La Gran Sustitución vista desde Italia: una batalla por lo esencial, por Adriano Scianca


El concepto de Gran Sustitución nace de la pluma de Renaud Camus: intelectual pluriforme y controvertido, bien lejos de todos los clichés del intelectual de derecha, frecuentador de las vanguardias intelectuales, de Roland Barthes a Andy Warhol, homosexual declarado, vive actualmente en un castillo y dedica la mayor parte de su tiempo a denunciar la sustitución de los pueblos europeos por otros pueblos alógenos a través de la inmigración incontrolada.

Hoy, la tesis de la Gran Sustitución encuentra un amplio eco entre los movimientos identitarios y, pese a algunas reticencias iniciales por parte de Marine Le Pen, ha entrado en el discurso de la Reagrupación Nacional (antiguo Frente Nacional). En Italia, solamente Matteo Salvini hace las veces de portavoz.

No es obligado compartir toda la obra de su autor para apreciar la eficacia del concepto.

Es necesario agradecer a Camus haber identificado el núcleo de la cuestión, el eje central en torno al cual gira siempre el conjunto de los discursos sobre la inmigración.

La Gran Sustitución hace obsoleto, por ejemplo, el debate sobre la integración. Este término se interpreta como el lento proceso de “digestión”, por una colectividad homogénea, de elementos extranjeros con el objeto de que sean asimilados sin efecto de rechazo.

Pero, ¿quién debe ser objeto de la integración en un contexto en el que está ausente la integridad inicial del conjunto que debería asimilar? En un barrio poblado por un 90% de alógenos, ¿quién debe integrarse?

El riesgo de desaparición de la civilización europea

El escenario en el cual los europeos son minoría en su propio territorio hace secundarios todos los discursos sobre el efecto criminógeno (bastante claro) de la inmigración, o de sus costes socioeconómicos, o sobre las problemáticas religiosas y culturales que genera, perdiendo todo su sentido también los análisis sobre las motivaciones y las cuestiones sobre la “huida de la guerra”. En un momento en el que se corre el riesgo de desaparición de la civilización europea, la inmigración debe ser rechazada ontológicamente, rechazada en cuanto tal, pues cualquier otra consideración forma parte de la táctica contingente y de la retórica política ocasional. Que los inmigrantes respeten las leyes y paguen sus impuestos no los convierte en más “aceptables”, salvo en una lógica miope de corto alcance.

Existen, sin embargo, dos objeciones formuladas frecuentemente a los “antirremplacistas” (o “antisustituistas”, como llama Camus a los que se adhieren a su tesis).

La Gran Sustitución sería:

— Una falsa lectura de la realidad.
— Una visión complotista y paranoica.

La primera objeción ‒según la cual, sustancialmente, no hay ninguna Gran Sustitución, que los inmigrantes representan una ínfima minoría y que, incluso, habría muy pocos‒, puede responder a través de dos contraobjeciones.

La primera que, aun pretendiendo que las estadísticas oficiales sobre la presencia inmigrante fueran válidas (lo que no es cierto, especialmente para la determinación del número de clandestinos), están realizadas con la declarada y no ocultada voluntad de importar, en un futuro más o menos próximo, a cantidades astronómicas de nuevos alógenos en Europa (250 millones, según ciertos “economistas”). Es decir, aun admitiendo que los inmigrantes sean pocos actualmente, existe una voluntad de traer a muchos más. La batalla, entonces, tiene un sentido.

La segunda, contra la objeción de que la Gran Sustitución está ya objetivamente puesta en marcha en algunas ciudades y, sobre todo, en ciertos barrios, no tiene necesidad de consultar las estadísticas demográficas de los barrios periféricos de las grandes ciudades, siendo suficiente pensar en la cantidad de colegios que no tienen a ningún nacional entre sus alumnos. Son ejemplos cada vez más frecuentes y, en sí mismos, suficiente alarmantes y desestabilizantes como para dar la batalla.

No es un complot, sino una dinámica histórica objetiva

La segunda acusación hecha a los antirremplacistas es hacerles culpables de proponer una nueva teoría del complot. A día de hoy, aunque estén bien documentados los negocios migratorios de los Soros, los Rothschild, las cooperativas de izquierdas y las ONG “humanitarias”, Camus no ha dejado de refutar toda “teoría del complot”: “Nadie está en el origen de este proyecto (…) Creo, sobre todo, en la fuerza de gigantescos mecanismos históricos, económicos e ideológicos, e incluso ontológicos, en el seno de los cuales las instituciones y los hombres no son más que unos engranajes entre otros posibles”.

La Gran Sustitución es una dinámica histórica objetiva, no un plan diabólico. Hay que señalar que la Gran Sustitución se beneficia siempre de apoyos explícitos (pensemos, por ejemplo, en ciertos estudios de la ONU, en ciertas declaraciones del Papa, o en algunas declaraciones de los políticos progresistas), lo que hace inútil el recurso a una trama oscura.

La Gran Sustitución es, pues, un concepto operativo fundamental.

Sabiendo articular y, sobre todo, sabiendo oponerle los instrumentos conceptuales y políticos adecuados, nos jugamos el futuro, un futuro más grande que nosotros mismos. ■ Fuente: Institut Iliade