Antiliberalismo e iliberalismo no son incompatibles. Entrevista a Alain de Benoist


La idea según la cual deberíamos elegir entre aceptar más influencia del Estado o más liberalismo es, precisamente, una idea liberal.

Usted ha tomado posiciones antiliberales desde hace mucho tiempo. ¿Por qué ha esperado tanto tiempo para publicar un ensayo sobre este tema bajo el título Contra el liberalismo. La sociedad no es un mercado?

En efecto, me he interesado desde hace muchos años por el liberalismo, cuyos presupuestos son hoy la base de la ideología dominante. Por ello, me pareció justificado reunir los principales elementos de su crítica en una época en la que las democracias liberales se encuentran en un estado de crisis generalizada, mientras que el sistema capitalista está reñido con sus contradicciones internas que amenazan con arrastrarlo.

La Europa occidental está formada por países donde el Estado y su administración tienen un peso importante en la vida de los ciudadanos, lejos de la lógica liberal. ¿El peligro estatalista es menor que el peligro liberal?

No creo que el problema se plantee en estos términos. La idea según la cual deberíamos elegir entre aceptar más influencia del Estado o más liberalismo es, precisamente, una idea liberal. Se puede desarrollar una crítica de fondo de la antropología liberal, que reposa sobre el individualismo, el economicismo y la adopción del modelo de mercado como paradigma de todos los hechos sociales (el modelo del homo œconomicus), aun siendo bien consciente del “peligro estatalista”.

La historia de las ideas muestra, por otra parte, contrariamente a lo que se piensa, que el mercado (en el sentido liberal del término) y el Estado, no han sido construidos históricamente por oposición del uno contra el otro, sino en estrecha asociación. Es, de hecho, la formación del mercado lo que ha permitido al Estado captar en su beneficio los intercambios comunitarios, anteriormente no mercantiles y, por tanto, inasibles. En la época moderna, el aumento del individualismo ha destruido las solidaridades orgánicas propias de las sociedades tradicionales, obligando entonces al Estado a tomar el relevo en los dominios donde antes no tenía nada que hacer. Así fue establecido el Estado-providencia, que progresivamente ha transformado a los ciudadanos en asistidos.

La democracia iliberal ¿es la forma deseada en su obra?

La democracia iliberal se ordena en torno a la noción de ciudadanía y reconoce plenamente el principio de la soberanía popular. La voluntad del pueblo, que es también el poder constituyente, debe ser respetada. La democracia liberal, parlamentaria y representativa, se ordena en torno a la noción de individuo. No reconoce una soberanía superior a la soberanía individual, razón por la que la primera tarea que asigna al Estado es la de garantizar los “derechos humanos”, considerados sagrados. La ideología liberal define también la libertad en la forma de los Modernos, como la posibilidad para el individuo de secesionarse de los asuntos públicos para replegarse sobre la esfera privada. En la democracia participativa, la libertad se concibe, por el contrario, como la posibilidad otorgada a todos los ciudadanos de participar en los asuntos públicos y decidir lo más posible, por ellos mismos, en aquellos asuntos que les conciernen. Yo prefiero, naturalmente, la democracia iliberal a la democracia liberal, sin ignorar, sin embargo, que el modelo iliberal todavía debe ser precisado.

¿Se considera un antiliberal o un iliberal? ¿Cuál es la diferencia?

El título de mi último libro, Contra el liberalismo, responde ya a la pregunta. El antiliberalismo y el iliberalismo no son, evidentemente, incompatibles: el uno puede conducir al otro (incluso debería). Digamos que el antiliberalismo demanda, quizás, una visión más precisa y argumentada de las claves y desafíos ideológicos. El iliberalismo continúa estando, con frecuencia, confinado en la esfera pública, mientras que el antiliberalismo analiza más sistemáticamente los fundamentos de lo que es común al liberalismo económico, al liberalismo político y al liberalismo societal.

El antiliberalismo de izquierda y el antiliberalismo de derecha ¿tienen un futuro en común? ¿Pueden trabajar conjuntamente?

En teoría sí, en la práctica dependerá de las circunstancias. No habiendo estado nunca unificadas las doctrinas liberales, la crítica del liberalismo ha adoptado, durante más de dos siglos, también formas diferentes. Los adversarios de la ideología liberal no tienen necesariamente las mismas motivaciones, y no proponen tampoco las mismas soluciones. En la derecha, muchos rechazan el liberalismo “societal”, pero están satisfechos con el liberalismo económico. En la izquierda es todo lo contrario. Dicho esto, algunos temas antiliberales pueden tener hoy un carácter federador, comenzando por el rechazo de la mercantilización del mundo, del individualismo destructor de los vínculos sociales, del reino del dinero y de la lógica del beneficio, de la supresión de los límites y de la negación de las fronteras («laissez faire, laissez passer»), etc.

¿Es el populismo un antiliberalismo?

Así es frecuentemente, en el fondo. El movimiento de los “Chalecos amarillos”, por ejemplo, es revelador al respecto: probablemente había pocos liberales en las rotondas. Esta espontánea hostilidad a los principios liberales no se dota, sin embargo, salvo en contadas ocasiones, de una auténtica toma de conciencia ideológica. Numerosos proletarios del siglo XIX criticaban a la burguesía pero, en el fondo, solo soñaban con aburguesarse ellos mismos. Entre los que hoy denuncian el aumento de las desigualdades y de la precariedad, algunos piensan también que todos los problemas se resolverían si ellos mismos pudieran enriquecerse. Vemos por todas partes, cuando algunos movimientos populistas acceden al poder, que en materia económica su actitud frente al liberalismo es, por lo menos, equívoca.

¿Cuáles son las personalidades políticas que encarnan en Europa la oposición al liberalismo?

Muchos políticos se muestran fácilmente críticos del liberalismo, pero yo no diría, en ningún caso, que ellos encarnen la oposición al liberalismo. El trabajo más avanzado es realizado por los ensayistas, quizás porque están más familiarizados con la evolución de las ideas. Pienso especialmente en un autor como Jean-Claude Michéa, un “socialista conservador”, que es un poco como el heredero del inglés George Orwell y del norteamericano Christopher Lasch, dos autores que Michéa ha contribuido a difundir en Europa.  Fuente: infos-toulouse.fr