La idea según la cual deberíamos elegir entre aceptar más
influencia del Estado o más liberalismo es, precisamente, una idea liberal.
Usted ha tomado
posiciones antiliberales desde hace mucho tiempo. ¿Por qué ha esperado tanto
tiempo para publicar un ensayo sobre este tema bajo el título Contra el liberalismo. La sociedad no es un
mercado?
En efecto, me he interesado desde hace muchos años por el
liberalismo, cuyos presupuestos son hoy la base de la ideología dominante. Por
ello, me pareció justificado reunir los principales elementos de su crítica en
una época en la que las democracias liberales se encuentran en un estado de
crisis generalizada, mientras que el sistema capitalista está reñido con sus
contradicciones internas que amenazan con arrastrarlo.
La Europa occidental
está formada por países donde el Estado y su administración tienen un peso
importante en la vida de los ciudadanos, lejos de la lógica liberal. ¿El peligro
estatalista es menor que el peligro liberal?
No creo que el problema se plantee en estos términos. La
idea según la cual deberíamos elegir entre aceptar más influencia del Estado o
más liberalismo es, precisamente, una idea liberal. Se puede desarrollar una
crítica de fondo de la antropología liberal, que reposa sobre el
individualismo, el economicismo y la adopción del modelo de mercado como
paradigma de todos los hechos sociales (el modelo del homo œconomicus), aun siendo bien consciente del “peligro
estatalista”.
La historia de las ideas muestra, por otra parte,
contrariamente a lo que se piensa, que el mercado (en el sentido liberal del
término) y el Estado, no han sido construidos históricamente por oposición del
uno contra el otro, sino en estrecha asociación. Es, de hecho, la formación del
mercado lo que ha permitido al Estado captar en su beneficio los intercambios
comunitarios, anteriormente no mercantiles y, por tanto, inasibles. En la época
moderna, el aumento del individualismo ha destruido las solidaridades orgánicas
propias de las sociedades tradicionales, obligando entonces al Estado a tomar
el relevo en los dominios donde antes no tenía nada que hacer. Así fue
establecido el Estado-providencia, que progresivamente ha transformado a los
ciudadanos en asistidos.
La democracia
iliberal ¿es la forma deseada en su obra?
La democracia iliberal se ordena en torno a la noción de
ciudadanía y reconoce plenamente el principio de la soberanía popular. La
voluntad del pueblo, que es también el poder constituyente, debe ser respetada.
La democracia liberal, parlamentaria y representativa, se ordena en torno a la
noción de individuo. No reconoce una soberanía superior a la soberanía
individual, razón por la que la primera tarea que asigna al Estado es la de
garantizar los “derechos humanos”, considerados sagrados. La ideología liberal
define también la libertad en la forma de los Modernos, como la posibilidad
para el individuo de secesionarse de los asuntos públicos para replegarse sobre
la esfera privada. En la democracia participativa, la libertad se concibe, por
el contrario, como la posibilidad otorgada a todos los ciudadanos de participar
en los asuntos públicos y decidir lo más posible, por ellos mismos, en aquellos asuntos que les conciernen. Yo prefiero, naturalmente, la democracia iliberal a la
democracia liberal, sin ignorar, sin embargo, que el modelo iliberal todavía
debe ser precisado.
¿Se considera un
antiliberal o un iliberal? ¿Cuál es la diferencia?
El título de mi último libro, Contra el liberalismo, responde ya a la pregunta. El
antiliberalismo y el iliberalismo no son, evidentemente, incompatibles: el uno
puede conducir al otro (incluso debería). Digamos que el antiliberalismo
demanda, quizás, una visión más precisa y argumentada de las claves y desafíos
ideológicos. El iliberalismo continúa estando, con frecuencia, confinado en la
esfera pública, mientras que el antiliberalismo analiza más sistemáticamente
los fundamentos de lo que es común al liberalismo económico, al liberalismo
político y al liberalismo societal.
El antiliberalismo de
izquierda y el antiliberalismo de derecha ¿tienen un futuro en común? ¿Pueden
trabajar conjuntamente?
En teoría sí, en la práctica dependerá de las
circunstancias. No habiendo estado nunca unificadas las doctrinas liberales, la
crítica del liberalismo ha adoptado, durante más de dos siglos, también formas
diferentes. Los adversarios de la ideología liberal no tienen necesariamente
las mismas motivaciones, y no proponen tampoco las mismas soluciones. En la
derecha, muchos rechazan el liberalismo “societal”, pero están satisfechos con
el liberalismo económico. En la izquierda es todo lo contrario. Dicho esto,
algunos temas antiliberales pueden tener hoy un carácter federador, comenzando
por el rechazo de la mercantilización del mundo, del individualismo destructor
de los vínculos sociales, del reino del dinero y de la lógica del beneficio, de
la supresión de los límites y de la negación de las fronteras («laissez faire,
laissez passer»), etc.
¿Es el populismo un
antiliberalismo?
Así es frecuentemente, en el fondo. El movimiento de los
“Chalecos amarillos”, por ejemplo, es revelador al respecto: probablemente
había pocos liberales en las rotondas. Esta espontánea hostilidad a los
principios liberales no se dota, sin embargo, salvo en contadas ocasiones, de
una auténtica toma de conciencia ideológica. Numerosos proletarios del siglo
XIX criticaban a la burguesía pero, en el fondo, solo soñaban con aburguesarse
ellos mismos. Entre los que hoy denuncian el aumento de las desigualdades y de
la precariedad, algunos piensan también que todos los problemas se resolverían
si ellos mismos pudieran enriquecerse. Vemos por todas partes, cuando algunos
movimientos populistas acceden al poder, que en materia económica su actitud
frente al liberalismo es, por lo menos, equívoca.
¿Cuáles son las
personalidades políticas que encarnan en Europa la oposición al liberalismo?
Muchos políticos se muestran fácilmente críticos del
liberalismo, pero yo no diría, en ningún caso, que ellos encarnen la oposición
al liberalismo. El trabajo más avanzado es realizado por los ensayistas, quizás
porque están más familiarizados con la evolución de las ideas. Pienso
especialmente en un autor como Jean-Claude Michéa, un “socialista conservador”,
que es un poco como el heredero del inglés George Orwell y del norteamericano
Christopher Lasch, dos autores que Michéa ha contribuido a difundir en Europa. ■ Fuente: infos-toulouse.fr