"El Maratón de los cien años": la estrategia de China para dominar el mundo, por Stanislas Berton (parte 1)

 

China ha sido considerada durante mucho tiempo como una potencia emergente, un ogro que creíamos dormido para mucho tiempo. Pero los acontecimientos se aceleran y China está enseñando su juego poco a poco. 

Existe en este mundo algo más raro que los eclipses completos de sol o el paso de algún cometa: que un experto y universitario reconocido admita públicamente que se ha equivocado y publique un libro donde explique las consecuencias dramáticas de ello para su país. Es lo que ha hecho Michael Pillsbury en su libro "El Maratón de los cien años", publicado en 2016.

En dicha obra, mezcla de reflexión sobre la estrategia china y crónica de las relaciones económicas entre las administraciones china y estadounidense, Michael Pillsbury revela lo que fueron durante décadas los "cazadores de Panda" que aconsejaron a las administraciones estadounidenses el apoyar el desarrollo de China y defendieron la idea de una China que, una vez integrada plenamente en el orden económico e institucional mundial, acabaría por sumarse a los valores liberales y democráticos de Occidente. 

Pero, en su libro, Michael Pillsbury tiene la valentía y la honestidad intelectual de reconocer que se equivocó durante décadas, engañado por los chinos, y contribuyó en realidad a ayudar a China a cumplir con su plan a largo plazo de dominación mundial.

El gran mérito del libro es mostrar que la estrategia de conquista utilizada por la China comunista se inserta en la línea de la tradición filosófica, cultural y literaria china, sobre todo la de sus grandes clásicos de la Antigüedad como son "Las 36 estratagemas" o "El arte de la guerra". Pillsbury muestra cómo ese arte de la guerra indirecta y asimétrica domina en profundidad el pensamiento chino y cómo sus principios forman parte del bagaje educativo y cultural de las clases dirigentes del país.

Pillsbury recuerda igualmente el contexto histórico, el "siglo de la humillación" que, entre el siglo XIX y el XX, vio cómo China era ocupada, despedazada y sometida al pillaje de las potencias occidentales y Japón, una realidad totalmente olvidada por Occidente pero muy presente en la mentalidad china. A partir de la llegada de la República Popular de China en 1949, las nuevas élites no tuvieron más que un objetivo: lavar esa humillación y hacer recuperar a China su rango de primera potencia mundial. Confrontadas a la realidad de un país muy poblado pero también pobre, tanto en el plano económico como en el educativo, las élites chinas comprendieron rápidamente que esta relación de fuerzas desfavorable les empujaba a utilizar todos los recursos de la tradición estratégica china, basada en la astucia, la guerra asimétrica y el trabajo de zapa a largo plazo para lograr sus fines. 

Así es como, en un primer momento, China se apoyó en su "hermano" comunista, la URSS. Transferencias de tecnología, asistencia militar, formación de mandos, todo lo que pudieron obtener de bueno hasta el momento en que las rivalidades crecientes entre las dos potencias comunistas que culminaron en 1963 con enfrentamientos transfronterizos poco conocidos, condujeron a los estrategas chinos, después de haber exprimido el limón soviético, a efectuar un cambio de rumbo radical. 

A partir de ese momento, la estrategia de China fue, en efecto, realizar un acercamiento a EEUU, engañando al Tío Sam con la perspectiva de enfrentar a Pekín con Moscú, una ruptura que ya estaba consumada en la práctica. Sin dar la impresión de ser pedigüeños, los chinos obtuvieron una cooperación económica, tecnológica y militar muy ventajosa para su país, que se concretó a ojos de la opinión pública norteamericana y mundial con la visita del presidente Nixon en 1972.

Cuando entró en la OMC, China prometió todo lo que se le pidió que prometiera: liberalización económica y política, progresiva, respeto a la propiedad intelectual, privatización futura de las empresas estatales, etc. Por supuesto, esas promesas no comprometían más que a los que escogieron creer en ellas y el Imperio del Centro consiguió, una vez más, obtener, sin contrapartidas reales, más ventajas considerables para continuar su carrera en el Maratón. Fuente: Polémia