Nuestros conciudadanos son perfectamente conscientes de que la asimilación ya no funciona y que la inmigración se está convirtiendo en un desastre. Entrevista a Michel Geoffroy


Michel Geoffroy acaba de publicar un importante libro titulado Immigration de masse, l'assimilation impossible (Inmigración de masas, asimilación imposible), publicado por La Nouvelle Librairie

Independientemente de lo que piensen los "negadores del sí", la inmigración extraeuropea se está convirtiendo en una catástrofe. Está transformando a Europa en un conjunto de comunidades cada vez más ajenas entre sí. En todas partes, la asimilación se ha roto: ya no son individuos aislados los que se instalan en nuestro continente, sino poblaciones enteras que han optado por vivir en su país de acogida como si todavía estuvieran en su país de origen. Y lo que es peor, la asimilación se produce ahora a la inversa. Pronto habrá que adaptarse a las costumbres de los recién llegados. Así, la utopía del multiculturalismo está reproduciendo el fracaso previsto de la Torre de Babel. Nos corresponde sacar las consecuencias lo antes posible para asumir el reto civilizatorio que esta inmigración masiva plantea a los pueblos europeos.

Michel Geoffroy es un antiguo alto funcionario. Recientemente ha publicado La superclase mundial contra los pueblos (2018) y La nueva guerra de los mundos (2020).

Le entrevistamos sobre su libro. Cuidado, aquí no hay doble lenguaje (como es habitual).

¿En qué medida es fundamental para Europa el tema de la inmigración, que usted aborda constantemente en sus escritos?

En contra de lo que se dice, la migración de la población sigue siendo marginal a escala mundial: sólo el 3% de la población mundial vive fuera de su país de nacimiento, aunque esta proporción ha aumentado ligeramente desde el año 2000. Por tanto, la migración de la población no es un fenómeno global, geológicamente irreprimible e ineludible.

Por otra parte, existe una migración Norte/Sur, expresión que también es un poco engañosa, porque en realidad se dirige principalmente hacia Europa Occidental desde África, los países musulmanes y las antiguas posesiones europeas o la antigua Commonwealth para Gran Bretaña.

¿Por qué la inmigración es un tema importante en Europa? Simplemente por su masa y su concentración espacial y temporal, sin precedentes en nuestra historia.

En realidad, y aquí también en contradicción con el discurso políticamente correcto de nuestros gobiernos, esta inmigración masiva que se ha acelerado desde los años 80 no tiene ningún precedente histórico en Europa. En contra de lo que se nos dice, por ejemplo, Francia nunca ha sido un país de inmigración masiva, como lo es hoy.

Es importante saber que, con unas 400/450.000 entradas oficialmente -sin contar la inmigración irregular-, el número de inmigrantes que se instalan anualmente en Francia supera hoy, en relación con su población y su territorio, al de Estados Unidos, ¡una nación de colonos que pretende dar lecciones de acogida a Europa!

Además, la tasa de natalidad de los inmigrantes supera claramente a la de los europeos occidentales, lo que con el tiempo modifica la composición de la población. En la mayoría de los países europeos, entre el 20 y el 30% de la población es ya de origen inmigrante.

Durante mucho tiempo, el discurso oficial presentó esta inmigración como una "oportunidad" para Europa o para Francia, en particular porque se decía que permitiría al país afrontar las consecuencias de su envejecimiento y salvar sus sistemas sociales.

Pero hoy podemos ver que esta supuesta oportunidad se está convirtiendo en una catástrofe, por utilizar el título del libro que Jean-Yves Le Gallou dedicó a este tema en 2016.

Quienes se empeñan en presentar la inmigración masiva como una oportunidad para Europa descuidan por completo sus efectos civilizatorios, porque se aferran a una visión abstracta y reduccionista del hombre, heredada de la Ilustración y, por tanto, de la antropología ingenua del siglo XVIII. Creen que los hombres son intercambiables a voluntad y que basta con darles "papeles" para transformarlos en europeos.

Además, ignoran por completo el hecho de que los inmigrantes aspiran a mantener sus costumbres y su religión -sobre todo el Islam- cuando se instalan en Europa y que al hacerse multicultural una sociedad se convierte inevitablemente en multiconflictiva.

Por ello, la inmigración masiva se está convirtiendo en un gran reto para nuestra civilización, y en una preocupación creciente para muchos de nuestros conciudadanos, como muestran todas las encuestas de opinión.

¿Qué es la asimilación? ¿No ha funcionado nunca en el pasado? ¿Por qué es imposible hoy en día?

La asimilación consiste en asemejarse a algo. Para un inmigrante, la asimilación significa asemejarse a la gente y a la cultura a la que se incorpora. Esto es también lo que se quiere decir cuando se habla de la naturalización de un extranjero, que en consecuencia está llamado a cambiar su naturaleza para convertirse en francés.

La asimilación se concibe, pues, como un proceso proactivo e individual: la persona que se incorpora al grupo debe hacer el esfuerzo de asimilación, de cambiar su naturaleza, para hacerse compatible con él.

La asimilación también se refiere a la concepción francesa de la nación como una e indivisible, establecida tras la Revolución Francesa. A diferencia del Antiguo Régimen, la República no reconoce la legitimidad de los cuerpos intermedios ni de las naciones particulares dentro de la Nación. Sólo quiere saber de los ciudadanos, individuos iguales en derecho, según la famosa objeción del diputado Stanislas de Clermont Tonnerre: "Es repugnante que haya en el Estado una sociedad de no ciudadanos y una nación dentro de la nación". Dicho esto, en contra de lo que se fantasea, la asimilación nunca es evidente.

Siempre es difícil asimilar una cultura extranjera porque la identidad -un hecho de la naturaleza- tiene prioridad sobre la nacionalidad -una construcción política-. Esto no lo entienden los que fabrican franceses de papel en la cadena de montaje.

Se alaba la asimilación de italianos, polacos o portugueses en Francia. Pero no debemos olvidar que una parte importante de los inmigrantes italianos acabará regresando a Italia. Y que muchos portugueses regresan a Portugal para su vejez, no sólo por razones fiscales.

Malika Sorel, ensayista francesa de origen argelino, afirma: "Convertirse en francés es un proceso que debe ser personal porque hay que estar dispuesto a asumir la tarea de incluir a los propios descendientes en un nuevo árbol genealógico que no es el de los antepasados biológicos y culturales. Hay una ruptura real allí, muy difícil de asumir".

Pero no hay que perder de vista que la asimilación a la francesa ha funcionado tanto mejor cuanto que sólo ha implicado a individuos, ya que, una vez más, nuestro país nunca ha tenido que asimilar a poblaciones enteras como hoy. Por lo tanto, no tiene sentido seguir invocándola hoy en día, cuando nos enfrentamos a una inmigración de naturaleza completamente diferente: la inmigración masiva.

¿Por qué ya no funciona la asimilación hoy en día?

En primer lugar, tiene que ver con el volumen de la inmigración y la velocidad de su expansión. Es una cuestión de tamaño, según la expresión del matemático y filósofo Olivier Rey

La asimilación es un proceso difícil, individual y a largo plazo. La inmigración actual, en cambio, se caracteriza por su masa y su concentración en el espacio y el tiempo.

El tamaño de un fenómeno tiene un impacto negativo en la capacidad de controlarlo. Como decía Leopold Kohr, padre de la famosa fórmula "lo pequeño es hermoso", cuando algo no funciona es porque es demasiado grande. Esto es precisamente lo que ocurre con la inmigración masiva.

No es lo mismo 400.000 nuevos inmigrantes al año que 400.000 veces un inmigrante que debe ser, como se dice, "acogido". Porque 400.000 inmigrantes son una masa. Del mismo modo, el derecho de asilo, diseñado para tratar con individuos, cambia su naturaleza cuando tiene que tratar con solicitudes masivas ( la OFPRA registró 132.614 solicitudes de asilo en 2019, es decir, un 7,3% más que en 2018...): en realidad se convierte en un nuevo canal para la inmigración masiva.

Por ejemplo, el Tribunal de Cuentas examinó4 el funcionamiento de la entrevista de asimilación y del contrato de integración republicana, previstos en la normativa y que se supone que garantizan la correcta asimilación del solicitante de la naturalización y su dominio de la lengua.

Pero, ¿qué encontró el Tribunal de Cuentas en su auditoría? Que la entrevista de asimilación fue "breve y formal" y que el control de asimilación exigido por el artículo 21 del Código Civil fue "sólo superficialmente respetado". En el caso del Contrato de Integración Republicana, el Tribunal de Cuentas señaló que, aunque la única obligación era la asistencia a cursos de formación, era "imposible correlacionar el incumplimiento [de esta obligación] con la no expedición de un permiso de residencia plurianual".

En otras palabras, los sistemas que deben garantizar un mínimo de asimilación no funcionan porque se enfrentan a un número elevado y continuo de llegadas, que los servicios públicos ya no son capaces de gestionar con discernimiento.

La segunda razón por la que la inmigración masiva ya no puede ser asimilada se debe a la creciente distancia cultural entre los inmigrantes y la sociedad de acogida, un fenómeno que ha caracterizado la segunda mitad del siglo XX, con una inmigración procedente principalmente de países africanos, árabes y musulmanes, y ya no de Europa. Como escribe Didier Leschi, Director General de la Oficina Francesa de Inmigración e Integración, "las diferencias morales, lingüísticas y religiosas con las sociedades de origen se han vuelto vertiginosas" para las sociedades europeas de acogida.

Y este carácter vertiginoso hace que la asimilación sea cada vez más difícil tanto para el inmigrante como para la sociedad de acogida.

En resumen, la asimilación sólo puede funcionar bajo seis condiciones:

- que la persona esté realmente dispuesta a asimilar la cultura y las costumbres del país de acogida

- el país de acogida tiene suficiente confianza en su identidad y sus valores como para ofrecer algo que asimilar

- que la brecha cultural entre el país de acogida y el de origen del inmigrante no sea demasiado grande

- que el inmigrante rompa sus vínculos con el país de origen

- que los flujos de inmigración sigan siendo razonables y estén repartidos en el tiempo

- que no haya ya una gran comunidad de inmigrantes en el país de acogida

Ninguna de estas condiciones se cumple hoy en Francia. La asimilación individual sigue siendo posible, pero no la de poblaciones enteras.

Usted explica que hoy en día funciona incluso a la inversa: a grandes rasgos, son los nativos quienes asimilan los códigos culturales y sociales de los recién llegados. ¿Cómo surgió esto?

Efectivamente, hay una "apropiación cultural", pero a la inversa, y esto se debe precisamente al efecto de masas mencionado anteriormente.

La inmigración masiva trae consigo su forma de vida, sus tradiciones, su religión y su cultura. Cuando pesa, como hoy, entre el 20 y el 30% de la población según el país, este fenómeno se vuelve estructurante.

Así lo demuestran la creciente presencia del Islam en el espacio público, el uso del velo, las comidas sin cerdo en los comedores y el sacrificio según el rito hallal. Por tanto, la cuestión del Islam en Europa es resultado de la inmigración, porque no existía en los años 70.

Con la inmigración masiva, los inmigrantes también tienden a trasladarse a zonas donde ya viven personas de su misma comunidad, donde encuentran apoyo y asistencia.

En contra del discurso políticamente correcto sobre las virtudes de la "mezcla social", el "mestizaje" o la "diversidad", el hombre, como animal social, tiende a querer vivir con los que se le parecen, con los cercanos, y no con los extraños que le son "extraños".

Además, las tecnologías de la comunicación y las facilidades de transporte permiten permanecer en contacto permanente con el país de origen, lo que tampoco favorece la asimilación.

Los gobiernos tienen una gran responsabilidad en esta situación porque han fomentado constantemente el multiculturalismo, es decir, la promoción del derecho de los inmigrantes a mantener su cultura. "Los inmigrantes están en casa con nosotros", dijo François Mitterrand. Esto se nos ha presentado como un factor de equilibrio y de buena integración en el país de acogida, como cuando Emmanuel Macron afirma que para facilitar la integración hay que enseñar .... árabe en la escuela. Pero en realidad es lo contrario.

En este sentido, el análisis oficial del islamismo como separatismo parece muy engañoso. Separarse supone que inicialmente se formó parte del mismo grupo. Pero no sólo el Islam no pertenece a nuestra civilización, sino que el islamismo no pretende separarse de la sociedad francesa tanto como someterla a su ley, empezando por los franceses de religión musulmana. Y al imponer cada vez más en el espacio público los signos externos del Islam proselitista y los mandamientos de la Sharia.

La asimilación también va en contra de las jóvenes generaciones de inmigrantes, que se muestran cada vez más abiertos a reclamar una práctica del Islam más rigurosa que la de sus padres, como revelan las encuestas.

El estudio del IFOP realizado para el "Comité Laïcité République" muestra así que la mayoría de los musulmanes menores de 25 años cree que la sharia es más importante que la ley de la República (57%, 10 puntos más que en 2016), cuando apenas el 15% de los católicos cree que las normas de su religión deben estar por encima de la ley francesa.

Por último, los gobiernos también han presentado constantemente la integración como un esfuerzo que es responsabilidad exclusiva de la sociedad de acogida, por lo que cada nuevo fracaso en la asimilación, que ya es imposible, se presenta como responsabilidad exclusiva de los nativos, y en particular, por supuesto, del famoso racismo. Esto equivale a poner sobre los franceses su propia responsabilidad en esta catástrofe.

La inmigración se ve favorecida por el tratamiento mediático y asociativo del caso individual, frente al caso colectivo (y por tanto a la inmigración masiva). También las prefecturas capitulan ante las movilizaciones individuales. ¿Cómo podemos concienciar a nuestros conciudadanos de que no es posible crear civilización, ni política, con casos individuales?

Creo que nuestros conciudadanos, salvo por supuesto los bobos (burgueses bohemios) bienintencionados y los "deniou-oui" oficiales, son perfectamente conscientes de que la asimilación ya no funciona y que la inmigración se está convirtiendo en un desastre. Todos los sondeos lo demuestran y las noticias, por desgracia, lo ilustran cada día de forma más violenta.

No hay que concienciarles de nada: más bien hay que oírles y escucharles, cosa que evidentemente no hace la clase política, salvo en época de elecciones, ¡y aun así!

Nuestros conciudadanos están más convencidos de ello porque son los primeros en sufrir.

Porque la oligarquía de derechas no sufre la inseguridad de la vida cotidiana, la degradación de los servicios públicos o de las viviendas sociales, la pérdida de puestos de trabajo o el desahucio de las prestaciones sociales.

Numerosos estudios demuestran que la población nativa con menos formación es la que sufre el mayor deterioro económico y social en Occidente, y no las personas de origen inmigrante o de la "diversidad". En Francia, las zonas en las que se vierten miles de millones de dinero de la "política de la ciudad" no se corresponden con las mayores bolsas de pobreza, que se encuentran más bien en la Francia más profunda, la periférica, la de los Chalecos Amarillos. La que el poder apalea alegremente, ¡mientras no se atreve a cuestionar a los delincuentes de algunos barrios!

El problema no viene del pueblo, sino de las llamadas élites económicas, políticas, mediáticas y culturales que se dan por enteradas poniéndose sistemáticamente del lado de los inmigrantes y abriendo las puertas de par en par a la inmigración.

Porque desde los años 80 la izquierda ha apostado electoralmente por las "minorías" y las personas de origen inmigrante, para hacer olvidar que ha abandonado a los pueblos indígenas, para unirse al hipercapitalismo globalista.

Porque la derecha parlamentaria ha perdido todos sus valores para unirse, por cobardía, a la ideología globalista de la izquierda.

Y porque las grandes empresas exigen cada vez más inmigración en toda Europa Occidental, para hacer bajar los salarios y la protección social. Las grandes empresas esgrimen la promoción de la "diversidad" o su baja "huella de carbono", para hacer olvidar... los desiertos económicos y los desastres sociales y personales que provocan en nuestro país.

Deberíamos recordar lo que escribió proféticamente Jean-Jacques Rousseau: "Cuidado con esos cosmopolitas que buscan en sus libros los deberes que desdeñan cumplir a su alrededor". Un filósofo así ama a los tártaros, para estar exento de amar a sus vecinos".

Usted llama a despertar a los europeos. ¿No es ya demasiado tarde demográficamente y mientras las élites nunca han parecido ceder tanto, para estar a mil kilómetros de las preocupaciones civilizatorias?

 Nuestra civilización envejece, en efecto, y muestra en muchos aspectos los síntomas de una terrible decadencia, que recuerda un poco el final del Imperio Romano de Occidente, menos el renacimiento cristiano.

Vivimos también el fin de un ciclo, el de la ideología de la Ilustración -es decir, de una concepción abstracta del hombre y de la sociedad que ha conducido a una catástrofe civilizatoria de la que el caos migratorio no es más que una de las manifestaciones- y el de la dominación occidental del mundo.

Desde el siglo XXI, hemos entrado en un mundo policéntrico, es decir, un mundo inestable y peligroso, de enfrentamientos civilizatorios, con gobiernos occidentales que no están a la altura, como vemos cada día, especialmente en Europa Occidental. Porque con la inmigración masiva, ¡también han importado el choque de civilizaciones a Europa Occidental!

Es evidente que las élites occidentales han fracasado: nos están llevando al desastre por ideología, ceguera y, sobre todo, por falta de valor.

Como cuando Emmanuel Macron después de denunciar el "separatismo islamista" ante las cámaras, deja que su gobierno presente una ley contra los separatismos, que, finalmente, se convierte en un recordatorio de ... principios republicanos. Una ley que, en todo caso, no nos atreveremos a aplicar, ¡salvo a los católicos!

Los "sesenta y ochistas" tienen una responsabilidad aplastante en esta decadencia.

Pero no debemos olvidar que esta generación está pasando. Las generaciones más jóvenes, que han comprendido claramente que los años sesenta les dejaron una civilización en ruinas, tienen obviamente otros valores, más realistas y más conservadores, como demuestran muchos estudios.

Por otra parte, los efectos políticos del cambio de población aún no se han producido en su totalidad.

Esto significa que no debemos perder la esperanza en la renovación de nuestra civilización. El tiempo se agota, pero es menos que nunca un tiempo para el abandono y la sumisión.

No olvidemos que la política, al menos la de los grandes, no consiste en hacer lo fácil, sino en hacer posible lo deseable. Y los grandes hombres no nacen en tiempos de calma, sino cuando la historia vuelve a ser trágica. "El diablo lleva la piedra", como solían decir.

Las actuales élites gobernantes han fracasado. Esto significa que nuevas élites, procedentes de nuestro pueblo, tendrán que sustituirlas y asumir la renovación de nuestra civilización. ¡Depende de cada uno de nosotros trabajar a nuestro nivel en este sentido! ■ Traducción: Juan Luis Manteiga. Fuente: breizh-info.com