Choque de
civilizaciones: ¿ilusión o realidad?
Sabemos que el concepto de “choque de civilizaciones", hoy mundialmente
conocido y utilizado, fue forjado por Samuel Huntington y popularizado por el
libro que lleva ese título, publicado en los Estados Unidos en 1996 y
rápidamente convertido en un best-seller mundial. Profesor de Harvard,
Huntington estuvo estrechamente vinculado a importantes agentes de influencia,
bastante introducidos en los círculos dirigentes norteamericanos, como
Brzezinski y Kissinger. No es, por tanto, sorprendente que la tesis de
Huntington haya sido ampliamente utilizada para justificar, legitimar la
pretensión que tienen los Estados Unidos de encarnar, en el marco de un
enfrentamiento planetario, el campo del Bien contra el Mal, el campo de
Occidente contra el campo del islam.
Nosotros denunciamos, evidentemente, esta instrumentalización de
Huntington por la Casa Blanca y el Pentágono. Por lo demás, el análisis de
Huntington merece ser examinado desde una perspectiva crítica. Ciertamente,
tiene el mérito de mostrar el carácter utópico de la teoría del “fin de la
historia” adelantada por Fukuyama, la cual pretendía que, después de la Guerra
fría, el mundo había entrado en una era de armonía gracias al reinado absoluto
de un modelo occidental cuya intrínseca superioridad se imponía de tal forma
que todo conflicto era inútil e incluso imposible. Huntington estimaba ‒y los
hechos le dieron la razón‒ que persisten las situaciones conflictuales a través
del mundo, porque los antagonismos fundamentales reposan sobre oposiciones e
incluso conflagraciones entre polos de civilización diferentes. Cuenta ocho
tipos de civilización: occidental, islámica, hindú, eslavo-ortodoxa, japonesa,
africana, latinoamericana y confuciana (es decir, china). Este esquema tiene
dos defectos principalmente: por civilización occidental designa un conjunto
que comprende a los Estados Unidos, una Europa occidental vasalla de Washington
e Israel. Para nosotros, Occidente no es Europa, y frente al eje Washington-Tel
Aviv nosotros abogamos por una Europa independiente y, por tanto, potente.
Además ‒y este es el segundo punto de desacuerdo con Huntington‒ Europa es un
todo, que engloba tanto a la Europa occidental como a la Europa oriental,
incluyendo, por supuesto, en primer lugar, a Rusia. La razón religiosa que él
invoca, a saber, la fosa entre el catolicismo y la ortodoxia, no tiene para
nosotros ningún sentido porque la profunda fraternidad, esencial, entre todos
los europeos, está basada en la sangre, la pertenencia al mismo conjunto étnico
que constituyen los pueblos de origen indoeuropeo.
Estas esenciales e indispensables reservas están realizadas sobre la
tesis de Huntington, no caigamos en la trampa tendida por algunos de sus
contradictores, que simplifican su análisis y lo caricaturizan cayendo, ellos
mismos, en aquello que le reprochan, a saber, el simplismo, el maniqueísmo, el
reduccionismo. Y, sobre todo, que toman el pretexto de la explotación del
trabajo de Huntington por Washington para concluir que el choque de
civilizaciones no existe. Aquellos que niegan la existencia de un choque de
civilizaciones son intelectuales voluntariamente encerrados en una visión
puramente teórica del mundo, que han optado por ignorar lo real a partir del
momento en que éste entra en contradicción con sus teorías. Esta fue
exactamente la actitud de esas élites bizantinas que discutían sobre el sexo de
los ángeles en el momento en que los ejércitos otomanos tomaban al asalto las
murallas de su ciudad y tomaban el acuerdo de decapitarlos a todos a golpe de
cimitarra. Es suficiente mirar a nuestro alrededor: el choque de civilizaciones
es, evidentemente, una realidad permanente en el mundo actual ‒incluso si es
necesario designarlo mediante una expresión más cruenta pero que corresponde a
una evidencia, a saber, la guerra étnica.
La mayor prueba de la existencia del choque de civilizaciones es que ello
es utilizado como un argumento por algunos que tienen una visión muy concreta
de las coas. Así, cuando el primer ministro turco Erdogan explicaba que la
“razón más importante” que milita a favor de la demanda de Turquía de ser
aceptada en la Unión europea es que “el mundo no debe ir hacia un choque de
civilizaciones”. El mensaje es claro: si Turquía no es aceptada en la Unión
europea, habrá un choque de civilizaciones. Así que el choque de civilizaciones
es una realidad, puesto que el turco lo agita como una amenaza, como una
posibilidad que puede concretarse el día de mañana si los europeos no ceden a
su chantaje…
Por una
visión etnogeopolítica del mundo
La Europa que nosotros queremos es la Europa de los pueblos europeos. Una
Europa cuya columna vertebral es frecuentemente presentada como el eje
París-Berlín-Moscú. Yo apelaría mejor al eje Madrid-Roma-París-Berlín-Moscú. Es
decir, poniendo en un haz la herencia latina, céltica, germánica y eslava.
En tal perspectiva, hay que reafirmar con fuerza el carácter europeo de
Rusia. Históricamente, Rusia es el fruto del encuentro y la unión entre poblaciones
germánicas y eslavas. En el siglo VIII, llegados de Escandinavia, los Varegos
fundan los primeros establecimientos en el eje Ladoga-Volga, que permite la
comunicación entre el mar Báltico (Blanco) y el mar Negro. Rjurik y su hijo
Igor, héroes fundadores que entran en la leyenda y célebres por los cantos
épicos equivalentes a las canciones de gesta de Europa occidental, hacen de
Novgorod y de Kiev los primeros jalones de un Estado ruso, que trata
rápidamente de igual a igual al imperio de Constantinopla. Pero el auténtico
constructor del Estado ruso es Vladimir, llamado San Vladimir por los
cristianos y Vladimir Sol Hermoso por los paganos. Vladimir, en efecto, se
convierte al cristianismo ortodoxo después de comparar los méritos respectivos
con el islam (la prohibición del vino en esta religión no le parece razonable),
con el judaísmo (una religión de vencidos no era apropiada para un jefe
militar), con el catolicismo (que le hacía depender de un lejano jefe romano),
frente a una ortodoxia que tenía una grandiosa liturgia y, sobre todo, porque
ella le permitía desposar a la hija del emperador bizantino, lo cual suponía,
para un príncipe ruso, una promoción internacional de gran amplitud. La
conversión oficial a este cristianismo solar que es la ortodoxia, opción
política de Vladimir, es comparable a la del rey franco Clovis adoptando el
catolicismo, la cual no impidió a los rusos continuar siendo fieles a sus
tradiciones populares y fiestas paganas como el solsticio o el culto a sus
divinidades paganas…
En 1051, el matrimonio de Ana de Kiev, hija pequeña de Vladimir, con el
rey de Francia Enrique I, ilustra los vínculos que existen entre Rusia y Europa
occidental. Y mucha sangre germánica correrá por las venas de la aristocracia
rusa, gracias, entre otras, al papel de tránsito entre Rusia y la Europa
hanseática de las provincias bálticas. Cuando Pedro el Grande organiza su
ejército sobre el modelo prusiano (recordemos que los ancestros de los Romanov
venían de Prusia), cuando imita las escuelas francesas e italianas para
edificar San Petersburgo, a las escuelas holandesa y británica para crear la
marina cuyo centro neurálgico era San Petersburgo. De San Petersburgo dirá
Vladimir Volkoff: “no podemos sino considerar a San Petersburgo como antesala
de la historia futura y como la capital simbólica de esta confederación o de
este imperio que se extenderá necesariamente un día de Brest a Vladivostok, del
Atlántico al Pacífico”.
Volkoff se inscribe así en una visión de la historia que es la nuestra y
que es etnogeopolítica. Es decir, que para nosotros, los grandes bloques de
civilizaciones tienen una base étnica. Vamos hacia la catástrofe cuando se
niega o se olvida esta primera realidad del funcionamiento de las sociedades
humanas. Esto es lo que se produjo cuando el imperio romano, edificado sobre
una concepción del mundo que, como lo muestra Dumézil, era fundamentalmente
indoeuropea, se condena a desaparecer cuando se orientaliza y acepta un
mestizaje físico y mental.
Hoy, aparece claramente, por toda la superficie del planeta, que las
claves etnogeopolíticas tienen una connotación étnica. Hablar de choque de
civilizaciones es, de hecho, hablar de guerra étnica.
La guerra
étnica: el enfrentamiento norte-sur
Los rusos saben muy bien que la guerra de Chechenia es una guerra étnica.
Los gobiernos y los medios de comunicación de Europa occidental no quieren
admitir la realidad de la guerra étnica mientras que esta guerra está ahora
presente en el territorio europeo con el fenómeno de la inmigración. Un fenómeno
del que los rusos son bien conscientes, como lo prueban las reacciones frente a
esta mortal amenaza.
Uno de los méritos de Huntington es haber señalado esta amenaza: “Si los
Estados Unidos continúan con su actual política de inmigración, multicultural y
multirracial, un choque de civilizaciones explotará en el interior del país y
los Estados Unidos, tal y como nosotros los conocemos, desaparecerán”. Este
análisis tiene un defecto principal: los Estados Unidos son, desde hace tiempo,
un territorio multirracial, que no ha podido sobrevivir, aunque esto sea
políticamente incorrecto, más que organizando una separación de hecho entre las
diversas comunidades étnicas, actuando, como lo remarca frecuentemente
Guillaume Faye, sobre las vastas dimensiones del territorio. Pero, ¿esto durará
eternamente? Los camaradas y los amigos que tenemos en el seno de la población
de origen europeo en América saben bien que no.
El gobierno yanqui hace un juego perverso intentando instrumentalizar, en
beneficio de sus intereses, los factores étnicos. Por ejemplo, para encerrar y
arrinconar a Rusia manipulando, con inmensos medios financieros, el cinturón de
regiones que, desde Chechenia al Asia central, tienen poblaciones musulmanas
sensibles a la llamada de la yihad. Aquí, como en todas partes, en particular
en África, el islam sirve de cobertura para dirigir contra las poblaciones
europeas a las masas poblacionales que han estado sometidas, en el curso de la
historia, a los pueblos europeos, y que son alentadas contra ellos, contra la
civilización superior que representan, a través del resentimiento, la envidia y
el odio en estado puro. Afirmando querer extender, como es el deber de todo
buen musulmán, la ley de Alá sobre toda la tierra y, primero, por Europa, los
islamistas sirven para legitimar la invasión del Norte por las poblaciones del
Sur. La religión sirve de pretexto a una auténtica invasión étnica.
Es, por tanto, un conflicto mundial como jamás ha conocido el planeta, el
que va a marcar el siglo XXI y que opondrá el Norte al Sur, es decir, por
retomar una expresión creada por el historiador francés Ernst Renan, los
pueblos del bosque contra los pueblos del desierto, ambos portadores de dos
concepciones del mundo antagónicas e irreconciliables.
Este conflicto ya ha comenzado de una forma solapada en Europa
occidental, puesto que el enemigo está frente a los muros con la inmigración y
se refuerza sin cesar con las embarcaciones de invasores que desembarcan cada
día en las costas de España y de Italia, antes de dirigirse hacia el interior
del continente. Con el apoyo de las autoridades políticas, que regularizan
periódicamente a los nuevos inmigrantes, de los “medios”, de los empresarios y
de las autoridades religiosas, que ponen de antemano el principio de
discriminación positiva, es decir, un favoritismo sistemático en beneficio de
los no-europeos. Toda esta gente son cómplices activos de los invasores, por
convicciones ideológicas o simplemente por cobardía.
Frente a todo esto es urgente establecer un frente de resistencia, de reconquista
y de renacimiento, reagrupando a todos los europeos que quieran seguir siendo
fieles a sus raíces, a su identidad.
Conclusión:
la necesaria fraternidad europea
Hay que dar esperanza a los pueblos europeos ‒al menos, a los hombres y
mujeres que, en su seno, sean capaces de combatir para sobrevivir. Esta
esperanza lleva el nombre de un mito fundador: Eurosiberia. Que es,
evidentemente, incompatible con el de Eurasia. Porque Eurasia implica la mezcla
étnica y la integración de un islam que, como ya hemos visto, sirve de
cobertura religiosa a la ambición expansionista de los no-europeos, es decir,
seamos claros, de los enemigos de Europa.
Eurosibera es el Imperio del Norte contra las tribus del Sur. En este
Imperio del Norte, Rusia tiene, evidentemente, la vocación de jugar un rol
central. Superando las viejas divisiones entre occidentalistas y eslavófilos,
los rusos pueden ser un ejemplo para todos los europeos ‒incluyendo, por
supuesto, en este término, a todos aquellos que habitan en otros continentes‒
que deben olvidar lo que les separa para no tener más que un solo objetivo, una
razón de ser, una esperanza: la gran fraternidad europea mundial. Nuestro
imperioso deber es construirlo. ■ Fuente:
Terre et Peuple