El
profesor Pedro Carlos González Cuevas, politólogo e historiador de las ideas,
ha publicado recientemente el libro Vox. Entre el liberalismo conservador y la
derecha identitaria, una obra fundamental que recorre las vicisitudes del nuevo
partido hasta su irrupción como fuerza política y revela la tensión ideológica
entre su facción liberal-conservadora y su tendencia populista-identitaria, con
una conclusión que alberga esperanzas de que este partido represente, finalmente,
una alternativa social-patriótica y nacional-identitaria.
VOX ha
sido, es y ojalá siga siendo la formulación más atractiva y valiente de una rebeldía
que venía germinándose tiempo atrás. En gran media, ha sido y es la respuesta y
la protesta contra lo más caduco y cínico del conservadurismo español
contemporáneo, una derecha permanentemente disfrazada de “centrismo”, e incapaz
no ya de defender intereses, sentimientos y tradiciones plenamente legítimos,
sino de definir y plantear un proyecto político que diera respuesta a la crisis
social, política, intelectual y moral que padece la sociedad española desde
hace varios años.
El
nuevo sistema político español tuvo una serie de pecados originales ―Estado de
las autonomías, partitocracia, hegemonía cultural de las izquierdas,
eurofundamentalismo, etc.―, a lo que habría que añadir la devaluación de una
serie de valores políticos y sociales dignos de ser defendidos, como el
patriotismo español y la unidad nacional, pero que quedaron asociados a la
parafernalia del régimen anterior. Ni Alianza Popular, ni Unión de Centro
Democrático (UCD), ni luego el Partido Popular (PP), no digamos Ciudadanos, han
logrado no ya someter a una crítica global esta anómala situación, sino
elaborar auténticos proyectos regeneradores. Como denuncié hace ya algunos años
en una entrevista, el PP ha sido el obstáculo, el dique fundamental a la hora
de consolidar en España un auténtico partido de derechas, cuando ya se veía
venir la actual crisis. En ese sentido, el “centrismo” no ha sido otra cosa que
la máscara cínica del conjunto del conservadurismo español hegemónico. A lo
largo de la tortuosa hegemonía del PP, se afirmaban de cara a unas masas, a las
que en el fondo se despreciaba, los valores nacionales, patrióticos, incluso
religiosos; mientras que en la vida real se vivía y se actuaba como genuinos
“progres”. Se defendía la familia natural; pero se pactaban y consolidaban las
leyes de matrimonio gay o las del colectivo LGTBI. Se defendía, retóricamente,
la unidad nacional y, en la práctica, se afianzaba el disfuncional Estado de
las autonomías y se pactaba plácidamente con los nacionalistas. En su fuero
interno, se pensaba y se sigue pensando ―pese a ciertos cambios meramente
cosméticos― que todo en la vida social había sido desmitificado y que, en
rigor, tan solo quedaba la economía o el pacto permanente con el enemigo; pero
en el exterior se seguía manteniendo la fachada patriótica, que, sin ilusiones
reales, servía para que todo siguiese igual. Hace poco un dirigente del PP,
Esteban González Pons, se quitó de una vez la máscara y dijo lo que en realidad
pensaba desde el principio: que el nacionalismo español era tan peligroso como
el vasco, el catalán o el gallego, y que era preciso subsumir la realidad
española en el conjunto europeo. Por fin, el PP mostró su auténtica faz.
De esa
justa indignación surgió VOX. VOX ha sido y es la apuesta más rotunda por la
unidad nacional y por los valores genuinamente conservadores. En realidad, es,
hoy por hoy, el único partido político español genuinamente regenerador.
Ciudadanos y Podemos no han supuesto, en el fondo, alternativa alguna; son la
radicalización de todas las patologías inherentes al régimen de 1978. Solo VOX
se ha atrevido a desafiar los consensos básicos. Por ello, resulta
absolutamente necesaria su presencia activa e influyente en el campo político
español. El partido verde ha sabido plantear y definir muchos de los factores
de la actual crisis nacional; pero su programa me parece excesivamente general y,
en algunos casos, poco coherente. Su defensa de la unidad nacional es nítida e
inequívoca, lo cual es muy positivo; pero no ha desarrollado todavía un modelo
alternativo al Estado de las autonomías; y es que, por desgracia, cuarenta años
de hegemonía nacionalista en el País Vasco y Cataluña y sus consecuencias en el
resto de España no pasan en balde. Brillan igualmente por su ausencia
alternativas al modelo partitocrático. Ni por un momento sus dirigentes parecen
haberse planteado otros modelos, como el presidencialismo, la representación de
intereses o la democracia participativa, que puedan ser complementarios con el
sistema pluripartidista.
Sin
embargo, el principal error en el que los dirigentes de VOX han incurrido es el
de su modelo económico. A ese respecto, la construcción ideológica del
liberalismo conservador católico elaborada por Francisco José Contreras ―buen
historiador de las ideas, por otra parte― resulta, desde el punto de vista
histórico, insostenible; y, desde el estrictamente político, un grave error.
Esa síntesis ideológica me recuerda en más de un aspecto al “sentido
reverencial del dinero” propugnado en los años veinte del pasado siglo por Ramiro
de Maeztu, sin éxito. Y es que una alternativa semejante, síntesis de
liberalismo económico y conservadurismo moral, solo puede ser funcional en
sociedades como Estados Unidos, pero no en Europa, y mucho menos en España. El
neoliberalismo económico supone, a medio plazo, la destrucción de los ya de por
sí frágiles vínculos sociales todavía presentes en nuestra sociedad. Y es que,
en rigor, conservadurismo moral y neoliberalismo económico, resultan
incompatibles.
Como ha
puesto de relieve Alain de Benoist, Friedrich Hayek, pese a sus lúcidas
críticas al constructivismo social, no puede ser considerado un pensador de
derechas, ni tan siquiera un conservador; es un liberal, cuyos planteamientos
económicos traen consigo la destrucción de las tradiciones sociales, el
economicismo, el materialismo, el individualismo, la sociedad de mercado y la globalización.
Es decir, todo lo que los dirigentes y seguidores de VOX detestan. Un ejemplo
claro de esta incompatibilidad fue la Gran Bretaña de Margaret Thatcher. No sin
razón, el lúcido filósofo conservador John Gray ha podido denunciar “la
eutanasia del conservadurismo” a manos de la Dama de Hierro”. Significativamente,
la activista neoliberal Gloria Álvarez comparte, de hecho, esta interpretación,
enfatizando el carácter liberal del proyecto político thatcheriano y sometiendo
a una acerada crítica los fundamentos morales y políticos del conservadurismo.
Y es que, basado en el individualismo y el economicismo, el neoliberalismo no
es más que la aplicación de las leyes de mercado al conjunto de las facetas de
la vida humana y, por lo tanto, al conjunto de las relaciones sociales. Por ello,
el neoliberal no tiene nada que decir en contra del matrimonio gay, las
denominadas familias alternativas, el suicidio, la eutanasia, el comercio de
drogas, los vientres de alquiler etc.
Esta
contradictoria dependencia del pensamiento neoliberal ha impedido a VOX, al
menos por el momento, la asunción de algunos planteamientos filosófico-políticos
del comunitarismo, los representados por Michael Sandel, Charles Taylor o
Alasdair MacIntyre, contrarios al individualismo a ultranza y a la
secularización radical. Igualmente, ha obstaculizado la influencia de
alternativas como las que John Gray ha denominado “conservadurismo verde”; y es
que, como señala el filósofo conservador, existen grandes afinidades entre el
pensamiento de la derecha y la ecología, “la noción burkeana del contrato
social (entendido no como pacto entre individuos anónimos y efímeros, sino
entre generaciones de los vivos, los muertos y los que están por nacer) y el
escepticismo tory acerca del progreso (desde una postura consciente de las
ironías y las falsas ilusiones de éste), la resistencia conservadora a las
novedades no probadas y a los experimentos sociales a gran escala y, quizás por
encima de todo, el principio conservador tradicional según el cual el
florecimiento individual solo puede producirse en el contexto de unos modos de
vida comunes”.
En el
mismo sentido, como ya hemos adelantado, VOX carece, hoy por hoy, de un
programa económico-social protector que pueda seducir a las clases populares y
medias acosadas por la emigración ilegal, la crisis económica y el proceso de
globalización.
Sin
embargo, creo que hay motivos para la esperanza. En su campaña electoral,
Santiago Abascal se encontraba mucho más cerca del discurso nacional
identitario y socialmente integrador que del neoliberalismo económico radical.
De ahí, creo yo, el éxito electoral de VOX en las elecciones de noviembre. Ese
es su horizonte. Esperemos que así sea.