dados a la
autocrítica que los medievalistas. En resumen, un modelo de seudohistoria
denigrante, infamante y vengativa, que consiste en inventar los argumentos del
adversario para poder destruirlos mejor. (Ver: A. García Sanjuán, “La
persistencia del discurso nacional-católico sobre el Medievo peninsular en la
historiografía española actual”, Historiografías,
12, julio-diciembre 2016, p. 132-153). Véase también su recensión del libro de
Serafín Fanjul, […] Significativamente, Alejandro García Sanjuán es uno de los
dos únicos historiadores de la Comisión de expertos nombrada por el
Ayuntamiento de Córdoba para pronunciarse sobre la titularidad de la propiedad
de la Catedral-mezquita de Córdoba (Catedral de la Asunción de Nuestra Señora
de Córdoba), polémica reactivada con periodicidad desde 2010 por la izquierda y
la extrema izquierda. Esta Comisión de seis miembros, pertenecientes en su
mayoría al PSOE, estaba presidida desde su formación por Carmen Calvo, futura
vicepresidenta del Gobierno socialista de Pedro Sánchez. El informe emitido por
dicha Comisión en septiembre de 2018, defendiendo la propiedad pública del
monumento en perjuicio de los derechos de la Iglesia, le ha valido la respuesta
tajante de más de cuarenta medievalistas, investigadores y miembros de la Real
Academia de la Historia que han denunciado su absoluta falta de rigor (Ver:
Documento-manifiesto, El Mundo, 22 de septiembre de 2018).
[18] Para una sólida y rigurosa
introducción a la Reconquista ver: Philippe Conrad, L’Histoire de la Reconquista, París, PUF, 1999. El hispanista
americano, Stanley Payne, afirma por su parte: “En el mundo no existe otra
historia más extraordinaria que la de España, ni más grande. El gran proceso de
recuperación y creación conocido escuetamente como la Reconquista es, si se
toma en cuenta todas sus dimensiones, un acontecimiento absolutamente único en
la Historia, y habría dado a España un papel destacado y sin precedentes en la
historia universal, incluso si su pie y huella no hubiera llegado nunca a
América. Lo más distintivo de la Historia de España tiene que ver con su
historia medieval casi más que con su historia imperial”. S. Payne “Discurso de
investidura como Doctor Honoris causa por la Universidad Rey Juan Carlos”, en La Albolafia, Revista de Humanidades y
Cultura, nº 11 extra, junio de 2017, p. 41.
[19] Juan Luis Cebrián, “Barbarie, religión y
progreso”, El País, 17 de septiembre
de 2006.
[20] Ver sobre todo, por no citar más que las obras
recientes de algunos autores españoles y franceses: Martínez-Gros, Gabriel, Identité andalouse, Sindbad / Actes Sud,
1997; Ladero Quesada, Miguel Ángel, Católica
y latina. La cristiandad occidental entre los siglos IV y XVII, Madrid,
Arco Libros, 2000 y La formación medieval
de España. Territorios. Regiones. Reinos, Madrid: Alianza Editorial, 2004;
Pierre Guichard, Al-Andalus: 711-1492.
Une histoire de l’Espagne musulmane, París, Hachette, 2001; Pascal Buresi, La frontière entre chrétienté et islam dans
la péninsule Ibérique, París, Publibook, 2004; Manuela Marín (dir.), Al-Andalus/España. Historiografías en
contraste (siglos XVII-XXI), Madrid, La Casa de Velázquez, 2009; Rodríguez
de la Peña, Manuel Alejandro (dir.), Hacedores
de frontera. Estudios sobre el contexto social de la frontera en la España
medieval, Madrid, CEU Ediciones, 2009; Cyrille Aillet, Les mozárabes, Madrid, Casa Velázquez, 2010; Maíllo Salgado,
Felipe, Acerca de la conquista árabe de
Hispania. Imprecisiones, equívocos y patrañas, Salamanca, Universidad, 2011
y Joseph Pérez, Andalousie. Vérités et
légendes, París, Tallandier, 2018.
[21] R. Sánchez Saus, “Un lugar para Al-Ándalus en la
historia medieval de España”, supra cit.,
p. 188 y 190.
[22] Una ley de memoria democrática de
Andalucía, más represiva que la ley nacional, fue adoptada en 2014 por la
Comunidad Autónoma de Andalucía. Impone por encima de todo la formación sobre
la “verdad histórica” en la enseñanza secundaria.
[23] Los trabajos académicos actuales sobre Al-Ándalus son
muy variados, pero hay que reconocer que cuando chocan frontalmente con la
corrección política sus autores, sobre todo cuando son arabizantes, no se
atreven a divulgar el contenido fuera de cenáculos restringidos. Encontramos la
tendencia a la idealización de Al-Ándalus o del mundo islámico en numerosos
autores como María Rosa Menocal, Juan Vernet, José Antonio González Alcantud,
Alejandro García Sanjuán, Emilio González Ferrín o, en Francia, Alain de
Libera, Jean Pruvost et Abderrahim Bouzelmate.
[24] Tony Blair, “A Battle for Global Values”,
Foreign Affairs, Enero/Febrero de 2007.
[25] Barack Obama, Discurso en la Universidad de El Cairo, 4 de junio
de 2009.
[26] Emmanuel Macron, Discurso en la inauguración del Louvre de Abu
Dhabi, el 9 de noviembre de 2017.
[27] El muy laicista presidente socialista, José Luis
Rodríguez Zapatero, invitado por su amigo el presidente turco Recep Tayyip
Erdogan a un banquete en Estambul para celebrar el fin del Ramadán, dijo en esa
ocasión: “Quiero celebrar esta fiesta no como un extranjero sino con la actitud
de presidente de un país, como España, que se siente orgulloso de la
influencia, entre otros, del Islam en nuestra Historia y de su rico legado en
nuestra lengua y nuestro patrimonio artístico” (15 de septembre de 2008).
Zapatero estaba entonces, junto con su amigo Erdogan, en el origen de la
Alianza de civilizaciones islámicas y occidentales (2005), un foro de la ONU
para favorecer “el diálogo entre las civilizaciones” y luchar “contra el
terrorismo internacional”; la idea había sido formulada algunos años antes
(1998) por el presidente de Irán, Mohammad Khatami. Zapatero era también uno de
los más fervientes partidarios de la entrada de Turquía en la U.E.
[28] M. del Castillo, “Je suis un musulman”, Le Monde, 18 de enero de 2002.
[29] S. Fanjul, Al-Andalus, l’invention d’un mythe. La réalité historique de l’Espagne
des trois cultures, prefacio de A. Imatz, París, Toucan / L’Artilleur,
2017.
[30] El libro de Darío Fernández Morera ha
sido publicado en Francia, con un prefacio de Rémi Brague, bajo el título: Chrétiens, juifs et musulmans dans
al-Andalus. Mythes et réalités de
l’Espagne islamique, París, Jean-Cyrille Godefroy, 2018.
[31] Todos estos libros han sido
éxitos editoriales en sus respectivos países. Es un honor para mí haber intervenido
para encontrarles editores en Francia. Otra obra importante que merecería ser
traducida y publicada en Francia, es la de Felipe Maíllo Salgado, Acerca de la conquista árabe de Hispania.
Imprecisiones, equívocos y patrañas, (Gijón, Ediciones Trea, 2011, reed.
Abada Editores). Profesor de estudios árabes e islámicos en la Universidad de
Salamanca, Maíllo Salgado desmonta la creencia generalizada de que los
árabomusulmanes han ocupado la totalidad de España. Por el contrario, él sitúa
la “frontera” en el centro de la península, en la línea de cumbres del Sistema
Central que actualmente separa la comunidad autónoma de Castilla y León de la
de Castilla-La Mancha. Muestra cómo los árabes y bereberes nunca consiguieron
consolidar perdurablemente su presencia y dominio al norte de esta cadena
montañosa. En fin, refuta con vigor la visión romántica de un al-Ándalus
plural, multicultural y pacífico, la falacia de una coexistencia pacífica y
armoniosa entre musulmanes, judíos y cristianos.