Las
nuevas tecnologías están poniendo ante una dura prueba a nuestras sociedades.
En el libro ¿La Inteligencia Artificial va a matar a la democracia?, Laurent
Alexandre y Jean-François Copé hacen un diagnóstico y buscan la respuesta ante
los gigantes digitales.
Para
el futurólogo Laurent Alexandre, el desarrollo vertiginoso de la Inteligencia
artificial (en adelante, IA) amenaza hoy a la democracia. Sin concesiones,
denuncia la “nulidad tecnológica” de nuestros políticos. Jean-François Copé,
antiguo presidente de la Unión por un movimiento popular (UMP) y alcalde de
Meaux por Los Republicanos, le responde proponiendo un concepto europeo de “IA
Nación”. Por un lado, la constatación alarmista, incluso provocadora, del que
nos pone en alerta; por otro, las proposiciones de un político electo que se
niega a “dejar pasar el tren de la IA”. Un intercambio fructífero.
Una revolución inédita, por Laurent
Alexandre
La
revolución actual no es una revolución más. Es de un nuevo tipo. El progreso
tecnológico ha permitido hasta ahora saltos de potencia. La situación es muy
diferente para los NBIC (nanotecnologías, biotecnologías, informática y
tecnología cognitiva, que combinan inteligencia artificial, robótica y
neurociencia), que están cambiando el mundo hacia un vertiginoso infinito, el
de la miniaturización, de la potencia de computación y de la capacidad de
transformación de lo viviente. La nueva revolución no es una puerta a un nuevo
mundo mejor. Genera múltiples choques éticos, filosóficos y espirituales que
sacuden las dinámicas políticas. Asistimos a un nuevo acontecimiento, sin
ninguna comparación con lo que hemos conocido hasta el presente. Es esta
diferencia en relación a todos los anteriores ciclos de innovación tecnológica
lo que amenaza a la democracia.
Las siete rupturas capitales
La
IA crea monopolios difíciles de regular, en lugar de gigantes industriales que
simplemente podrían ser cortados en pedazos. Primera ruptura. La IA,
actualmente, aprende a partir de gigantescas bases de datos, lo que otorga un
inmenso poder a las GAFAM angloamericanas (Google,
Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) y a las BATX chinas (Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi), quien
quiera que sea su propietario. La adicción producida por la IA es la segunda
ruptura. Como necesita muchos datos para aprender, los gigantes digitales hacen
que sus aplicaciones sean adictivas, lo que les permite recopilar y procesar
montañas de información necesarias. Tercera ruptura: la IA permite la sociedad
de vigilancia y se alimenta de ella porque le aporta una enormidad de datos. El
mundo ultracomplejo de lo medio real, de lo medio virtual, creado por la IA, exige mediadores humanos extremadamente dotados y cualificados. Esta cuarta
ruptura entraña una explosión de desigualdades. A medio plazo, la IA favorecerá
el surgimiento de regímenes censitarios. Quinta ruptura. El mundo de la IA sólo
es legible por humanos con una fuerte inteligencia conceptual. Regular los Big data exige expertos
multidisciplinares, manejando al mismo tiempo la informática, el derecho, las
neurociencias… La gente capaz de gestionar esta complejidad
político-tecnológica se convertirá en la nueva aristocracia, en cuyas manos los
políticos tecnófobos podrían convertirse en meros títeres. Sexta ruptura: como
la IA no comprende nada, ni tiene sentido común, ni pensamiento crítico,
crearemos una “IA friendly” para
facilitar las cosas, lo que acelerará la fusión de lo real y de lo digital.
Séptima y última ruptura: la corrección de los ángulos oblicuos y sesgados de
la IA se convierte, entonces, en parte importante y principal de la actividad
humana.
Las GAFAM entran en política
Mark
Zuckerberg desmintió que quisiera presentarse a las elecciones presidenciales
estadounidenses. En realidad, Zuckerberg apunta más alto que a la presidencia
norteamericana. Sus ambiciones son mesiánicas: quiere ser el sumo sacerdote de
las comunidades digitales que unirán a todos los ciudadanos a través del mundo.
Su conferencia en Harvard, en mayo de 2017, fue un auténtico discurso político,
un canto a favor de la gobernanza mundial y la institución de una renta
universal para ayudar a los ciudadanos a superar el choque y el desafío de la
IA. Declaró: “Este es el gran combate de nuestra época. Las fuerzas de la
libertad, de la apertura y de las comunidades globales, contra las fuerzas del
autoritarismo, del aislacionismo y del nacionalismo. No es una batalla entre
naciones, es una batalla de ideas”. Un mes después, comparaba a Facebook con una gran Iglesia. En el
mismo sentido, Larry Page, presidente de Google
Alphabet, explicaba en el Financial
Times, que las empresas como la suya tienen la vocación de tomar el relevo
de los dirigentes políticos, pues éstas comprenden mejor el futuro que los
políticos. A los Estados tradicionales les ha salido una competencia radical,
amenazados de uberización por todas partes.
Una nueva geopolítica dominada por
China
La
estrategia de la presidencia china es nítida: utilizar la IA para,
simultáneamente, controlar a los ciudadanos y convertir a China en la primera
potencia mundial. China se ha convertido en líder de la investigación y el
desarrollo a nivel mundial y dispone ahora de más patentes que los Estados
Unidos. La ambición imperial china se estructura en torno a una “nueva ruta de
la seda” que entrelazará a Eurasia con África, tanto por vías terrestres, como
marítimas y digitales, permitiendo a China extender su modelo político y
económico. Hoy, el antiguo patrón de Google,
Eric Schmidt, está convencido de que las fuerzas centrífugas de internet
producirán dos piezas: “Un internet dirigido por los chinos y un internet no
chino dirigido por los estadounidenses”. Esta partición de internet será facilitada
por los inmensos progresos de China en IA. Retomando las declaraciones del
Partido comunista chino, Eric Schmidt se alarmaba: “En 2020 nos habrán
alcanzado, en 2025, serán mejores. Y en 2030 dominarán la industria de la IA”.
¿Y Europa?
Madre
maravillosa, benévola, maternal y dulce, Europa no tiene el arma del momento:
la inteligencia artificial. En este nuevo tipo de guerra, nuestro continente no
está muy lejos de una dislocación definitiva. No nos engañemos: detrás del
fracaso de Europa en materia de IA está la vasallización militar, y Europa
devendrá en un enano tecnológico. Sergey Brin (cofundador de Google) confesaba
en 2017, en Davos, que la IA progresa muy rápidamente contra todo pronóstico.
La industrialización de la IA va a cambiar la organización política y social.
El desfase entre la emergente industrialización de la IA y la democratización
de la inteligencia biológica, que aún no ha comenzado, amenaza ahora a la
democracia. Pero no caigamos en una dramática postura de expectativas. El economista
Nicolas Bouzou señalaba, sobre el suicidio tecnológico de Europa en materia de
IA: “Uno de mis amigos, después de haber pasado un año en Asia, me señalaba que
Europa parecía haberse especializado en los análisis intelectuales y morales,
como testimonia la proliferación de comités de ética sobre el mundo digital, la
robótica y la inteligencia artificial. He aquí una especialización cómoda y
confortable, pero que hará de Europa algo más ridícula que poderosa”. Europa se
convertirá en el Café de Flore del mundo [local parisino con un aura de
intelectualidad y modernidad artística de corte burgués que le ha dado
renombre].
Trabajo: la IA y los “chalecos
amarillos”
La
conclusión de estas reflexiones es que la destrucción masiva de empleos no es
menos cierta que el riesgo de un fuerte aumento de las desigualdades, y que las
medidas para contrarrestar estos efectos son muy complejas de poner en marcha
si la IA progresa rápidamente. La mayoría de los economistas piensa que la
singularidad ‒el momento en que las máquinas superen al cerebro humano‒ es una
perspectiva lejana, aunque la IA actual ‒desprovista de conciencia artificial‒
alterará los equilibrios económicos. La revuelta de los “chalecos amarillos”
nos recuerda que el mundo se mueve demasiado rápido. El geógrafo Christophe
Guilluy describe desde hace años el sufrimiento de la Francia periférica. Ve en
los “chalecos amarillos” el signo de una revuelta de este tercer país que ya no
interesa a los políticos. En efecto, hay tres Francias: los ganadores de la
nueva economía, calafateados en las áreas metropolitanas, los suburbios
poblados por comunidades etnorreligiosas y la Francia periurbana y rural de los "pequeños
blancos" que se han autobautizado como “chalecos amarillos”. Emmanuel
Macron debe su ascenso a los ganadores del nuevo capitalismo cognitivo, es
decir, la economía del conocimiento, la IA y los Big data. Las élites
macronistas viven una edad de oro sin preocuparse de la suerte de las clases
medias y populares. Olivier Babeau dice: “El espacio público está ahora
saturado por minorías con mil reivindicaciones. Discapacidad, género, etnia,
orientación sexual, régimen alimenticio: son las reivindicaciones particulares,
acompañadas frecuentemente de una dimensión victimista, que acentúa la
vehemencia, las que acaparan la atención de los legisladores. El Estado se
interesa más en el futuro de los “veganos” y los “trans” que del poder
adquisitivo de los “pequeños blancos” periurbanos. En efecto, la IA transforma
la organización social favoreciendo a las élites intelectuales y debilitando a
las clases populares, mal preparadas para la revolución tecnológica. La brecha
entre los “chalecos amarillos” y la pequeña élite de la IA es un potente motor
populista.
Democracias gobernadas por la
impotencia pública
El
desfase de ritmo entre la explosión tecnológica y la capacidad de evolución de
las instituciones es un problema central de este siglo. En el mundo inestable
de las NBIC, mover un detalle puede tener consecuencias mayores. Una ley
adoptada en este momento, en el desorden de los debates parlamentarios y de los
pequeños consensos políticos, podría tener inmensas repercusiones a medio
plazo. Es el “efecto mariposa” provocado por la velocidad de difusión de las
tecnologías. Preocupados por evitar la explosión social que amenaza
permanentemente, nuestros representantes políticos no ven que realmente han
perdido los resortes del poder. El verdadero poder estará, cada vez más, en las
manos de los gigantes digitales norteamericanos y asiáticos. El código de las
plataformas digitales es la nueva ley, y nosotros no somos quienes la escriben
¿Qué peso tienen nuestras leyes sobre los medios en relación con las reglas de
filtro establecidas por Google y Facebook, que se han convertido en los
“castillos de agua” mediáticos del mundo? ¿Qué peso tendrá el día de mañana la
ley de sanidad pública frente a los algoritmos de DeepMind Google, de Amazon
o de Baidu, que serán esenciales en
la IA médica? Las principales decisiones que determinarán el destino de nuestro
mundo en dos o tres décadas se adoptarán en las oficinas de Silicon Valley y no
en los salones dorados del Elíseo. El Estado sirve hoy, ante todo, para
asegurar el orden público y para redistribuir, compensando mejor o peor, el
abandono que sufre una parte de la población. Pero ya no señala el camino ni
decide sobre nuestro futuro. Nuestro Estado debe hacer su revolución frente a
la digital. Debe establecer regulaciones inteligentes y abiertas que no sean
una mera línea Maginot que no protege
nada ni a nadie. Su funcionamiento y sus instituciones necesitan ser revisados.
Es un auténtico “Vaticano II de Estado” el que hay que emprender. La nulidad
tecnológica de los políticos es insostenible.
Una opinión compartida, por
Jean-François Copé
La
IA es hoy parte integrante de nuestras vidas. Todo el mundo habla de ella. Todo
el mundo percibe una gran transformación de contornos todavía mal definidos. Y,
para muchos, esto es ansiógeno. Laurent Alexandre lo ha señalado: para él, los
políticos están impotentes, “ocupan la escena, pero ya no hacen historia”. Pues
bien, quizás os sorprenda, pero creo que Alexandre tiene toda la razón. Tiene
razón al decir que, si nada cambia, si los responsables políticos europeos
continúan con su pequeña rutina, tomando de vez en cuando alguna medida, ya anticuada
incluso antes de ser votada, nos van a comer crudos. Tiene razón al decir que,
si no podemos establecer un mínimo de relación de fuerzas en una estrategia
de “débil a fuerte” con los chinos y los americanos, perderemos nuestros
cerebros, nuestros mercados y, al final, la batalla. Tiene razón, en fin,
cuando dice que, si los políticos no se fijan el objetivo de hacer de nuestros
países y de Europa una tierra totalmente decidida a entrar en la era de la IA,
nuestros ciudadanos echarán a sus dirigentes y veremos que la IA también ha
matado a nuestra democracia.
Bueno,
Laurent Alexandre tiene razón, salvo que…
Salvo
que cambiemos radicalmente de método y estado de espíritu. El tránsito hacia la
IA debe ser el combate político de la próxima década. Las cosas están claras:
la IA entraña una transformación completa de la vida humana en la totalidad de
sus dominios. En primer lugar, porque va a entrañar una profunda ruptura en
nuestro modo de vida. Enseñar a una máquina a controlar un determinado juego no
es más que la punta del iceberg y puede parecer anecdótico. El objetivo es
otro: explotar la potencia de la máquina para hacer de forma más rápida y con
una mayor fiabilidad lo que al cerebro humano le requiere mucho tiempo y un
esfuerzo de análisis. Profundamente disruptiva, también, en cuanto
profundamente perturbadora, la IA nos impone cambiar nuestro modo de pensar el
mundo. He aquí por qué los políticos tienen la obligación de interesarse por
ella. Y nuestro objetivo común debe ser claro: construir la “IA Nación” en un
plazo de diez años, a fin de que en 2030 comencemos a recoger los beneficios.
La IA debe convertirse en una prioridad absoluta, una vez asumida, urbi et orbi, por todos los responsables
de las opciones políticas y estratégicas de nuestros países.
¿Cómo crear una “IA Nación”?
Dejemos
de mortificarnos porque vayamos un paso por detrás. Esta es la mala excusa para
no hacer nada. En primer lugar, hay que valorar la idea del retraso: se puede
coger el tren en marcha siempre que tengamos los medios. Ya se ha hecho mucho
sin contar con los políticos. En fin, que no vamos a reinventar la IA. Ya está
operativa, ¡pues tanto mejor! Sí, Europa, hasta ahora, ha sido demasiado lenta
y no está lo suficientemente unida. Pero las cosas están cambiando. Hay una
conciencia y, sobre todo, la sensación de que la batalla no ha hecho sino
comenzar. Estamos en los albores de una era. Europa, Estados Unidos y China
tienen ahora posiciones e intereses diferentes, cuando no divergentes, sobre la
IA. Dado que la IA va a contribuir a instaurar un nuevo orden mundial, nos
interesa elaborar una estrategia común claramente definida, en la que nadie
pierda, pero que permita disponer de garantías. Debemos, de manera pragmática,
participar en la elaboración de un marco en el cual vivirán las futuras
generaciones. Construir la “IA Nación” es desarrollar una estrategia y fijar
los tiempos. En 1962, Kennedy anunció, en un famoso discurso, que los Estados
Unidos habían "decidido ir a la Luna". Optemos por ir hacia la IA:
hagamos la elección de ir hacia la IA “en el curso de esta década y lograr
incluso otras cosas, no porque sea fácil, sino precisamente porque es difícil”.
El papel de los gobernantes
Sin
embargo, a diferencia de la conquista del espacio, no todo será hecho por los
Estados, porque ya existen actores (proveedores de acceso, las GAFAM, las
BATX). El rol de los gobernantes no es, por tanto, el de crear la NASA de la
IA, sino el de regular, promover y proteger para que, en diez años, hayamos
alcanzado el objetivo. Regular es indispensable frente a una innovación de gran
amplitud que va a cambiar el mundo. Como el Código de circulación, debemos
imaginar un marco jurídico único en el que la IA se desarrollará. Sin embargo,
hay grandes principios sobre los que hay que llegar a un acuerdo: la
neutralidad de la red, la protección de los datos y sus condiciones de
almacenaje y utilización. Esto no se hace por sí solo, hay que ponerse de
acuerdo en los niveles nacional y europeo puesto que, por naturaleza, la IA
reposa sobre flujos de datos que no conocen fronteras.
La
“IA Nación” tiene un precio: una regulación que garantice la igualdad de
acceso, si bien favoreciendo a los europeos. A continuación, debe promocionarse
la IA. Esto exige herramientas, especialmente con atractivo fiscal, como la
entrada de la IA en los servicios públicos, pero, más generalmente, por el
establecimiento de políticas públicas que favorezcan su desarrollo e
implantación. No se trata de prohibir sino de definir reglas para ‒y con‒ los
operadores y de educar a los usuarios. La educación y la formación son
indispensables para que todos seamos usuarios “ilustrados” y “responsables”. En
resumen, la “IA Nación” es la ocasión para hacer de la disrupción una
estrategia. En fin, Europa debe comenzar por protegerse de los gigantes de
otros continentes. Evidentemente, no se trata de establecer un proteccionismo
europeo que, al final, se volvería en contra de los consumidores. Sin embargo,
construir un escudo puede crear las condiciones que permitan favorecer a los
actores europeos, protegiendo al mismo tiempo a los usuarios. ¿Cómo hacerlo?
Comenzando por lo que llevamos prometiendo desde hace años, pero sin hacerlo:
reformas fiscales para reequilibrar el juego. Por ejemplo, dejar de gravar los
beneficios que se inviertan en investigación y desarrollo. Otra reforma:
establecer un acuerdo a escala europea para gravar a los gigantes del comercio
electrónico sobre la cifra de negocio que realizan en nuestros países en lugar
del laisser-faire de la optimización
fiscal. Hasta aquí el escudo. Hablemos ahora de las puntas de lanza.
Gigantes telecoms contra gigantes
digitales
En
lugar de querer crear un Google, un Amazon o un Alibaba europeo, luchemos con los gigantes que tenemos: los
operadores de telecomunicaciones. Sólo ellos pueden resistir a las GAFAM y las
BATX y su posición ya es estratégica. Son proveedores de acceso, por lo que se
encuentran entre los pocos actores estructuralmente por encima de los
proveedores de servicios. Proporcionan la conectividad sin la cual los sitios
de internet no pueden funcionar. Pero, por el momento, estos gigantes están
paralizados por la estructuración del mercado. Imagínense: 105 operadores de
telecomunicaciones en Europa. Si queremos que estos gigantes adquieran fuerza
global, debemos reestructurarlos, debemos imponer la consolidación de los
operadores de telecomunicaciones. Convertidos en actores poderosos, los
operadores de telecomunicaciones podrán participar activamente en la
construcción de una Europa de la IA.
Dos
ejemplos para ilustrar esto. En primer lugar, podrían desarrollar, a nivel
europeo, un servicio de protección y filtrado de datos. A continuación, puesto
que los datos son el combustible de la IA, se podría, al mismo tiempo, abrir el
acceso poniendo, a disposición de los investigadores y de las empresas
europeas, la totalidad de los datos públicos disponibles en la UE de aquí a
2020. Esto permitiría progresar a la IA europea. Europa es el mayor mercado del
mundo, no hay ninguna razón para que se deje devorar por las GAFAM. Tenemos una
solución radical: prohibir los pagos por móvil controlados por empresas no
europeas. Las GAFAM se soliviantarán, pero los usuarios no serán penalizados.
En contraprestación, presionar a los operadores europeos para que desarrollen
un servicio bancario eficaz a través del móvil. ■
Fuente: L´Express