Para
una parte de la derecha radical, el islam es una religión viril que combate la
creciente feminización de nuestras sociedades, antioccidental, antimaterialista
y antimoderna, próxima a la tradición, un análisis que se aproxima a la franja
radical de los católicos franceses. Desde finales del siglo
XIX, la derecha radical francesa siempre ha tenido ambiguas y/o fascinadas
relaciones con el mundo árabo-musulmán, visto como una entidad etnorreligiosa
homogénea en el contexto de una moda orientalista de la época.
En
el curso de la década de los años 80 del siglo pasado, la Nueva Derecha, por
ejemplo, mostraba ambiguas relaciones frente a los árabes y el islam bajo la
contradictoria influencia de los tradicionalistas y de los diferencialistas. En
efecto, la ND tenía una relación ambivalente frente al islam, fundada, al mismo
tiempo, en el rechazo y la fascinación, relación de la que depende, en gran
parte, la tendencia de la ND que aquí estudiamos: Guillaume Faye es
antimusulmán y se aproxima a la extrema derecha judía; Alain de Benoist es relativamente tolerante frente al islam; Christopher Gérard califica al islam de “monoteísmo
casi perfecto” pero rechaza su proselitismo; los "perennalistas" lo aceptan en
nombre de René Guénon y Frithof Schuon (el
islam es considerado por los perennalistas norteamericanos como formando parte
de Occidente. Insisten, además, sobre el sentido de la palabra Magreb, el
Poniente, muy próxima del sentido del término Occidente, ambos utilizados por
algunos de ellos como sinónimos), los dos convertidos al islam, como Claudio
Mutti. Christopher Gérard, por su parte, reconoce estar interesado en el
sufismo, como lo demuestra una entrevista con el universitario sufí iraní
Seyyed Hossein Nasr (es también uno de los filósofos perennalistas mundialmente
más conocidos) y la recensión en su revista de libros sobre este tema. Esta
diversidad de posiciones muestra claramente la relación de fascinación/repulsión
que la Nueva Derecha experimenta frente a esta religión. Es interesante señalar
que el análisis de las fuentes pone en evidencia que la nebulosa neoderechista
no ve en el islam más que a sus fundamentalistas conservadores y no a la diversidad
de sus practicantes.
El
universitario Claudio Mutti, que representa el polo
tradicionalista-revolucionario de la Nueva Derecha italiana (es el traductor y
editor de textos consagrados a la Guardia de Hierro rumana) escribió, en 1985,
un artículo sobre su evolución espiritual titulado “Por qué he elegido el
islam” (Pourquoi j’ai choisi l’Islam,
Éléments n° 53), en el cual explica
las razones de su conversión. Estando su tradicionalismo nutrido por las
teorías guenonianas, consideraba lógicamente que «el islam se me revelaba, no
como una nueva religión ligada al medio humano árabe, sino como la forma más
reciente (adaptada a las condiciones de la fase actual de nuestro ciclo de
humanidad) adoptada por la Tradición Primordial de la que derivaron las tradiciones
indoeuropeas». Además, este autor se enorgullece de su itinerario religioso,
que compara al de sus prestigiosos predecesores: «[…] yo recordaría aquí los
nombres de René Guénon y de Michel Vâlsan (de origen rumano), del suizo Titus
Burckhardt y del holandés Martin Lings, del alemán Ludwig-Ferdinand Clauss…».
Este
tradicionalismo esotérico es un poderoso estimulante en la fascinación que
experimentan algunos neoderechistas por esta religión. Sin embargo, René Guénon
ha influido en una gran cantidad de personas que no tenían ninguna relación con
las derechas radicales: por ejemplo, los hippies
se reconocían en su obra en los años 60.
Mutti
se refiere también, en otros textos, a la islamofilia de Julius Evola, este
último, a semejanza de Guénon, viendo en el islam una forma tradicional
completa, es decir, exotérica y esotérica. Además, Evola estaba fascinado por
la yihad y su doble interpretación: la pequeña guerra santa (la guerra
material) y la gran guerra santa (la guerra espiritual interior), constituyendo
la yihad, según él, un «tardío renacimiento de una herencia aria primordial».
Este tradicionalismo esotérico sería un poderoso estímulo en la fascinación que
algunos autores de la Nueva Derecha experimentarían por la religión islámica.
Encontramos
en Claudio Mutti otro interés por los países árabes: el apoyo al terrorismo de
Estado de ciertos países árabes, en particular el libio. En efecto, como otros
revisionistas, Mutti mantuvo, en la década de los años 80, vínculos con países
árabes como Libia, animando, por ejemplo, la Asociación Italia-Libia que luego
se convertirá en la Asociación Europa-islam (Boutin, 1992). Esta corriente
arabófila incitaba a la yihad en nombre del combate contra el “plutojudaísmo”
(Duranton-Crabol, 1991). Continuando este combate, Claudio Mutti fundará en
1984 la revista neofascista Orion que se convertirá, a continuación, en el
punto de encuentro del revisionismo de derecha, pero donde también encontramos
páginas de revisionistas procedentes de la ultraizquierda (Milza, 2002). De
hecho, Claudio Mutti es un viejo militante de la ultraderecha. Es también uno
de los mejores conocedores de la recepción de la obra de René Guénon en Rumanía
y un especialista en Hungría. Es, en fin, conocido por sus estudios sobre
Corneliu Codreanu (y la Guardia de Hierro), así como del fundador de las Cruces
Flechadas, Ferenc Szálasi. Próximo también a Giorgio Franco Freda, un editor de
extrema derecha, y como él, un partidario de la estrategia de la tensión. La
islamofilia de Mutti debe ponerse en paralelo con un antisemitismo persistente
en los círculos de la derecha radical. En la década de los años 80, Mutti jugó
un importante rol en tanto que referencia intelectual en las franjas radicales
de la extrema derecha francesa, en particular entre los
nacional-revolucionarios, en los tradicionalistas-revolucionarios de la revista
Totalité (que se transformó, a
principios de los años 80 en la casa editorial Pardès) y en la tendencia
esotérica de la Nueva Derecha. Esta importancia todavía es visible en los
nacional-revolucionarios franceses de Avatar, que editaban la versión francesa
de la revista geopolítica de Mutti bajo el nombre Eurasia (salieron tres
números entre 2006 y 2009).
Por
otra parte, el tradicionalista evoliano Bernard Marillier, reconocía en 1985,
en una carta enviada a la revista Eléments
reaccionando a un artículo de Sigrid Hunke (Lo que Europa debe a los árabes, Éléments, n° 53), que la aportación de
la civilización musulmana a la civilización europea, en dominios científicos
tales como la óptica, la física, la química, y en los progresos de las ciencias
experimentales, era innegable, además de insistir en que “si bien todos los
árabes son musulmanes (o islámicos), no todos los musulmanes son étnicamente
árabes” (carta de B. Marillier publicada en Éléments,
n° 54-55) Desde este momento, pone de relieve el aporte de las poblaciones
indoeuropeas “arabizadas”, en particular los indopersas de origen indoeuropeo.
Encontramos así un cierto etnocentrismo racial que niega a ciertos grupos étnicos,
no indoeuropeos, la capacidad para fundar grandes civilizaciones. Y concluía su
carta afirmando que «[…] el innegable avance que el mundo islámico poseía en
numerosos dominios era el resultado de elementos étnicamente no árabes, sino
indoeuropeos, tales como los iraníes (y en algunos casos, hindúes). Esto
explicaría que ciertas innovaciones, de carácter indoeuropeo, pudieran ser
extrapoladas y explotadas por los europeos, surgidos de la misma cepa
indoeuropea.
Actualmente,
la tendencia völkisch de la Nueva
Derecha, de la que forma parte Bernard Marillier, bajo la cobertura de apoyo al
diferencialismo radical, desarrolla un racismo antiárabe/antimusulmán. Así, en
diciembre de 2001, en una tribuna libre de la revista regionalista Utlagi, Pierre Vial afirmaba: «Toda
cultura es respetable y nosotros combatimos por el derecho a la identidad de
todos los pueblos, frente al mundialismo nivelador, esterilizador, destructor.
Pero tenemos la debilidad de tener preferencia por nuestra cultura ‒porque es
la nuestra y la única que tenemos. Somos conscientes de que esa identidad está
hoy amenazada de muerte. Estamos comprometidos en una guerra de resistencia y
de reconquista. Simplemente para poder ser nosotros mismos. Esta afirmación es
totalmente incompatible con el sistema establecido y la ideología que lo
sostiene, por lo que hay que hablar claramente de una necesaria revolución
identitaria. La expresión quizás pueda asustar. Pero corresponde, simplemente,
a la realidad. Resta saber si queremos mirarla a la cara o meter la cabeza bajo
el sable». En el mismo texto, el autor da este aviso: […] si mis ancestros son
los galos, comprendo más fácilmente por qué no tengo inclinación, a priori, por
las costumbres y creencias procedentes del sur del Mediterráneo…».
En
esta dirección, Guillaume Faye desarrolla un discurso similar, aunque más
violento, En efecto, más de la mitad de su ensayo “Por qué combatimos.
Manifiesto de la Resistencia europea”, está consagrado a esta cuestión,
mientras que otra de sus obras “La colonización de Europa. Verdadero discurso
sobre la inmigración y el islam” se focaliza exclusivamente en este tema. Faye está convencido de que esta religión intenta
colonizar Europa: «Más que de inmigración hay que hablar de colonización masiva
de población por parte de los pueblos africanos, magrebíes y asiáticos, y
reconocer que el islam ha emprendido la conquista de Francia y Europa; que la
delincuencia de los jóvenes no es más que el inicio de una guerra civil étnica;
que estamos invadidos tanto por culpa de las maternidades como de las fronteras
porosas; que, por razones demográficas, existe el riesgo de un poder islámico
instalado en Francia, en primer lugar en el nivel municipal y, quizás después,
en el nivel nacional […] Si nada cambia, corremos para precipitarnos en el
abismo. En dos generaciones, Francia ya no será un país mayoritariamente
europeo por primera vez en su historia. Alemania, Italia, España, Bélgica y
Holanda seguirán la misma funesta ley con algunos años de retraso […] Jamás la
identidad étnica y cultural de Europa, fundamento de su civilización, había estado
tan gravemente amenazada». En consecuencia, según
Guillaume Faye, Europa corre el riesgo de sufrir un auténtico etnocidio.
Estos
ejemplos muestran la complejidad de las relaciones entre el mundo
árabo-musulmán y la derecha radical. En efecto, la derecha radical francesa
siempre ha tenido, desde finales del siglo XIX, relaciones ambiguas y
fascinadas con los árabes. Así, el escritor Edouard Drumont (1844-1917),
fascinado por esta civilización, soñaba con una alianza entre los cristianos y
los árabes para combatir el judaísmo (P. Birnbaum, L’extrême droite, les Juifs et les Arabes, L’Histoire n°162) Algunos antisemitas seguirán sus pasos, como
Henri Rochefort (1831-1913) y Abel Clarin de la Rive (1855-1914), animador de
la revista La France antimaçonnique.
A principios del siglo XX, aparecen en Argelia, siguiendo a los publicistas François
Gourgeot y Georges Meynié, los colonos antisemitas y arabófilos. Charles
Maurras (1868-1952) mismamente, sucumbió a la arabofilia, como lo demuestran
sus Páginas Africanas, relato de su estancia en Argelia en 1935. Gustave Le Bon
(1841-1931) también fue arabófilo: defendía la identidad y la independencia de
los árabes y deseaba una alianza con ellos para luchar contra el judaísmo. Por
ello, así como por su defensa de la separación de las culturas francesas y
árabes, se le considera un precursor del diferencialismo.
De
hecho, «el nacionalismo explícito de los países del occidente europeo ha
cambiado de sentido y de orientación en el curso de los años 80 y 90: ya no se
centra en una xenofobia sobre los países vecinos, sino sobre la defensa de la
identidad nacional percibida como amenazada por una inmigración supuestamente
incontrolada y masiva» (P.-A. Taguieff, L’effacement
de l’avenir, 2000). Estas tesis fueron elaboradas por la tendencia más
radical de la Nueva Derecha, como son los tránsfugas del GRECE (asociación de
la ND) que se pasaron al Front National,
Así, por ejemplo, Dominique Venner, a la vez próximo de las ideas
nacional-revolucionarias, pero retirado de la vida política, no dudaba en
escribir que «los historiadores del futuro dirán que la invasión de Francia y
Europa por las masas africanas y musulmanas comenzó en 1962 con la capitulación
francesa en Argelia» (D. Venner, L’histoire
n’est jamais finie, La Nouvelle Revue
d’Histoire n° 8). Pero, según él, «lo impensable era, sin embargo, en las
décadas que siguieron a la independencia, la llegada de varios millones de
argelinos a Francia. Lo impensable hoy es, por ejemplo, el retorno de estos
argelinos y de otros inmigrantes africanos. Retengamos del pasado que lo
impensable puede, un bello día, convertirse en realidad». No hay que olvidar,
sin embargo, que este racismo antiárabe es una herencia de Europe-Action, el grupo fundado por Dominique Venner y Jean Mabire.
Las
acusaciones de racismo son violentamente rechazadas por el GRECE durante la campaña
de 1979 contra la Nueva Derecha. Así, Alain de Benoist insistía, en el prefacio
de su libro Les idées à l’endroit,
«que la Nouvelle Droite se ha
pronunciado constantemente, y de forma explícita, contra toda forma de
totalitarismo y de racismo […]». Pierre-André Taguieff, sin embargo, está
convencido de que ese racismo estaba presente en los orígenes del GRECE: según
él, la crítica del racismo, teniendo por corolario el elogio del
diferencialismo, aparece hacia 1977, después de la publicación de la obra
colectiva Raza e inteligencia, firmada bajo el seudónimo (también colectivo) de
Jean-Pierre Hébert.
Encontramos
también, en la derecha radical, una arabofilia ligada a una forma de
tercermundismo bajo la influencia de las tesis del teórico belga Jean Thiriart.
Él nunca estuvo interesado en el islam en su conjunto, porque apoyaba el
régimen de Nasser y el Baas, pero
abogó siempre por una alianza con los nacionalistas árabes, en particular
sirios y palestinos, en una empresa de “liberación” de Palestina y de Europa
respecto a una ocupación, por así decirlo americano-sionista. Sus simpatías por
los regímenes laicos árabes y turcos se explican, entre otros motivos, por su
detestación nunca desmentida del islam. Pese a todo, existen algunos discípulos
fascinados por esta religión. Uno de ellos es Christian Bouchet, el cual ha
sido proiraquí y prolibio. En 2002, publicó un estudio sobre el islamismo que
minimizaba su peligrosidad:
«Hoy,
Occidente tiembla ante el islamismo, cuando éste ya no es más que la sombra de
su grandeza (…) Que se nos entienda bien. El islamismo, tal y como lo
definimos, ha existido siempre y siempre ha sido capaz de movilizar a las
masas. Sus elementos más extremistas son capaces de organizar operaciones
mediáticamente impresionantes. Pero los jóvenes iraníes o los jóvenes
paquistaníes (incluso, en menor grado, los jóvenes afganos) tienen todos algún
pariente próximo en el extranjero y ellos ven las cadenas occidentales por
satélite. El mundo moderno y sus valores no les son extraños (…) En el país en
el que accede al poder, el islamismo no “cambia la vida”, no aporta una
alternativa al mundo moderno, sino que únicamente recubre con una capa de
moralina la modernización de la sociedad. En este sentido, su fracaso es total
y es por ello que, a término, está condenado a desaparecer» (Bouchet, 2002).
Christian
Bouchet, que ha sido miembro del Front
National, representa la minoría proárabe y promusulmana de este partido.
Por otra parte, impartió en 2007 una conferencia sobre el tema “el islam y el
combate nacional” en el marco de la asociación Égalité et Réconciliation. También se aproximó, durante un período,
al ensayista Alain Soral y participó en el difunto bimestral Flash.
Próximo
a Bouchet está Arnaud Guyot-Jeannin, un católico discípulo de Guénon y Evola y
antiguo miembro de la Nouvelle Droite,
que publicó una tribuna libre en el periódico Flash, en el cual afirmaba que
había que acabar con la islamofobia (Guyot-Jeannin, 2009). Según Guyot-Jeannin,
esta actitud está ligada a la voluntad de los Estados Unidos de encontrarse
frente a un nuevo chivo expiatorio, tras la desaparición de la Unión Soviética.
Leyendo esta tribuna, destaca especialmente que Guyot-Jeannin condena la
“americanización” del mundo, el “mundialismo americanocéntrico”, y que ve en el
islam a un aliado en este combate. De hecho, un cierto número de
tradicionalistas de extrema derecha se convirtieron al islam, detestando por
tanto a Occidente, al materialismo y al ateísmo.
Otros
autores de la derecha radical no comparten necesariamente esta línea,
especialmente sobre la cuestión del islamismo. El caso de Alexandre del Valle,
ensayista que se presenta como “geopolítico”, es un ejemplo interesante. Este
autor, cuyo nombre real es Marc D´Anna, comenzó publicando sus escritos en la
revista pagana de derecha Muninn y en
la revista neofascista Réfléchir et Agir,
participando en diversos acontecimientos militantes de estos grupos
ultraderechistas en la década de los años 90, como en las universidades de verano
de Synergies Européennes (movimiento
disidente del grupo principal de la ND); el Fórum de la Nación en Lyon en 1999,
coorganizado por L’œuvre française,
en presencia de Pierre Sidos, del antiguo SS Jean Castrillo y del revisionista
Vincent Reynouard; o en una reunión del Fórum de la Juventud lepenista (Monzat,
2002). Del Valle se adhirió después a las filas de la Unión por un Movimiento
Popular (UMP), donde cofundó el movimiento La Droite Libre, que se presentaba como una corriente de “la derecha
desacomplejada”. Su primera obra, inicialmente publicada en 1997 y titulada Islamisme et États-Unis, une Alliance contre
l’Europe, establecía el vínculo entre una religión musulmana presentada
como fundamentalmente agresiva y la instrumentalización política que se hacía
de ella por la “democracia totalitaria” de los Estados Unidos, que alentaba el
islamismo (fundamentalmente compatible con el capitalismo mundializado) a fin
de forzar a las naciones europeas a integrarse definitivamente en el orden
euroatlántico bajo dominio norteamericano (Del Valle, 1997). En la visión
totalizante tradicional de la geopolítica, donde “todo está vinculado”, los
movimientos sociales de variada naturaleza (ascenso del islam político,
surgimiento del fenómeno yihadista internacional) son asociados a la mano
invisible, pero voluntarista, de los Estados Unidos que favorecen
conscientemente el “fascismo verde”.
Si
bien Del Valle ha atenuado sus proclamas antiamericanas después de los
atentados del 11-S (reaproximándose a la derecha conservadora israelí), su caballo
de batalla sigue siendo la lucha contra el islamismo, que le sirve de criterio
interpretativo de los peligros, por ejemplo, que plantearía la entrada de
Turquía en la Unión europea (Del Valle, 2004). Del Valle no proclama ya, como
hacía antes, la alianza islamo-americana, pero su interpretación continúa
influyendo en los círculos de las derechas radicales. Así, el sitio complotista
Réseau International, anunciaba
disponer de pruebas de que los Estados Unidos sostenía, de hecho, al grupo
Daesh en Irak en lugar de combatirlo, mientras que Thierry Meyssan afirmaba que
había sido la CIA la organización que había impulsado la creación del grupo
islamista radical.
Es
en este contexto de ambivalencias frente al islam que debe comprenderse la
controversia que agitó los medios derechistas radicales en 2014 en torno al
“Manifiesto por una nueva política extranjera de Francia", presentado como una
potencial doctrina del FN sobre el tema (Chauprade, 2014). En este manifiesto,
Aymeric Chauprade escribía que el 11-S era la consecuencia de la “probable
colusión entre el Estado profundo americano y el Estado profundo saudí”, y la
lógica consecuencia de “la alianza monstruosa nacida en la guerra de
Afganistán”, una posición en la línea de Del Valle en 1997. Sin embargo, en el
mismo texto, afirmaba apoyar la participación de Francia en las operaciones
militares contra el grupo Estado Islámico y una reaproximación a Israel en
nombre de la lucha contra el islamismo (la línea post-11-S de Del Valle), una
proposición que fue muy rechazada por aquellos que consideran que el enemigo
principal sigue siendo el imperialismo americano-sionista. Para los partidarios
de este enfoque, conviene distinguir entre los “buenos” musulmanes
conservadores y patriotas, y la “escoria islamista”, “esa nueva generación
perdida” […], portadores de una ideología delincuente americano-liberal
prolongada ahora en un salafismo superficial […] y su odio revanchista sobre la
Francia colonial que nunca fue de su agrado» (Soral, 2011). El bucle se cierra,
siendo el islamismo, finalmente, una invención americana, haciéndose posible
oponerse a él sin contravenir una cierta arabofilia ultraderechista, y
reinterpretar los acontecimientos recientes según el criterio interpretativo de
la objetiva alianza entre el americanismo y el islamismo. El apoyo “oficial” de
los radicales derechistas, o de una buena parte de los mismos, al régimen de
Bachar El Assad, apoyado además por la admirada Rusia, tiene la doble ventaja
de resistir al imperialismo yanqui, y presentarse como una muralla contra el
islamismo, todo lo cual encaja perfectamente en este cuadro. ■ Fuente: Interrogations