Al encuentro de Julien Freund, el filósofo francés más importante de lo político. Entrevista a Pierre Bérard, por Yann Valérie

 

Julien Freund es uno de los pensadores franceses más importantes sobre lo político. La editorial Nouvelle Librairie le rinde homenaje publicando un libro con cuatro extensos estudios (Le politique ou l´art de désigner l´ennemi) que firmó en el marco de los trabajos de la Nueva Derecha francesa, presentados por Alain de Benoist y Pierre Bérard. El primero de ellos ha escrito el prólogo y publica la correspondencia que tuvo ocasión de intercambiar con Freund. El segundo presenta la figura de Freund a lo largo de un centenar de páginas.

¿Quién fue Julien Freund? ¿Cuándo tuvo ocasión de conocerle? ¿Qué es lo que recuerda de ese encuentro?

Julien Freund (1921-1993) fue un personaje singular. Nació en Henridorff en Moselle, muy cerca de Alsacia, en un entorno de campesinos y obreros. Tuvo que interrumpir sus estudios después del Bachillerato para ayudar a su familia. Era maestro cuando comenzó la Segunda Guerra mundial. Detenido como rehén por los alemanes, se fugó y consiguió llegar a Clermont-Ferrand en zona libre, donde se encontraba refugiada la Universidad de Estrasburgo. Prosiguió allí los estudios de Filosofía y entró en la Resistencia en enero de 1941, en los grupos-francos de Combate dirigidos por Henri Frenay. Fue detenido en dos ocasiones, se fugóde nuevo las dos veces y terminó la guerra en el maquis. Después del conflicto, intentó entrar en política, pero, gracias a su título en Filosofía, se lanzó a la redacción de su tesis. Consiguió presentarla en 1965 bajo la dirección de Raymond Aron. Sus 765 páginas fueron editadas en ese mismo año bajo el título “La esencia de la política” en la editorial Sirey. Desde entonces, se ha reeditado varias veces y sigue siendo la obra más considerable de este pensador sin igual, que Pierre-André Taguieff considera uno “de los pensadores más curiosos de lo político que Francia haya visto nacer en el siglo XX”.

Tuve la ocasión de conocer a Freund por primera vez en enero de 1975 en París, en un coloquio del GRECE durante el cual se le aplaudió calurosamente después de una conferencia que llevaba el provocador título de “Defensa de la aristocracia”. “Aristocracia” debe ser entendido en su sentido etimológico como gobierno de los mejores, es decir, de los más aptos a dirigir la ciudad para el bien común de sus nacionales. En los años siguientes, mis relaciones con él pasaron de la cortesía a la complicidad sincera. Siendo originario yo mismo de Estrasburgo, le visitaba en su domicilio onos encontrábamos en los coloquios a los que acudíamos como invitados.

Lo que llamaba la atención en él, además de su erudición fenomenal, era su simplicidad y su propensión a hablar con todo el mundo. También podía ser divertido y, muchas veces, descarado, cuestión que he querido dejar reflejada de las largas conversaciones que pude mantener con él hasta su muerte. Debo decir que su picardía no casaría bien con el progresismo o el salafismo que inundan hoy nuestra época. 

Los defensores de esos nuevos dogmas están demasiado imbuidos de sus certezas y, en consecuencia, no saben practicar ni el humor ni los dobles sentidos. Sí, claramente, Julien Freund era un hombre de la Francia de antaño que podría ser la Francia de mañana. Un hombre que sabía dudar, también de sus propias opiniones; no era pretencioso como lo son los sectarios.

¿En qué sentido es esencial el libro que han publicado, sobre todo en nuestra época?

El libro tiene una brillante introducción de Alain de Benoist que subraya los grandes temas que han dominado en el pensamiento de Freund y las reflexiones que hemos intercambiado durante una quincena larga de años. Después, se incluyen cuatro largos artículos que Freund entregó a las revistas de la Nueva Derecha. Sucesivamente, encontraremos “Reflexiones sobre lo político”; “Defensa de la aristocracia”; “Las líneas importantes del pensamiento político de Carl Schmitt” y “Prolegómenos a un estudio científico del fascismo”. Así, este libro constituye un buen acercamiento a una obra marcada por un realismo que no puede ser borrado por ninguno de los múltiples tabúes y censuras que caracterizan a nuestro presente y hacen imposible la libre discusión.

Freund es hoy un autor injustamente olvidado. No es una sorpresa, ya que es lo que les ha tocado a numerosos pensadores no conformistas que no satisfacen a una universidad dirigida por una ideología cuyo objetivo es la deconstrucción de toda la herencia del saber europeo. Freund tuvo el presentimiento de este nuevo clima de cobardía en unos y de activismo desmedido en otros. Dimitió de todas sus funciones académicas en 1972, con 51 años, y se retiró a su pueblo donde continuó su trabajo con más serenidad.

El libro es más esencial todavía cuando sabemos que, en el presente, estamos saturados por los grandes medios que promocionan de forma incesante a las minorías víctimas de malvados “hombres blancos, heterosexuales mayores de cincuenta años”.  En este momento de horas bajas, las víctimas han sustituido a los héroes, al menos en nuestro Panteón. Ante este alud ininterrumpido, que funciona como un formateo de la opinión, nos corresponde reaccionar, si no queremos desaparecer de un continente que ha visto el desarrollo de nuestra civilización y debemos emprender la dura tarea de deconstruir a los deconstructores.

Como Max Weber, cuyas ideas fueron difundidas por Freund, este afirma que lo político es cuestión de poder. Actuar políticamente es ejercer un poder de la misma forma que renunciar a ejercerlo es someterse a la voluntad y al poder de los demás. En el teatro de operaciones, siempre hay candidatos al poder, empezando por el más visible, los Estados Unidos, siempre igual de imperialistas y cuyo soft power aplasta nuestras identidades; también China o la Turquía de Erdogan. Sin embargo, no podemos más que constatar, sin querer ser belicistas, la sorprendente pusilanimidad de la Unión Europea en esos frentes. Los lectores encontrarán en este libro no solo contenidos para serenarse sino también argumentos para comenzar la contraofensiva necesaria con el objetivo de asegurar nuestra supervivencia. En este orden de ideas, el razonamiento de Freund se parece al del gran jurista alemán Carl Schmitt.

Preguntémonos: ¿es razonable pensar que todo el mundo tiene la vocación de entenderse y de defender la llegada de una paz universal? ¿O no se trata de angelismo? El mundo, en efecto, no es una unidad política; no es un universum sino, más bien, un pluriversum político. Freund, sin duda influido por Carl Schmitt, plantea en este punto la pregunta: ¿no convendría mirar la realidad como es y asumir el hecho de que el mundo está compuesto de potenciales enemigos y que solo una toma de conciencia política realista, desprovista de argumentos moralizadores, puede realizar una acción responsable? Esta es la base de la dialéctica amigo-enemigo. Pensar la guerra como actualización última de la hostilidad no es demostrar militarismo o belicismo a ultranza, sino una prudencia que debe impulsar lo político.

Imaginemos un pueblo que quisiera escapar de esta ley del amigo y el enemigo, y que se convencería a base de grandes declamaciones sugestivas que no hay ningún enemigo y que incluso declare la paz al mundo entero… aunque así fuera, no suprimiría la polaridad amigo-enemigo, ya que otro pueblo puede muy bien designarlo como enemigo. Es el enemigo el que os designa, nos dice Freund. Y Schmitt añade: “Que un pueblo débil no tenga la fuerza o la voluntad de mantenerse en la esfera de lo político no significa el fin de lo político en el mundo. Es solamente el fin de un pueblo débil”.

La guerra no es ni el objetivo ni el fin de lo político, pero sigue siendo ese momento cumbre cuya hipótesis debe estar en la cabeza de todo gobernante. Freund no creía de ninguna manera en la posible desaparición de la categoría política, razón por la cual no era liberal. El pensamiento liberal persigue el fin de los conflictos, el fin de la historia y la despolitización del Estado decretando que el objetivo de las comunidades humanas es la búsqueda de la felicidad individual, atribuyendo a las autoridades una simple posición de gestión. Esto representaba para él una ficción perjudicial.

“Nada está más alejado de lo político que la moral” escribe Alain de Benoist, evocando la obra de Freund. Sin embargo, hoy en día, toda la vida política se resume en lecciones de moral, que integra incluso las decisiones penales. ¿Qué podemos recordar de Freund para aplicarlo a la vida política y judicial de un país?

Para Freund, cada actividad está dotada de una racionalidad propia. En este punto, subraya que el error común de cierto marxismo-leninismo y del liberalismo es el hacer de la racionalidad económica el modelo de toda racionalidad.

En este punto, escribe: “El pensamiento mágico consiste precisamente en la creencia de que se podría conseguir el objetivo de una actividad con los medios de otra”. Insiste particularmente en la confusión entre la moral y lo político y aconseja acabar con esta mezcla. ¿Por qué? Porque la moral mira al fuero interior privado, mientras que lo político es una necesidad de la vida social. Aristóteles, uno de sus maestros, ya distinguía entre virtud moral y virtud cívica, concluyendo que el hombre de bien es el buen ciudadano. Un hombre irreprochable desde el punto de vista de la moral rara vez se convierte en un buen político y, por otro lado, porque la política no se hace con buenas intenciones morales, sino esforzándose a no tomar decisiones desafortunadas que provoquen la pérdida de la ciudad.

Actuar moralmente o pretender hacerlo puede conducir a guerras “humanitarias” (expresión de Carl Schmitt) y provocar catástrofes en cadena como vimos en la operación occidental en Libia. ¡Quien dice humanidad quiere engañar!, decía Proudhon. Y rara vez se equivocaba. La política no es amoral o inmoral. Incluso posee su dimensión moral en el sentido en que persigue el bien común. El bien común no es la suma de los intereses individuales sino lo que Tocqueville llamaba el “bien del país”. 

Designar el enemigo consiste ya en discriminar. Finalmente, las leyes que enmarcan hoy la libertad de expresión, y que prohíben toda discriminación, ¿no son leyes que van contra el principio mismo de la vida de la ciudad, es decir, de la política?

Discriminar es una obligación en el orden intelectual. Si no se discrimina, se corre el riesgo de caer en la confusión. Lo mismo sucede en el orden político donde la primera de las discriminaciones debe distinguir al ciudadano del que no lo es. La moda actual habla de antidiscriminación en el plano político y, sin embargo, el Estado debe combatirlo diga lo que diga.

Por ejemplo, el sistema escolar francés solo puede contratar ciudadanos nacionales, igual que el ejército (con la excepción de la Legión extrajera). En Francia, está prohibido ser antiislamista, pero está bien visto ser rusófobo, y así otros ejemplos. En buena lógica, las leyes antidiscriminación son inaplicables, pero la lógica está ausente del sistema. 

Otro ejemplo: ¿Cómo se califica una información? Según si gusta o no a los censores omnipresentes la calificarán de “conspiracionista” o de comprobada. En el primer caso, será enviada a la basura por las plataformas de los oligarcas de Sillicon Valley. En el segundo caso, será considerada como información fiable. 

Además de este libro, ¿cuáles son otras obras de Freund que sería importante leer y comprender?

Aparte de numerosos estudios especializados, veo dos libros importantes. El primer se titula La décadence, publicado en 1984 (Ed. Sirey). Pasa en revista todas las teorías de la decadencia de las civilizaciones y declara en su prólogo que “mientras una civilización se conserve fiel al imperativo de sus normas, no conocerá la decadencia. En cuanto rompa con ellas, se embarcará en este proceso”. Es decir, Freund pensaba que nos habíamos insertado ya en esta vía. Veía la señal de esa decadencia en una Europa abúlica y en proceso de abolición progresiva de lo político en beneficio de la economía y la moral. Decía también que la culpa y el sentimiento de mala conciencia fomentados por las seudoélites europeas era la señal de un etnomasoquismo que no se veía en ninguna otra parte.

Lo cierto es que los europeos tienen una gran capacidad de cuestionarse a sí mismos. Durante mucho tiempo, esto fue una fortaleza en la medida en que llevaba a nuevas síntesis, pero, en el punto en el que estamos, no vemos que surja nada parecido: más bien un debilitamiento mórbido y generalizado. Todos los pueblos han practicado la esclavitud, el colonialismo, etc. ¿No es estúpido que tengamos que soportar el peso histórico y realizar un arrepentimiento ad libitum? 

El segundo libro que podría aconsejar a los lectores curiosos es Politique et impolitique (Ed. Sirey), una amplia recopilación de artículos en los que Freund define lo que entiende por lo impolítico. No se trata de lo apolítico, ni de lo antipolítico ni lo no político. Una política basada en los derechos humanos, por ejemplo, equivaldría a una impolítica porque tendría pretensiones morales. Esa era también la convicción de Marcel Gauchet. En ese punto encontramos la confusión que hemos visto, que consiste en realizar el objetivo de una actividad con los medios de otra. En Europa, vivimos una fase de confusión entre las esencias que corresponde a una intensa despolitización que nos conduce a la impotencia, tanto en el plano interior como en el plano diplomático y geoestratégico. Eso le ponía los pelos de punta a Julien Freund, que había leído y aprendido las lecciones de Maquiavelo y de Hobbes, apóstoles de la política realista.

Por otra parte, podríamos resumir Julien Freund en un solo postulado: la frase romana y maquiavélica Salus populi suprema lex, que se podría traducir como “Que la salvación del pueblo sea la ley suprema”. Por desgracia, podemos preguntarnos si formamos todavía un pueblo digan lo que digan algunos intelectuales que viven en otras categorías que aquellas en las que piensan. 

¿Podríamos decir que Freund es un discípulo de Carl Schmitt?

Por supuesto que fue, si no su discípulo, alguien muy inspirado en él. Pero, mientras que la polaridad amigo-enemigo juega un rol clave en la definición de lo político según Schmitt, no es más que uno de los elementos para Freund. Este distingue unas cuestiones previas inherentes a todas las sociedades humanas desde siempre, que operan conjuntamente.

Lo económico, primero, que articula escasez y abundancia, lo útil y lo perjudicial, el vínculo entre dueño y esclavo. Lo religioso, después, que discrimina entre lo sagrado y lo profano, lo trascendente de lo inmanente. Después, vienen sucesivamente la estética que distingue entre lo que nos parece bello y lo feo; la ética en la cual se oponen la decencia y la indecencia, etc. Esas parejas de conceptos son permanentes con independencia de lo que haya alrededor. El doblete amigo-enemigo no es más que la última clave de todo el andamiaje, puesto que reúne la concordia interior y la seguridad exterior, de los que depende el buen funcionamiento de todo el resto. Como categoría conceptual, la esencia designa en Freund una de esas “actividades originarias” u orientaciones fundamentales de la existencia.

Proporcionar la idea de que existe una esencia de lo político quiere decir que lo político es una actividad consustancial de nuestro ser en el mundo. Pero eso significa igualmente que no sabríamos eliminarlo, como lo intentaron los marxistas, para los que lo político era sinónimo de alienación e instrumento de la dominación de clase, o para los liberales, que lo conciben como una actividad irracional llamada a ser sustituida por las leyes del mercado, por supuesto, “libre y no falseada”. Lo político, siendo intemporal, no deriva de un estado anterior, de un estado de naturaleza no social. Eso fue una ficción inventada por los teóricos del contrato y retomada por la Ilustración. La esencia, según Freund, es “la parte de lo constante que existe en una actividad destinada, en la vida concreta, a adoptar las formas más diversas” como lo recuerda Alain de Benoist en su introducción. Fuente: www.breizh-info.com