Una sociedad en plena decadencia, por Michel Maffesoli (parte 1)

 


Ajustarse al ritmo del mundo forma parte de la profunda sabiduría de las sociedades equilibradas. Así como, de hecho, debería ser para cada uno de nosotros. Eso es lo que está en la base del sentido de la medida. El "sentido común" que, según Descartes, es la cuestión mejor compartida. Sentido común que parece haber desaparecido en nuestros días. Simplemente porque la opinión publicada está totalmente desconectada de la opinión pública. Pero ¿por mucho tiempo? Esta desconexión está cubierta. Es la consecuencia de una estructura antropológica muy antigua: la estrategia del miedo. 


La estrategia del miedo para mantenerse en el poder

Hace mucho tiempo, el poder clerical se impuso a lo largo de toda la Edad Media con la amenaza de los suplicios eternos del infierno. El protestantismo hizo basar "el espíritu del capitalismo" (Max Weber) sobre la teología de la "predestinación". Comprobar la elección divina: ser elegido o damnificado conlleva la sacralización del "valor trabajo". ¡La economía de la salvación desemboca en la economía stricto sensu!

En el declive actual de los valores modernos, entre los cuales está el trabajo y una concepción simplemente cuantitativa de la vida, la forma en la que la oligarquía mediático-política pretende mantenerse en el poder es abusando del miedo a la enfermedad. El miedo a la pandemia nos lleva a una psico-pandemia de dimensiones inquietantes.

Como aquellos que supuestamente dirigen el Infierno o la Salvación, la implantación de un "Alto comisario de la Felicidad" no tiene como único objetivo la esclavitud del pueblo. De eso trata la "violencia totalitaria" del poder: la protección requiere la sumisión; la salud del alma o del cuerpo no es más que un simple pretexto. 

El espectro eugenista, la asepsia de la sociedad y el riesgo nulo son buenos medios para impedir arriesgar la propia vida. Es decir, ¡se trata de vivir, nada más! Pero vivir, ¿no consiste en aceptar la finitud? Eso es lo que  no quieren admitir los que están afectados por el "virus del bien". Por utilizar una juiciosa metáfora de Nietzsche, su "moralina" es la más peligrosa para la vida social, para la vida a secas.

La moral como instrumento de dominación

La moral es un instrumento de dominación. Como decía Marx a propósito de la burguesía: la oligarquía "no tiene moral; se sirve de la moral". El moralismo funciona siempre según una lógica del "deber ser", lo que deben ser el mundo, la sociedad, el individuo y no lo que esos entes son en realidad en sus vidas cotidianas. Es eso mismo lo que hace que, en sus ambientes, las élites desfasadas no saben o no quieren ver el aspecto arquetípico de la finitud humana. Finitud que las sociedades equilibradas han sabido afrontar.

En eso consiste el "ciclo del mundo". ¡Mors et vita! El ciclo mismo de la naturaleza: si el grano no muere... ¿Cómo explicar que la belleza del mundo nace, precisamente, en el humus? Es en el estiércol donde salen las flores más bonitas. Existe una regla universal por la que el sufrimiento y la muerte son garantía de futuro.

Es decir, los pensamientos y acciones de la vida real son las que saben integrar la finitud consustancial a la naturaleza humana. O a la naturaleza a secas, pero eso nos obliga a admitir que, en lo puesto de una historia "progresista" que supere dialécticamente el mal, la disfunción y, por qué no, la muerte, hay que acostumbrarse a un destino trágico donde el azar, la aventura y el riesgo ocupan los mejores sitios. 

Por una filosofía progresiva

Más allá del racionalismo progresista, esta filosofía progresiva es la que sirve de base a la sabiduría popular. Sabiduría que la estrategia del miedo del microcosmos insiste en negar. Y ello poniendo en funcionamiento lo que Bergson llamaba "la inteligencia corrupta", es decir, pura y simplemente racionalista. 

Así, el funambulismo del microcosmos se emplea en crear una masa ingente de zombis. Muertos vivientes que van perdiendo poco a poco el gusto dulce y amargo a la vez de la existencia. Por la mascarada generalizada, el hecho de percibirse como un fantasma se convierte en real. Desde ese momento, es lo real lo que se convierte en fantasmagórico a su vez. 

Mundo fantasmagórico que va a ser analizado del mismo modo. Así, al no poder "descifrar" el sentido profundo de una época, la modernidad, que se acaba, y al no poder entender la posmodernidad en gestación, se realizan discursos cada vez más frívolos. Frivolidades rellenas de cifras banales y abstractas. 

En este sentido es asombroso ver cómo la cuantofrenia se ha convertido en la Verdad incuestionable. Carl Schmitt o Karl Löwith recordaron, cada uno a su manera, que los conceptos utilizados en análisis político no son más que conceptos teológicos secularizados.  

La dogmática teológica propia a la gestión del Infierno o la dogmática progresista que habla del "valor trabajo" se dan la vuelta en "cientifismo" que pretende decir la verdad de una crisis de civilización reducida a una crisis sanitaria. "Cientifismo" ya que el culto a la ciencia es omnipresente en los diversos discursos propios del pensamiento progresista. 

Ese extraño culto a la Ciencia

Es asombroso observar que las palabras o expresiones, ciencia, científico, comité científico, confiar en la Ciencia y otras del mismo tipo son como claves que abren la puerta al saber universal. La Ciencia es la fórmula mágica por la cual los poderes burocráticos y mediáticos son los garantes de la organización positiva del orden social. Incluso las redes sociales censuran a los internautas que "no respetan las reglas científicas", es decir, que tienen una interpretación diferente de la realidad. ¡Duda y originalidad son las raíces de todo "progreso" científico!

Olvidando que las paradojas de hoy se convierten en los paradigmas del mañana, lo cual es lo propio de una ciencia auténtica que reúna la intuición y la argumentación, los sentidos y la razón, el microcosmos se contenta, sin embargo, con un "decorado" cientifista propio del ajetreo desordenado que le caracteriza. Fuente: www.lecourrierdesstrateges.fr